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lunes, 14 de octubre de 2013

Me llaman Loco


Me llaman loco por madrugar para, simplemente, ver amanecer.

Me llaman loco por arrástrame por el suelo para fotografiar un insecto.

Me llaman loco por querer ver siempre el lado positivo de las cosas.

Me llaman loco por intentar tener paciencia ("pachorra") al afrontar las cosas.

Me llaman loco por ofrecer ayuda cuando no me la han pedido.

Me llaman loco por ayudar sin esperar nada a cambio.

Me llaman loco…, pero ni lo soy ni me llamo así.

¿Loco respecto de qué? ¿Loco comparado con qué o quién?

Vivimos en un mundo repleto de paradigmas. Si, paradigmas. Esas afirmaciones, hechos o sentencias que se dan por probadas o verdaderas, que nadie cuestiona sino que todo el mundo acepta como bueno o cierto. Un patrón, un modelo que se da por aceptado. Para muchos es cómodo vivir rodeado de paradigmas, porque te evita pensar, reflexionar o dilucidar si estás haciendo bien las cosas. Se supone que si respetas un paradigma, eres aceptado.

Particularmente pienso que un paradigma puede ser cierto, pero no infinitamente válido, y es sano replantearlo de vez en cuando. En mi caso, no es que prefiera estar cuestionándolo todo y siempre, solo que para cambiar de opinión respecto de lo que hago me tienen que convencer, y mientras no lo hagan, seguiré pensando lo mismo, máxime cuando nadie se ve perjudicado por ello, ni siquiera yo.

Hace años hicieron un experimento con chimpancés que es muy ilustrativo de lo que puede convertirse en un paradigma, sin serlo.

Encerraron a 4 chimpancés en una jaula grande, y todos los días le daban de comer plátanos por una puerta de la jaula. Transcurridos unos días empezaron a ponerle plátanos colgados en el otro lado de la jaula, y cuando alguno de los chimpancés se acercaba a los plátanos que colgaban para cogerlos, accionaban un chorro de agua a presión que los mojaban y que no paraba hasta que se alejaban.

Así siguieron día tras día hasta que, al final, ninguno de los chimpancés iba a coger plátanos de los que colgaban, sino solo de los que le dejaban por la puerta.

Llegados a ese punto, los científicos sacaron de la jaula a uno de los chimpancés, y metieron a uno nuevo. A la hora de comer les pusieron plátanos a través de la puerta, y también colgaron un racimo donde siempre. Los tres chimpancés que llevaban tiempo se dirigieron a los plátanos de la puerta, y el nuevo al ver el otro racimo se dirigió al que colgaba, que tenía menos pretendientes. Inmediatamente los otros tres salieron detrás de él y no le dejaban que cogiera de los que estaban colgados, empujándolo y pegándole hasta que abandonara el intento. Y así todos los días, hasta que ese nuevo chimpancé dejó de intentar coger el racimo colgado y se unía al resto de la manada para comer de los que les ponían por la puerta.

Los científicos sacaron otro chimpancé de los más antiguos y añadieron uno nuevo, y la casuística se repitió. El nuevo al ver que el racimo estaba solo se dirigía primero al colgado, pero los demás chimpancés iban enseguida tras él y a empujones y golpes hacían que abandonara el intento.

Con el tiempo, los científicos habían sacado de la jaula a los 4 chimpancés iniciales, y los que estaban dentro eran todos nuevos, nunca habían visto salir un chorro de agua cuando iban a coger los plátanos colgados, pero ninguno se acercaba, porque, simplemente, era la "costumbre, ejemplo o modelo" que le habían inculcado sus propios compañeros de especie.

¿Quién es más loco, el chimpancé nuevo que se plantea por qué no puedo coger esos plátanos, o los que llevan tiempo dentro que, sin saber por qué, asumen que esos plátanos no se pueden coger?.

Yo no les voy a quitar los suyos así que ¡déjenme comer mis plátanos!.