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viernes, 22 de noviembre de 2013

Príncipe Escéptico

Hoy estoy escéptico. Lo reconozco. Pero tranquilo, se me pasará…, tengo reservas para anular esa sensación.

Una luz rara se encendió en mis neuronas hace poco tiempo. Últimamente, será coincidencia o no, me he topado con varios casos, lecturas, imágenes, etc., que ponían de manifiesto el esfuerzo que el hombre hace (y quiero imaginar que lo hace queriendo, no aparentando) por contentar a su pareja o a esa persona a la que ama o a la que quisiera amar y busca su correspondencia o conquista.

Me considero un romántico, y reconozco que intentar crear un ambiente agradable y afable para dos es siempre mucho mejor que hacerlo para uno o no hacerlo. También reconozco que cuando quieres a alguien, cualquier esfuerzo te parece poco, siempre quieres contentar a esa persona más y con gestos, hechos o situaciones que le agraden.

Hablamos de fiestas sorpresa, hablamos de regalos inesperados, hablamos de lo que en una canción se describía como regar el jardín todos los días para que la flor no se marchite, hablamos de hacer que se cumplan los sueños de tu persona amada, hablamos de rebuscar recursos para siempre sorprender a esa persona afortunada por la que vives.

Pero también hablamos de saber consolarla, de ayudarla, de simplemente hacerle saber que estás a su lado, de participar de sus inquietudes, de compartir sus momentos buenos, de servirle de bastón cuando lo necesite. Esto también es amar.

Desgraciadamente existe el tópico de asociar romanticismo con cosas bonitas y sorpresivas.

Siempre diré que la primera etapa de conocimiento de dos personas es puro marketing. Pero al igual que en la vida real, cuando te compran, si no eres lo que has vendido, mal lo vas a llevar. Por eso, lo que realmente has de vender en esa primera etapa es lo que te comprometes a mantener de por vida. Yo prefiero venderme como un apoyo incondicional y alguien en quien poder confiar, que hacerlo como alguien que regala rosas o dice cosas bonitas (eso no quiere decir que también lo haga, pero no es el núcleo que me sustenta ni lo que me define).

Pero llegado este punto he de reconocer, por naturaleza propia del hombre y la mujer, que en la inmensa mayoría de los casos, es el hombre quien hace, o a quien se le exige, esa muestra de "romanticismo clásico".

¿Quién no ha oído eso de "ya no me regalas flores como antes? O el "ya no eres tan detallista como antes".

Es como si en esa surrealista discusión, la mujer siempre asume el papel de defraudada, y fuera el hombre el culpable de sus desgracias.

Por una vez quisiera que el sentido de las cosas fuera al revés. Que fuera el hombre quien dijera "ya no me aceptas como antes", o el "ya no me acompañas en mis salidas como antes". O incluso que él sea el que reciba flores o  tarjetas con pensamientos sinceros o declaraciones de amor verdadero.

De igual forma que lo que se le exige a un niño de 10 años no es lo mismo que lo que se le exige a un joven de 18, en el recorrido de la vida no es lo mismo compartirla con 20 que con 40. Y tampoco es justo que para ciertas cosas aceptemos la evolución del tiempo y el paso de los años, pero para otras algunos quieran seguir anclados unos años atrás.

¿De qué me vale regalar flores si cuando me necesite no voy a estar?

¿De qué me vale decirle cosas bonitas si a la primera de cambio no quiere escuchar?

Tendemos a tratar a nuestras parejas, y hablo como hombre romántico, como si fueran princesas, pero lo cierto es que:

-       Las princesas se convierten en reinas, y en muchas ocasiones ya no esperan cosas, sino que las exigen, sin darse cuenta de que signos hay muchos, y las muestras de "contigo hasta el final" se pueden tener de muchas formas distintas, no necesariamente con flores.

-       Los príncipes no solemos convertirnos en reyes, y por eso mismo, también sería justo que, al menos en nuestra época de príncipes, pudiéramos disfrutar de los mismos halagos y muestras de cariño que se nos exigen.

 

Lo he dicho al principio, estoy un tanto escéptico. Un príncipe escéptico. Se me pasará.