"Después
de meditarlo durante bastante tiempo y aunque me cueste hacerlo, creo que, al
final, me vendrá bien.
A
la vista de los resultados obtenidos durante todos estos años y después de
pensarlo mucho y de analizar todos los pros y contras, he tomado la decisión de
que lo mejor es que cuelgue la cámara.
Hoy
es un buen día para empezar esta nueva etapa".
Así
empezaba todo esto. Y no era mas que el pensamiento escrito de una realidad.
Mi
realidad era esta:
- Después de tener mucho tiempo mi primera cámara, una
Kodak Instamatic 25, guardada, casi olvidada, cuando es la cámara con la que
conocí lo que significaba la fotografía, y que, aparte de darme muy buenos
ratos, fue la que me animó a dar un paso más y pasar a un formato réflex, creo
que se merecía salir del olvido y buscarle un lugar donde le diera la luz, esa
misma luz con la que quemó tantos negativos, y que pudiera verla de vez en
cuando. Vistas las opciones de espacio que tenía, lo mejor para garantizar que
no sufriera ningún percance, lo mejor era colgarla.
Esa
era mi realidad.
Pero,
¿se vería igual esa realidad si se plasmara en un patio de vecinos como es el
Facebook?
Ese fue el experimento realizado.
Pido
disculpas si alguien se molesta por haber sido partícipe del mismo. Solo he
puesto de manifiesto una realidad, en este caso, no solo la mía, sino el hecho
de que todo depende del cristal con que se mire.
Tan
pronto publiqué la entrada las reacciones fueron diversas.
Hubo
quien, aparte de escribir una reseña e independientemente de lo cerca o lejos
que estuviera, me llamó inmediatamente por teléfono, simplemente para
contrastar lo que había leído. Estaba buscando “feedback” sobre la
interpretación que había hecho de lo que yo había escrito.
Hubo
quien también me escribió buscando ese “feedback”, partiendo de su
incredulidad, y ofreciéndose para darme “un empujón” hacia delante, si eso es
lo que necesitaba (¡vamos, que boberías las justas!).
También
hubo quien llamó interesándose sobre por qué “dejaba la fotografía”.
La
mayor parte interpretó eso mismo: que dejaba la fotografía, aunque con matices
muy distintos, todos ellos totalmente aceptables y respetables, lo cual
agradezco enormemente.
Otros
prefirieron tomarlo por el doble sentido y sacar un punto de humor.
Todos en una medida u otra, al final enviaban su granito de positivismo.
Todos en una medida u otra, al final enviaban su granito de positivismo.
Todos
tenían su parte de razón.
¿Cuál
era la realidad que cada uno había “interpretado” sobre un texto plano? Un
texto escrito en un medio como es Facebook, o Twitter, o incluso el mismísimo
Whatsapp de las narices, donde al escribir solo estamos dando cabida a un 7% de
nuestras posibilidades de comunicación. ¡Nos estamos perdiendo el otro 93%!, y
lo que es peor, dejamos a ese 7% el poder de interpretar sobre cuestiones de
cualquier tipo.
Es
cierto que si una imagen acompañara al texto, estaríamos pasando a un
porcentaje muy superior a ese 7%, pero siempre sujeto a interpretación.
Esa
frase, escrita en un patio tan peculiar como es el Facebook, estaría sujeta a
tantas interpretaciones como vecinos tiene. Además, Facebook, es un patio muy
“particular”, en el que mucho llueve pero pocos se mojan y donde la
comunicación va en un solo plano, el escrito mayoritariamente, con lo cual
perdemos muchos factores de los que pueden dar sentido al mensaje. Además, es
un lugar donde el fundamento y la riqueza de la conversación suele sucumbir a
las prisas, y en muchos casos a las premisas de hacer seguimiento a todos los
vecinos o de ver cuáles me están haciendo seguimiento.
La
idea era intentar ratificar si en este mundo en el que estamos sigue
prevaleciendo nuestro ombligo o intentamos aclarar la neblina que tenemos
delante.
Cada
uno de nosotros cargamos con multitud de filtros, y no me refiero precisamente
a los fotográficos, aunque como una de sus acepciones indica (“sistema de
selección en un proceso según criterios previamente establecidos”), también
ayudan a “distorsionar” la realidad que hay ante nuestros ojos, oídos, etc..
Filtros que han ido creándose a lo largo de nuestra vida, nuestras experiencias
(buenas y malas) y que forman nuestra manera de posicionarnos a la hora de ver
nuestro entorno, en el que desgraciadamente metemos en el mismo saco a las
cosas y a las personas.
Vivimos
una misma realidad, pero cada cual se orienta con su propio mapa. Y la
conclusión es contundente: el mapa no es el territorio. Y no es algo que se me
haya ocurrido ahora a mí como iluminado, ni mucho menos. Esta afirmación es de Alfred
Korsybski, el fundador de la semántica general, y viene a decir algo muy
simple, pero a la vez con mucha resistencia, y es que para entender a otras
personas, se hace necesario conocer “su realidad” y la “interpretación que esa
persona le da a su mundo”. Solo
conoceremos “su mundo”, cuando seamos capaces de acercarnos a “como lo ve” la
otra persona. De nada sirve justificar a los demás si la interpretación es la
nuestra.
En
palabras más sencillas, es como si dos personas opuestas estuvieran mirando un
6 pintado en el suelo. La realidad es solo una, pero seguro que no están
interpretando lo mismo.
Si
dos personas observan un perro, la percepción que tengan de una misma realidad,
el perro, dependerá de si le gustan los animales, si han hecho gamberradas de
pequeño a algún perro, si han tenido alguna experiencia mala con un perro,
condicionamientos culturales, familiares y sociales, incluso cuestiones físicas
o psíquicas, etc.
Y
no solo en respuesta sensorial. Una frase o una palabra pueden tener un
significado totalmente diferente para dos personas
Imaginemos
que decimos la frase “tengo varios rollos” en un entorno en el que es escuchada
por tres personas de profesiones diferentes:
- Un psicólogo pudiera pensar que es una persona con
algunos problemas emocionales.
- Un constructor podría interpretar que se refiere a un
rollo de tela asfáltica de los que necesita comprar para una obra
- Un abogado podría pensar que se trata de algún asunto
legal.
Todo
se resolvería si pusiéramos un poquito de intención en garantizar nuestra
percepción de forma acorde a lo que nuestros interlocutores han querido decir.
No interpretar y empeñarnos en darnos respuestas a preguntas que no somos
nosotros los que tenemos que responder.
Por
supuesto existen “magos” que utilizan estas mismas premisas para justo lo
contrario, en sentido directo y premeditado: Saber qué decir, para que se
entienda al revés, y después poder tener una doble puerta en la que salir aclarar que quisieron decir otra cosa. Es
una variante de juego a dos bandos.
Una
cosa está clara: En ningún momento se me ha pasado dejar la fotografía. Como le
escribía hace muy poco a un buen amigo, es una de las cosas que mejores ratos
me hace pasar como para encima prescindir de ella.
¡Buena
luz para todos!.