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miércoles, 5 de agosto de 2015

La Cordillera Javital





Cuando estudiamos geografía, nos hablan de las grandes montañas y cordilleras que están en el planeta Tierra, sembradas por muchos sitios, casi siempre de difícil acceso: la cordillera de Los Andes, la cordillera del Himalaya, los Pirineos.
Hay Cordilleras que pasan desapercibidas, pero que están ahí, y son tan intensas o más que las que tienen fama y renombre. Y lo son precisamente por lo que encierran y por lo que te muestran una vez que te acercas a ellas. Pero claro, para conocerlas hay que acercarse a ellas.

Hoy quiero compartir con ustedes mi expedición a la Cordillera Javital. Una cordillera que me llamó la atención hace ya bastantes años y que he tenido la suerte de visitar de la mano de un guía de lujo y, para mí, uno de los grandes en eso que llaman alpinismo: Javi Cruz.

Iniciamos la ascensión un viernes del mes de Julio, aunque, es cierto Javi, la subida había empezado varios días (meses incluso) atrás con los preparativos. Subimos, y cuando llegamos a la altura de la cota del piso 23, paramos y, alejados del borde y refugiados en una esquina acogedora, iniciamos nuestra particular conversación para que Javi me fuera instruyendo en esa preciosa y vital cordillera que tenía ante mis ojos. Yo preguntaba, Javi me respondía…, y me enseñaba.

Bueno, he de confesarles que en realidad viví tres conversaciones. Si, tres.  Tres conversaciones a la vez, cada cual más interesante e intensa, y que unidas las tres tenían una fuerza y un mensaje brutal:
-       La primera, con sus palabras. Esas palabras que siempre con un tono ajustado, tranquilizador, sereno y firme saltaban al aire y me impregnaban de esa parte de su conocimiento que creo debería empeñarse en mostrar más y potenciar de forma docente.
-       La segunda con sus manos. Esas manos que en tantas ocasiones se habrán aferrado a tantas y tantas paredes, que habrán acariciado tantas montañas, que habrán sujetado a más de un compañero, que habrán limpiado lágrimas en sus ojos, y que, también, habrán sido alzadas en señal de júbilo, o que habrán cerrado en un ferviente abrazo a cualquiera de sus compañeros, estaban delante mío mostrándome infinidad de cosas, marcando al intensidad de lo vivido, e invitándome a adentrarme aún más en la experiencia.
-       La tercera con sus ojos. Esos mismos ojos que han grabado momentos de muy diversa índole, que han derramado lágrimas de tristeza, impotencia y también alegría, pero que sobre todo son una inmensa ventana a su caudal de sabiduría, me transportaban en cada momento a vivir, no me atrevo a decir que con la misma intensidad pero si con gran parte de ella, cada uno de los pasajes que me enseñaba, como si allí mismo estuviera.


No quería perderme en ningún momento nada de ninguna de las tres conversaciones. Era un lujo.

Cuando hablas con Javi no te cuenta las cosas recordando…, sino que te toma de la mano, viaja  a ese momento y te lo cuenta contigo allí. ¡Grande, Grande!

Sentados, relajados, con cierta complicidad…, así me enseño la Cordillera Javital.


Cuando rellenas un impreso en el que tienes que poner la profesión, ¿qué pones?
¿Mi profesión?, Administrativo, que es de lo que vivo.

El tema del alpinismo, ¿es vocación, profesión?
Siempre ha sido vocación y lo sigue siendo. Lo que pasa es que estamos en un punto en que puede llegar a convertirse en profesión.
Si te digo la verdad, el miedo no es dejar de tener una nómina fija, sino perder esa vocación al convertirlo en profesión. El vivirlo con la pasión con que lo vivo. Puede ser que el necesitar pagar una hipoteca a final de mes haga que lo vea de otra manera y que pierda esa vocación,
He rechazado ir a montañas porque no me ha apetecido. Si necesitara vivir de eso seguramente habría casos que no rechazaría.

¿Cómo te nace esto del alpinismo?
Nace realmente porque mis padres, cuando tenía 8 años, me mandaron 15 días a un campamento en Tamadaba. Yo por aquel entonces había noches en que todavía me “meaba” en la cama y me fui con mucha vergüenza a ese campamento. Allí descubrí esas tardes de colores impresionantes en el Pinar de Tamadaba, esos mares de nubes, ese olor a pinocha caliente, ese aire de naturaleza y cambios de temperatura y humedad, y creo que de ahí salió la afición a la montaña. A eso le sumamos que los mayores de la Cruz Roja, que eran los dirigentes de aquel campamento, hicieron una demostración de un rápel en unas piedras, una pequeña escalada…, y claro, solo era para mayores, yo tenía 8 años y para mí era inviable.
Ya después con 14 o 15 años en el barrio donde yo vivía abrieron un local de la OJE y para atraer chiquillos impartían varias actividades, entre las que estaban un cursillo de iniciación a la escalada. Ahí fue donde rápidamente me metí, buscando aquello que tenía aparcado y empecé. Continué, crecí y cuando llegué a un punto en que ya no tenía nada que aprender, seguí por mi cuenta aprendiendo, porque nunca dejas de aprender.
Me fui a formar a la Federación de Montañismo, hice algunos cursos más, salí a la península y conocí gente, probé diferentes modalidades, ya que aquí es solo escalada en roca, como por ejemplo, nieve, hielo, ascensos a alta montaña, esquí, etc., que me fueron cautivando cada vez más y abriendo las fronteras.
Y justo este año, ya han pasado 30 años.


¿Recuerdas la que consideras tu primera escalada?
Sin duda: Quintanilla.
Yendo para San Andrés, en unas paredes que hay a la izquierda de la carretera. A finales del 86 más o menos, 10 metritos, una cosa pequeña, pero para mi fue inolvidable.

¿Qué es lo que buscas cuando subes?
… ¡que busco!..., diría que no busco nada.
Mira, hace pocos meses estuve en unas jornadas de convivencia sobre meditación. Había oído hablar mucho de eso pero no sabía lo que era. Al final vi que de lo que trata la meditación es simplemente de aislarte, no pensar, no juzgar, no buscar, quedarte en blanco el máximo tiempo posible y haciendo lo que sea, como si es fregando un plato, solo tratando de hacer que la mente no actúe y no piense. Ahí descubrí que lo que hago escalando o subiendo montañas es precisamente “meditar”, porque como estás tan centrado en lo que estás haciendo, hay momentos en los que no existe absolutamente nada alrededor, ni siquiera un pensamiento.
Diría que no busco nada, solo ese momento de no hacer absolutamente nada…, debe ser meditación. Que solo exista justo lo que tú estás haciendo en ese momento, porque te apetece y voluntariamente.
O igual busco demasiado, no lo sé.

Cuando estás ascendiendo ¿eres consciente de lo que es la montaña en sí o solo percibes el trozo por el que te estás moviendo?
Es un total, es un global.
Recuerdo cuando empecé a descubrir la alta montaña, yo tenía la fiebre de subir montañas, solo veía montañas, cumbres, subir, escalar, y nada más.
Pero con los años te das cuenta de que es tan o más importante el trayecto hasta llegar a la cumbre que el llegar en si. Tanto que hoy en día el subir a una montaña se ha convertido en una excusa para vivir todo el camino, y ese camino empieza desde que lo piensas, hasta que le vas dando forma, buscas financiación, le pones fecha, llegas, logística, traslado, fusión con gente del lugar, etc.
Por suerte o por desgracia las montañas más grandes y más bonitas están en cordilleras que suelen estar en países más desfavorecidos, donde las clases culturales son muy bajas, los tipos de cultura son muy diferentes a la nuestra y eso hace que lo enriquezca mucho más, para mí por lo menos. El fusionarte con ellos y vivir el respeto con el que ellos viven la montaña, como la tratan y tú sumarte a eso, ser parte del entorno, hace que todo eso forma parte de la ascensión.
Para mí es un todo, desde la idea o el sueño, hasta que despiertas de él y ya lo has convertido en realidad. No es solo un trozo de terreno.
En momentos puntuales de mucha tensión o concentración, por los peligros objetivos que no dependen de ti, que sabes que están ahí y que pueden acechar, pues hace que requiera una concentración tal que puede hacer que no exista sino solo eso.


¿Y una vez que llegas arriba, qué...?
El llegar arriba a mi me da mucho respeto, porque empieza lo verdaderamente peligroso, la bajada. En la bajada es donde se matan casi todos lo que lo han hecho, es donde se relaja todo el mundo, donde aparentemente tu ego se ha saciado, donde teóricamente has conseguido tu objetivo, pero no es más que la mitad del camino. Hasta que no llegas de regreso a la base no ha acabado la ascensión. Y como esa es justamente la mitad, durante los días, semanas o meses incluso que dura el ascenso, estoy tan concentrado en no olvidarme del descenso que eso no me permite disfrutar 100% de ese momento de cumbre, y ojalá nunca me lo permita, porque el disfrutarlo plenamente quiere decir que estás relajado del todo. Siempre hay que tener un poquito de prudencia y estar en guardia porque queda todavía la mitad. Yo diría que siempre he disfrutado más de una cumbre después de bajar que arriba mismo. Siempre.
Y ojalá siga así.

¿La montaña habla o la montaña calla?
La montaña habla, muchísimo, muchísimo.

¿Qué dice la montaña? ¿Te habla cuando subes, te habla cuando bajas, te habla antes, te habla después...?
La montaña siempre habla pero nunca sabes cuando ni como, hasta que te das cuenta de que ha hablado.
A veces has tomado la senda o el camino y has hecho caso a lo que te ha hablado o dictado. Pero otras sé, por experiencia propia y vivido de cerca, que te das cuenta tarde. El darte cuenta tarde de las normas que dicta la montaña, o de las palabras que ha dicho,  hace que cometas errores y pueda costar la vida misma. Es una de las cartas del juego.
… Siempre habla.

Fíjate, está muy estandarizada, incluso entre gente muy famosa e importante en el mundo de la montaña, una palabra que es “atacar” a la cumbre: “Esta noche atacamos a la cumbre”. Odio esa palabra. Siempre la he odiado, pero jamás me he atrevido a corregírsela a nadie, y máxime siendo gente tan grande a la que se la he oído, incluso maestros míos.
¿Atacar una montaña?, ¿cómo vamos nosotros a atacar a nadie?, y menos a un Coloso como este, que puede tener vida propia. Me resulta muy chocante, pero se usa tanto…
Incluso existen “mochilas de ataque”, que no se si es un término que viene de alguna época militar o qué. Esa simple palabra, aunque sea con buenas intenciones, me parece una falta de respeto total hacia la montaña. Es un ente propio y ahí solo somos motas de polvo. Prefiero verlo desde el lado de los asiáticos o budistas. Para ellos las montañas grandes son las moradas de sus Dioses y ellos hacen las famosas “Puyas”, que son unas celebraciones antes de hacer el ascenso a una montaña, como para pedir permiso a las fuerzas naturales de esa montaña para adentrarse en ella, que te deje encaramar en lo más alto unos minutos y te deje volver. Requiere muchísima humildad bajo mi punto de vista.
Yo hablo muchísimas veces con la montaña. Sobre todo cuando pasan cosas que no entiendes, como que se te mate un compañero y se quede ahí para siempre. Le pregunto el por qué…



¿Qué es lo último que te ha dicho una montaña?
Pues fue reciente.
En Bolivia hay una montaña a la que fui por tercera vez, con la que tengo una historia de amor un poco compleja, y que hasta ahora nunca me había permitido ascender a lo más alto, siendo una montaña aparentemente sencilla y de pocos peligros naturales. Hasta ahora siempre me había rechazado.
Esta vez, digamos que quiso volver a resistirse pero fue benévola conmigo, y del grupo que íbamos me permitió a mí solo subir hasta la cumbre. Cuando estaba saboreando todos esos años que llevaba ahí pendientes nos pegó una sacudida nueva, nos arrebató un compañero y, antes de marcharnos de la montaña nos dio otra sacudida más en la que dijo, “cuidadito que aquí estoy yo: te vas, pero no te va a costar tan “barato” como pensabas”. Volvió a tener la hostilidad o la dureza que yo le había visto en otras ocasiones, me arrebató un compañero del que yo era responsable, y me tuvo un día entero pasándolo muy mal. Eso me impidió que saboreara la cumbre cuando bajé como suele pasar en otras ocasiones.
Yo lo veo así. Las montañas son elementos con entidad propia, con su propio espíritu y su propia fuerza, sus propias leyes, y a eso nos tenemos que adaptar con muchísima humildad.
Lo último que me dijo una montaña, esa montaña precisamente, fue: “no te olvides de lo pequeño y frágil que eres, y del medio en el que te estás moviendo”.
Mira, esto no lo he hablado con nadie, pero he llegado a pensar que esa montaña que me conoce tanto, más que yo a ella, igual llegó a notar que había perdido cierto grado de humildad respecto a cómo yo suelo vivir la montaña, con el tema mediático en el que me he metido últimamente de periódicos, y demás. A lo mejor este tema me ha hecho perder algo de humildad y me dio una sacudida como diciendo, “no te despistes que por ahí no es tu camino”. Yo quiero verlo así.

¿Qué significó el Cho-Oyu para ti?
Ooohhh!..., ¡El Cho-Oyu! …
Fue un antes y un después.
Dejando a un lado lo que significó a nivel mediático, primera montaña de 8.000 conquistada por canarios, único 8.000 a día de hoy a la que ha subido un canario, lo han intentado como 10 0 12 canarios más, a esa y otras montañas pero nadie ha conseguido todavía cumbre lo cual refuerza la dureza de aquella expedición, te llena de orgullo y todo, pero, lejos de eso, fue lo que marcó el que hoy en día me esté pensando el vivir de la montaña, el profesionalizarla.
Más que una montaña fue una situación en la que me vi envuelto y en la que jamás me hubiera planteado.
Eso era algo que veía en el programa de “al filo de lo imposible”, algo que veía en la gente de élite, algo muy lejano…, y, de repente, me vi ahí.
Fui uno de los elegidos para ir junto con gente de “al filo de lo imposible”: Juanito Oiarzábal, Juan Vallejo…, leyendas vamos.
Encima la gente había apostado por ti, por lo que tenías que dar todo y más de lo que podías para tratar de cumplir el objetivo, si no lo hubiéramos afrontado así, tanto el otro compañero como yo nos hubiéramos ido antes.
Lo pasamos muy mal, no estábamos acostumbrados a tanta altura, nos costaba mucho la aclimatación, y recuerdo de decirle en un campamento 2 a 7.000 metros al compañero, “mira vamos a subir como sea para no venir nunca más a estas alturas”. Y 2 años después estábamos en otra montaña, y luego otra, y otra…
A nivel personal aquello me cambió la percepción de la vida: no conocía Asia, no conocía el Himalaya, no conocía en nada el budismo, y por supuesto no conocía la fuerza que tiene esa cordillera, es algo descomunal. Creo que quitando los océanos es la mayor creación de la naturaleza. Estar ahí, en un entorno que adoras, mirando arriba y viendo esas aristas finas recortadas en el cielo…, se me quedó muy marcado.
Es más, te puedo decir que un detalle que se me quedó grabado fue la intensidad del azul del cielo del Himalaya. ¡Indescriptible!. No sabía que pudiera ver un cielo tan azul, tan intenso, tan puro. Físicamente lo entiendes, pero es un color que jamás lo imaginas ni lo ves. Y la noche lo mismo, hay tantas estrellas que está todo iluminado aunque no haya luna.


Posiblemente cambió mi vida. Estás casi fuera de la atmósfera. Es mundo mineral puro y duro. Encima el caso mío fue bestial porque, el compañero chicharrero iba un poquito más adelantado que yo, Juanito Oiarzábal iba por delante, Edurne Pasabán, que en aquella época era una más que se unió a nosotros (era su tercer 8.000 pero que no era muy conocida), toda esa gente llegó a la cumbre y se volvieron. Juanito perdió la voz a causa del tremendo frío, era el encargado de comunicar con la emisora al campo base y desde ahí a Canarias en directo desde la cumbre, pero perdió la voz.
El compañero emprendió el descenso con Juanito, y yo tuve la suerte y fortuna de estar absolutamente solo en esa cumbre de 8.000 metros media hora, viendo que no había nada más por encima de ti, y ellos ya descendiendo.
Esa media hora ha sido la media hora más intensa de mi vida, sin duda. No había nada. Comuniqué con el campo base y con Canarias. Me sentí super bien. 
Me pasa eso siempre, parece que todo el desgaste de la subida te llena de nuevas energías que hace que estés bien en ese momento, sin perder la concentración de la bajada. Fue un regalo de la Diosa Turquesa, que es como se llama al Cho-Oyu en tibetano (en sánscrito concretamente).
Volver aquí después de haber convivido con aquella gente durante 2 meses, haber arriesgado la vida intentando conseguir un sueño que se traduce en media hora en una cumbre inhóspita, parece que no tiene ningún sentido, y te hace volver a tu realidad, a tu rutina. Te hace dudar de qué es lo que tiene sentido, si esto o aquello.
Te aporta tanto: una serie de valores que se han perdido en esta sociedad, valores con los que intento educar a los chiquillos míos y que yo encuentro allí ya sea con la convivencia de tus compañeros que sabes que darían la vida por ti y tu por ellos, por la convivencia con la gente de esas culturas y esos pueblos. Después venimos aquí y vemos como nos quejamos por absolutamente todo, como morimos de infarto, como te saltas un stop y te van a matar, cosas tan sin sentido al lado de aquello, que te cambia la vida.
A mí el Cho-Oyu me cambió la vida, ¡claro que si!

Cuando estás arriba en qué piensas, si es que piensas en algo.
Esa es la eterna pregunta que te hacen en todos lados, ¿qué haces?, ¿Qué sientes? Ya te digo que hay tal concentración, sobre todo en las últimas jornadas en la que estás intentando llegar a la cumbre que creo que no te deja pensar en nada más, casi ni disfrutar.
Como te he dicho antes, siempre lo disfruto después de bajar, incluso bastante tiempo después. Pero en el momento, desde aquí sería fácil decir que piensas en los compañeros que han muerto en otras montañas y de los que has aprendido, en la familia que tan alejada está, en tus chiquillos, gente.., pero en especial yo creo que si no vas solo, que no suele ser mi caso, la explosión inicial es compartirlo con quien lo ha sufrido, o vivido. Yo lo vivo con la gente a la que llevo a cumbres más pequeñas y veo que lo que ellos experimentan en esas pequeñas montañas es lo mismo que yo he experimentado en otras más grandes. Sus propios compañeros pasan a ser sus familia, sus hermanos, parte de ellos mismos. Llegar después de tantas jornadas, con momentos de presión, de tensión, de dificultades, etc.
Al llegar hay tanta explosión que con quien tienes al lado es con quien te abrazas, hinchas a llorar y sale todo. No te paras a analizar mucho: queda la bajada.
Por eso me encanta llevar gente y ver como viven esa misma sensación en una montaña aunque sea pequeña. Esto es como todo. Necesitamos contar, y sacar afuera las experiencias duras que vives, tanto buenas como malas, y la montaña es una de ellas. Si eres capaz de transmitirle como tú lo vives y lo ves en ellos, eso es gratificante a más no poder.


¿Qué hechas en falta cuando estás arriba, si es que hechas en falta algo?
A veces, y depende del momento de la vida, a ciertas personas. En unas épocas a unas, en otras, a otras. Especialmente gente con la que he vivido situaciones similares, y que sabes que te entienden.
Otras veces, quizás las comodidades. Te preguntas por qué sigues haciendo eso con todas las incomodidades que conlleva. Pero también es cierto que cuando llegas a tu rutina estás deseando volver allá.
La montaña es un terreno muy duro en el que estás de prestado, nos empeñamos en estar ahí, pero no cabe duda que cada segundo que estés ahí te estás muriendo, tus células se están jodiendo, tu organismo se está perjudicando, no te estás hidratando bien, te estás desgastando muchísimo y eso hace que te vayas consumiendo y que la vida se te apague. En todo ese proceso echas de menos ciertas comodidades rutinarias. Estar mes y medio durmiendo sobre el hielo, comiendo mal, pasando frío y viento, no todo el mundo lo aguanta. Psicológicamente es duro. He visto expediciones formadas por gente muy “fortachona” marcharse a la mitad. Psicológicamente no aguantan la situación. Son luchas internas que vas a tener durante toda la expedición. Tienes momentos maravillosos, de convivencia, de paisajes, etc., pero hay muchos otros muy duros, incluso fisiológicamente. El salir a orinar es toda una odisea, te cuesta la vida misma.
Pero vamos, que lo que compensa todo eso es la vuelta a las comodidades nuestras y el valorar lo que tenemos, que no le damos absolutamente nada de valor, siempre estamos lamentándonos, llorando por insignificancias, poniéndonos zancadillas.
Es como salir, coger aire, y volver.
Tengo el privilegio de por lo menos cada año, salirme de ahí, ver el mundo y las cosas desde el otro lado, y después volver.

En tu vida normal, ¿qué hechas en falta?
En muchísimos momentos…, muchísimos momentos…, cada vez más, creo, hecho en falta el escandaloso silencio que allí experimento y que puedes llegar a sentir. El escucharte a ti mismo, porque eres capaz de escucharte por dentro, te oyes tus propios latidos. Ese silencio tan abrumador, aquí a veces se hecha en falta y llego a necesitarlo de vez en cuando.
Incluso cuando voy con grupos, los “acuesto a todos” y me marcho fuera del refugio un poco, para aislarme un momento y tener un ratito para mí solo, aunque sea corto, pero intenso.

¿Tu vida en sí es una montaña?
Yo diría que más que una montaña es una pequeña cordillera.
Tiene muchas montañas, muchas puntas. A veces estás ascendiendo, otras te toca descender. Estás continuamente subiendo y bajando. Eso hace que sea bastante predecible porque siempre que estás subiendo sabes que tarde o temprano acabará la subida y empezará la bajada. Y cuando estás bajando, lo mismo, al final del valle habrá una subida.
Una cordillera ni más fácil, ni más difícil, ni más interesante que la de cualquier otra persona, en todos los sentidos, personal, profesional, anímico, etc.
Hay gente que la llama noria, pero yo creo que es más adecuado llamarle cordillera.

¿A quien te encantaría llevarte a una montaña?
Muy sencillo. A los dos chiquillos míos.
Los llevo a la montaña a nivel pequeño. Los he llevado al Pirineo, a los Alpes, a cordilleras bonitas. Pero sí es cierto que me gustaría llevarlos a una alta montaña, y sobre todo en un país remoto.
De momento me conformo con Marruecos que estoy a punto de llevarlos, posiblemente esta Navidad, y vivir una experiencia desde el inicio, con la convivencia de las culturas de allí, con el compartir el esfuerzo que supone subir a una montaña. Me encantaría hacerlo y estoy seguro que lo haré. Pero lo haré de manera individual: primero con uno y después con otro.
Me gustaría vivirlo de manera exclusiva con ellos. Para guía tienen a su  padre, sin porteadores, al estilo de antes, pionero y aventurero, en el que tienes que preparártelo todo, y ascender a la montaña de la manera más limpia posible adecuado a sus edades y su experiencia, con la montaña adecuada para ello.
Ellos tienen una personalidad muy particular, y me gustaría estar aprendiendo al 100% de cada segundo de esa experiencia sin que el que esté el otro te requiera ni un ápice de atención. Simplemente buscaría el que algún día supieran por qué su padre se dedicó a las montañas, y por qué la vivía de la manera en que lo hace. Que lo experimenten, porque no es fácil. Es muy bonito que te vitoreen, que te feliciten, que te entreguen la medalla de oro al mérito deportivo de tu ciudad y que te den mil reconocimientos, pero ese tipo de gente en la vida va a comprender lo que realmente sientes.
Cada cual lo vive de una manera distinta. Yo puedo tratar de explicarte como lo vivo, pero el que mis hijos sean capaces de al menos una vez en su vida experimentar lo que siente su padre, pues sería el mayor de los premios que podría experimentar en esta vida.


¿A quien no te llevarías a la montaña?
… Pues no me llevaría a una persona superficial que lo que trate de hacer en esa experiencia sea satisfacer su ego y sacar la foto para poner en su cabecera de despacho o lo que sea.
Esto para mi es una forma de vida aunque lo han encasillado como deporte de riesgo, y muchos lo ven como competición. De esa forma no me gustaría compartir esas vivencias con nadie.
Tengo un problema y es que, me guste o no me guste admitirlo, en la montaña con quien va conmigo y soy responsable soy un dictador, y como tal dictador quiero que vivan como yo lo vivo, y si tengo que tomar esta o aquella decisión la voy a tomar, esté al lado quien esté. Si encima veo que estamos en ondas completamente diferentes podría haber un conflicto del que no tengo necesidad alguna y no me gustaría participar.
No estoy ahora mismo para llevar gente de esa manera, Ya hay otros que lo hacen. De ahí el miedo de profesionalizar esta actividad, por tener que tragar por ello.
Pero siendo algo más concreto, no llevaría, por ejemplo, a mi madre. No lo haría nunca.
Ahora que tengo hijos me da miedo que se dediquen a esto porque se lo que es y no me imagino como lo podría vivir desde aquí, desde la barrera. Mi madre con los años más o menos entiende y sabe de qué va el tema, pero nunca lo ha vivido. Hay cosas que se le evitan contar, aunque siempre hay preocupaciones, pero el vivirlo allí y ver que la línea es tan delgada que como pises fuera puedes pasar por sitios complicados que te la juegas, es otra cosa. He intentado que siga siendo lo máximo de ignorante posible.
Si a mí como padre me costaría vivir eso, el que se te vaya un hijo de expedición sabiendo al 100% lo que se vive allí, me imagino que para una madre tiene que ser el doble de duro y angustioso.
Por eso nunca la llevaría. Ahora ya es tarde, pero en cualquier caso nunca la llevaría.
Sin embargo a mis hijos sí, porque me imagino que cuando ellos puedan entender y vivir una experiencia como esta, yo estaré un poco en “las últimas” en este mundillo o disfrutándolo de otra manera, ya sea enseñando o transmitiendo lo que he vivido, por lo que sabiendo de que va el tema, sería otra cosa. Yo de jovencillo y de inexperto corrí muchos peligros que te hacen pensar que hoy en día estás aquí de prestado.

¿Qué es lo que nunca dejas atrás cuando vas de expedición, qué es lo que siempre llevas contigo?
Una bolsita de tela en la mochila. Siempre. Nunca me ha dejado de acompañar en un compartimento de la mochila que no se ve, junto con una manta térmica que siempre llevo.
Esa bolsita contiene un montón de amuletos. La mayoría de religión católica: la virgen del Carmen, la virgen del Pino (la de mi barrio donde me he criado), la virgen de Candelaria, un escapulario, una especie de cartulina con dos imágenes y una oración, etc...
Cosas que me han dado gente importante en mi vida, mi abuela que ya no existe, una tía monja que tengo, mi propia madre, gente que te ha dado algo en algún momento. En fin, llevo un equipillo bueno ahí.
Y aunque la verdad es que soy creyente de una parte de cada una de las religiones, simbólicamente los llevo por la fuerza que le da a cada uno de esos amuletos el sentimiento de quien te lo ha dado y como te lo ha dado, pues hace que me ayude muchísimo. Eso siempre, siempre, siempre me acompaña.
La bolsita se ha ido enriqueciendo con el tiempo, pero no la abro nunca. Hace años que no se lo que hay dentro, recuerdo esas cosas. Incluso creo que hay una piedra pequeñita. También hay un hilo rojo que bendijo un Lama la primera vez que fui a Nepal, un hilo que nos colgó al cuello y que era para que, precisamente, los Dioses del Cho-Oyu nos protegieran. Al terminar la expedición lo guardé en esa bolsita, y ahí debe estar.

¿Cuál ha sido la escalada más difícil de tu vida, y no estoy hablando de una montaña?
…, la que estoy acabando justamente ahora.
Hace un año que me separé y no pensé que fuese tan complicado. Es cierto que pasado el tiempo ha sido para mejor, y si lo llego a saber lo hubiera hecho antes, pero ha sido un proceso duro en el que nunca te haces a la idea que vas a estar, y en este caso tuvo que llegar, después de veinte y tantos años.
Ahora miras para atrás y te das cuenta de que en el proceso decías que estábamos tirando 20 años a la mierda. Eso te preguntabas al principio, pero después de pasarlo miras atrás y te dices que en verdad no has tirado 20 años a la mierda. Quizás habré tirado los 2 o 3 últimos, el resto no. En ese tiempo nació lo que más quiero en este mundo, me formé como persona, me decidí a andar por un camino y no por cualquier otro de tantos que hay y creo que lo que soy ha sido fruto de todo eso. Entiendo que no he tirado nada a la basura y entiendo que la otra persona tampoco.
No tenía ningún sentido el mantener eso el resto de la vida porque hay que saber cuándo se acaba un ciclo. A veces te empeñas en seguir por comodidad, porque somos animales de costumbres, por miedos, etc., y al final pasa lo que pasa. Todo eso ha hecho que para mi haya sido la montaña más difícil a la que me he enfrentado.
De hecho creo que la montaña me ha ayudado en todo el proceso, porque te hace adquirir mucha calma, mucha paciencia, esperar a las cosas, etc. A mi me ayudó sin duda a llevar esta escalada un poquito mejor de lo que la hubiera llevado en otras circunstancias.
Como todo también tiene su lado bueno.



Eres un privilegiado. Has estado en el año 5.523 y has vuelto. ¿Cómo se vive en el año 5.523?
Estuve en el año 5515, y he vuelto en el año 5523.
Eso es una pasada. Es una sensación que no esperaba vivir y que me la ha regalado la montaña. Si no me hubiese dedicado a la montaña posiblemente nunca hubiera partido el año con esa cultura Aimara, esa cultura del altiplano Andino, tan milenaria y que tan poco valoramos al igual que otras tantas  nosotros los “primermundistas”, entre los que me incluyo,…

…(¿Qué es un primermundista?
Todo aquel que piensa que por delante de su civilización o su cultura no hay absolutamente nada)…,

Cuando vas y te mezclas con estas culturas pre-Incaicas, los Aimara, los Quechuas, y ves que llevan contando los años desde hace 5.523, te choca un poco.
¡Vamos a ver! Si yo que me creo el de más adelante de la fila estoy en el 2015, ¿cómo es que estos tíos llevan contando tres mil y pico años más?, es decir, ¡empezaron a contar tres mil y pico años antes que yo! Esas son cosas que te hacen pensar un poco, bajar la cabeza y coger un poquito más de esa humildad que nos hace perder nuestra actualidad, nuestra sociedad y nuestra manera de ver el mundo desde el ombligo.
Estar con ellos, fusionarte con esas culturas, “allá donde fueres haz lo que vieres”. Me encanta estar con ellos, comer como ellos, vivir como ellos, en cualquier tipo de cultura, y en este caso el poder celebrar una salida y una entrada de año de su calendario solar (los Aimara son los hijos del sol), el poder vivirlo con el fervor que lo viven ellos, te da una sensación extraña de decir “soy un privilegiado”, estoy entrando en un año que nunca viviré, que mi cultura, mi sociedad, mi entorno o mi generación nunca vivirán. Es una especie de viaje al futuro y regreso al pasado. Es anecdótico, pero me siento privilegiado. Y eso también me lo ha dado la montaña.
La montaña te da tantas cosas…, vives tantas situaciones, ilógicas o surrealistas incluso, que ya eso hace que pocas cosas te sorprendan, como por ejemplo, que hace unos años me viera en Bolivia, a los dos días de llegar, a 5.300 metros de altitud, sin mi organismo estar aclimatado, y jugando un partido de fútbol con el presidente de Bolivia, Evo Morales, y con la selección nacional de fútbol de Bolivia. ¡Y yo fui para escalar una montaña!
Eso es lo que hace que esto no sea un deporte. El deporte está reglado. El fútbol…, el fútbol tiene unas rayas blancas de las que no te puedes salir y unas normas que si incumples te castigan o te sancionan y ya está. Dura el tiempo que dura y ya está. Cuando acabas te duchas y te vas a tu casa. Es algo totalmente predecible.
La montaña por suerte no tiene reglas salvo las que tú te quieras poner y eso hace que se vivan este tipo de situaciones, así que, como comprenderás, yo no lo puedo encasillar en la palabra deporte, y menos en deporte de riesgo. Riesgo corremos desde el día en que nacimos, o desde que salimos a la calle. Estar en esta vida ya de por sí es un riesgo.


Una sorpresa:
La vida. ¡Una pura caja de sorpresas!
El darme cuenta de lo impredecible de la vida. Soy una persona que ha tendido siempre a tenerlo todo más o menos controlado y dejar pocas cosas al azar. Me he dado cuenta de lo equivocado que estaba y, además, de que por mucho que lo quieras tener controlado, la vida te sigue dando sorpresas. Llega un punto en que lo entiendes, te dejas llevar y lo agradeces.
Para mí una sorpresa es haberme dado cuenta de lo sorpresiva que es la vida. Y si no, como ejemplo, el año pasado yo pensaba vivir toda la vida como estaba en aquél momento, y un año después estoy en una situación completamente distinta, en otro estado civil. Fíjate que sorpresa.
El verte con una persona ciega subiendo una montaña es una sorpresa que nunca me hubiera imaginado. También hay sorpresas negativas, pero la inmensa mayoría son positivas.

Una decepción:
…, …, …, yo mismo. Yo me he decepcionado a mi mismo. ¿Por qué?, porque con los años, no se si te vas haciendo viejo o adquiriendo vivencias por ahí fuera muy diferentes a lo conocido o mamado, y te das cuenta de que siempre he juzgado y encasillado absolutamente a todo mi entorno, y he sido capaz de achacar a otras personas algo negativo cuando he sido yo mismo quien ha decidido juzgar y esperar algo que la otra persona no ha cumplido. Como no ha cumplido mis expectativas o mis juicios, encima eres capaz de decir que no es buena.
Por eso es por lo que digo que he sido mi propia decepción.
Soy justamente juez y parte de esas decepciones. No tengo ningún derecho de juzgar ni de esperar absolutamente nada de nadie. La decepción es conmigo, sin duda.

Un recuerdo:
Pues una noche del mes de Julio con Iván Berdeja, el compañero con el que estaba. La noche más dura, más difícil y más complicada que he pasado en una montaña, dentro de una tienda en una ladera de hielo en la que cavamos una plataforma pequeñita para montarla, y en la que se desató un temporal bestial en la montaña más alta de Bolivia: el Sajama.
Esa noche tan larga, tan intensa, y tan dura la tengo grabada con muchísimo cariño, precisamente por lo dura que fue. Al final no nos pasó absolutamente nada. A la mañana calmó el viento y pudimos subir a la cumbre más alta de ese país, su país. Este hombre vivió una experiencia muy intensa y muy dura, y este hombre para mí era un sabio de la vida, un tipo que conocí en las montañas, del que me hice prácticamente hermano, y uno de los más sabios que me he encontrado en este planeta. Ese hombre pocos años después,  murió en la montaña guiando a unos clientes italianos. Esa vivencia, a pesar de la dureza, la recuerdo con mucho cariño, muy marcada: por quien estaba, por cómo la vivimos, por la soledad de esa montaña, porque era su ilusión, por haberlo podido compartir con él.
Esa noche es un gran recuerdo.

Es verdad eso que dicen que el Piolet se puede llevar de cualquier manera menos como dice en los manuales.
No lo había escuchado, pero es cierto, ahora que lo dices, que tengo manía por llevarlo de una manera distinta a como dicen los manuales.
Yo enseño a llevarlo como dicen los manuales, pero también es cierto que justo a continuación le digo a todo el mundo cómo lo llevo yo y doy mi razonamiento.
Aunque no lo había escuchado, tiene que tener algo de cierto.
Verdaderamente que es una incomodidad llevarlo como dicen los manuales.

¿Como dicen los manuales?.
Con la palma de la mano en la pala, el dedo índice en el pico, abrazando un poco el piolet en la cruceta y con la punta siempre de cara a la pendiente, con lo cual si estás subiendo va de cara a la ladera, y si vas bajando, de cara al vacío.

¿Cómo lo lleva Javi?
Javi lo lleva siempre con el pico hacia atrás, esté en ladera, en pendiente, en subida o bajada. Es más cómodo de apoyarte, y además, lo que a mi me da más confianza es que donde tienes más posibilidades de usarlo es en la bajada. Si vas subiendo y te caes, te vas de boca y ahí te quedas, es relativamente fácil detenerte. Pero si te caes bajando y estás de cara al vacío, caes de boca y es cuando es muy fácil que continúes rodando o patinando, y si llevas el piolet como dicen los  manuales, en el momento en que te caes tienes que hacer un giro para darle la vuelta al pico, y yo, al tenerlo ya girado, solo tengo que clavarlo como mismo ya lo tienes. Yo lo veo más seguro, pero como titulado tengo la obligación de enseñarlo como dice la UIAA (Unión Internacional de Asociaciones de Alpinistas) que es la que marca un poco las tendencias docentes de esta materia.

¿Existe un afán para coleccionar picos? ¿No es un mundo para vivirlo simplemente por el pacer de subir?
Yo creo que todo el mundo empieza así, por disfrutar. Pero como en todo, cuando hay dinero por medio, hay gente que se acaba pudriendo en este sentido. Cuando entran los patrocinadores, todo se confunde un poco y llegas a faltar a tus propios principios. Tanto es así, que hay gente que llega a falsear las cumbres, a no llegar a una cumbre porque hay niebla o lo que sea y, ¡venga como hay niebla, buscamos una zona parecida, despejada o una ante cima, y aquí mismo nos sacamos la foto y decimos que estamos en la cumbre!
Hay quien falsea y engaña las cumbres. Para mi te estás engañando a ti mismo, y no le veo ningún sentido.
He ido para vivir todo el camino. Si me falta 100 metros me da igual, el camino que he hecho es el mismo, el que yo he querido vivir, desde que lo soñé hasta que lo llevé a cabo. ¿Qué me faltaron 100 metros? Pues que bien. Ya te dije que en mi caso subir a la cumbre es la excusa para hacer todo el camino. Ahora en el Parinacota, esta última montaña a la que fui con patrocinadores para llevar al Trota, tuve que tomar la decisión de que no se subía a la cumbre. No llegaron todos. Y fíjate si eso influye que yendo con un grupo de amigos quizás no lo hubiera hecho, pero ya que estaba la prensa por medio, todo el mundo siguiéndonos, y  que no arriesgué en seguridad, opté por una decisión que posiblemente en otro momento no lo hubiera hecho así. En el punto en que mis compañeros no siguieron más, faltaban como 200 metros de desnivel para llegar a la cumbre, estábamos más o menos cerca, hice mis cálculos…, a ellos les podía costar unas dos horas y media, tiempo de oro que no teníamos ya, y tomé la decisión de dejarlos parados esperando, y yo subir rápido con la bandera de GC, sacar la foto arriba para cumplir un poco con las expectativas de los patrocinadores y volver. Cierto que valoré todo y no corrí ni hice que mis compañeros corrieran ningún riesgo extra. A mí me costó tres cuartos de hora frente a las dos horas y media de la otra opción. Bajé rápido, y en cuestión de una hora ya estábamos regresando. Como esto era un trabajo de equipo, lo que cuenta es que todos trabajamos para conseguirlo aunque al final solo llegara uno. El objetivo se cumplió, aunque lo ideal hubiera sido llegar con el Trota. 
Y eso que estamos hablando de pequeños patrocinadores. Cuando hablamos de patrocinios gordos, gente que se está disputando por países ser por ejemplo la primera mujer en el mundo, o el primer español, o el primer alemán…, etc., en conseguir los 14 ocho miles del planeta, suele haber mucho dinero por medio, pesa mucho más y hace que a veces cometas imprudencias, que te saltes tus principios.
Y después hay otro tipo de gente, gente que no tiene principios y vienen de otros mundos de competición. Hay carreras de montaña y corredores que ahora están intentando batir records de ver quien es el que sube más rápido al Aconcagua, por ejemplo. Están en el alpinismo por competición y no por el espíritu de aquellos montañeros de antaño que lo hacían por buscar una ruta determinada o simplemente disfrutar del ascenso, con mucha humildad. Hay gente que no tiene esos valores, y gente que los pierde por el camino.
Afortunadamente hay muchas montañas en este planeta, si quieres te vas a cualquiera de las otras y te alejas de esas masificaciones que se están dando en algunas: Everest, Aconcagua, Montblanc, etc.



En tus viajes te gusta hacer fotografías a la gente que te encuentras. ¿Qué es lo que buscas o qué es lo que te dicen esas fotografías cuando te las traes?
Me encantan las miradas de las personas, sobre todo de los niños, esas miradas inocentes que hay en esas culturas, llenas de vida y, a la vez,  llenas de dureza, porque han nacido en un mundo durísimo. Cuando veo eso irremediablemente lo comparo con mis hijos. Doy gracias a quien sea, Dios, Buda o como lo quieras llamar, de que vean la suerte que han tenido de nacer aquí y no allí. Eso me llama mucho la atención. Esos niños que viven a 4.400 metros de altitud, que van descalzos a la escuela por caminos de tierra, que pasan muchas veces puentes tibetanos de barrancos infernales, con una mochililla con sus escasos libros, o en un carro por un cable, nevando, lloviendo, con calor abrasador, que andan kilómetros para ir a una escuela hecha de chapas de lata, sin pupitres, en el suelo, y encima ves la ilusión con la que lo viven. Son miradas que te dan lecciones.
Y ya no te digo los mayores. A mi me ha pasado que te abren la puerta de su casa, que no es más que un habitáculo, uno solo, donde está absolutamente todo, la cocina y el espacio para dormir, y te hacen pasar, te hacen partícipe de todo lo de ellos. Igual solo hay 3 manzanas encima de una mesita hecha de piedra. Recuerdo precisamente ese detalle. Una pareja de gente mayor, pastores tibetanos de Yaks, en una carpa típica, gente nómada que todavía hay en el planeta y que van moviéndose en función de los pastos. Estas personas tenían 3 manzanas. Ellos eran dos, conmigo tres. Y nos comimos una manzana cada uno. Sin entender el idioma te hacían comprender que eso es lo que había, lo compartíamos, y tan felices. Mañana ya veremos lo que comeremos, el mañana no existe todavía, es un futuro lejano para ellos. Cuando ves esas cosas y te pones a planificar a 30 años de hipoteca, 5 de deuda del coche, etc., a hacer futuros tan inciertos y tan lejanos, ¡alucinas!. Para esa gente mañana ya es futuro lejano. No se preocupan de absolutamente nada más, y son capaces en ese preciso momento de hasta ser felices y disfrutar de lo que tienen, no de lo que le va a faltar mañana. Eso te da unas curas de humildad bestiales, y te hacen ver lo equivocado que estás a veces en el planteamiento que te haces de las cosas. Te sorprende esa humildad y la manera tan realista de ver la vida. Tú tienes que saber que tienes un amigo y a lo mejor mañana le da un infarto, sin padecer en absoluto, y ya no va a estar más aquí.
Nosotros nos llenamos la boca de decir “yo vivo al día”, pero para nada. Ellos sí que viven al día. Estamos viviendo en una realidad y nos creamos una seguridad que realmente no existe.

Si Javi fuera una montaña, ¿cuál sería?
Buena pregunta.
…, …, …, …, en momentos atrás estoy totalmente seguro que te diría que el Roque Nublo. Hoy me apetece más decirte que el Parinacota.
6.342 metros en los Andes de Bolivia, apartado de las cordilleras. Normalmente las montañas están en cordilleras, continuadas unas de otras, pero ésta está totalmente aislada. Hay varias que lo están, que salen del altiplano. Es una montaña aparentemente benévola, sencilla, sin grandes peligros objetivos, no tiene glaciares en los que te puedas caer en sus grietas, zonas que acumulen nieve y que escupan avalanchas que te puedan matar, aparentemente digo, sencilla, con un cráter dentro todavía muy caliente.
Pero es una montaña con la que tengo una historia de amor muy larga, de muchos años, que siempre se me ha resistido y que a pesar de su apariencia benévola y sencilla me ha hecho emplearme a fondo, sacar grados de humildad que desconocía, y es una montaña que me ha exigido muchísimo, muchísimo, muchísimo…, se ha hecho valer, se ha sacudido cuando se ha tenido que sacudir, que ha permitido que yo suba a gente allí, pero que yo no llegue a la cumbre, siempre se me ha resistido, y que ahora, en esta última vez me dio ese regalo, impensable en el modelo de expedición en el que iba, de poderme estar en una cumbre muy alta, en los Andes, en una tarde espectacular, totalmente solo.
Y ese regalo de 15 minutitos de poder verla por dentro, de hablar, y mirar enfrente el Sajama donde había vivido aquella experiencia con Iván, en el invierno andino, fue algo mágico.
Lo que pasa es que en la bajada, yo era el hombre más feliz del mundo, y nos dio una sacudida buena, tanto que me robó un compañero, me lo retuvo en sus entrañas toda una noche y toda la mañana siguiente y me lo hizo pasar muy mal. Me hizo pensar lo peor, que se había matado, me hizo emplearme a fondo y llorar mucho, odiar por momentos la montaña, sacar lo peor de mí en un momento dado. Pero después de pasado esto me hizo ver que ese regalo que me había dado tenía su precio, que lo tenía que pagar bien caro, y no era otra cosa que para saborearlo más, para eso que te decía al principio: yo creo que fue un sacudida  para decirme “¡cuidado no pierdas tu norte, ese con el que siempre has venido”.



¿Fue dictatorial contigo igual que tú lo eres con tus alumnos?
Sin duda, sin duda…., y tanto.
Por eso es una cura de humildad bestial que me hacía falta y que me la merecía. Estoy super-agradecido a esa montaña.
Te iba a decir que es parte de mí, pero para nada. Yo soy parte de esa montaña ya para toda la vida, sin duda.



(Si todavía no saben dónde está la Cordillera Javital, no la busquen en los mapas: la han tenido delante de sus ojos en las últimas 7.847 palabras).


Llegados a este punto, después de saborear el ratito que estuvimos en la cumbre de un pico cualquiera de la Cordillera Javital, y siguiendo con la otra mitad de la expedición, como bien dice el Maestro, iniciamos el descenso a nuestro valle particular de rutinas, pero, al menos en mi caso, indiscutiblemente con una mochila más llena, justo de esas cosas que no te importaría cargar toda la vida, esas cosas importantes dotadas de fuerte energía e impulso para seguir actuando sin perder el tan necesario manto de la humildad.

Javi, tú dices que llevas una bolsita con tus recuerdos…, yo me he dado cuenta  de que posiblemente también lleve otra bolsita conmigo, con todas esas enseñanzas y vivencias compartidas a lo largo de mi experiencia. Desde hoy aloja una vivencia más, una riqueza más: el inolvidable viaje al que me has llevado con tus palabras, con tus manos, con tus ojos…, con tu aprendizaje Vital.

Mientras “bajábamos”, cuando comentábamos aspectos de la charla  me dijiste: “yo necesito compartir mis cosas, mis experiencias, con alguien y esto es una ocasión perfecta para ello”.
Creo sinceramente que el hacerlo te enriquece aún más. Y los que tengan el placer de oírlo, te lo agradecerán.

Mi más profundo agradecimiento por ello, amigo.

Cuando vuelvas al Parinacota, dale un abrazo de mi parte. Llegar es solo la excusa.











JSR-Julio 2015