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miércoles, 23 de julio de 2014

Huellas.

Cuando vemos una película que nos gusta y tiempo después (incluso años) nos preguntan por ella, independientemente de que seamos capaces de recordar la trama y el argumento, siempre recuperamos, desde algún sitio de nuestra mente, determinadas imágenes, escenas o secuencias, de una forma impetuosa y prioritaria. Son esas imágenes que nos han "calado" y que han pasado a formar parte de nuestra colección del intelecto y la consciencia como lo que realmente destacamos, lo que realmente nos llevamos para nuestro aprovechamiento personal de esa película.
Cuando esas imágenes afloran, nos sentimos nuevamente conectados con la parte de nuestro aprendizaje vivencial que se forjó con ellas.
No es la primera vez que oigo un: "…esa película me marcó".
Eso significa que esa película ha sabido "llegar" a alguna parte de nosotros que estaba carente de orientación en algún sentido, o que teniendo esa orientación ayudó a abrir puertas, cerrar puertas, alumbrar sombras…, en definitiva seguir avanzando, o decidirnos a avanzar,  con el convencimiento de disponer de más fuerza y seguridad hacia aquello que realmente nos interesa.
Pero es solo una película.

En mi deambular (primero) y caminar (después) por el sendero de lo que sigo construyendo como Mi Historia, hay muchas cosas que han enriquecido mi equipaje personal. Solo algunas de ellas las considero tesoros, y como tales las guardo en un sitio muy especial.
En mi mente, que al final es el mejor sitio donde puedo guardar los tesoros de mi vida, tengo dos vitrinas especiales. En una guardo momentos y en otra personas.
Momentos y personas que han hecho que hoy sea como soy, que han aderezado las distintas escenas de mi vida, y que han orientado de una forma u otra como salvar las distintas encrucijadas en las que a diario me tropiezo.
Nuestra mente es un ordenador muy selectivo y exquisito. Cuando por cualquier razón se invocan cualquiera de esas imágenes de momentos o personas siempre muestra una imagen principal, la que "marca", y una serie de imágenes a su alrededor vinculadas a la principal, que pueden ser de un mismo momento o de una secuencia temporal. ¿Son todas? No. Ya se ha encargado él de desechar las de relleno. Solo muestra las que tienen marca vital en función de lo que nuestras emociones hayan catalogado.
Considero un ejercicio sano el dar un vistazo de vez en cuando a mis vitrinas y cargarme de su energía, porque esos momentos y personas no están olvidados. Están vivos y me acompañan siempre gracias a la riqueza del razonamiento y los sentimientos.
Ahora, mientras escribo, estoy dando un repaso rápido a algunos de mis trofeos, y tengo una sonrisa dibujada en la cara:
-       Por supuesto mi Madre: tiene un capítulo especial.
-       Por supuesto mi Padre: tiene un capítulo especial.
-       Mi primer día de colegio.
-       Don Antonio. Mi primer maestro con apenas 5 años. Una persona seria, estricta, pero íntegra y de las que marcan camino.
-       El día que mis padres me regalaron "mi Timple", y que según lo cogí en las manos me puse a "furrusquiar".
-       El día que mi padre fue al colegio a buscarme para que nos fuéramos a la playa.
-       Don Francisco. Mi primer profesor de inglés y gracias al cual tengo la absoluta seguridad de que lo que sé de ese idioma se forjó en sus dos años de clase. La primera vez que ví personalizada la vocación. Lo que ha venido después solo ha sido variantes de lo mismo.
-       El fatídico día en que me "quitaron" las amígdalas, y que fui a la consulta con dos pistolas enfundadas en una super cartuchera cual más valiente de los sheriffs que se pueda imaginar.
-       Doña Rosario. Mi profesora de pintura. Tres años de la EGB en que prefería no ir al recreo y aprovechar esa media hora en seguir sus indicaciones y aprender el maravilloso mundo de los colores y las formas.
-       Mis salidas solitarias en bici, después de haber estado reuniendo durante algo más de un año para poder comprarla. Casi todos mis "amigos" tenían una super "Chopper" con 2 velocidades. Yo tenía una BH monotubo de piñón fijo, con la que me llegaba hasta Ingenio (ellos no salían de la calle en la que vivían).
-       El primer día de Universidad. ¡que locura!
-       Mi primer día de trabajo.
-       Don Lorenzo. Mi Jefe, por excelencia. El Don ya formaba parte de su nombre. Profesional donde los haya.
-       El día que conocí a la persona que desde entonces me acompaña en la aventura de mi vida.
-       La cara de emoción de mi padre cuando le dije "¡que vas a ser abuelo!".
-       Las reacciones de mis hijas mientras las enseñaba a montar en bici.
-       El día que descubrí lo maravilloso de la naturaleza sumergida.
-       La orla de Bachiller de mi hija Rita.
-       … hay muchos, muchos más…
Esta misma semana he abierto la vitrina de momentos para guardar uno que viví el fin de semana pasado y al que le he dedicado una entrada en mi blog: La primera vez que ví a mi hija Sara actuando y bailando clásico haciendo "puntas". Indescriptible.
Hoy, con todos los honores, abro mi vitrina de personas y guardo a buen recaudo en su interior, para mi disfrute recurrente, y en un hueco que ya le venía reservando, a una de esas que dejan huella (según la R.A.E. "dejar impresión profunda y duradera").
Una persona que se incorporó a mi camino con mucho desparpajo. Que sigue con más desparpajo todavía y que amenaza, por suerte para todos los que la conocemos, con seguir siendo tal cual.
Una persona motivadora cien por cien, absolutamente positiva, alegre, de las que pensamos que siempre hay un lado bueno, siempre hay luz, aunque haya que buscarla. Transparente y sincera. Loca y cuerda.
Una persona que, en lo que a mí respecta, sembró una inquietud y dio forma a ideas sueltas almacenadas, haciendo que fuera capaz de ordenarlas, estructurarlas, ponerlas en funcionamiento y, lo que es mejor, usarlas para mi disfrute.
Ana, Anita, Ana (Orantos para más señas): Desde ya tienes Tu sitio en mi humilde vitrina de personas. Ya formas parte de mis tesoros.
Con tu permiso (¡qué demonios, y sin él también!) accederé a él de forma reiterada cada vez que me acuerde de ti, de tus enseñanzas, de tu filosofía, de tu forma de enseñar…, de tu forma de ser. Y si los caprichos de la vida, que al final son los nuestros, permiten que con el tiempo nos sigamos cruzando, me sentiré más privilegiado (ya lo soy).
Solo una palabra lo puede resumir: GRACIAS.

Y ahora, cierra los ojos, y hasta donde tú te permitas, recibe mi más cariñoso y espachurrador abrazo. Revívelo cada vez que lo necesites.

lunes, 21 de julio de 2014

Plas, Plas, Plas...

Este fin de semana pasado he acudido a la cita anual con el Espectáculo que los alumnos de la escuela de danza Ruben T. ofrecen a familiares, simpatizantes y amigos cada vez que finaliza un período lectivo de preparación.
Cada año una historia nueva, una coreografía nueva, una música nueva. Todo ello sumado a las ganas renovadas de los implicados, hace que el producto final sea altamente satisfactorio.
¿Alguna vez se han preguntado cómo se ve el teatro desde el escenario en plena ejecución? ¿Realmente se ve, o los bailarines están tan metidos en su historia que no llegan a percibir en su totalidad la inmensidad de ojos que tienen apuntándoles?
¿Cómo se sentirían ustedes haciendo una tarea, la más simple, pero sintiéndose observados por, digamos, 1000 ojos?. Si, mil ojos pertenecientes a unas mentes que no piensan igual ni por asomo. Unas mentes de personas completamente diferentes, con sus situaciones, condicionantes, preferencias, gustos, estados de ánimo, predisposiciones, problemas, preocupaciones…, etc.
Observados, incluso analizados, por multitud de cristales de multitud de colores. Todos con una opinión, buena o mala, positiva o negativa, constructiva o destructiva, pero opinión, y respetable al fin y al cabo.
No es fácil. Y ese es uno de los valores añadidos que tiene el aprendizaje en una disciplina como la que comparten los que participaron en el espectáculo de este año. Si, aprendizaje. Del que no se aprende en libros. Del que solo se aprende experimentándolo, primero a pequeños pasos, y después con total libertad y autonomía, pero siempre de la mano de un buen guía que te sepa aislar de lo prescindible, que te sepa involucrar en lo importante, que te sepa llenar de motivación, que te enseñe a caminar por ti mismo.
Llevo ya algunos años asistiendo puntual y diligentemente a la cita de final de curso, y cada año palpo esa evolución de la experiencia en los alumnos casi como si pudiera tocarla con la mano. Este año más todavía. He visto alumnos que empezaron hace algunos años haciendo una tímida entrada, quizás algo desconcertada, en un número primerizo, y que hoy evolucionan en el escenario con una compenetración en la coreografía y la música que denotan una proyección de las que muchos "artistas" quisieran beber. Sincronización, expresión, ímpetu, compenetración, sentimiento…, son solo algunas características al azar del cargamento de profesionalidad que ya van acumulando y demostrando.
Permítanme ser egoísta y reservarme un hueco en estas líneas para hablar en primerísima persona.
Mi vinculación a esta escuela viene de la mano de mi hija Sara, que hace algunos años ya nos convenció de que "bailar" era lo que le gustaba. Creo que aceptar su petición fue una de las mejores cosas que hemos hecho. Que su desarrollo fuera en la escuela de Ruben, creo que ha sido otro de los aciertos.
Tengo un momento guardado en una vitrina muy especial de mi mente. Esa vitrina que solo abro para poner a buen recaudo esas cosas que nunca olvidaré, esas obras de arte de tu existencia que aflorarán como recuerdos cada vez que quieras y que te hacen sentir orgulloso de lo que has sido, o que te han marcado hitos en el camino de tu vida.
Ya en la segunda parte del espectáculo comenzaba la escenificación de una de las coreografías:
Unos alumnos que entran a clase de baile, se colocan dispersos haciendo grupitos, coros y entablando conversaciones de jóvenes mientras hacen estiramientos para una supuesta clase de baile clásico. La profesora que entra y que pausadamente observa a todos los alumnos haciendo una indicación aquí y allá, hasta que a un toque de palmas todos los alumnos se ponen de píe y se colocan siguiendo un patrón determinado ya aprendido. A la voz de "plié", se inicia el baile…
Y solo fue entonces cuando fui consciente de algo maravilloso. Frente a mí, a no más de 10 metros, los bailarines se elevaban grácilmente 10 cm sobre el suelo, moviéndose elegantemente.  Y … ¡Si!, ¡estaba viendo por primera vez a mi hija hacer "puntas"!, ¡bailar clásico!. Perdí la visión del espectáculo unos segundos por una inoportuna nube acuosa que se me puso en los ojos atada a un leve dolor en la garganta que no la dejaba marchar. Lo confieso, mi mente hizo un zoom exagerado, creó un viñeteado alrededor de los movimientos de Sara y lo único que era capaz de ver de forma nítida era su evolución. El resto de bailarines quedaron relegados a un círculo desenfocado. En los siguientes segundos ese Zoom se fue abriendo y pude, por fín, contemplar la escena en todo su magnífico conjunto. Desde entonces mi vitrina de imágenes tiene un tesoro más.
No sé si alguien más ha experimentado esa sensación en algún momento. La mía ya está guardada y a buen recaudo.
Y esto va por todos: Creo que es el mejor colofón al trabajo bien hecho, al disfrutar con lo que haces, a la dedicación, a sobreponerte a altibajos, cansancio, agotamiento, problemas y demás inconvenientes, al aprendizaje bien guiado y magistralmente inculcado.
Este año hubo un reto añadido: era un musical de diseño propio del "maestro Ruben". Y a la vista está el resultado: una coreografía impecable, una música totalmente oportuna y exquisita, una guión y puesta en escena magistral, un vestuario selecto y perfectamente expresivo, una escenografía de cuento…, y magia en el aire.
Solo pongo un pero: se me hizo corto.
No sé si nuestros hijos bailarán bajo el mar o en la calle, o … ¿importa acaso?.  Solo sé que bailarán y que quieren seguir bailando. Eso es arte, es cultura, es una forma de educarse para la vida. Y mientras sigan teniendo un guía como el que hasta ahora han tenido, el buen camino está garantizado.
Mi agradecimiento a todos los implicados que nos hicieron vivir tan emocionante momento: Mis felicitaciones por la joya que nos han dejado y por el esfuerzo y dedicación en compartirla.
Y a ti Sara…, ¡qué quieres que te diga mi niña!.

viernes, 18 de julio de 2014

Motigrafía


Un reto.
Venciendo barreras.
Completamente ilusionado y motivado.

Compartir lo que sabes: es la mejor manera de crecer.

http://fotograncanaria.org/motigrafias/