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lunes, 21 de julio de 2014

Plas, Plas, Plas...

Este fin de semana pasado he acudido a la cita anual con el Espectáculo que los alumnos de la escuela de danza Ruben T. ofrecen a familiares, simpatizantes y amigos cada vez que finaliza un período lectivo de preparación.
Cada año una historia nueva, una coreografía nueva, una música nueva. Todo ello sumado a las ganas renovadas de los implicados, hace que el producto final sea altamente satisfactorio.
¿Alguna vez se han preguntado cómo se ve el teatro desde el escenario en plena ejecución? ¿Realmente se ve, o los bailarines están tan metidos en su historia que no llegan a percibir en su totalidad la inmensidad de ojos que tienen apuntándoles?
¿Cómo se sentirían ustedes haciendo una tarea, la más simple, pero sintiéndose observados por, digamos, 1000 ojos?. Si, mil ojos pertenecientes a unas mentes que no piensan igual ni por asomo. Unas mentes de personas completamente diferentes, con sus situaciones, condicionantes, preferencias, gustos, estados de ánimo, predisposiciones, problemas, preocupaciones…, etc.
Observados, incluso analizados, por multitud de cristales de multitud de colores. Todos con una opinión, buena o mala, positiva o negativa, constructiva o destructiva, pero opinión, y respetable al fin y al cabo.
No es fácil. Y ese es uno de los valores añadidos que tiene el aprendizaje en una disciplina como la que comparten los que participaron en el espectáculo de este año. Si, aprendizaje. Del que no se aprende en libros. Del que solo se aprende experimentándolo, primero a pequeños pasos, y después con total libertad y autonomía, pero siempre de la mano de un buen guía que te sepa aislar de lo prescindible, que te sepa involucrar en lo importante, que te sepa llenar de motivación, que te enseñe a caminar por ti mismo.
Llevo ya algunos años asistiendo puntual y diligentemente a la cita de final de curso, y cada año palpo esa evolución de la experiencia en los alumnos casi como si pudiera tocarla con la mano. Este año más todavía. He visto alumnos que empezaron hace algunos años haciendo una tímida entrada, quizás algo desconcertada, en un número primerizo, y que hoy evolucionan en el escenario con una compenetración en la coreografía y la música que denotan una proyección de las que muchos "artistas" quisieran beber. Sincronización, expresión, ímpetu, compenetración, sentimiento…, son solo algunas características al azar del cargamento de profesionalidad que ya van acumulando y demostrando.
Permítanme ser egoísta y reservarme un hueco en estas líneas para hablar en primerísima persona.
Mi vinculación a esta escuela viene de la mano de mi hija Sara, que hace algunos años ya nos convenció de que "bailar" era lo que le gustaba. Creo que aceptar su petición fue una de las mejores cosas que hemos hecho. Que su desarrollo fuera en la escuela de Ruben, creo que ha sido otro de los aciertos.
Tengo un momento guardado en una vitrina muy especial de mi mente. Esa vitrina que solo abro para poner a buen recaudo esas cosas que nunca olvidaré, esas obras de arte de tu existencia que aflorarán como recuerdos cada vez que quieras y que te hacen sentir orgulloso de lo que has sido, o que te han marcado hitos en el camino de tu vida.
Ya en la segunda parte del espectáculo comenzaba la escenificación de una de las coreografías:
Unos alumnos que entran a clase de baile, se colocan dispersos haciendo grupitos, coros y entablando conversaciones de jóvenes mientras hacen estiramientos para una supuesta clase de baile clásico. La profesora que entra y que pausadamente observa a todos los alumnos haciendo una indicación aquí y allá, hasta que a un toque de palmas todos los alumnos se ponen de píe y se colocan siguiendo un patrón determinado ya aprendido. A la voz de "plié", se inicia el baile…
Y solo fue entonces cuando fui consciente de algo maravilloso. Frente a mí, a no más de 10 metros, los bailarines se elevaban grácilmente 10 cm sobre el suelo, moviéndose elegantemente.  Y … ¡Si!, ¡estaba viendo por primera vez a mi hija hacer "puntas"!, ¡bailar clásico!. Perdí la visión del espectáculo unos segundos por una inoportuna nube acuosa que se me puso en los ojos atada a un leve dolor en la garganta que no la dejaba marchar. Lo confieso, mi mente hizo un zoom exagerado, creó un viñeteado alrededor de los movimientos de Sara y lo único que era capaz de ver de forma nítida era su evolución. El resto de bailarines quedaron relegados a un círculo desenfocado. En los siguientes segundos ese Zoom se fue abriendo y pude, por fín, contemplar la escena en todo su magnífico conjunto. Desde entonces mi vitrina de imágenes tiene un tesoro más.
No sé si alguien más ha experimentado esa sensación en algún momento. La mía ya está guardada y a buen recaudo.
Y esto va por todos: Creo que es el mejor colofón al trabajo bien hecho, al disfrutar con lo que haces, a la dedicación, a sobreponerte a altibajos, cansancio, agotamiento, problemas y demás inconvenientes, al aprendizaje bien guiado y magistralmente inculcado.
Este año hubo un reto añadido: era un musical de diseño propio del "maestro Ruben". Y a la vista está el resultado: una coreografía impecable, una música totalmente oportuna y exquisita, una guión y puesta en escena magistral, un vestuario selecto y perfectamente expresivo, una escenografía de cuento…, y magia en el aire.
Solo pongo un pero: se me hizo corto.
No sé si nuestros hijos bailarán bajo el mar o en la calle, o … ¿importa acaso?.  Solo sé que bailarán y que quieren seguir bailando. Eso es arte, es cultura, es una forma de educarse para la vida. Y mientras sigan teniendo un guía como el que hasta ahora han tenido, el buen camino está garantizado.
Mi agradecimiento a todos los implicados que nos hicieron vivir tan emocionante momento: Mis felicitaciones por la joya que nos han dejado y por el esfuerzo y dedicación en compartirla.
Y a ti Sara…, ¡qué quieres que te diga mi niña!.

1 comentario:

  1. ¡Que satisfacción sentir estas cosas tan hermosas viendo a tus hijos hacer aquello que desean! Mi enhorabuena, Juan tanto a ti como a tu hija. :)

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