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viernes, 28 de septiembre de 2012

Capítulo 2 - Pétalos al viento

Estoy recostado en la silla mirando la pantalla del ordenador mientras la impresora se esfuerza por pintar una imagen. Estoy completamente cautivado por la foto que ahora mismo se muestra: Elena tapándose la cara con sus manos mientras sus ojos intentan escaparse entre sus dedos para ver.

Son casi las 2 de la mañana. Hace un buen rato que llegué, pero no pude resistirme a un impulso irrefrenable para ver las fotos que le hice. Y me puse a ello. Ya las he volcado en el ordenador y las he estado revisando todas, pero esta foto…, tiene algo especial.

La impresora expulsa la hoja de papel fotográfico que ha estado garabateando, la cojo y me quedo mirando: ¡preciosa!.

Una extraña sensación de alegría y júbilo me invade. Apago la impresora y el ordenador y decido irme a descansar. No sé si dormiré, porque hay muchas sensaciones, muchas imágenes que se agolpan en mi mente pugnando por sobrepasar la fina línea de mi subconsciente y ser protagonista de mis pensamientos. Enredado en esa sensación, dejo que mi mente los decore mientras cierro los ojos para tener una mejor visión, o, simplemente, intentar dormir.

Abro los ojos. Es de día, la luz del sol está entrando por la ventana de mi habitación. Me desperezo y miro el reloj: las ocho, ¡buena hora!.

El día está claro, sin apenas nubes, y el sol irradia alegría. La misma que siento desde que me he levantado. Una continuidad de la euforia que me acompañó en mis sueños.

Sus ojos me siguen mirando. Una sensación de impaciencia me embarga, y sé qué es lo que lo causa. No sé si llamarla. Igual me precipito y vuelvo a los días nublados. Pero también es cierto que no quiero que esta oportunidad que se me ha presentado como regalo del cielo, pase indiferente.

Cábalas y más cábalas que no conducen a nada, cuando la realidad es que me encantaría verla…, aunque deje el momento a su elección.

Decido mandarle un mensaje. Así, si está dormida aún, no la despertaré.

Cojo el móvil y escribo: Buenos días. Espero que hayas dormido bien. Ayer fue un gran día, al menos para mi. Y me encantaría verte de nuevo…  - pulso enviar y suelto el móvil sobre la mesa como si hubiera hecho una travesura.

No tenía planes para este Domingo, y mira por donde, nada más que pensar en que a lo mejor la veo otra vez me completa el día. Es curioso cómo cambian las cosas cuando algo o alguien te hace recuperar la luz que se te había apagado o que no eras capaz de ver. Y cómo los sueños pueden hacerse realidad, pero tienes que perseguirlos.

Bip-bip. Miro la pantalla del móvil. Un mensaje ha entrado. Y como si me hubieran descubierto por alguna fechoría, cojo el móvil y abro el mensaje. ¡es de Elena!

Buenos días. He dormido muy bien y la tarde de ayer me encantó – aparece escrito en la pantalla.

¡oh, oh! No dice nada de vernos – me quedo apesadumbrado.

Bip-bip. - Otro mensaje, también de Elena. Lo abro – ¿me estás pidiendo una cita?

¡fuegos artificiales! … ¿o está jugando?

Cojo el móvil y marco su número.

Hola – responde,  y esa vocecita penetra hasta lo más profundo de mi mente.

Hola. ¡Si!. – consigo decir.

¡Qué!

Que Sí. Que te estoy pidiendo una cita. – suena una risa al otro lado, que también me hace sonreir. – Ya veo que al menos le alegro el día señorita, lo cual me complace enormemente.  Qué, ¿le parece divertida mi proposición?

No, no.. bueno sí. Es la forma en que lo has dicho – responde.

¡Ah! ¿Y la respuesta es…? – digo.

Bueno…, podría ser. – dice con tono divertido.

En ese caso señorita, le comunico que aceptaré gustoso las condiciones para que "pueda ser" – le digo también en tono divertido.

Ríe al otro lado del teléfono – ¿cualquier condición?.

Es un riesgo que  asumo. Creo que el verla nuevamente compensará cualquiera que pueda imponerme. Solo dígame cuándo y dónde.

Esto es casi como una cita a ciegas… ¡vale!..., Pues digamos a las once y dónde mismo me dejaste ayer – dice finalmente – Y la condición te la digo más tarde. ¡ah! Eso sí. Aparca en algún lugar y nos vemos en la entrada.

¡A sus órdenes señorita.! – exclamo. – Allí estaré. Ya estoy impaciente.

Pues, hasta luego entonces, caballero.

Hasta ahora… - y cuelgo.

¡Faltan 2 horas todavía!, y rápidamente, como si ello hiciera que el tiempo fuera más deprisa, empiezo a prepararme para salir.

 

Hace media hora que llegué, y estoy apoyado en un borde de una especie de escaparate sobresaliente justo al lado del portal. El día sigue espléndido, y aunque intento distraerme con el escaso movimiento que hay en la calle, un reloj invisible machaquea mi cabeza, a la  vez que experimento sobresaltos cada vez que se ha abierto el portal, para comprobar que no era ella. Como ahora: el portal se abre,… ¡sí, es ella¡. ¡Está radiante! Su pelo rizado brillante como recién lavado recogido de igual forma que ayer y viste una camiseta manga hueco de color blanco con una cara de una chica pintada en blanco y negro por delante, pantalones vaqueros clásicos tipo pitillo, zapatillas de sport, también blancas, y lleva colgado un bolso bandolera de piel, de color negro y gris. Me alegro de haberme puesto vaqueros y zapatillas de sport también.

¡Hola!  - dice.

¡Hola! – digo.

Y dos besos en la mejilla se intercambian. Me separo un poco, mirándola y digo: ¡estás preciosa!

Gracias. ¿vamos? – dice, como si tuviera prisa.

Le hago un gesto galante a la vez que asiento y digo:- vamos.- Estamos bastante cerca de Triana, y vamos caminando hacia allí, entre bromas. Al llegar a la calle peatonal le digo, ¿Qué te apetece hacer?

¿Esto era una cita a ciegas, no? – me contesta.- Así que vamos a convertirla en una cita a ciegas – y sin mediar palabra saca un pañuelo de su bolso y riendo me dice – quítate las gafas -. Sorprendido hago lo que me dice, y veo como extiende el pañuelo, me lo pone en los ojos y lo ata suavemente por detrás. No la veo, pero oigo su risita y no puedo evitar reírme.

¡Vaya, vaya! – digo – ya veo que va a ser una cita de castigo. No sé que habré hecho para merecer esto.

Dijiste que asumías cualquier condición y solo te voy a poner dos.

¿dos? ¿y cual es la otra?

La otra es que tengo que estar en casa a las siete o siete y media como mucho – y lo dice con un tono que no adivino si es serio o indiferente.

Esa, si no puedo hacer nada para evitarlo, creo que la podré soportar –le digo-, pero esta… Además, si no veo me voy a pegar un leñazo en cualquier momento, y se convertiría en una cita  de centro de salud…, y esa no mola.

Se ríe - Tranquilo, no te preocupes, que estás muy guapo en plan gallinita ciega.

Tampoco puedo evitar reírme. -¿guapo? Más bien idiotizado. ¿y ahora qué?- Exclamo con los brazos extendidos como mostrando impotencia.

Vamos a pasear. – me dice.

Me quedo un rato con una sonrisa incrédula plantada en la cara, y al final, encojo mi brazo izquierdo solicitándole que pase su mano por él. Cuando noto que lo ha hecho, acerco más el brazo a mi cuerpo a la vez que le digo: bien, soy todo suyo señorita…

Y los dos reímos a carcajadas a la  vez que reanudamos la marcha.

Sé que vamos en dirección a Vegueta. Y agudizo todo lo  que soy capaz mis sentidos para intentar captar al máximo las sensaciones. Oigo gente pasar, conversaciones que se acercan y se van, incluso algún comentario sobre qué me pasa o por qué llevo un pañuelo en la cara, pero todo ello sin dejar de sentir su brazo sobre el mío e intentar adivinar mentalmente por donde vamos.

Por mis cálculos hemos subido hasta la Plaza de las Ranas, y estamos cruzando por el paso de peatones en dirección a La Catedral. Ya en el otro lado, seguimos hablando, gastándome bromas sobre lo que veo y lo que no, lo patoso que puedo resultar, y sobre lo que parecemos de esta guisa. Giramos a la izquierda, y se nota que hay más tránsito de gente, el bullicio se acrecienta, con lo cual adivino que estamos llegando al mercadillo de las flores y artesanía de Vegueta. Y nos metemos de lleno. Noto que me agarra el brazo algo más fuerte, puesto que con el gentío tiene que guiarme algo más firme para no toparme con todos los transeúntes.

Voy intentando adivinar de qué son los puestos por los que pasamos, para lo cual en ocasiones me da pistas, algunas claras y otras completamente rocambolescas, simplemente por despistar y ponerme a prueba. No obstante, creo que, salvo algún traspiés que otro (no sé si forzado o intencionado), voy saliendo más o menos airoso de la experiencia.

Me llegan olores que abren el apetito. Estamos ante un puesto de panes y dulces. Se para y pide a una dependienta que le ponga "dos de estos" y "unos cuantos de aquellos". Adivino que está haciendo señas de complicidad a la dependienta, porque comparten risita. Me quedo parado a su lado todo el tiempo, haciendo muecas y carantoñas. Ya que no puedo ver, al menos que no parezca un pasmarote.

¡Abre la boca! -  me dice.

¿eh? –respondo.

Abre la boca. Confía en mí .

No se, no se…. – digo, pero abro la boca, e inmediatamente noto que me ha plantado una milhoja de merengue.

A ver si eres capaz de comértela sin mancharte – me dice mientras ríe.

Me palpo la boca para detectar la forma y tamaño de la milhoja. La cojo, y sin despegarla de la boca, empiezo a chuparla para que el merengue no se me caiga. ¡Debo ser la atracción del lugar! – digo intentando parecer muy serio  - ¡señores, busquen la cámara oculta! – grito, y como respuesta noto un apretón fuerte en el brazo - ¡ay! , ¡y encima me maltratan! – consigo decir, mientras me hago a un lado, no sin antes golpearme contra un viandante, lo que me obliga a quedarme quieto y pedir disculpas sin saber a quién. Me agarra nuevamente del brazo y continuamos caminando, entre risas, mientras acabo con el merengue y me dispongo a comerme las dos placas de hojaldre que han quedado.

Una vez que he acabado, me repaso la boca con la lengua, me chupo escandalosamente los dedos, y con una exclamación de satisfacción me planto y le pregunto - ¿sería usted tan amable señorita de indicarme si tengo manchada la boca?- y oigo un  - ¡bueeeeno! Hay que limpiar aquí, - y noto que me restriega con fuerza con una servilleta de papel en el lado derecho de la cara – y aquí – y otro restregón en el lado contrario – y aquí -, un restregón más en la barbilla – y aquí – otro restregón en el labio superior – y aquíiiiii – y termina metiéndome la servilleta en la boca mientras ríe con más fuerza.

Estoooo, bien. ¿ha acabado usted de humillarme en público? – le digo con la servilleta todavía en la boca – porque si no es así, siga limpiando, no se corte. Total, un restregón más o restregón menos no se va a notar. -Su risa se incrementa a la vez que me quita la servilleta de la boca. Vale, vale, dice finalmente y después de pasarme otra servilleta, ahora más suavemente por los labios, me vuelve a agarrar del brazo para continuar la marcha.

¿quieres un bollo de anís? – me pregunta. A lo que le respondo - ¿sistema tradicional o por encaje a presión?. Ríe con fuerza y me responde – no, no, tradicional…, toma. 

Vale, pero me lo colocas tú en la boca. Y cuando lo hace aprieto firmemente los labios, con lo cual consigo pillarle los dedos por un instante, y cuando los suelto le digo – perdón, pensé que era parte del bollo, es que como no veo – y río. Ella también lo hace.

 

Continuamos andando, si a esto se le puede llamar andar. Después de un tiempo, sé que estamos ante un puesto de flores. Los aromas que respiro así lo delatan. Noto que Elena está callada, y me tira un poco del brazo, pero no lo suficiente como para que nos movamos, por lo que sé que está observando alguna planta. ¿Hay rosas? –le pregunto.

Si. – me responde.

Esto es un castigo – le digo en un tono tranquilo. Y a continuación levanto la mano como si estuviera llamando a alguien del puesto a la vez que digo – ¿por favor? – a lo que una voz femenina me responde – dígame caballero, ¿le puedo ayudar en algo?.

Si, por favor – noto que Elena me está mirando -. Tengo que comentarle una cosa, pero tengo un problema y es que se tiene que acercar para que se lo pueda decir al oído porque esta señorita que me acompaña no puede oírlo y, como habrá podido comprobar, tengo un castigo en los ojos que me impide ver lo que tiene en su puesto. – estoy casi seguro de que Elena sonríe pero a la vez está perpleja.

Sí, como no – la voz ahora es más alegre y casi divertida – usted dirá – y se me acerca poniéndose en medio de ambos.

¡Eh! ¿qué estás tramando? – dice Elena.

Nada en absoluto. Tengo que usar los medios de que dispongo ya que tengo algunos que han sido inutilizados al menos momentáneamente – le espeto – Señora, por favor – dirigiéndome a la mujer del puesto – ¿sería usted tan amable de asegurarse de que la señorita no se acerque demasiado mientras le hago la consulta?.

¡faltaría más! – esto va bien. Se ha unido al juego. – dígame – y se acerca a mi cara… En voz baja le susurro unas instrucciones y después de un par de monosílabos afirmativos y negativos que corroboraban o no sobre lo que le decía, exclama - ¡perfecto! ¡como no! – y noto que se adentra en el puesto.

Pues nada, hasta luego – le digo. Y dirigiéndome a Elena le comento – cuando quieras podemos continuar – creo que se ha quedado intrigada.

Eh, ah, ¿y ya está? ¿Qué le has dicho?– dice.

Solo he aclarado algunas dudas sobre plantas, nada más. – e intento parecer serio.

Venga ya…, ¿qué le has dicho?  - se ha puesto enfrente mío.

Le he hecho algunas preguntas sobre flores. – recalco -. Fíjate, yo que no veo no me preocupo, y tú que has tenido los ojos abiertos todo el rato te estás preocupando.

Y yo voy y me lo creo – dice en tono sarcástico.- eso es… - ¿abusar? – le termino yo la frase – no creo que estés en disposición de hablar de abuso…¡ja!¡ja! – y noto que aunque riéndose se resigna. -  le tiendo el brazo nuevamente. Se engancha y volvemos a caminar.

Han pasado unos cuantos minutos y estamos en otro puesto más adelante, en esta ocasión me está describiendo lo que hay en él: objetos de artesanía, calados, tapetes, manteles, etc.

¡Caballero, caballero! – oigo la voz femenina de antes que se acerca. Nos paramos. Yo me giro un poco a la vez que Elena – Señorita, un encargo para usted-. En mi mente dibujo la escena pero no consigo captar la reacción de Elena, que finalmente exclama - ¡qué bonito! ¿seguro que es para mí? – a lo que le digo – No podría ser para nadie más – dirijo mi hipotética mirada hacia donde supongo que está la señora y le digo - ¿pudo ser? – a lo que me responde – creo que si, y espero no haberme equivocado –. Si a la señorita le gusta es que hemos acertado – termino por decir. Tiendo la mano a la cartera la abro y me pongo entre Elena y la señora – lo que hablamos – le digo, a lo que ella me responde – pero le sobra… - y haciendo un gesto de tranquilidad le digo - no se preocupe, considérelo costes de complicidad, … y muchas gracias – la señora se retira muy agradecida y deseándonos toda clase de suertes.

Me giro hacia Elena y le pregunto - ¿te gusta?

¡Es precioso! – su voz denota emoción.

Bueno no sé exactamente qué flores te gustan, así que me he arriesgado.

Es precioso, ¿lo quieres ver? – me dice como si fuera una súplica.

No. Las promesas hay que cumplirlas. Además…,imagino que debe ser un ramo con 15 rosas rojas distribuidas circularmente, sobresaliendo de un "manto" de rosas blancas,  adornado en su parte superior por 3 rosas anaranjadas, toda la base del ramo y su contorno cubierta con musgo del que sobresale una orquídea blanca y roja, y alrededor algo de lluvia. Es un ramo y es un pensamiento. Es una manera de representar las sensaciones que me acompañan cuando estoy contigo. Espero que te haya gustado.

Es precioso. Me gusta mucho – y me da un beso en la mejilla que no esperaba – Se acabó la cita a ciegas – y tira del pañuelo quitándomelo.

Cierro los ojos un momento porque la luz repentina me escandila, me coloco las gafas en lo que recupero la visión, y, cuando lo hago, la veo enfrente mío, totalmente risueña, con la cabeza ladeada y el ramo cogido con las dos manos a modo de abrazo. Es una de esas imágenes que no se me borrarán nunca de mi archivo mental. Termino por decirle – Pues sí, captó lo que le dije. Pero debo añadir que a belleza no te gana.-

Le ofrezco mi brazo nuevamente y se engancha con un gesto alegre, para volver a unir sus manos sobre el ramo. Y así caminamos entre puestos, cruzando miradas de vez en cuando y hablando en silencio, como si no quisiéramos que el tiempo pasara.

¿Comemos? – le digo, y asiente con la cabeza y su cara sonriente.

Hemos entrado en un restaurante ubicado en una casa señorial, con un gran patio central en el que se distribuyen varias mesas. Estamos sentados en una de ellas cerca de una de las esquinas. Ya hemos pedido algunas cosas para picar, y el ramo comparte mesa con nosotros. Elena no para de mirarlo de vez en cuando y de acariciar alguna flor como si temiera que se descolocara.

En un momento de la conversación me dice – Antes dijiste que era un ramo y un pensamiento. ¿cuál es el pensamiento?

Bueno – le digo – es solo intentar plasmar con flores esas sensaciones que tengo cuando me acompañas o lo que me gustaría que vieras. Un mensaje silencioso de cómo te veo. Igual te suena ridículo, pero hay muchas maneras de decirlo sin palabras. El problema es que a veces no consigues decir todo lo que querías, pero ese es el riesgo que corres. Ese y que guste.

Me ha encantado, así que por ese lado ya puedes estar tranquilo. Pero me gustaría saber qué es lo que querías decir – y me mira de una forma entre divertida e intrigada.

Inclinándome un poco sobre la mesa hacia ella, y mirándola, le hablo de forma suave y pausada: Las rosas rojas son el lenguaje internacional del amor, de la pasión. Y las blancas de la pureza, de unidad. Se supone que cuando se combinan las dos lo que se transmite es una "mezcla" de sentimientos hacia la persona que las recibe, un sentimiento de unión. Por otro lado, las rosas naranjas no son un capricho. Están puestas para representar entusiasmo, el sentimiento de que algo está floreciendo. La lluvia alrededor indica frescura. La que tú tienes y que me haces sentir cuando estoy contigo. La orquídea en el centro te representa a ti. Una orquídea representa belleza, dulzura, sentimientos puros y sublimes, y quien la regala quiere expresar adoración. Además, como ves, es roja y blanca. Y por último, el musgo no es solo relleno. Se dice que un ramo cubierto de musgo representa una confesión de amor.

Termino mi explicación y le tengo cogida una de sus manos con las mías. Me mira con sus ojos completamente iluminados y brillantes. Creo que debo tener algo atascado en la garganta, pero intento que la voz no se me quiebre cuando le digo – He encontrado un tesoro, y no quiero perderlo. Llámame cursi si quieres, pero es lo que pienso. El que se cumpliera mi deseo de encontrarme contigo ya fue uno de los mayores premios en mi vida, pero que, además, me hagas sentir lo que siento no tiene precio. Tienes todo el derecho del mundo a mandarme a paseo. Lo último que quisiera es ser un intruso en tu vida, algo que te molesta. Lo entenderé… - y en ese momento me pone los dedos de su otra mano en mis labios como para que no hable más.

Baja la mano y la coloca sobre las mías y me dice – Estoy muy a gusto contigo. Y es lo más bonito y sincero que me han dicho en la vida. Mi deseo ahora mismo sería corresponderte. Pero hay muchas cosas que no sabes de mi.

Déjame conocerlas. No tengo prisa. – le interrumpo. – Mi ofrecimiento no es otro que el velar por ti si me lo permites. Y por supuesto compartir, aprender y conocer, siempre desde la sinceridad. Yo te he expresado lo que siento. Y tú también lo estás haciendo en definitiva. ¡Déjame conocerte! Yo dejaré que me conozcas… – y en un tono más risueño digo – de hecho ya estás conociendo que soy un romántico…, ¡de todo tiene que haber en la viña del señor!

Sonríe y le digo - Quiero ver esa carita siempre alegre y si me dejas, haré todo lo posible para que así sea. – Ahora soy yo el que le pone dos dedos en sus labios a la vez que le digo – No digas nada. Ya habrá tiempo.

Asiente. Justo a tiempo porque llega el camarero con nuestra comanda. Nos recolocamos y nos disponemos a dar cuenta de ella.

 

Ya es media tarde y después de una comida amena y una sobremesa distendida, vamos de regreso por las calles de Vegueta. Elena lleva el ramo con mucho cuidado acurrucado en un brazo, como presumiendo, y su cara se muestra relajada.

¿te puedo hacer una pregunta? – me dice de pronto.

¡Claro! – le respondo – Siempre.

Antes dijiste que "se te había cumplido el deseo de encontrarte conmigo". ¿es eso verdad?

Si – le respondo con total seguridad.

¿Y cuando pediste ese deseo? – me pregunta.

El viernes. – le digo. Se para y se queda mirándome como esperando más. – Y a la vez que vuelvo a caminar lentamente le digo - Mira, la primera vez que nos vimos fue en tu trabajo…, bueno, yo te vi, no se si en ese momento tú me viste. Después nos hemos visto y saludado algunas veces más cuando he ido a tu empresa. Y también nos hemos cruzado un par de veces en la calle, cerca de tu trabajo. – me sonrío y le digo - He de decir que en alguna ocasión he vuelto a pasar por donde nos habíamos cruzado, a horas y días similares, con la esperanza de que, a lo mejor, nos volvíamos a encontrar. Y así hasta ahora. No me atrevía a decirte nada, y menos en tu trabajo, aunque creo que a veces se  me veía el "plumero" – ella se sonríe -.Y bueno, el viernes a mediodía coincidimos saliendo de tu oficina y no fui capaz de entablar una conversación decente contigo, cosa de lo que me lamenté profundamente. No fui capaz de invitarte a tomar algo o simplemente acompañarte a donde fuera…, y cuando nos separamos me quedé mirándote mientras te alejabas, con una sensación de frustración insoportable. Fue entonces cuando mi corazón escribió en mi mente un deseo sincero, inocente y espontáneo de que el azar por una vez jugara a mi favor, y que de alguna forma tuviera el valor para, al menos, hablarte. Así que imagínate la sorpresa que me llevé ayer cuando nos encontramos. No sabía qué pasaría después, pero sí tenía seguro de que el deseo se había cumplido, y no me podía permitir el lujo de dejar pasar el momento.

Elena asiente sonriente, como si fuera atando cabos. – En la oficina algunas compañeras me decían que "alguien" estaba por mí, porque cada vez que venías pasabas y saludabas.

La educación no puede perderse nunca – le digo.

Ya, ya,… - dice sin perder la sonrisa.

¿Y qué pensabas cuando te lo decían? – le pregunto.

No me desagradaba la idea – afirma. Y también he de confesarte que el viernes a la salida pensé que te ibas a ofrecer para acompañarme un rato. Me extrañó que no lo hicieras, y más me extrañó cuando, después de separarnos, me di cuenta de que te habías quedado parado mirándome. Al final pensé ¡otra vez será!... y vaya si fue.

Bueno, ya me vas conociendo. No soy precisamente indeciso, pero en tu caso, me habías desarmado por completo – le digo -. Y tenía un gran temor: que me mandaras a la porra.

¡Vete a la porra! – me dice entre risas.

Me paro en seco, y pongo cara muy seria. - ¡que es broma! – termina diciendo.

Y después de soltar una exhalación exagerada, a modo de alivio, continuamos caminando.

Al final acabamos sentados en un banco de Triana, frente a Guirlache, comiendo golosinas y viendo pasar a la gente, mientras seguíamos compartiendo instantes…

¡Me tengo que ir! – dice en un momento, como queriendo evitarlo.

¿No puedes quedarte algo más? – le pregunto en tono triste.

No. - Y medio sonriendo me dice – recuerda que era la otra condición.

Ya. – le digo con cara de apesadumbrado – Pues si no hay remedio…

A mí también me gustaría seguir más tiempo, pero de verdad que no puedo – dice mientras se levanta.

Caminamos todo lo despacio que podemos hacia su casa, hasta que finalmente llegamos. Estamos delante del portal, uno frente al otro, mientras Elena busca sus llaves en el bolso, cuando las encuentra me mira y me dice – He pasado un día maravilloso. Gracias, y gracias por tus pensamientos – lo dice mientras mira el ramo.

Sé que mañana ya toca trabajar, pero me gustaría poder verte algún día… o todos. – le digo mientras le tengo cogida una mano.

A mi también me gustaría, pero entre semana los días son muy complicados para mí – me dice.

¿Al menos te puedo llamar? – le digo intentando buscar alguna manera de mantener el contacto diario con ella.

Podemos intentarlo. Me tengo que ir – y se dispone a abrir el portal. Cuando lo tiene abierto, se gira, toma del ramo una rosa roja, una rosa blanca y una rosa naranja y me las da. Las cojo mientras los ojos se me iluminan y en ese momento me dice – … un sentimiento de unión y algo que está floreciendo, ¿no fue eso lo que dijiste? – Yo asiento mientras la miro totalmente embelesado. Ella sonríe. Se acerca, y me da un beso en la mejilla.

Se gira y entra en el portal haciendo un gesto de adiós con una mano.

¡Un momento! – le grito. Ella se vuelve y se acerca. Y en ese momento me inclino hacia adelante y le doy un beso fugaz en sus labios, e inmediatamente me separo y cierro la puerta diciendo ¡hasta mañana!. Me mira perpleja. Yo me quedo al otro lado del portal como si estuviera protegiéndome de algo a la vez que le estoy diciendo adiós con la mano. Entonces dibuja una amplia sonrisa en su cara, me dice adiós también con una mano, se abraza fuertemente al ramo, y se adentran los dos en el pasillo del portal mientras a ratos mira hacia atrás. En uno de esos momentos hago un gesto de coger mi corazón, besarlo y lanzárselo a través del cristal del portal como quien lanza una paloma mensajera al aire. Ella se para, hace como que lo coge al vuelo y se lo pone junto al ramo. Y desaparece….

viernes, 14 de septiembre de 2012

Capitulo 1 - MAÑANA

Sábado tarde. Nada que hacer a la vista. Solo una tarde que amenaza convertirse en agonizante. Casi sumiso en una nube de indiferencia decido sacar la cámara a pasear.
Cojo mi bolsa con la cámara y el trípode,  una botella de agua y algo de ganas, y sonámbulamente me obligo a salir.
No  sé cómo, porque la mirada ha estado siempre en un horizonte casi inexistente, pero el coche me ha llevado hasta Meloneras. Me encuentro sentado en él,  aparcado en un lateral de la carretera en frente de un hotel Riu, y tras un momento de incertidumbre, aparto mi "no pensamiento" cojo un abrigo ligero que tengo en el sillón de atrás, y cargado con el bolso de la cámara y el trípode, me pongo a caminar. Camino por la acera y me dirijo a través del Centro Comercial hacia el Boulevard de Meloneras. El sitio lo conozco. Es uno de los que más me gustan para pasear, y parece que a mi subconsciente también.

Ya en el paseo, me dirijo hacia la izquierda, en dirección al Faro de Maspalomas. Son algo más de las seis, y el agua comienza a tener un tono dorado y plata por las pinceladas que la puesta de sol y las pocas nubes que viajan allá a lo lejos van dando al ambiente. Absorto en su belleza sigo caminando, caminando…
He dejado el Faro atrás y me he adentrado en la arena de la playa. Decido pararme. La sensación es casi de soledad. Apenas queda algún despistado por los alrededores, y el que no lo está, ya está abandonando su día playero. Con lo cual, casi estoy solo con mis circunstancias.
Me dejo caer sentado, como si tuviera plomos en los bolsillos. El bolso a un lado. El trípode al otro. El mar al frente. La urbe allá lejos a la espalda. E instintivamente mis músculos de la espalda ceden para dejarme caer boca arriba sobre la arena.
Azul, gris, blanco… esos son los colores que diviso en el cielo, y un halo anaranjado que lo cubre todo. Por el rabillo del ojo diviso a mi derecha majestuosamente la columna del Faro que me acecha. Inclino la cabeza hacia la derecha para verlo mejor, y la vista me secuestra. No me resisto, saco la  cámara, vuelvo a tumbarme y ladeándome hago un contrapicado de gran angular a ras de la arena, captando esa colección de luces y sombras que resaltan su contorno: ¡bien!
Me quedo absorto durante un tiempo con la cámara apoyada en la palma de la mano. Me incorporo y me quedo escuchando las caricias de las olas sobre la orilla. ¡clack! ¡clack!, dos tomas más se esconden en la cámara,… y dejo que mi mente se vacíe.
Decido, no sé si consciente o no, caminar algo más alejándome del faro y sin perder la vista de la orilla. Las dunas van pasando a mi derecha sin saludar, pero todas hacen ese guiño de belleza tan peculiar que tienen, y la brisa que en ese momento me acompaña les alborota de vez en cuando sus contornos como cual melena al viento. Se respira paz, se respira tranquilidad.
Llevo la cámara colgada al cuello e instintivamente me doy cuenta de que estoy capturando instantáneas que me han seducido casi sin darme cuenta: arena al vuelo, formas caprichosas en las faldas de las dunas, contrastes de amarillo y azul, pisadas sobre las dunas y la arena mojada, una orilla serpenteante que sonríe por las cosquillas que les producen la olas juguetonas …, y una tras otra pasan a mi colección de momentos.
Vuelvo a sentarme, esta vez algo más atrás, casi sobre la falda de una duna no muy grande. Un par de figuras borrosas a lo lejos a mi izquierda, y a mi derecha el faro, ahora bastante más lejos, siendo testigo de cómo el sol está casi decidido a darse una zambullida en el agua mientras dos siluetas a lo lejos caminan hacia él cogidas de la mano y mojándose los pies.
Clavo el trípode en la arena, monto la cámara sobre él enfocando hacia la duna que empieza a mis espaldas, le coloco el disparador remoto y lo programo para que transcurrido 1 minuto haga 8 tomas con intervalos de 2 segundos. Encuadro de forma que se vea principalmente los ¾ más altos de la duna, reviso la composición, reviso los parámetros de exposición, tomo aire como si ello me diera la conformidad, acciono el disparador… y echo a correr. Tengo un minuto, la duna no es muy grande por lo que creo que podré llegar, y comienzo a contar 1, 2, 3, … a la vez que subo por el lado oculto de la duna… llego arriba, me paro jadeando, agachado, con las manos apoyadas en las rodillas (tengo que salir más en bici), y espero, contando mentalmente, a que el disparador se accione. Me preparo. Oigo el primer pitido del disparador y sé que comienza la acción: salto con brazos y piernas extendidos ¡clack!, haciendo la rueda ¡clack!, pose de vigilante ¡clack!, me siento en la duna ¡clack!, me tumbo en su falda ¡clack!, ruedo sobre su falda ¡clack!, sigo rodando … ¡clack!, ¡clack!.... no he podido parar y casi me como el trípode.
Me quedo tirado boca a arriba con los brazos extendidos, mientras el resto de arena que he levantado busca sitio donde colocarse. Estoy fuera de enfoque, pero digno de una foto.  Y cuando empiezo a incorporarme a la vez que me sacudo la arena de encima noto que llevo una ligera sonrisa plantada en la cara. Je, je  ¡No ha estado mal!
¡Hola Iván!...
¡Dios esa voz! Me giro y allí está "Ella", sin poder disimular una sonrisita en su preciosa cara. Va acompañada de una pareja (… la chica debe ser su hermana, porque se aprecia claramente que comparten genes), y vienen caminando descalzos por la arena. Ella con su precioso pelo rizado recogido de los lados con dos mechones que se unen por detrás en una traba, una blusa de asillas amarilla, un pantalón pirata de color blanco y sandalias blancas en la mano, y los demás, pues no sé…., ¡está lindísima! No sé si el sol ya se metió en el agua,  pero parece que hace más luz.
Ho Hola… ¡Hola Elena! ¡ qué tal! ¡ vaya sorpresa!, - digo con aires de disimulo haciendo que me sacudo algo de arena de los pantalones y  acercándome como un patoso mareado. No sé si el tono de luz de la puesta de sol disimulará algo el rojo granate que debo llevar pintado en la cara. Me acerco y le doy un beso en la mejilla (ummm, qué bien huele). Miro a los acompañantes: ¡Hola soy Iván!, hacemos las presentaciones a la vez que  doy un beso cortés en la mejilla a Maite (ahora sé que es su hermana) y  estrecho la mano a David, su cuñado. Ambos sonrientes y diría que expectantes.
¡Qué! ¿dando un paseíto? (idiota, es  que no lo ves…)
Sí. La verdad es que la tarde está muy buena para pasear – comenta Elena.
¡que bien! Pues sí, está hermosa - ¡ay! ¡No estaba pensando en la tarde!, pero creo no se ha notado.
Pensamos que te habías caído y te podías haber hecho daño, pero al final nos dimos cuenta de que no, porque te estabas riendo, y de que, además, eras tú.
Bueno casi me hago daño, porque terminé muy cerca del trípode.
¿Estás haciendo fotos?
Si.  Y la verdad es que la tarde me está embrujando - y ahora otra visión más me embruja…-, y no he podido resistirme.
Transcurre algún tiempo (del que no soy consciente porque creo que estoy en una nube), en el que creo que hemos hablado de forma informal de cosas intrascendentes. Y me doy cuenta de que mis ojos deben tener un resorte, porque cada vez que dirijo la mirada para otro lado, automáticamente regresan para colocarse frente a Elena.
Y allá voy…
¿Tienen prisa? Quería esperar un poco más a que se haga más oscuro para hacer un par de fotos de larga exposición y luego sentarme a tomar algo en alguna terraza. Así que si se les apetece, les invito…
Sus tres miradas se cruzan (la mía está fija, de hecho creo que está en focal fija desde hace buen rato) y finalmente Maite dice. Bueno…, no. Pensábamos seguir caminando algo más… , pero Eli, si quieres quédate y después nos vemos. Nosotros llegaremos hasta el final del paseo y volveremos, sin prisas –el "sin prisas" me ha sonado muy cómplice, y me ha encantado-.
¿Seguro?
Si, si, seguro. Tranquila, si surge algo te llamamos. ¿tienes tu móvil, no?
Si, si.  – y señala un pequeño bolso blanco que no había visto y que llevaba colgado en bandolera . Yo estoy a punto de dar un brinco y establecer un nuevo record de salto de altura.
Iván, encantada ¡eh!. Si acaso nos vemos más tarde ¿vale? – Maite me da dos besos en la cara y me saluda efusivamente. David me vuelve a estrechar la mano, ahora algo más fuerte – Encantado Iván, nos vemos.
Miro a Elena, y a regañadientes sale de mi boca un - No quisiera importunar o interrumpir los planes que tuvieran. No quiero ser aguafiestas – ¡cállate imbécil! me digo a mi mismo.
No tranquilo. La verdad es que me encantaría ver cómo haces esas fotos de noche – me dice, y mi corazón se derrite.
¡Será un placer compartir el momento! – no sé si ha sonado ridículo, pero me ha salido del alma, y al menos veo que su sonrisa no se ha borrado.
Pues entonces nos vemos después ¿vale? – dice Maite -  Hasta luego. - y ella y David se van caminando  cogidos de la mano en dirección al Faro.
¡Qué sorpresa más buena! ¡no esperaba que se me alegrara el día de esta forma! – consigo decir. Y seguimos de  pié durante un rato más hablando y haciendo hoyitos y circulitos con los pies en la arena.
La tarde ya se está acostando. El cielo está oscuro, y hasta nosotros solo llega desde muy lejos la luz rebotada al cielo de las terrazas que se divisan a lo lejos, junto con el guiño intermitente que el Faro ya ha empezado a hacer.
Estamos sentados. Ella a mi derecha, con las piernas arqueadas y los brazos apoyados a ratos sobre sus rodillas. Hablamos, hablamos…, de cómo fue el día, de lo que habíamos hecho, de cosas sin importancia pero que al final forman parte de nuestras vivencias, de algún sueño que otro. Hablamos en tono suave…, y no ha dejado la sonrisa en todo este tiempo, lo cual me maravilla. No me canso de mirarla.
Instintivamente, cojo la  cámara y enfoco apoyándome en mis rodillas - ¡quédate quieta! – le digo,  y en ese momento inclina ligeramente su cabeza y me mira por el rabillo del ojo ¡clack--clack! 3 segundos, y tengo un tesoro. Su cara enmarcada sobre el espejo que al fondo forma el agua mojando la playa con los reflejos de las luces del paseo allá a lo lejos, y sus ojos iluminando toda la imagen.
Me quedo embelesado mirando la imagen. ¿Tan mal quedó? – me dice -. ¡no! ¡no!.. eres… es preciosa… - y le dejo ver la foto. Sus ojos se hacen más grandes todavía.- ¡qué bonita!
Si,  pero el original lo es mucho más. – digo con una naturalidad de la que hasta yo me sorprendo.
Vuelvo a enfocar, pero esta vez se cubre la cara con las manos riéndose. Disparo, una, dos, tres veces, consciente de que van a salir movidas y me paro sin dejar de enfocar. Ajusto rápidamente el ISO de la cámara, hago un nuevo disparo y espero, espero… Entonces levanta un poco la cabeza a la vez que separa los dedos de una mano para ver entre ellos: ¡clack! Su cara ocupa toda la imagen, y su mirada se convierte en la protagonista.
¡déjame ver!
¡no!
¿por qué?
Porque has sido mala. No me dejabas hacerla…
¡pero al final la has hecho! , déjame verla…
Ummm, no se…
Por favor….. – y yo me rindo. No puedo resistir esa cara. Le enseño la ristra de fotos, las primeras con partes movidas y la última: ¡de poster!.
¡que guapa ha quedado!
Ya lo sé.
¡que modesto el muchacho!
No lo decía por la foto, lo decía por ti. - Y recibo un suave pellizco en el brazo.- ¡Ahhhh! ¡Traidora! – digo exagerando.
Me mira sonriendo. Yo me quedo mirándola… voy a decir algo, pero termino cerrando la boca.
¡Qué! -  me dice.
Nada.
¡qué ibas a decir!
Si lo digo me vas a maltratar otra vez – creo que se ha sonrojado, o son imaginaciones mías.
Si no me lo dices entonces sí que te voy a maltratar – dice riendo.
Me quedo en silencio un momento, cautivado por esos ojazos… - ¡Estás preciosa! – digo finalmente, y hago un gesto de protegerme, como si esperara un ataque…
Se me queda mirando con los ojos clavados en los míos… y finalmente dice -¡gracias!. - Para luego con gesto amenazante, pero gracioso, extender su mano como si de un taladro se tratara en dirección a mi brazo, y cuando lo alcanza simular que me da otro pellizco, pero inmediatamente, pasar su mano abierta por donde supuestamente lo había hecho, a modo de caricia para calmar el hipotético dolor.
Ummm, ¡que alivio!
¿te duele? – comenta extrañada.
No. Me encanta. – y recibo un empujón acompañado de la risa de ambos.
¿no ibas a hacer fotos de noche? – me pregunta de repente.
Si. Pero las que acabo de hacer me compensan con creces lo que tenía pensado – ella sonríe - .
Pues a mí me gustaría ver algo de lo que tenías pensado hacer – dice finalmente.
¡Sus palabras son órdenes señorita!
La noche ya está cerrada. No hay mucha luna, con lo cual la luz natural es casi nula, y solo hay reflejos de las luces del Boulevard allá  a lo lejos, que siguen dando brillo al agua cada vez que se acerca a su punto más alto de la playa antes de retirarse de nuevo, dejando un mantel brillante sobre la arena. En el cielo se divisan algunas estrellas.
Me levanto. Cojo el trípode y lo coloco a media altura mirando hacia el Faro. Coloco la cámara con un enfoque amplio de manera que no solo coge el Faro, sino parte de las luces del fondo, el trozo de muelle que asoma al mar por delante del Faro, y una gran extensión de playa, mar, que llega hasta nosotros. Calculo el tiempo de exposición apropiado (tres minutos) y exclamo: ¡listo!.
¿qué vas a a hacer?
Ahora lo verás. Pero tendremos que esperar 3 minutos – y acciono el disparador: ¡clack!
Pero las olas – y señala la orilla - ….,  la foto va a salir movida – exclama.
Precisamente eso es lo que le va a dar un "puntito" a la foto – le explico. Y nos quedamos esperando, oyendo el rumor de las olas que tímidamente se acercan a la orilla como si quisieran alcanzarnos.
Me encanta esta sensación de paz, y más cuando estás en buena compañía – digo casi susurrando y mirando al mar.
A mí también – susurra, y el silencio se impone nuevamente.
Me quedo mirándola. Está acurrucada sobre sus rodillas mirando al mar – Un penique por tus pensamientos – le digo.
Y solo sonríe por respuesta.
Al menos dime si estás bien.
Si. Muy bien. Más que bien.
Me alegro.
¡Clack!, el disparador suena otra vez, lo que indica que la foto ya se ha tomado. Me mira expectante en lo que yo compruebo el visor de la cámara. El resultado ha sido satisfactorio.
¡Déjame verla! – y sin mediar palabra aflojo y giro el cabezal del trípode para que el visor quede a su alcance.
Acércate un poco – lo hace, y me invade un cosquilleo enorme. Su pelo me roza los hombros al acercarse para ver el visor y no puedo resistir acercar mi cara para sentirlo.
¡qué bonita! ¡Y las olas no se ven!. -  es cierto, el vaivén de las olas ha quedado convertido en un halo de seda dibujado en toda la diagonal de la foto, casi como señalando un camino que va hacia el fondo. El mar parece un espejo y en el cielo se ven unas rayitas blancas como si cayeran hacia el agua - ¿qué son esas líneas blancas pequeñas que hay en el cielo? – me pregunta.
Es el movimiento de las estrellas que ha quedado captado durante el tiempo que la cámara ha estado haciendo la foto – le digo  - Yo las llamo "lágrimas del cielo". Lágrimas de felicidad por la belleza de la naturaleza que observamos.
¡Uaoo! Es precioso – exclama. Y se queda mirando la foto.
Si me ayudas podemos darle un poquito más de vida a esa foto – le digo.
¡cómo!
Me gustaría que salieras en la foto – y me quedo esperando su reacción.
Sigue mirando la foto y de repente dice en un tono divertido: ¡vale!
Pues ¡manos a la obra!. – Me levanto - ¡arriba! – y le tiendo mis manos para ayudarla a levantar. Me tiende las suyas y cuando estamos de pie, uno frente al otro y con las manos cogidas, el tiempo se me para. Solo vuelvo a ser consciente cuando oigo - ¡qué pasa!.
¡eh! ¡ah!... no, no…. Nada,… ¡la cámara! – me agacho un poco, vuelvo a girar el cabezal del trípode para buscar el encuadre original, y reviso los parámetros de la cámara - ¡listo!.
Le tiendo la mano y le pido que deje su bolso y me acompañe. Deja su bolsito junto al mío. Vamos alejándonos de la cámara, a un lugar imaginario coincidente con el final del encuadre que tengo preparado y le comento:
Cuando te avise quiero que camines hacia el agua y una vez que estés ya con los pies mojados que camines por la orilla en dirección hacia donde está la cámara. Pero hazlo como quieras. Dando saltitos, pateando el agua, bailando, girando…, lo que quieras. Yo estaré algo más alejado de ti y te estaré iluminando a ratos con una linterna y con un flash, así que no te asustes por los reflejos. Tenemos 3 minutos en los que puedes moverte entre aquí y allí – y señalo un lugar imaginario un poco antes de la altura a la que se encuentra la cámara-. Cuando llegues allí, puedes volver y empezar de nuevo si quieres. Piensa en lo que quieras, y diviértete mientras lo hagas. Quiero que seas tú y que te olvides que estoy por aquí. Ignórame, - e inmediatamente añado - Pero por favor, solo ignórame en esos tres minutos  - y junto las manos como si estuviera suplicando.
Eso es un poco difícil- y se ríe.
El qué, ¿el ignorarme solo 3 minutos? Ya veo. Ya quieres perderme de vista.
Tonto – exclama - . Estoy muy a gusto. Solo digo que va a ser difícil pensar que estoy sola.
Bueno, piensa en algo divertido. En algo bueno, y déjate llevar.
Lo intentaré.
Bien. ¿lista?
Si.
Vale te aviso en seguida. – y me dirijo corriendo hacia la cámara. Cojo del bolso una linterna pequeña Led Lenser que siempre llevo conmigo, el flash, y un cartón plegado. Enciendo el flash y lo preparo para disparo manual. Abro el cartón plegado y lo acoplo en su extremo a modo de extensión formando un snoot casero. Compruebo que la linterna está preparada para foco puntual. Preparo el disparador para que me de 20 segundos antes de empezar a hacer la foto, lo acciono, y me dirijo con la linterna y el flash hacia donde se encuentra Elena. Mi ropa no es lo suficientemente oscura, por lo que tendré que tener cuidado de no aparecer o invadir por mucho tiempo la zona de encuadre. Cuando llego a la altura de Elena me preparo y le digo – Cuando quieras.
Elena empieza a caminar hacia el agua y al momento oigo el ¡clack! del disparador. Elena ya tiene los pies mojados. Y empieza a dar giros, pausados y lentamente, uno o dos pasitos largos, un saltito, y vuelta a empezar. Y empieza a reir graciosamente. Estoy completamente escandilado por tal espectáculo, hasta que me doy cuenta de que estoy quieto pasmado, y se suponía que debo plasmar esto en una foto. Reacciono rápidamente y con la linterna en una mano y el flash en la otra me dirijo hacia donde está Elena pero manteniendo cierta distancia. De una forma metódica, sin saber cómo escoger los momentos, porque todos son fantásticos, me dejo llevar.
En un momento en que Elena da una patada al agua enciendo la linterna a la vez que apuntándola con el flash emito un destello. La he cogido por sorpresa y por un momento ha mirado, pero inmediatamente ha reiniciado el movimiento. Avanza un poco más y, un salto. Repito el proceso: un toque de linterna a la vez que disparo el flash. Un poco más… un giro con los brazos extendidos, y vuelvo a congelar el movimiento.
Me encanta verla evolucionar con ese aire de niña feliz. Decido no congelar más momentos sino simplemente disfrutar de esa sensación de felicidad que me embarga. Y así hasta que oigo el ¡clack! que me indica que la foto ya se tomó.
¡plas¡ ¡plas! ¡plas!. Comienzo a aplaudir desde la orilla, y cuando me oye se para, se gira hacia mí, y me hace una graciosa reverencia digna del mejor baile de salón de la época renacentista.
Ríe mientras se acerca dando saltos.
¡que! ¿te lo has pasado bien? – le digo.
Pues sí. Mira que hacía tiempo que no me abandonaba al divertimento infantil.
Así que era eso lo que pensabas. Tus juegos de infancia.
No exactamente, pero casi. ¿y tú qué?
Yo he preferido quedarme en la época actual. Pero también he disfrutado como un enano. He de decirle señorita, que es un placer verla evolucionar grácilmente.
Graaaacias – exclama sonriente cual niña traviesa. - ¿vemos la foto?
Vale.
Yo primero – y sale corriendo hacia la cámara…
¡eh! ¡eso no vale! – y corro tras ella.
Llegamos casi a la vez, y nos tiramos de rodillas junto a la cámara. La quito del trípode y la acerco a los dos, ahora  sentados, para verla. Cuando aprieto el botón del visor aparece la imagen.
¡Uaoooo! Decimos al unísono. Y ahora soy yo el que está asombrado. Sobre un fondo ya de por sí encantador, y en tres puntos distintos de la imagen, destaca de sobremanera la figura de Elena iluminada por los destellos dirigidos del flash y la linterna en tres poses completamente distintas y divertidas.
Ahora sí que el cielo llora de felicidad – consigo decir en voz baja. Y me quedo mirando la foto.
Está a mi lado mirándome, y no sé si sorprendida.
Me encanta – me dice – a la vez que pone su mano sobre mi hombro y un escalofrío me hace volver a la realidad. Miro hacia ella y después de un segundo, inclino mi cabeza quedando apoyado frente con frente.
Un sonido musical comienza a salir de su bolso. ¡su móvil!. Y el momento se esfuma. Estiro la mano, cojo su bolso y se lo alcanzo. Saca su móvil y responde con un tono casi indiferente - ¿si? … dime… - algo le dicen que se sonríe – si, si…. – dice en tono jocoso -…estábamos haciendo fotos, bueno yo no, Iván, …  ¿ya son las once? –  miro el reloj y asiento con cara de sorprendido a la vez que frustrado – vale, espera. Iván…, que me tengo que ir. Maite y David agradecen tu invitación, pero son las once ya, están cansados y quieren volver a Las Palmas.
¡Oh! – digo con cara de tristeza- ¿no te puedes quedar un poquito más? Si quieres, claro. Yo te alcanzo a tu casa después.
¿Y vas a ir hasta Las Palmas para después volver a tu casa? Tú estás loco.
No me importa, de verdad. Sería un placer acompañarte. Siempre que quieras, no quisiera causarte problemas. Y además, Telde no está tan lejos. – Me mira y espero que no se haya dado cuenta de que mi interior está suplicando.
… Maite, mira, Iván dice que él me lleva más tarde. Váyanse ustedes tranquilos. – se hace un silencio, que se rompe por una risita que suelta en tono desafiante – ¡ja! ¡ja! – Pues vale. Nos vemos mañana. Sí, se lo diré. Un beso – y cuelga.
Saludos de Maite y David. Que los disculpes y que quedamos para otro momento.
Cuando quieras – afirmo.
Y pasado unos segundos en los que creo se me ha quedado una cara de tonto satisfecho le digo - ¿Tienes hambre? Vamos a tomar algo.
Pues mira por donde sí que se me apetece. – dice
Pues vamos allá.
Nos incorporamos. Recojo la cámara, guardo el flash y la linterna, cierro el bolso, pliego el trípode. Elena está intentando quitarse la arena todavía mojada de sus pies.
Caminaremos por la arena seca, y así cuando lleguemos a la altura del Faro posiblemente ya se te haya caído toda – le aconsejo, y obtengo un "vale" por respuesta.
¿Tienes frio?
El aire está fresco y parece que ahora sí lo noto. O será por haberme mojado los pies.
Señorita, por favor – y extiendo mi abrigo, una rebeca azul marino ligera, sujetándola con las dos manos con ademán de que se pueda cubrir sus hombros. Se acerca, y se gira de espaldas – no es que esté acorde precisamente con tu atuendo ni que sea de tu talla, pero te mantendrá a salvo del frío – le digo a la vez que la coloco sobre sus hombros y se la paso por delante.
Gracias – me dicen unos ojos brillantes.
Me cuelgo el bolso de la cámara, cargo al hombro el trípode e iniciamos el camino hacia el Faro. Caminamos uno al lado del otro sobre la arena seca y hablamos de la noche, lo bonita que está, y de lo sorprendente que le ha parecido el resultado de la foto. Tengo que contenerme más de una vez para no soltar una patujada. Prefiero oírla hablar. Parece divertida.
Llegamos a la altura del Faro y dejo que se apoye en el comienzo de la avenida para colocarse las sandalias.  Y reanudamos el camino en dirección a una terraza italiana que hay muy cerca del Faro. Buscamos sitio y nos acomodamos en asientos contiguos. Pedimos bastante rápido. Una ensalada y algo para picar acompañado de dos zumos de naranja y agua.
El tiempo pasa muy rápido, y poco después nos encontramos caminando por la avenida del Boulevard Meloneras para después continuar en dirección a dónde había dejado el coche.
Seguimos hablando, divertidos, casi como si nos conociéramos de toda la vida. Y eso me encanta. Y así llegamos al coche. Coloco los bultos en el maletero y le abro la puerta para que entre.
Gracias – me dice.
Siempre las suyas, señorita, y a su disposición – le contesto. Sonreímos los dos.
Voy conduciendo por la autopista  y me doy cuenta que falta poco para llegar a Las Palmas. Llevamos todo el rato con una charla amena, compartiendo gustos y opiniones en unos casos y discrepando en otros, pero siempre amena. Alguna broma que otra, algún comentario chistoso …,  puro regalo para mis sentimientos.
Y después de un par de giros, ya dentro de Las Palmas – es aquí – me dice. Y con cara de disgusto paro. Encima es una calle de un solo sentido y los huecos de aparcamiento, solo a un lado, están ocupados, con lo cual ni siquiera puedo ponerme en doble fila, solo hasta que aparezca algún inoportuno.
Bueno – exclamo con resignación – Creo que mi buen día está llegando a su fin.
¡No seas catastrófico! – me responde.
No. De verdad. El día me dio un giro para bien cuando "me encontraste" – y lo recalco – Y lo he pasado estupendamente.
Yo también. Me alegra haberte "encontrado" – y también recalca la palabra.
Pasa un segundo interminable. - Espera que te dejo la rebeca – dice finalmente.
No. Quédatela hasta que subas a tu casa. Así tengo la excusa de que me la tienes que devolver – y sonrío.
¡Eso es jugar con ventaja!
Bueno, si no quieres, me la dejas en cualquier sitio y ya pasaré a buscarla – digo con tono triste.
Me parece que me gusta más la primera opción – dice. Y no puedo ocultar mi alegría como si de un niño travieso se tratara. De repente, un reflejo en el retrovisor me hace desviar la mirada.
¡vaya por dios!
¡que pasa!
Un coche.
¡Ah!
¿Te puedo ver mañana? – digo de forma desesperada a la vez que saco mi móvil y me dispongo a pedirle su número, cuando, de pronto, me lo quita, teclea un número, realiza una llamada y corta.
Ya lo tienes.- me dice. -Bueno pues hasta mañana.-  Y se dispone a abrir la puerta.
¡un momento! – le grito. Y rápidamente me bajo del coche lo cruzo por delante y le abro su puerta por fuera – Señorita, por favor.
Se baja luciendo esa risa cautivadora a la vez que me dice  - Gracias, caballero.
Cierro la puerta y le cojo la mano. – Ya estoy deseando que sea mañana – le digo. Y su sonrisa se hace más amplia. Levanto su mano con las mías y le doy un beso pausado en el dorso – Que descanses.
En ese momento se inclina y me da un beso en la mejilla – Que descanses, y ten cuidado a la vuelta.
Me toco la mejilla como si quisiera coger el beso que me ha dado, mientras la veo dirigirse hacia el portal y abrirlo a la vez que me lanza una mirada y un beso.
Vuelvo a la realidad cuando suena la pita del coche que tengo esperando detrás del mío. Doy un respingo, corro hacia mi lado a la vez que hago ademanes de disculpa al otro coche. Me meto dentro, me abrocho el cinturón, y arranco. Hay un semáforo justo a pocos metros, pero afortunadamente está en verde.
El corazón me late como una ametralladora, y tengo dibujada una sonrisa en la cara. Me toco la mejilla y todavía siento sus labios.
La autopista pasa muy deprisa. Solo quiero llegar. Llegar para revivir y soñar. Y esperar que llegue mañana.

domingo, 9 de septiembre de 2012

SOMBRAS DE ACERO GRIS

Caminaba por los pasillos de una de las plantas de El Corte Inglés en dirección al departamento de libros, buscando una nueva lectura. Al llegar me encuentro con una tremenda pila de libros de color oscuro colocados uniformemente sobre una gran mesa que dominaba una de las esquinas de la zona. ¡Madre mía! ¡qué despliegue de merchandising!

Observo que se trata de una "trilogía". Me pongo a hojear uno de ellos, y no se me ocurre otra cosa que preguntar a uno de los dependientes que en ese momento cogía uno: "¿qué tal está este libro?". Y con gesto de sabiduría a la par que de cuasi desprecio, me responde "es un libro para mujeres".

¡Dios Santo, el Corte Inglés ya no es lo que era!.

Una expresión tan… digamos desafortunada y parcial, y que a la postre se demuestra totalmente desafortunada y bajo mi punto de vista, equivocada, pero que me animó, no se si por seguir la contraria o no, a intentar hacer una reflexión y dar mi punto de vista sobre la trilogía: por aquello de que "para opinar, primero tienes que conocer". Y heme aquí que me encuentro días después leyendo la trilogía de las 50 Sombras de Grey.

 

En lo que a mi respecta voy a intentar, sin desvelar contenidos ni desenlaces, exponer lo que bajo mi punto de vista flota sobre ella. Es mi visión, que puede ser compartida o no.

 

Y para empezar, creo que es justo decir que opino que uno de mayores logros de la autora es haber creado/ideado el perfil del protagonista masculino.

 

Hay una escena, casi indiferente y casual, al principio de primer libro que marca de forma curiosa una gran parte de lo que acontece en los mismos: "La protagonista cayendo de bruces al suelo, a los pies del protagonista, cuando entra a su despacho…" Una forma muy sutil de empezar el hilo de la sumisión. Para mi, la sumisión es la propia negación de uno mismo. Nunca entenderé como se llega a esos niveles de abuso consentido. Pero es cierto que en nuestros días, todavía hay jóvenes que se "juntan" con su chico simplemente porque demuestran fuerza con ellas. Triste que ocurra en estos tiempos. Un cosa es conceder un gusto a alguien a quien tu quieras, y otra entregarle tu voluntad si y porque sí.

Cuando quieres a alguien te entregas en cuerpo y alma, pero mantienes la cordura y tu propia identidad.

 

Es curioso. Mucha gente me dice que no ha leído la novela, pero que todos saben de qué va. Bueno, creo que puedo asegurar sin equivocarme mucho, que eso último no es cierto. Solo saben de oídas la parte rumorológica, aquella que posiblemente más sorprende y destaca por atrevida.

 

Es cierto. En los libros se habla y describen escenas de sexo. Un sexo particular o al menos "distinto". Pero también habla de formas de afrontarlo y de límites de tolerancia.

No perdamos de vista que el libro se basa en un protagonista guapo, millonario y "experto" en artimañas del sexo, algunas muy particulares, y una protagonista casi angelical, totalmente inocente y totalmente inexperta. Dos extremos opuestos que el desarrollo de la novela intenta atraer en muchos aspectos. Al final es otra forma de cuento de príncipes y princesas, idílico y algo acelerado por como discurren los acontecimientos.

Es fantasía, con todo lo bueno y malo que eso pueda tener. Es ficción, no llega a ser realidad, salvo la realidad que cada uno pueda llegar a alcanzar partiendo de esa ficción.

Pero aunque sea ficción, el fondo, y es uno de los hilos de la novela que podrían ser de los más interesantes, es precisamente eso: un protagonista fuerte, rico, duro, controlador y triunfador, pero que desde el punto de vista de sentimientos es muy vulnerable. Y por otro lado tenemos a una protagonista normal, casi patosa y sin experiencia en lo que a vida sexual se refiere, pero que ha ido formando su propia personalidad y sentimientos en su deambular cotidiano. La verdadera reflexión es comprender quien es más rico en realidad, quien realmente disfruta o no de la vida con todo lo que ello pueda suponer. En definitiva, medir el grado de necesidad vital que cada uno tiene y el esfuerzo que para satisfacerla necesita hacer.

 

Sinceramente no se si sería lo mismo si el protagonista fuera un empleado de supermercado en paro con dotes de creatividad, por ejemplo.

O qué distinto hubiera sido si los protagonistas hubiesen tenido sus roles al revés. Posiblemente la novela hubiera sido un fracaso. Porque la hipocresía también tiene clases y si el rol de "dominante" lo desempeña un hombre estamos ante un "macho", pero si lo desempeña una mujer estamos ante una "díscola o cabra".

Hay escenas calientes y tórridas y otras no tanto, aunque en el conjunto es cierto que ganan apabulladoramente las primeras y que en alguna ocasión llega a ser cansino. Pero esa es la trama, o mejor dicho, la excusa, de la novela.

Aunque pueda llegar a entenderlas, no comparto muchas de las actividades o formas de sexo que forman parte del argumento de la novela. El juego de complicidad entre una pareja, sea cual sea, es siempre sano. Pero no entiendo el dolor como fuente de placer.

Está claro que en la novela se usa la aproximación de estos dos extremos, y donde primero no hubo sentimientos, después sí termina habiéndolos, y esto es precisamente lo que lo diferencia e introduce el concepto de límite. Creo que debemos tener muy claro donde está el límite de lo que cualquiera entienda por placer con el respeto y la responsabilidad hacia tu pareja. Pero también es cierto que para muchos, la curiosidad, mata.

Si quieres a tu pareja, lo último que se te ocurriría sería infringirle dolor. Eso de "sarna con gusto no pica" no lo veo aplicable. Y hay mil maneras de jugar y disfrutar con tu pareja y que el sentimiento sea mutuo, incluso haciendo travesuras de mayores.

Cuando regresaba de mis vacaciones leía en una revista una cita que es totalmente aplicable a este entorno:

"Toda la felicidad que la Humanidad puede alcanzar, está, no en el placer, sino en el descanso del dolor". (John Dryden). Tiene su puntito…

 

Estoy seguro de que todos los que han leído la novela, han puesto cara a los dos protagonistas, erigiéndose en uno de ellos.

Pero ¿Cuántos han visionado a su actual pareja como el otro protagonista?

¡Qué ocurre! ¿es que no estamos contentos con nuestra actual pareja o es que somos tan hipócritas que no somos capaces de sincerarnos o contar nuestras expectativas a esa persona que se supone nos complementa y con la quisiéramos pasar el resto de nuestras vidas?

Para los que lo han leído, piensen, por ejemplo, en la escena del "helado", y piensen en quien estaba en su fantasía de protagonista.

Bueno, en su descargo, no olvidemos que se trata de una fantasía escrita… la fantasía del que cada uno pone por protagonista…

 

Como curiosidad diré que la novela desarrolla a su vez dos historias. La de los dos protagonistas principales y la de la "Diosa que llevo dentro".

Los que la han leído ya saben a qué me refiero. Y sinceramente, me ha parecido una forma divertida de expresar las luchas internas del subconsciente. En muchas ocasiones, incluso más amena que la propia historia principal. He de decir que esa diosa, de participar en las últimas olimpiadas, seguro que habría obtenido oro en todas las disciplinas…

 

Otra curiosidad: en la novela hay expresiones que se repiten con mucha frecuencia. Pero hay una, que gana por goleada: "Frunzo el Ceño". Llega un momento en que de tantas veces que la has leído hasta te la pasas por alto o no terminas de asimilarlo a lo que en la lectura de un párrafo en concreto te quiere indicar. La novela en sí, está frunzida.

 

La publicidad de la novela es abrumadora. Habla de "millones" de mujeres que están siendo cautivadas por la obra, que están "volviendo a nacer", volviendo a sentir. Lo siento, pero si eso es así, ¡qué pobre somos!

Y cínicamente me viene un pensamiento: ¿serán los mismos millones de mujeres que argumentan dolor de cabeza o no tener ganas cuando su pareja se les insinúa?

Hace algún tiempo en un programa de TV, una doctora especialista en Psicología y Sexología comentaba que en un programa de radio al que la habían invitado, llamó una señora para decir que "su marido era muy caliente", ya que se le insinuaba casi continuamente mientras estaba haciendo las labores de la casa y que ella lo veía como un pesado y lo tenía que mantener a raya, a lo que la doctora le contestó que precisamente ahora es cuando debe estar orgullosa y ponerse contenta de que su marido, esa persona que había decidido fuera su compañero, la viera como atractiva hiciese lo que hiciese, y que tuviera ganas de jugar con ella. Porque eso significaba que había "llama" entre ambos. Y que si le parecía pesado, que pensara si preferiría que más nunca se le insinuara precisamente por no "molestarla".

 

Hay que ver cómo cambian las cosas. Antes podías estar loco si pensabas en jugar con helados o miel como arte de seducción. Ahora parece que eres un idiota si no se te ocurre.

Y de los ascensores, mejor no hablar…

De todo ello me quedo con un solo pensamiento: juego, para dos.

 

Prefiero quedarme con el arte de la seducción. Sí, la seducción es un arte, y la imaginación juega a su favor. La insinuación es mucho más fuerte que la propia revelación. La imaginación dice más que la propia verdad.

En fotografía una cosa es la imagen cuando uno la piensa y otra muy distinta lo que realmente puede obtener. En la seducción y el juego prima la  creatividad,  y la sorpresa.

Hay una canción de Chayanne que dice que el Amor es como un jardín de flores que hay que regar todos los días para que no se marchiten. Pero el regar incluye cualquier juego que ayude a mantener viva la llama, y a hacer de la convivencia una diversión.

 

Cuando mis amistades y conocidos han sabido que estaba leyendo esa novela, han tenido reacciones muy pintorescas.

Por un lado los varones normalmente ponían cara de "No sabe no contesta", como si estuvieran en algún extraño límite que cualquier cosa que dijeran iba a ser usada en su contra. Y las mujeres se extrañaban de sobremanera de que lo estuviera leyendo. Muchas me preguntaban que por qué lo hacía, a lo que siempre respondía "porque puedo". Y aquellas que lo habían leído o estaban en ello soltaban una sonrisita… (para los que no lo han leído, es una expresión usada en algunos momentos de la historia).

Unas la describían como novela romántica, otras de novela erótico romántica, otras de pornografía…, otras, mejor no reproducirlo. En fin, creo que cada una la veía bajo sus propias necesidades y gustos. Pero al final no olvidemos que es un grado de fantasía.

Siempre quedaba la extrañeza de por qué yo, un hombre, la estaba leyendo.

Recuerdo estar leyendo alguno de los libros tumbado en una hamaca y pasar gente frente a mí, que al mirar y darse cuenta del libro que era, paraban y daban un paso atrás como para cerciorarse de que sí se trataba de "ese" libro.

Allá cada cual con sus prejuicios…

 

 

En mi caso, creo que al final es una descripción de un cúmulo de sentimientos y emociones que van tomando protagonismo y lo que era la base en el origen del libro pasa a ser algo en segundo plano, necesario pero no indispensable.

Un cúmulo de muchos sentimientos encontrados que afloran de manera vertiginosa y que convergen en un final que viene a mostrar lo que debería quedar en toda buena relación: complicidad y entendimiento.

El sexo ha sido la herramienta o el nexo que ha permitido llegar al final, pero, aunque tiene una carga considerable, es un adorno, un buen adorno.

 

Ahora vendrá la película. Pero si ya cada uno se ha hecho una composición de protagonismo, creo que cualquier interpretación será cuestionable. Todos tenemos sombras.

 

Me quedo con la historia original, y mis propias sombras…

 

 

 

PD. Tengo pendiente pasar por el Corte Ingles y recomendarle al experto dependiente del departamento de libros, uno en particular: "Tratado de Vasectomía". Y comentarle que ni siquiera ese es un libro para hombres, porque igual se lo hace una doctora.