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viernes, 14 de septiembre de 2012

Capitulo 1 - MAÑANA

Sábado tarde. Nada que hacer a la vista. Solo una tarde que amenaza convertirse en agonizante. Casi sumiso en una nube de indiferencia decido sacar la cámara a pasear.
Cojo mi bolsa con la cámara y el trípode,  una botella de agua y algo de ganas, y sonámbulamente me obligo a salir.
No  sé cómo, porque la mirada ha estado siempre en un horizonte casi inexistente, pero el coche me ha llevado hasta Meloneras. Me encuentro sentado en él,  aparcado en un lateral de la carretera en frente de un hotel Riu, y tras un momento de incertidumbre, aparto mi "no pensamiento" cojo un abrigo ligero que tengo en el sillón de atrás, y cargado con el bolso de la cámara y el trípode, me pongo a caminar. Camino por la acera y me dirijo a través del Centro Comercial hacia el Boulevard de Meloneras. El sitio lo conozco. Es uno de los que más me gustan para pasear, y parece que a mi subconsciente también.

Ya en el paseo, me dirijo hacia la izquierda, en dirección al Faro de Maspalomas. Son algo más de las seis, y el agua comienza a tener un tono dorado y plata por las pinceladas que la puesta de sol y las pocas nubes que viajan allá a lo lejos van dando al ambiente. Absorto en su belleza sigo caminando, caminando…
He dejado el Faro atrás y me he adentrado en la arena de la playa. Decido pararme. La sensación es casi de soledad. Apenas queda algún despistado por los alrededores, y el que no lo está, ya está abandonando su día playero. Con lo cual, casi estoy solo con mis circunstancias.
Me dejo caer sentado, como si tuviera plomos en los bolsillos. El bolso a un lado. El trípode al otro. El mar al frente. La urbe allá lejos a la espalda. E instintivamente mis músculos de la espalda ceden para dejarme caer boca arriba sobre la arena.
Azul, gris, blanco… esos son los colores que diviso en el cielo, y un halo anaranjado que lo cubre todo. Por el rabillo del ojo diviso a mi derecha majestuosamente la columna del Faro que me acecha. Inclino la cabeza hacia la derecha para verlo mejor, y la vista me secuestra. No me resisto, saco la  cámara, vuelvo a tumbarme y ladeándome hago un contrapicado de gran angular a ras de la arena, captando esa colección de luces y sombras que resaltan su contorno: ¡bien!
Me quedo absorto durante un tiempo con la cámara apoyada en la palma de la mano. Me incorporo y me quedo escuchando las caricias de las olas sobre la orilla. ¡clack! ¡clack!, dos tomas más se esconden en la cámara,… y dejo que mi mente se vacíe.
Decido, no sé si consciente o no, caminar algo más alejándome del faro y sin perder la vista de la orilla. Las dunas van pasando a mi derecha sin saludar, pero todas hacen ese guiño de belleza tan peculiar que tienen, y la brisa que en ese momento me acompaña les alborota de vez en cuando sus contornos como cual melena al viento. Se respira paz, se respira tranquilidad.
Llevo la cámara colgada al cuello e instintivamente me doy cuenta de que estoy capturando instantáneas que me han seducido casi sin darme cuenta: arena al vuelo, formas caprichosas en las faldas de las dunas, contrastes de amarillo y azul, pisadas sobre las dunas y la arena mojada, una orilla serpenteante que sonríe por las cosquillas que les producen la olas juguetonas …, y una tras otra pasan a mi colección de momentos.
Vuelvo a sentarme, esta vez algo más atrás, casi sobre la falda de una duna no muy grande. Un par de figuras borrosas a lo lejos a mi izquierda, y a mi derecha el faro, ahora bastante más lejos, siendo testigo de cómo el sol está casi decidido a darse una zambullida en el agua mientras dos siluetas a lo lejos caminan hacia él cogidas de la mano y mojándose los pies.
Clavo el trípode en la arena, monto la cámara sobre él enfocando hacia la duna que empieza a mis espaldas, le coloco el disparador remoto y lo programo para que transcurrido 1 minuto haga 8 tomas con intervalos de 2 segundos. Encuadro de forma que se vea principalmente los ¾ más altos de la duna, reviso la composición, reviso los parámetros de exposición, tomo aire como si ello me diera la conformidad, acciono el disparador… y echo a correr. Tengo un minuto, la duna no es muy grande por lo que creo que podré llegar, y comienzo a contar 1, 2, 3, … a la vez que subo por el lado oculto de la duna… llego arriba, me paro jadeando, agachado, con las manos apoyadas en las rodillas (tengo que salir más en bici), y espero, contando mentalmente, a que el disparador se accione. Me preparo. Oigo el primer pitido del disparador y sé que comienza la acción: salto con brazos y piernas extendidos ¡clack!, haciendo la rueda ¡clack!, pose de vigilante ¡clack!, me siento en la duna ¡clack!, me tumbo en su falda ¡clack!, ruedo sobre su falda ¡clack!, sigo rodando … ¡clack!, ¡clack!.... no he podido parar y casi me como el trípode.
Me quedo tirado boca a arriba con los brazos extendidos, mientras el resto de arena que he levantado busca sitio donde colocarse. Estoy fuera de enfoque, pero digno de una foto.  Y cuando empiezo a incorporarme a la vez que me sacudo la arena de encima noto que llevo una ligera sonrisa plantada en la cara. Je, je  ¡No ha estado mal!
¡Hola Iván!...
¡Dios esa voz! Me giro y allí está "Ella", sin poder disimular una sonrisita en su preciosa cara. Va acompañada de una pareja (… la chica debe ser su hermana, porque se aprecia claramente que comparten genes), y vienen caminando descalzos por la arena. Ella con su precioso pelo rizado recogido de los lados con dos mechones que se unen por detrás en una traba, una blusa de asillas amarilla, un pantalón pirata de color blanco y sandalias blancas en la mano, y los demás, pues no sé…., ¡está lindísima! No sé si el sol ya se metió en el agua,  pero parece que hace más luz.
Ho Hola… ¡Hola Elena! ¡ qué tal! ¡ vaya sorpresa!, - digo con aires de disimulo haciendo que me sacudo algo de arena de los pantalones y  acercándome como un patoso mareado. No sé si el tono de luz de la puesta de sol disimulará algo el rojo granate que debo llevar pintado en la cara. Me acerco y le doy un beso en la mejilla (ummm, qué bien huele). Miro a los acompañantes: ¡Hola soy Iván!, hacemos las presentaciones a la vez que  doy un beso cortés en la mejilla a Maite (ahora sé que es su hermana) y  estrecho la mano a David, su cuñado. Ambos sonrientes y diría que expectantes.
¡Qué! ¿dando un paseíto? (idiota, es  que no lo ves…)
Sí. La verdad es que la tarde está muy buena para pasear – comenta Elena.
¡que bien! Pues sí, está hermosa - ¡ay! ¡No estaba pensando en la tarde!, pero creo no se ha notado.
Pensamos que te habías caído y te podías haber hecho daño, pero al final nos dimos cuenta de que no, porque te estabas riendo, y de que, además, eras tú.
Bueno casi me hago daño, porque terminé muy cerca del trípode.
¿Estás haciendo fotos?
Si.  Y la verdad es que la tarde me está embrujando - y ahora otra visión más me embruja…-, y no he podido resistirme.
Transcurre algún tiempo (del que no soy consciente porque creo que estoy en una nube), en el que creo que hemos hablado de forma informal de cosas intrascendentes. Y me doy cuenta de que mis ojos deben tener un resorte, porque cada vez que dirijo la mirada para otro lado, automáticamente regresan para colocarse frente a Elena.
Y allá voy…
¿Tienen prisa? Quería esperar un poco más a que se haga más oscuro para hacer un par de fotos de larga exposición y luego sentarme a tomar algo en alguna terraza. Así que si se les apetece, les invito…
Sus tres miradas se cruzan (la mía está fija, de hecho creo que está en focal fija desde hace buen rato) y finalmente Maite dice. Bueno…, no. Pensábamos seguir caminando algo más… , pero Eli, si quieres quédate y después nos vemos. Nosotros llegaremos hasta el final del paseo y volveremos, sin prisas –el "sin prisas" me ha sonado muy cómplice, y me ha encantado-.
¿Seguro?
Si, si, seguro. Tranquila, si surge algo te llamamos. ¿tienes tu móvil, no?
Si, si.  – y señala un pequeño bolso blanco que no había visto y que llevaba colgado en bandolera . Yo estoy a punto de dar un brinco y establecer un nuevo record de salto de altura.
Iván, encantada ¡eh!. Si acaso nos vemos más tarde ¿vale? – Maite me da dos besos en la cara y me saluda efusivamente. David me vuelve a estrechar la mano, ahora algo más fuerte – Encantado Iván, nos vemos.
Miro a Elena, y a regañadientes sale de mi boca un - No quisiera importunar o interrumpir los planes que tuvieran. No quiero ser aguafiestas – ¡cállate imbécil! me digo a mi mismo.
No tranquilo. La verdad es que me encantaría ver cómo haces esas fotos de noche – me dice, y mi corazón se derrite.
¡Será un placer compartir el momento! – no sé si ha sonado ridículo, pero me ha salido del alma, y al menos veo que su sonrisa no se ha borrado.
Pues entonces nos vemos después ¿vale? – dice Maite -  Hasta luego. - y ella y David se van caminando  cogidos de la mano en dirección al Faro.
¡Qué sorpresa más buena! ¡no esperaba que se me alegrara el día de esta forma! – consigo decir. Y seguimos de  pié durante un rato más hablando y haciendo hoyitos y circulitos con los pies en la arena.
La tarde ya se está acostando. El cielo está oscuro, y hasta nosotros solo llega desde muy lejos la luz rebotada al cielo de las terrazas que se divisan a lo lejos, junto con el guiño intermitente que el Faro ya ha empezado a hacer.
Estamos sentados. Ella a mi derecha, con las piernas arqueadas y los brazos apoyados a ratos sobre sus rodillas. Hablamos, hablamos…, de cómo fue el día, de lo que habíamos hecho, de cosas sin importancia pero que al final forman parte de nuestras vivencias, de algún sueño que otro. Hablamos en tono suave…, y no ha dejado la sonrisa en todo este tiempo, lo cual me maravilla. No me canso de mirarla.
Instintivamente, cojo la  cámara y enfoco apoyándome en mis rodillas - ¡quédate quieta! – le digo,  y en ese momento inclina ligeramente su cabeza y me mira por el rabillo del ojo ¡clack--clack! 3 segundos, y tengo un tesoro. Su cara enmarcada sobre el espejo que al fondo forma el agua mojando la playa con los reflejos de las luces del paseo allá a lo lejos, y sus ojos iluminando toda la imagen.
Me quedo embelesado mirando la imagen. ¿Tan mal quedó? – me dice -. ¡no! ¡no!.. eres… es preciosa… - y le dejo ver la foto. Sus ojos se hacen más grandes todavía.- ¡qué bonita!
Si,  pero el original lo es mucho más. – digo con una naturalidad de la que hasta yo me sorprendo.
Vuelvo a enfocar, pero esta vez se cubre la cara con las manos riéndose. Disparo, una, dos, tres veces, consciente de que van a salir movidas y me paro sin dejar de enfocar. Ajusto rápidamente el ISO de la cámara, hago un nuevo disparo y espero, espero… Entonces levanta un poco la cabeza a la vez que separa los dedos de una mano para ver entre ellos: ¡clack! Su cara ocupa toda la imagen, y su mirada se convierte en la protagonista.
¡déjame ver!
¡no!
¿por qué?
Porque has sido mala. No me dejabas hacerla…
¡pero al final la has hecho! , déjame verla…
Ummm, no se…
Por favor….. – y yo me rindo. No puedo resistir esa cara. Le enseño la ristra de fotos, las primeras con partes movidas y la última: ¡de poster!.
¡que guapa ha quedado!
Ya lo sé.
¡que modesto el muchacho!
No lo decía por la foto, lo decía por ti. - Y recibo un suave pellizco en el brazo.- ¡Ahhhh! ¡Traidora! – digo exagerando.
Me mira sonriendo. Yo me quedo mirándola… voy a decir algo, pero termino cerrando la boca.
¡Qué! -  me dice.
Nada.
¡qué ibas a decir!
Si lo digo me vas a maltratar otra vez – creo que se ha sonrojado, o son imaginaciones mías.
Si no me lo dices entonces sí que te voy a maltratar – dice riendo.
Me quedo en silencio un momento, cautivado por esos ojazos… - ¡Estás preciosa! – digo finalmente, y hago un gesto de protegerme, como si esperara un ataque…
Se me queda mirando con los ojos clavados en los míos… y finalmente dice -¡gracias!. - Para luego con gesto amenazante, pero gracioso, extender su mano como si de un taladro se tratara en dirección a mi brazo, y cuando lo alcanza simular que me da otro pellizco, pero inmediatamente, pasar su mano abierta por donde supuestamente lo había hecho, a modo de caricia para calmar el hipotético dolor.
Ummm, ¡que alivio!
¿te duele? – comenta extrañada.
No. Me encanta. – y recibo un empujón acompañado de la risa de ambos.
¿no ibas a hacer fotos de noche? – me pregunta de repente.
Si. Pero las que acabo de hacer me compensan con creces lo que tenía pensado – ella sonríe - .
Pues a mí me gustaría ver algo de lo que tenías pensado hacer – dice finalmente.
¡Sus palabras son órdenes señorita!
La noche ya está cerrada. No hay mucha luna, con lo cual la luz natural es casi nula, y solo hay reflejos de las luces del Boulevard allá  a lo lejos, que siguen dando brillo al agua cada vez que se acerca a su punto más alto de la playa antes de retirarse de nuevo, dejando un mantel brillante sobre la arena. En el cielo se divisan algunas estrellas.
Me levanto. Cojo el trípode y lo coloco a media altura mirando hacia el Faro. Coloco la cámara con un enfoque amplio de manera que no solo coge el Faro, sino parte de las luces del fondo, el trozo de muelle que asoma al mar por delante del Faro, y una gran extensión de playa, mar, que llega hasta nosotros. Calculo el tiempo de exposición apropiado (tres minutos) y exclamo: ¡listo!.
¿qué vas a a hacer?
Ahora lo verás. Pero tendremos que esperar 3 minutos – y acciono el disparador: ¡clack!
Pero las olas – y señala la orilla - ….,  la foto va a salir movida – exclama.
Precisamente eso es lo que le va a dar un "puntito" a la foto – le explico. Y nos quedamos esperando, oyendo el rumor de las olas que tímidamente se acercan a la orilla como si quisieran alcanzarnos.
Me encanta esta sensación de paz, y más cuando estás en buena compañía – digo casi susurrando y mirando al mar.
A mí también – susurra, y el silencio se impone nuevamente.
Me quedo mirándola. Está acurrucada sobre sus rodillas mirando al mar – Un penique por tus pensamientos – le digo.
Y solo sonríe por respuesta.
Al menos dime si estás bien.
Si. Muy bien. Más que bien.
Me alegro.
¡Clack!, el disparador suena otra vez, lo que indica que la foto ya se ha tomado. Me mira expectante en lo que yo compruebo el visor de la cámara. El resultado ha sido satisfactorio.
¡Déjame verla! – y sin mediar palabra aflojo y giro el cabezal del trípode para que el visor quede a su alcance.
Acércate un poco – lo hace, y me invade un cosquilleo enorme. Su pelo me roza los hombros al acercarse para ver el visor y no puedo resistir acercar mi cara para sentirlo.
¡qué bonita! ¡Y las olas no se ven!. -  es cierto, el vaivén de las olas ha quedado convertido en un halo de seda dibujado en toda la diagonal de la foto, casi como señalando un camino que va hacia el fondo. El mar parece un espejo y en el cielo se ven unas rayitas blancas como si cayeran hacia el agua - ¿qué son esas líneas blancas pequeñas que hay en el cielo? – me pregunta.
Es el movimiento de las estrellas que ha quedado captado durante el tiempo que la cámara ha estado haciendo la foto – le digo  - Yo las llamo "lágrimas del cielo". Lágrimas de felicidad por la belleza de la naturaleza que observamos.
¡Uaoo! Es precioso – exclama. Y se queda mirando la foto.
Si me ayudas podemos darle un poquito más de vida a esa foto – le digo.
¡cómo!
Me gustaría que salieras en la foto – y me quedo esperando su reacción.
Sigue mirando la foto y de repente dice en un tono divertido: ¡vale!
Pues ¡manos a la obra!. – Me levanto - ¡arriba! – y le tiendo mis manos para ayudarla a levantar. Me tiende las suyas y cuando estamos de pie, uno frente al otro y con las manos cogidas, el tiempo se me para. Solo vuelvo a ser consciente cuando oigo - ¡qué pasa!.
¡eh! ¡ah!... no, no…. Nada,… ¡la cámara! – me agacho un poco, vuelvo a girar el cabezal del trípode para buscar el encuadre original, y reviso los parámetros de la cámara - ¡listo!.
Le tiendo la mano y le pido que deje su bolso y me acompañe. Deja su bolsito junto al mío. Vamos alejándonos de la cámara, a un lugar imaginario coincidente con el final del encuadre que tengo preparado y le comento:
Cuando te avise quiero que camines hacia el agua y una vez que estés ya con los pies mojados que camines por la orilla en dirección hacia donde está la cámara. Pero hazlo como quieras. Dando saltitos, pateando el agua, bailando, girando…, lo que quieras. Yo estaré algo más alejado de ti y te estaré iluminando a ratos con una linterna y con un flash, así que no te asustes por los reflejos. Tenemos 3 minutos en los que puedes moverte entre aquí y allí – y señalo un lugar imaginario un poco antes de la altura a la que se encuentra la cámara-. Cuando llegues allí, puedes volver y empezar de nuevo si quieres. Piensa en lo que quieras, y diviértete mientras lo hagas. Quiero que seas tú y que te olvides que estoy por aquí. Ignórame, - e inmediatamente añado - Pero por favor, solo ignórame en esos tres minutos  - y junto las manos como si estuviera suplicando.
Eso es un poco difícil- y se ríe.
El qué, ¿el ignorarme solo 3 minutos? Ya veo. Ya quieres perderme de vista.
Tonto – exclama - . Estoy muy a gusto. Solo digo que va a ser difícil pensar que estoy sola.
Bueno, piensa en algo divertido. En algo bueno, y déjate llevar.
Lo intentaré.
Bien. ¿lista?
Si.
Vale te aviso en seguida. – y me dirijo corriendo hacia la cámara. Cojo del bolso una linterna pequeña Led Lenser que siempre llevo conmigo, el flash, y un cartón plegado. Enciendo el flash y lo preparo para disparo manual. Abro el cartón plegado y lo acoplo en su extremo a modo de extensión formando un snoot casero. Compruebo que la linterna está preparada para foco puntual. Preparo el disparador para que me de 20 segundos antes de empezar a hacer la foto, lo acciono, y me dirijo con la linterna y el flash hacia donde se encuentra Elena. Mi ropa no es lo suficientemente oscura, por lo que tendré que tener cuidado de no aparecer o invadir por mucho tiempo la zona de encuadre. Cuando llego a la altura de Elena me preparo y le digo – Cuando quieras.
Elena empieza a caminar hacia el agua y al momento oigo el ¡clack! del disparador. Elena ya tiene los pies mojados. Y empieza a dar giros, pausados y lentamente, uno o dos pasitos largos, un saltito, y vuelta a empezar. Y empieza a reir graciosamente. Estoy completamente escandilado por tal espectáculo, hasta que me doy cuenta de que estoy quieto pasmado, y se suponía que debo plasmar esto en una foto. Reacciono rápidamente y con la linterna en una mano y el flash en la otra me dirijo hacia donde está Elena pero manteniendo cierta distancia. De una forma metódica, sin saber cómo escoger los momentos, porque todos son fantásticos, me dejo llevar.
En un momento en que Elena da una patada al agua enciendo la linterna a la vez que apuntándola con el flash emito un destello. La he cogido por sorpresa y por un momento ha mirado, pero inmediatamente ha reiniciado el movimiento. Avanza un poco más y, un salto. Repito el proceso: un toque de linterna a la vez que disparo el flash. Un poco más… un giro con los brazos extendidos, y vuelvo a congelar el movimiento.
Me encanta verla evolucionar con ese aire de niña feliz. Decido no congelar más momentos sino simplemente disfrutar de esa sensación de felicidad que me embarga. Y así hasta que oigo el ¡clack! que me indica que la foto ya se tomó.
¡plas¡ ¡plas! ¡plas!. Comienzo a aplaudir desde la orilla, y cuando me oye se para, se gira hacia mí, y me hace una graciosa reverencia digna del mejor baile de salón de la época renacentista.
Ríe mientras se acerca dando saltos.
¡que! ¿te lo has pasado bien? – le digo.
Pues sí. Mira que hacía tiempo que no me abandonaba al divertimento infantil.
Así que era eso lo que pensabas. Tus juegos de infancia.
No exactamente, pero casi. ¿y tú qué?
Yo he preferido quedarme en la época actual. Pero también he disfrutado como un enano. He de decirle señorita, que es un placer verla evolucionar grácilmente.
Graaaacias – exclama sonriente cual niña traviesa. - ¿vemos la foto?
Vale.
Yo primero – y sale corriendo hacia la cámara…
¡eh! ¡eso no vale! – y corro tras ella.
Llegamos casi a la vez, y nos tiramos de rodillas junto a la cámara. La quito del trípode y la acerco a los dos, ahora  sentados, para verla. Cuando aprieto el botón del visor aparece la imagen.
¡Uaoooo! Decimos al unísono. Y ahora soy yo el que está asombrado. Sobre un fondo ya de por sí encantador, y en tres puntos distintos de la imagen, destaca de sobremanera la figura de Elena iluminada por los destellos dirigidos del flash y la linterna en tres poses completamente distintas y divertidas.
Ahora sí que el cielo llora de felicidad – consigo decir en voz baja. Y me quedo mirando la foto.
Está a mi lado mirándome, y no sé si sorprendida.
Me encanta – me dice – a la vez que pone su mano sobre mi hombro y un escalofrío me hace volver a la realidad. Miro hacia ella y después de un segundo, inclino mi cabeza quedando apoyado frente con frente.
Un sonido musical comienza a salir de su bolso. ¡su móvil!. Y el momento se esfuma. Estiro la mano, cojo su bolso y se lo alcanzo. Saca su móvil y responde con un tono casi indiferente - ¿si? … dime… - algo le dicen que se sonríe – si, si…. – dice en tono jocoso -…estábamos haciendo fotos, bueno yo no, Iván, …  ¿ya son las once? –  miro el reloj y asiento con cara de sorprendido a la vez que frustrado – vale, espera. Iván…, que me tengo que ir. Maite y David agradecen tu invitación, pero son las once ya, están cansados y quieren volver a Las Palmas.
¡Oh! – digo con cara de tristeza- ¿no te puedes quedar un poquito más? Si quieres, claro. Yo te alcanzo a tu casa después.
¿Y vas a ir hasta Las Palmas para después volver a tu casa? Tú estás loco.
No me importa, de verdad. Sería un placer acompañarte. Siempre que quieras, no quisiera causarte problemas. Y además, Telde no está tan lejos. – Me mira y espero que no se haya dado cuenta de que mi interior está suplicando.
… Maite, mira, Iván dice que él me lleva más tarde. Váyanse ustedes tranquilos. – se hace un silencio, que se rompe por una risita que suelta en tono desafiante – ¡ja! ¡ja! – Pues vale. Nos vemos mañana. Sí, se lo diré. Un beso – y cuelga.
Saludos de Maite y David. Que los disculpes y que quedamos para otro momento.
Cuando quieras – afirmo.
Y pasado unos segundos en los que creo se me ha quedado una cara de tonto satisfecho le digo - ¿Tienes hambre? Vamos a tomar algo.
Pues mira por donde sí que se me apetece. – dice
Pues vamos allá.
Nos incorporamos. Recojo la cámara, guardo el flash y la linterna, cierro el bolso, pliego el trípode. Elena está intentando quitarse la arena todavía mojada de sus pies.
Caminaremos por la arena seca, y así cuando lleguemos a la altura del Faro posiblemente ya se te haya caído toda – le aconsejo, y obtengo un "vale" por respuesta.
¿Tienes frio?
El aire está fresco y parece que ahora sí lo noto. O será por haberme mojado los pies.
Señorita, por favor – y extiendo mi abrigo, una rebeca azul marino ligera, sujetándola con las dos manos con ademán de que se pueda cubrir sus hombros. Se acerca, y se gira de espaldas – no es que esté acorde precisamente con tu atuendo ni que sea de tu talla, pero te mantendrá a salvo del frío – le digo a la vez que la coloco sobre sus hombros y se la paso por delante.
Gracias – me dicen unos ojos brillantes.
Me cuelgo el bolso de la cámara, cargo al hombro el trípode e iniciamos el camino hacia el Faro. Caminamos uno al lado del otro sobre la arena seca y hablamos de la noche, lo bonita que está, y de lo sorprendente que le ha parecido el resultado de la foto. Tengo que contenerme más de una vez para no soltar una patujada. Prefiero oírla hablar. Parece divertida.
Llegamos a la altura del Faro y dejo que se apoye en el comienzo de la avenida para colocarse las sandalias.  Y reanudamos el camino en dirección a una terraza italiana que hay muy cerca del Faro. Buscamos sitio y nos acomodamos en asientos contiguos. Pedimos bastante rápido. Una ensalada y algo para picar acompañado de dos zumos de naranja y agua.
El tiempo pasa muy rápido, y poco después nos encontramos caminando por la avenida del Boulevard Meloneras para después continuar en dirección a dónde había dejado el coche.
Seguimos hablando, divertidos, casi como si nos conociéramos de toda la vida. Y eso me encanta. Y así llegamos al coche. Coloco los bultos en el maletero y le abro la puerta para que entre.
Gracias – me dice.
Siempre las suyas, señorita, y a su disposición – le contesto. Sonreímos los dos.
Voy conduciendo por la autopista  y me doy cuenta que falta poco para llegar a Las Palmas. Llevamos todo el rato con una charla amena, compartiendo gustos y opiniones en unos casos y discrepando en otros, pero siempre amena. Alguna broma que otra, algún comentario chistoso …,  puro regalo para mis sentimientos.
Y después de un par de giros, ya dentro de Las Palmas – es aquí – me dice. Y con cara de disgusto paro. Encima es una calle de un solo sentido y los huecos de aparcamiento, solo a un lado, están ocupados, con lo cual ni siquiera puedo ponerme en doble fila, solo hasta que aparezca algún inoportuno.
Bueno – exclamo con resignación – Creo que mi buen día está llegando a su fin.
¡No seas catastrófico! – me responde.
No. De verdad. El día me dio un giro para bien cuando "me encontraste" – y lo recalco – Y lo he pasado estupendamente.
Yo también. Me alegra haberte "encontrado" – y también recalca la palabra.
Pasa un segundo interminable. - Espera que te dejo la rebeca – dice finalmente.
No. Quédatela hasta que subas a tu casa. Así tengo la excusa de que me la tienes que devolver – y sonrío.
¡Eso es jugar con ventaja!
Bueno, si no quieres, me la dejas en cualquier sitio y ya pasaré a buscarla – digo con tono triste.
Me parece que me gusta más la primera opción – dice. Y no puedo ocultar mi alegría como si de un niño travieso se tratara. De repente, un reflejo en el retrovisor me hace desviar la mirada.
¡vaya por dios!
¡que pasa!
Un coche.
¡Ah!
¿Te puedo ver mañana? – digo de forma desesperada a la vez que saco mi móvil y me dispongo a pedirle su número, cuando, de pronto, me lo quita, teclea un número, realiza una llamada y corta.
Ya lo tienes.- me dice. -Bueno pues hasta mañana.-  Y se dispone a abrir la puerta.
¡un momento! – le grito. Y rápidamente me bajo del coche lo cruzo por delante y le abro su puerta por fuera – Señorita, por favor.
Se baja luciendo esa risa cautivadora a la vez que me dice  - Gracias, caballero.
Cierro la puerta y le cojo la mano. – Ya estoy deseando que sea mañana – le digo. Y su sonrisa se hace más amplia. Levanto su mano con las mías y le doy un beso pausado en el dorso – Que descanses.
En ese momento se inclina y me da un beso en la mejilla – Que descanses, y ten cuidado a la vuelta.
Me toco la mejilla como si quisiera coger el beso que me ha dado, mientras la veo dirigirse hacia el portal y abrirlo a la vez que me lanza una mirada y un beso.
Vuelvo a la realidad cuando suena la pita del coche que tengo esperando detrás del mío. Doy un respingo, corro hacia mi lado a la vez que hago ademanes de disculpa al otro coche. Me meto dentro, me abrocho el cinturón, y arranco. Hay un semáforo justo a pocos metros, pero afortunadamente está en verde.
El corazón me late como una ametralladora, y tengo dibujada una sonrisa en la cara. Me toco la mejilla y todavía siento sus labios.
La autopista pasa muy deprisa. Solo quiero llegar. Llegar para revivir y soñar. Y esperar que llegue mañana.

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