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martes, 12 de abril de 2016

EL REVELADO OPTIMISTA DE UN REBELADO PESIMISTA





Le conocí primero por su obra y después por su persona. Primero por referencias y después por convencimiento. En persona podría pasar por un Quijote de hoy, sin caballo ni escudero, casi quizás sin armadura, locuaz e incisivo, y con una mirada picarona a la par que certera, no sé si de pillo o villano, pero siempre de sabiduría. Sabiduría que le da su conocimiento y experiencia, y que no se corta un pelo en compartir con todos aquellos que así se lo piden, para suerte de muchos y disgusto de otros (de todo hay).

Cuando le preguntas algo pone en marcha su tremenda capacidad expositiva, y sus razonamientos y dialéctica brotan de su boca cual la más rápida de las ametralladoras disparando balas. Pero balas de buen saber, joyas de experiencia, esas que marcan y sientan cátedra. Es como si tuviera la imperiosa necesidad de contar lo que sabe y lo que ha visto muy rápidamente, no sea que el tiempo pase y no tenga ocasión de decirlo. Es su marca. Es su otra forma de enseñar. Y es una auténtica gozada escucharlo.

Siempre le agradeceré infinitamente que dentro de su ajetreada vida de idas y venidas, se haya acordado de mi propuesta y reservado un hueco durante una corta recalada que hizo en Las Palmas, lo cual demuestra lo que para él significa la palabra “compromiso”.

Nos encontramos en una terraza de Vegueta para dar forma a una especie de entrevista, que más prefiero llamar charla, y que se convirtió en una excursión sorprendente, llena de vitalidad, llena de argumentos y sabiduría por una colección de historias que, al final, no son más que fotografías. Todo ello en muy buena compañía.

A medida que íbamos hablando, era como si su figura humana fuera transformándose en pantalla panorámica de una sucesión de imágenes con vida, como si de un revelado sensorial se tratara, dejando ver todas esas tramas, matices y contenidos que a simple vista no vemos, y que es preciso que pase cierto tiempo, a veces más, a veces menos, para poder darnos cuenta de que están ahí y que podemos ser capaces de llegar a verlas, aprenderlas, y algunos privilegiados, experimentarlas. De ese revelado especial, surgía la persona que siempre es.
De nombre: José Luis Valdivia. Acaba de cumplir 40 años, mal que le pese, como él mismo dice. Nacido por casualidad y por avatares del destino en Madrid, (“…es que mi madre en aquel momento se encontraba allí, y quiso dar a luz allí, en La Paz, aunque creo que es lo único que ha sido pacífico en mi vida”), un caluroso 11 de Agosto de 1975, pero fue buena gente, porque nació a las 7 de la mañana, -“con la fresquita para que mi madre no pasara calor”. 

De Fuerteventura, majorero, con un apellido, Valdivia, de los más antiguos de Canarias, criado casi toda la vida en Puerto del Rosario, la que dejó con tan solo 19 años para comenzar a vivir por muchos lugares: “cuando decíamos que era un pueblo con alrededores (alrededores de montañas y cabras”) –matiza.

Allí transcurrió su infancia. Estudió (¿seguro?) en el Sagrado Corazón, un colegio de monjas, así salió tan ateo primero y agnóstico después: “…Lo mejor que puedes hacer para convencerte del todo sobre las creencias es ir a un sitio de estos…, que sales creyendo todo lo contrario…”:



Sus comienzos con la fotografía.

Mi familia me recuerda que era un crío con 7 u 8 años y ya manejaba una cámara de las de usar y tirar, de aquellas que usaba flashes que se gastaban. De tanto en tanto “les mangaba” alguna a los mayores, no eran gran cosa, pero ya era una “señora cámara”.

Tengo un par de buenas anécdotas de la época. Una era un día que íbamos a una jura de bandera de un familiar, y como el día estaba oscuro, mi madre me mandó comprar unos flashes para hacer las fotos. Yo, para cerciorarme de que los flashes funcionaban bien, los usé previamente…, y le dije a mi madre que iban perfectamente. Obviamente los gasté todos y me llevé una buena torta. Y es que costaba carita la cosa.

Luego en el año 90 y 91, estando en el instituto, ofertaron entre 600 alumnos un curso de fotografía más serio, de un año de duración. Nos apuntamos 4 o 5 chavales y durante un año escolar aprendimos a revelar, a componer; aprendimos el valor de una fotografía, del compañerismo, de ver el mundo a través de una cámara pero con la realidad de ese visor, donde en una tierra árida y espartana como era la de Fuerteventura, en la que la gente decía que no había nada, nosotros supimos ver belleza. Esos 4 o 5 chicos teníamos un carrete de 36 fotos y nos sobraba en aquella Konica Minolta prestada. Las compartíamos entre todos y, aun así, cuando acabábamos, decíamos “aún quedan 4, ¿qué hacemos?”…, parecía que no se acababa nunca. Tal era la quietud a la hora de realizar fotografías.

Una vida criada en una Fuerteventura de pocos medios, pero de mucha fantasía y ganas de hacer cosas, que creo que es lo que nos movió a muchos chicos de aquella época a saber mirar dichas carencias con las vistas fuera, y que somos los que ahora estamos haciendo cosas y seguimos teniendo ilusión de conseguirlas, saliendo de la isla o estando en la propia isla. Muchos sabíamos que tendríamos que irnos algún día para volver y seguir haciendo cosas. Solo veo algo que con el paso del tiempo no cambia: la lucha con la clase política para hacer entender el valor de la cultura, el arte, la creatividad, los sueños. Los tiempos que vivimos les han venido de perlas.



Dime una palabra que te defina

(Y casi antes de acabar la pregunta…): Ideales.


¿Los persigues o los encuentras?

Los llevo conmigo. Desde niño. Creo que hoy en día una de las cosas que más me he dado cuenta que le falta a la sociedad actual son los ideales. El individuo no se ha preocupado de darse cuenta de si los tiene o no los tiene. Los ideales son un ingrediente más de la sociedad. Se habla de los ideales como quien habla ahora mismo de tolerancia, de generosidad, de compañerismo, de sentido de patria. Cuando un político habla de democracia, estado de derecho, de tenemos que hablar, diálogo, etc., son palabras que están desgastadas por el propio político que ya no sabe ni el significado de las mismas.

Es por eso que la palabra “ideales” no la tiene la gente adquirida. Solo la tiene en función de cómo se mueve el viento.

En mi caso, desde que era un niño tenía muy claro los ideales. Tenía muy claro que había una forma de ser y estar en el mundo, y treinta años después lo sigo manteniendo. Tenía unos ideales con la fotografía, con lo que significa admirar al buen periodismo, el documentalismo honesto, con el cine…; y ahora con 40 años, no solo lo sigo manteniendo, sino que se han fortalecido mucho más. Mucha gente que se ha ido acercando en todos estos años, me dicen que cuando piensan en alguien que defiende los ideales, piensan en José Luis Valdivia, un tío que saben que si se va a Etiopía, por ejemplo, lo que cuenta de Etiopía lo está haciendo desde los ideales y la honestidad de cada momento.

Soy consecuente conmigo mismo. No intento engañar a nadie. He llegado al punto de saber que esos ideales, por defenderlos o por ser yo mismo, van a hacer que caiga mejor o peor a la gente. Que te colocan etiquetas gratuitas. Dado que la gente confunde contundencia con prepotencia. En ese sentido no intento forzarlo, estos son mis ideales, los defiendo con respeto, sin imponerlos y sin faltar el respeto a los demás y tampoco diciendo que son la verdad absoluta, pero son los que defiendo. Me he dado cuenta que la tibieza que tenemos hoy en día es porque la gente no se ha fijado que los ideales se han dejado metidos en el cajón de la cómoda y se sacan cuando interesa. Es un poco aquello que decía Groucho Marx de “si no le gustan mis principios, tengo otros”. La gente se los va cambiando como cambia la chaqueta, y eso tiene mucho que ver con la clase política actual, porque hay que darse cuenta de que los políticos no son más que la manifestación propia de nosotros. El pueblo se representa en los políticos. Si los políticos que tenemos hoy son mediocres, que se plantee el pueblo que es mediocre. Cuando un político es corrupto, que el pueblo no se asuste, porque también ha sido corrupto.

Al final creo que los políticos son el alter ego público del síntoma de la enfermedad que tiene un pueblo. Ni más ni menos.


¿Esos ideales son los que te han permitido que, aun siendo un fotógrafo representando una imagen comercial por momentos determinados, hayas podido y querido mantener tus ideales por encima de los intereses de la marca o has perdido algo en el camino?

Nunca he perdido ideales en el camino. De hecho me ha costado algún disgusto con según qué marca o empresario.

Si una marca se acerca a ti, a José Luis Valdivia, porque le gusta su fotografía, porque le gusta sus reportajes, le gusta cómo es y lo que hace, está comprando todo ello.

Si cuando lo tienes dentro de la marca le dices “prohibido estos titulares, prohibido hablar de esta temática, o prohibido hablar de algo que no sea más que mi producto”, apaga y vámonos.

Aquí tenemos el ejemplo claro, y sin dar nombres seguro sabrán de qué se trata. He trabajado durante unos cuantos años con unas escuelas o con unas empresas que no son marca, sino tiendas o negocios, y, de repente, sustituyeron a José Luis Valdivia. Mejor dicho, no aceptó el ninguneo. Gente que no acababa de entender que José Luis Valdivia les había dado una serie de beneficios: clientes, prestigio, calidad, formación, fidelización, en definitiva: la defensa de esos ideales, y los cambian de la noche a la mañana simplemente porque lo que miraban era el coste. Para esa persona era más factible cambiarte por el que está barriendo el almacén, con todo el respeto, pero que no tiene ni la preparación, formación ni trayectoria que tú has aportado, porque lo que miran es que a final de mes se ahorran 300 euros, y por esos 300 euros cambian sus ideales y engañan a una clientela y a ellos mismos como producto. Podríamos citar no pocos casos.

Tengo la gran suerte de que las firmas con las que he trabajado en los últimos 10 años prácticamente ninguna me ha querido cambiar en nada. Muchos me habéis conocido porque en los últimos 5 años fui el fotógrafo oficial de Samyang en España. Samyang, si algo me dio fue libertad. Porque resulta que Samyang es una firma coreana, que trabaja para todas las firmas. No he visto una pluralidad mejor que esa. Cuando Samyang sabía que yo tenía una cámara Sony, Fuji, Canon, Nikon u Olympus, estaban encantados, porque trabajan y fabrican para todas esas firmas, y nunca intentaron cambiarme, nunca pusieron una objeción a ninguno de mis talleres; no como otros que quisieron incluso borrar el nombre de “La Mirada y el Fotógrafo”, cuando es la marca con la que llevo viajando más de 10 años y es lo que me representa, mis ideales, nunca mejor dicho. Llegamos durante esos años a ciudades y pueblos donde antes nunca se habían realizado talleres.

Ahora formo parte del colectivo internacional de Fujifilm y Vanguard. Si algo ha querido Fuji al tenerme entre sus filas como fotógrafo, es simple y llanamente esos ideales. Es decir, hemos fichado a José Luis Valdivia con todo el paquete que representa. Y estoy encantado porque me hacen visible su admiración y respeto por mi trabajo y conocimientos, tanto, que me llevaron representando a nuestro país al 5º Aniversario de la serie X en Japón, exponiendo obra mía allí. Somos una familia.

José Luis Valdivia no se vende ni para una firma, ni para una marca, ni para vender un producto. De hecho cuando veis en mis escritos la forma en la que hablo de los productos, nunca hablo desde el punto de vista fanático ni del punto de vista del que está pagado por una empresa, que no es el caso, por cierto. Yo estoy con la firma porque quiero, no porque me paguen. Cobro en función de mis trabajos hechos. He decidido quedarme con Fuji, pero sobre la mesa tenía otras ofertas que me han tentado. Fuji tiene ideales, una marca que representa ahora mismo unos valores de calidad, compromiso, profesionalidad, que atiende muy bien a sus clientes y que están comprometidos a darles realmente lo mejor. Me han tratado desde el principio como si fuera uno más, y estoy encantado. Me dejan ser quien soy yo, publicar los artículos como y donde quiera, trabajar en el documental que me dé la real gana; con lo que José Luis Valdivia sigue siendo el mismo de siempre, pero apoyado por una firma que me deja hacer lo que me gusta.

No he perdido frescura. He ganado libertad creativa. No dependo de ninguna entidad pública, no tengo que cumplir ningún horario para nadie, trabajo para mí.



Hablando de cursos, ¿no tienes la sensación de como si dieras una patada y aparecieran cursos variopintos por todos lados? Están proliferando veinte mil cursos de veinte mil cosas a la vez. Pero tengo la impresión de que esos cursos son solo un parche para un momento determinado. ¿Qué contenido es el que habría que dar a alguien que se inicia en la fotografía para que al final termine viendo la fotografía como algo que tiene esencia, no tanto en la técnica, que también, sino en el mensaje que quieras transmitir con la fotografía, y no solo llevarte el recuerdo de un instante porque mola llevar una cámara?

Empecé a dar clases en el año 99, en otro ámbito, pero ya en contacto con niños y adultos. En el 2004-2005, cuando no se oía nada ni de workshop ni de talleres de fotografía, había un señor, el menda, dando clases en una academia de Fuerteventura, que salió con sus primeros 8 o 10 alumnos a dar prácticas fuera.

Siguiendo la línea de los ideales, la formación tiene mucho de ese pilar de ideales. Para mí la formación no es hacer un taller de mierda, y así lo expreso abiertamente. La formación es algo muy serio. La educación es algo muy serio. Y lo que ha primado para mucha gente es la pasta.

De la misma manera que no puedes confiar el trabajo de una boda al primer iluminado que se ha comprado una cámara de fotos, porque es el recuerdo que va a perdurar de “tú día”, y se supone que quieres lo mejor. Es tu responsabilidad.

Lo que prolifera ahora mismo son varias cosas:

Tu pegas una patada, como bien has dicho, y salen cincuenta mil fotógrafos de debajo de las piedras que, además, se jactan de ello: “soy fotógrafo”. No les tiembla el pulso al decirlo. Hay gente del ámbito profesional a los que nos cuesta muchísimo llamarnos fotógrafos a nosotros mismos. Tiene casi que venir una firma internacional a decirte “fotógrafo oficial de…” para que empieces a convencerte. Tú no vas con la pegatina por el mundo diciendo “soy fotógrafo”. Sin embargo, el que tiene ganas de marcar paquete, no para de decir “soy fotógrafo…, soy fotógrafo…”.

Con los talleres lo mismo. Ha habido y hay mucha gente que, a través de los talleres, han visto una forma de ganar dinero fácil, y parece que la fotografía tiene que ser como la puerta trasera de muchos negocios o balsa salvavidas. Es decir, alguien trabaja de profesión X, y en su tiempo libre se dedica de hobby de fotógrafo. “Un dinerito extra”, que te suelta alguno con la gracia. Pero no, de hobby nada: está facturando dinero. Incluso puede que no lo haga de forma legal pero se jacta de decir primero soy funcionario de esto, soy ejecutivo de aquello, hago tantas horas aquí y allá, y le está quitando el trabajo a una persona que está 100% pagándose solamente el ser fotógrafo. Que apostó por ello y, si es un profesional como debe, también estará formado.

Con los talleres hay cierta impotencia porque tiene que ser tomado muy en serio. La gente se acerca a muchos cursos de formación porque tienen la certeza de que allí van a ser ayudados. Muchas veces no saben cribar o aventar entre tanta paja si el que le va a dar el curso es la persona idónea, está formado, o sabe lo que se trae entre manos. Lo único que sabe es que le ha costado barato y a lo mejor sale aprendiendo algo. Vuelvo a insistir. La formación es algo muy serio.

Soy un ejemplo de eso, de lo que me ha pasado. Ahora mismo estoy viendo a gente dar clase de formación a nivel profesional, cuando hace 3 o 4 años les estaba dando yo un curso y dejaban muchísimo que desear en sus conocimientos. ¿Qué ocurre? Han parcheado. Cogen un poquito de revelado por aquí, un poquito de boda por allá, un poquito de paisajismo por allí…, me han puesto 1000 me gusta fáciles en el Facebook, y soy la puta hostia, Porque claro, 1000 amigos me han puesto que mi foto es muy buena, pero ha llegado un sola persona que, a lo mejor, tiene un criterio formado con conocimientos de arte y fotografía a nivel educativo, te dice que no es tan buena foto, y lo primero que haces es mandarlo a tomar por saco y montar en cólera porque “¿quién se ha creído ese para decirme que la foto es mala después de 1000 me gusta?”. Por contra hay muchos salidos de talleres que son ahora mismo grandes fotógrafos de los que te sientes orgulloso, porque son honestos.

¿Qué hacemos?, crear una falsa ilusión, vivir de espalda a la cueva. Como veo los reflejos de lo que creo que es el mundo, pues pienso que soy la leche y por eso hago cursos. Ahora está todo lleno de miles y miles de cursos, hay una oferta formativa “acojonante”, todo el mundo tiene un blog, pero no un blog personal como cualquiera puede tener, sino me refiero a un blog de todos esos cantamañanas que trabajan a tiempo parcial en la fotografía y te dicen que es un hobby, pero se montan un pedazo de blog en el que tiene a los mejores profesionales, hablan de la fotografía como si fuesen todos ingenieros de la Nasa…, y apaga y vámonos. No les puedes ni soplar la oreja porque se te enfadan y te echan a los leones para que te devoren.

Hay muchos blogs de gente con mucha información errónea, creando estigmas, dogmas…

También ha habido una serie de profesionales que en su momento se montaron en el petrodólar de vender libros de fotografía y otro tipo de formación, dado que en su momento hubo un gran vacío en la fotografía digital, y han vendido miles de libros. Mucha gente han cogido esos libros como biblias, y ya sabes eso de “con la religión hemos topado”; pero cuando creas una religión creas un dogma, y gente que no soporta la crítica dentro de ese dogma, que lo toma a pies juntillas, y, además, como suele saberse, en toda profesión y en toda sociedad hay una cloaca, pues en la cloaca de la fotografía está toda esta gentuza, que se está aprovechando de la buena fe de personas que no tienen conocimientos de fotografía, y por ganarse 40 o 50 euros de una persona, están creando una mentira y una cadena peligrosísima.

Para mí, resumiendo, sería: la formación es algo muy serio, la gente no se lo está tomando en serio, están engañando a muchas personas y se están engañando a ellos mismos creyendo que son mejores de lo que son.

La gente debería hacerse un autoexamen: ¿en qué punto estoy realmente?, ¿qué es para mí la fotografía y a qué aspiro?

Conectándolo con la pregunta anterior, para mí la formación es tan seria, que a esa empresa que no supo valorar que primero estaba la formación y educar bien a la gente y no el dinero, los mandé a tomar por… Y, aclaro: muchísimos profesionales ofrecen cursos muy buenos y el personal debería poder formarse en un amplio abanico de posibilidades.


¿Es esa una de las razones por las que te puedes encontrar hoy día un taller de iluminación para bodas que se celebren a las 10 de la mañana, o un taller de iluminación para bodas que se celebren a las 5 de la tarde, o un taller de iluminación para bodas que se celebren a las 9 de la noche?


Si. El ser humano es un ser de catalogaciones. Si no lo catalogamos todo no estamos contentos.

La fotografía en sí es un concepto abstracto, un concepto de estética. Y sin embargo, ahora, lo que les ha encantado en la fotografía es eso de, “soy el fotógrafo especialista en caracoles; fotógrafo especialista en rallas discontinuas de la carretera; fotógrafo de portales…, etc.”. De los iluminados del “Street Photography” mejor lo dejamos para otro día, porque han confundido muchas grandes cosas de buenos maestros en beneficio suyo, y hay una pose infumable. Salvo a un puñado de buenos autores.

Oye, que tú puedes ser fotógrafo de una especialidad, como moda, pero lo cutre es cuando ves a dichos “iluminados” decir que es fotógrafo de moda, porque un día puso a una paisana encima de una roca un poco ligerita de ropa, si puede ser cuanto menos ropa mejor, con una iluminación penosa, una pose erótica-festiva, y a eso lo llaman fotografía. La suben a la red y tiene los famosos 1.000 “me gusta” en un rato. Deberíamos analizar que, de esos 1.000, igual hay 999 tíos que solo piensan en lo buena que está la modelo y cosas por el estilo…

Ahora la gran excusa es decir “taller novedoso de…..”, a ver…, ¿qué no ha hecho nadie? Pues venga saco uno.



Soy consciente de que para los profesionales que llevamos mucho tiempo en esto, los talleres no dejan de ser una fuente de ingresos necesaria. Hay personas a las que nunca les ha gustado la docencia –no es mi caso, que la adoro–, y que en un momento determinado al no vender su trabajo, venden su conocimiento. Pero estamos hablando de fotógrafos que pueden tener hasta premios nacionales de fotografía, que no lo están pasando bien económicamente, y que no les ha quedado otro remedio que encontrar a través de la formación y la docencia tener un canal de ingresos, porque cuando murió la fotografía química y pasado a esta vorágine digital, está mal llamada democratización, mucha gente lo pasó mal, porque bien no supieron mutar al medio digital, o bien se negaron abiertamente porque para ellos era una aberración o blasfemia. O, esta es más cruel: los medios buscaron gente más joven, en esta epidemia de que todo tiene que tener pinta de adolescentes. Ahora, hasta en política te dicen que cuanto antes, mejor. Madre mía… La sabiduría y experiencia por el retrete.

Eso medios, cada vez más mediocres y mezquinos, que se ahorran todo el dinero y más del mundo, en vez de seguir contratando la visión de un fotógrafo o documentalista profesional que sabes que te va a llevar a buen término el proyecto o encargo, pero te lo va a cobrar, obviamente, prefieren pagar cuatro duros al primero que pase, putear al becario de turno, o al iluminado que se ofrece porque hizo cuatro cursitos. Como me decía un editor de un diario bastante conocido: “Si es que al final la gente se lo traga todo”. Con ese mal concepto hipócrita, lo único que estamos fomentando es, precisamente, esa basura, y lo que está diciendo es que su público es una mierda, y como son unos ignorantes, les sigo echando mierda que se lo van a seguir tragando. Que un editor de un medio importante te diga eso, es como llamarnos catetos con letras de oro. La profesión se ha desvalorizado, hasta el gran periodismo de investigación está en la UVI desde hace tiempo. Los grandes profesionales que están trabajando por su cuenta, para sus propias iniciativas de diarios y blogs, se están yendo a Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Japón, o sitios donde el trabajo lo valoran.

Si ya hablamos de los teléfonos móviles con fotos y vídeos penosos que compran y publican los medios, es para decir: “Por favor, el último que apague la luz y cierre la puerta”.


A propósito de eso de que la gente se lo traga todo…, durante mucho tiempo hemos estado viendo imágenes de cayucos que llegaban a canarias y a otros países mediterráneos, en las cuales siempre había referencia a algunos que no llegaban con vida a ese final. Nunca había pasado nada, pero, sin embargo, hace unas semanas la fotografía del niño ahogado en la orilla de una playa parece que levantó la crispación o la atención de mucha gente. ¿Qué es lo que piensas sobre la razón por la que esa fotografía sí llamo la atención y todas las anteriores pasaron desapercibidas?

En un taller en el que enseñé fotografía social dura de varios conflictos, fotografías de Etiopía, de Ruanda, de los genocidios, de todo lo que hemos ido cometiendo, (porque sabemos que cuando el ser humano coge un hobby lo explota bastante bien y el de la guerra es un hobby que nos mola mucho, nos pone), o ante las fotografías que habían publicado de Palestina con el bombardeo que hubo en una escuela donde mataron a un montón de niños, una señora me espetó: “¡Ya estoy harta de ver estas cosas, podrías ahorrártelo!”. A lo que le dije que si lo que le molestaba era la fotografía o que los niños estuvieran muertos, porque el fotógrafo no había matado a los niños. El fotógrafo solo ha plasmado lo que le ha ocurrido a esos niños, sin embargo, la sociedad, o esa señora en concreto que representaba a la sociedad en esa clase, estaba estigmatizando, y, en cierta forma, linchando al fotógrafo y, por defecto, a mí por mostrarlo. Que usted no quiera verlo y quiera estar de espaldas a ello no quiere decir que no haya pasado. Que usted quiera ver su Telecinco con su programación de encefalograma plano y omita los informativos donde le cuentan la realidad, o cierta realidad, de lo que puede estar pasando en el mundo (porque la verdad sería más cuestionable), no significa que no pase. Lo que indica es que el problema lo tiene usted. Loable si no quiere mirar, pero no critique a quienes desean contarlo.

Con los recientes premios World Press Photo tenemos otra prueba de lo que hablo: la gente se mata por las redes sociales poniendo a parir a todos por dilucidar sobre un puñetero RAW, sobre si hubo retoque o no, o sobre si la foto está preparada, etc., etc. Penoso. Mandamos un mensaje al público en general poco menos que de oportunistas interesados.

Como penoso es también que en Nepal, con la tragedia de su terremoto, los medios de información internacionales prestigiosísimos que valen un dineral, lo que estén emitiendo en un telediario, en horario de máxima audiencia, sea el vídeo vertical de un teléfono de mala calidad de cómo se está cayendo una iglesia, por ejemplo, y aunque sí, en ese momento era lo único que tenías porque no disponías de nadie sobre el terreno, lo que viene después es lo condenable: que no se plantean mandar a un profesional sobre el terreno que se documente, te informe fidedignamente con criterios de equidad y profesionalidad, si no que sigues contando con el teléfono del vecino para que te cuente lo que está pasando allí, y mientras, tienes a un montón de gente en redacciones escribiendo desde la lejanía, “ficcionando” más que relatando lo que está pasando. Tenemos un problema de base gordo. También es cierto que, ahora mismo, que estamos haciendo esta entrevista, ocurre un atentado en cualquier parte del mundo, y a los dos minutos tienes Twitter, Facebook y todas las redes con alguien que tiene un dispositivo diciéndote “han puesto una bomba en tal lado y se cree que hay tantos muertos”. Es imposible tener un corresponsal contándolo porque se te han adelantado. Son herramientas que facilitan el trabajo, no que sustituyen al profesional, cosa que no saben valorar los corporativistas.

Vivimos dentro de una especie de pasividad colectiva, en esa sensación de que como ya estamos viviendo a diario lo mismo, estamos como adoctrinados, aletargados, adormecidos. Somos una generación de personas que hemos vivido prácticamente rodeados de noticias de guerras y conflictos cuando llegábamos al mediodía para comer con la familia. Si no era Palestina, era los Balcanes, y si no Ruanda. Ahora son Siria, Irak, Afganistán, pero funciona de igual modo: mientras estás comiendo el plato de lentejas, prácticamente vas quedando anestesiado. Si no era ETA era el IRA; si no era el genocidio de por aquí, era un atentado por allá.

Viví en primera mano el fenómeno de las pateras de 2004 a 2007 en Fuerteventura. Estuve fotografiando alguno de esos momentos, me tocó vivirlos en una de las grandes oleadas, y, además, estuve trabajando en un centro de menores como cuidador, en el turno de noche mayormente, dos años, comiéndome marrones bastante gordos de cómo era realmente lo social desde dentro, la hipocresía que hay en ambos lados, política y social. Vemos las fotografías del horror y tragedia en las aguas, pero habría que mostrar las de después. En nuestras costas vi flotando cadáveres de familias que habían venido en cayucos buscándose una oportunidad de vida. En las costas de Fuerteventura, a menos de 25 metros de una playa, murieron personas porque era de noche, estaba oscuro y no sabían nadar. Familias como las que estamos viendo ahora de refugiados. Cambia el lugar, pero la tragedia es la misma. Con es la misma nuestra indiferencia.

¿Por qué ha calado más la imagen del niño ahogado? Porque en este caso la sacudida es ver a un casi bebé boca abajo yaciendo en la playa.

John Berger, uno de mis grandes referentes, decía que "el verdadero contenido de una fotografía es invisible”. Las personas que se han aproximado a ver ese documento gráfico, explícito de una realidad, que conduce a una verdad incómoda, lo rellenan con sus propias emociones e historias. Millones de personas que no tienen acceso a la cultura fotográfica ni artística, viendo esa foto lo primero que dijeron fue “¡pobrecito!, ¡qué le habrá pasado!”, y se estarían imaginando lo que ha venido antes. Han empezado a rellenar la historia de ese niño con el éxodo, la angustia, el luchar con los elementos, hasta llegar a su última exhalación en el mar. Y lo que tenemos en la orilla es la prueba: un niño muerto por una sinrazón. Activó un mecanismo interno de incomodidad. Por proximidad.

Lo que verdaderamente deberíamos cuestionarnos son otros pensamientos que han surgido a raíz de ello y que los he escuchado esta misma semana: “¡Que se queden en sus casas!, ¡por qué tienen que venir!”.

Sobre todo en España, un país donde nuestros abuelos se tuvieron que ir como miserables parías de un régimen por culpa de una Guerra Civil, donde hubo unos vencedores y unos vencidos, y en la que como decía Albert Camus, “Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa".

Esto es así. España olvidó que nuestros abuelos emigraron a Venezuela, Argentina, Cuba, Alemania, que hemos sido un país de refugiados, y ahora nos rasgamos las vestiduras porque vienen por aquí.

Nombrando al padre Ángel de Etiopía, el dijo: “Lo que no es entendible para esas personas es que gente que tiene ahora una guerra en su país, o gente que están trabajando en una mina en el Congo, cuando les dicen que van a tener una oportunidad en Europa donde se ha malvendido el Sueño tipo Americano, los reciben con ametralladoras y con alambradas de espino. No son delincuentes, son personas que están buscándose una oportunidad”.

Lo que ocurre es que está tan desvirtuado este discurso que el propio ciudadano piensa que esas personas son delincuentes. Son padres de familia que se han lanzado a buscar una oportunidad para que sus hijos no se mueran, y cuando eso ocurre y acaba siendo el protagonista para el resto de los tiempos como lo fue la niña del Napal en Vietnam, o Eddie Adams con la foto del capitán dándole un tiro en la sien al preso vietnamita, ese documento queda para recordarnos, para mejor o para peor, que esa tragedia existe, existió y volverá a existir. El niño no es más que la manifestación pública de un problema al que no se le quiere prestar atención. Si tenemos una sociedad que está de espaldas a la hoguera mirando para las sombras que le proyecta la pared, y la foto sirve para que haya una sacudida de conciencia de alguna manera, pues bienvenida sea.

¿Es de buen gusto?, seguramente no. ¿Es cuestionable?, pues como todo lo que hay en la fotografía; pero aquí subyace un contenido invisible que es la historia que hay detrás de la muerte de este crío. El fotógrafo solo plasmó el final de esa historia. El niño no deja de ser una víctima más anónima de tantas personas que mueren en los océanos. En una barca de 100 personas hay 100 historias distintas, 100 momentos distintos, 100 formas de llegar a ese barco, de pagarlo y 100 formas distintas de sueños. Si durante unos pocos días se sacuden conciencias gracias a una fotografía, al menos habrá servido de algo. Sería ilusorio creer que vamos a cambiar el mundo con ella, pero sí mostrarlo un rato en toda su crudeza. Hablo siempre en términos de fotoperiodismo, puesto que la fotografía abarca muchos campos y temáticas.



El razonamiento final al que llegaron los editores de por qué al publicarla había tenido tanta repercusión, era que en esa fotografía era la primera vez que se veía que el niño parecía un niño occidental. Las anteriores eran como del “tercer mundo”, y en este caso parecía uno “de los nuestros” y recalco esta expresión. Que eso fue lo que hizo activar algo. Posiblemente fue la gota que colmó el vaso.

Mira, en “La Sal de la Tierra”, la película de Sebastiao Salgado, hay un momento en el que él está narrando todo lo que ha fotografiado de los éxodos del Sahel, las hambrunas de Etiopía (una de las más grandes que hubo y con más impacto mediático a pesar de que fue una hambruna irreal porque no era por la falta de alimento o porque no hubieran lluvias para cultivo, sino porque el gobierno retuvo los alimentos y creó una deshonestidad política sin precedentes), y cuando reflexionaba sobre ello, sobre Congo, sobre Ruanda, sobre todos esos genocidios, parece que nosotros nos limpiábamos la culpa y nuestras almas porque siempre pasaba en África, que era como si pasara en el salvaje y lejano Oeste. Pero de repente llega la guerra de Los Balcanes. Una guerra en la trastienda de Europa, con europeos, con un sistema de vida europeo, con gente que iba a trabajar a fábricas, panaderos, cocineros, médicos, etc.; con coches europeos, casas europeas, cultura europea…, y es que, de repente, se estaban matando los unos a los otros en la parte de atrás de tu casa. Un genocidio en toda regla, con un “todo vale” horroroso y una impunidad –y pasividad–, por parte de la unión internacional. Era una guerra de ajuste de cuentas, como lo fue la nuestra. No ha habido desde la II Guerra Mundial un caso más flagrante de inoperancia política de la ONU como fue en Los Balcanes. Era como si no les interesara lo más mínimo lo que les pasara a esos “desgraciados”.

En Los Balcanes se estaban matando nuestros hermanos europeos, no eran los más oscuritos de piel, siempre con la excusa de las guerras religiosas. Aquí cuando nos matamos nos matamos por otros intereses, no solo lo religioso.

Somos bastante hipócritas. Cuando dicen: “no queremos herir la sensibilidad publicando la foto o emitiendo dichas imágenes”, a mi me gustaría darle un guantazo a mano abierta al gilipollas que dice eso, porque es como decir: “Pobrecitos, oh vosotros, sociedad de borregos tonta que no quiero que se me ofendan ahora si publico esto”. Vivimos en unos tiempos en los que tenemos, se supone, la mayor democratización de medios, publicando a diariamente “polleces” de la vida personal: si estamos en la playa, si nos pintamos las uñas de los pies, selfie va, selfie viene, y, sin embargo, ponemos el grito en el cielo por ver un niño en una playa ahogado, que es la realidad del mundo en el que vivimos.

Trabajando estos últimos 10 años con el tema de la discapacidad, en el trabajo “Diferentes”, llegamos a la conclusión de que, diciendo lo que comentabas antes de que se parecía a nosotros, cuando tú le preguntas a la gente, por ejemplo, que cuántos niños con síndrome de Down japoneses han visto, o cuántos niños en silla de ruedas del Congo han visto…, se te quedan mirando y dicen: “¡Ah, pues es verdad, no lo había pensando!”

Y en relación a una fotografía mía de una madre árabe sosteniendo su hijo con parálisis cerebral en una silla de ruedas, cuando la exposición estuvo en una zona de Barcelona donde vive mucha multiétnia, Santa Coloma de Gramanet, una cosa que más llamó la atención era ver a una madre árabe que no se tapaba la cara, y que mostraba dignamente a un hijo con su parálisis cerebral, y ella misma decirnos: “En el país de donde yo vengo, a mi hijo lo han echado como un apestado, y en España me han dado una oportunidad. Por tanto soy valiente en salir y no tener ningún tipo de reparo. Ni mi religión ni nada me va a impedir que muestre que mi hijo necesita ayuda”.

Por tanto, un apunte más: tenemos un mal concepto de pensar que los árabes son malos todos, que todos los barbudos son terroristas, que todos los españoles son unos vagos, que todos los catalanes son independentistas, etc. Ya está bien de eso. 

La realidad no es lo que le pasa a una pájara de 18 años publicando a diario lo que come y lo que deja de hacer, como ha pasado con la cría esta que se ha dado de baja del Instagram porque, de repente, dice que ha descubierto que esto no tenía sentido. Bueno, no tenía sentido desde antes guapa, el que te hayas dado cuenta ahora está bien, vale, y que lo hagas oficial también, pero que no te hayas dado cuenta antes …, es una pura mentira. En cierto modo me recuerda aquello de la película de Matrix: la gente está conectada al sistema, a una realidad virtual, y dependen tanto del sistema, que matarían por él, lo defienden con uñas y dientes. Las redes sociales es como aquello que decía Aristóteles en sus reflexiones de que al final la persona significaba actor, y que queremos mostramos al mundo en nuestra mejor versión posible. Pues eso ha llegado a ser un alter ego inimaginable. No solo nos creemos que somos “la hostia” en nuestro día a día, sino que en las redes sociales exaltamos a la enésima potencia lo guay que somos. Esa sociedad pueril de niños malcriados que en el fondo somos, cuando les dicen que vamos a intentar no publicar cosas que les puedan ofender, les estamos haciendo un flaco favor. Lo que hay que hacer es publicar las cosas con el respeto y la educación que merece, por las víctimas por un lado, y por a quien va dirigido también, pero con la contundencia necesaria.

¿Sucede que se ahogan niños en el océano por venir con sus familias buscando una nueva oportunidad? Sí. Pues entonces hay que publicarlo.

Otra cosa es que usted haga morbo de ello, se jacte de ello, y, sobre todo, el fotógrafo mezquino que busque a través de esa fotografía el encumbrarse a los altares del fotoperiodismo, y solo ganar premios.

Cuando está por delante el nombre del autor antes que la propia obra…, mal vamos.

Se está haciendo demasiado hincapié en la palabra concienciación. Pero la palabra concienciación significa que tú tienes que obligarte a hacer algo que yo te digo, que te impongo, y cuando la gente nos obliga y la cagamos en algo lo hacemos más adrede. Por eso creo que la palabra que mejor define lo que tenemos que hacer hoy en día es educación. A los críos hay que educarles en la tolerancia, en la generosidad. Vivimos en un tiempo en el que creo que es cuando más se debe demostrar estas cosas. A los críos hay que educarles con lo que pasa realmente a su alrededor, en su mundo, y si es a través de la fotografía mejor. Escondérselo es absurdo.

Estamos en un momento sensacional. Si por algo deberíamos aprovechar la crisis que tenemos es para hacernos mejores. En este momento en que la gente está casi arrastrando la lengua en muchos casos, lo que deberíamos hacer es educar a los críos para que sepan lo que vale un peine. Si tú le dices a un crío que si no se puede tener una bicicleta pues no se tiene una bicicleta, que sepan lo que cuesta la ropa que lleva, lo que cuesta un videojuego, el cine que se le paga, estaremos educando desde el ejemplo y razonando con ellos la empatía. Si criamos a unos chavales en el conocimiento del valor de las cosas, entenderán que otro crío, en otra parte del mundo, intenta cruzar una frontera porque no tiene ni siquiera lo mínimo, que empieza por el comer y beber.

Si la gente llevase a sus hijos a una Etiopía para ver como una niña en una aldea en vez de estar en horario escolar, está acarreando 25 kilos de leña más 10 o 15 litros de agua en el otro brazo, doblada como un auténtico burro de carga para recorrer 15 o 20 kilómetros y llevar el agua y la leña a su casa, y, encima, cuando te la encuentras te dedica una sonrisa y es capaz de dejar la leña y el agua para darte dos besos, otro gallo nos cantaría. O niñas que son las madres de sus hermanos pequeños. Eso lo he vivido varias veces y habría dado cualquier cosa por tener a mis alumnos allí. También algún familiar y amigos gilipollas que conozco.



Si tuvieras la posibilidad de tener una cámara mágica que te permitiera hacer la foto que quisieras, la que desearas, ¿cuál sería?

Es que no existe eso. No la cámara, que seguro llegaremos a ver cámaras en las que tú metes el ojo en el visor, apuntas, y ella hace la foto. O que llegue el día en que le digas a la cámara como si tuvieses un perro “que salga a la calle y haga el reportaje”, mientras te rascas la barriga en el sofá.

No deseo ninguna foto. Porque no lo puedo prever. Lo bueno que tiene el documentalismo, el ir por el mundo vagando siempre con una cámara colgada al cuello es, simple y llanamente, que el fotógrafo no deja de ser un testigo de excepción de lo que pasa a su alrededor. Yo no te puedo decir que yendo a Etiopía sé lo que exactamente va a acontecer delante de la cámara, es imposible.

Cuando te dicen que no tienes absolutamente ninguna posibilidad para entrar a una prisión estatal y, de repente, te dan los permisos para que puedas grabar y fotografiar dentro, se convierte todo en una aventura. No sabes qué tipo de individuos te vas a encontrar, las reacciones que van a tener frente a la cámara, si van a ser accesibles o no, y si en un momento determinado vas a tener una de tus grandes fotos porque algo mágico se produzca en ese momento, que se den todos los parámetros para que suceda. No puedo decirte que espere ninguna foto.

Antes tenía la imperiosa necesidad de salir con la cámara por si pasaba algo. Ahora la llevo solo porque me apetece, a veces; y me puedo pasar semanas enteras sin que se haya movido la cámara para nada. Otra cosa es que deje de pensar en fotografías, cuya respuesta es: nunca. Ese tiempo estoy leyendo, empapándome, escribiendo y pensando en cómo afrontar proyectos.

Si resulta que pasa algo excepcional y no tengo la cámara, pues no pasa nada, simplemente lo vivo y lo disfruto. No lo fotografío. Lo guardo en mi mente: la mejor cámara que tenemos.

¿La foto que me gustaría vivir? Están todas por llegar. Y como tampoco sé si tiene que llegar la gran obra maestra, lo mejor que puedes hacer es intentar todo el tiempo la búsqueda de la excelencia. Si hago un reportaje en Etiopia o Japón, intentaré siempre hacerlo lo mejor posible; lo que mejor cuente la historia, y que además me llene. Si me voy a Islandia, y que no tiene nada que ver con un trabajo social, me adapto y trato de sacar lo mejor. Porque no puedo quedarme con una sola disciplina en mi oficio.


¿Si yo te digo “Danait”?

Si me dices Danait me tocas una fibra personal muy sensible. Muchísima gente conoce el nombre de esa niña ya. Me gusta mucho que cientos de personas conozcan el nombre de una niña etíope de 11 años. Una niña que si no es por una fotografía sería una gran desconocida como millones de niños más. Creo que ha cautivado su espontánea y sincera sonrisa. Su honestidad como persona se ve ya en su rostro, y para mi Danait representa la síntesis de lo que han sido mis viajes a Etiopía hasta ahora. Danait representa la inocencia. Ver una niña en la puerta de su casa en un atardecer que venía de trabajar reventado de estar en el hospital, pasando un mal día además, viendo cosas que no te acaban de gustar de ver, y de repente una niña sentada con un vestidito que parecía una especie de señora mayor en miniatura, que te sonríe y saluda con cariño, no se puede describir. Como puse en el calendario: “Hasta los más profundos desencantos de la vida sucumben ante la sonrisa sincera de un niño.” Aquella tarde, sucumbí.


Me pidió que le hiciera una foto. Estaba sola, pero enseguida llegó la madre, que venía de comprar del mercado. Yo soy de pedir permiso para hacer fotos, y me quedé parado al llegar la madre. Igual me vio cara de buena gente, su hija estaba alegre, y también es cierto que en la zona en la que estaba, Wukro, el padre Ángel es una persona muy respetada y querida por esa sociedad, la ha levantado con mucho esfuerzo y ayuda, yendo todos en un mismo camino, y muchos de allí saben que la mayoría de los blancos que estábamos teníamos que ver con el padre Ángel, y quieras o no, eso es una puerta de entrada muy bonita. La madre me viene y me dice:  

  • ¿A que mi hija Danait es muy guapa? A lo que le respondí.
  •  Su hija es preciosa, señora. Y me contesta.
  •  ¿A que mi hija merece una buena foto? 

 Se metió para la casa, me dejó con su hija fuera, y le hice la foto que publiqué en la entrada de su casa.


Cuando me iba a marchar le dije que pasaba bastante a menudo por allí, y que me gustaría seguir viendo a la cría. Las tardes que pasaba, me sentaba con ella, jugaba con ella, le preguntaba por el colegio y cosas por el estilo, y recibía esos abrazos y besos desinteresados, espontáneos, de los que no tengo en mi país por unos niños que están criados en la cultura del miedo, porque te pueden secuestrar, porque los extraños son malos…; mientras que allí, los niños, están correteando por las calles a todas horas; que se te acercan, te agarran de la mano y pueden acompañarte horas lejos de su calle, y a los padres no les preocupa si su hijo va a desaparecer, porque no va a pasar. El niño vuelve.

Con ellos establecí esa amistad, y cuando me vine para España la primera vez, le dije a la madre que, como sé que no tienen acceso a ningún Internet, les llevaría una copia impresa, y procuro cumplir lo que prometo.

A todos los que fotografié les llevé su foto en el siguiente viaje. Y la de Danait fue esa foto en la que salgo yo. No me gusta salir en las fotografías, pero aquella tarde sentí la necesidad de que quería estar sentado con ella allí, y le pedí a una amiga que nos acompañó unos días del viaje, Begoña, que hiciera la foto en la que Danait quería también salir.

Se han estrechado más los lazos. Era un placer pasar tardes allí, como si fuese de la familia en la casa. Asqual, que así se llama la madre, es una mujer extraordinaria y muy cariñosa. Hacía verdaderos esfuerzos por entendernos. Procuramos ayudarles con el curso escolar de este año. No es que te haga mejor, sino simplemente que pude aportarles algo para que empezara mejor el colegio este año, con una mochila, con cuatro cosas para los libros y algo para que pudiera salir adelante. Es mucho mejor ayudarles de esta forma que hacer la caridad. El padre Ángel tiene razón cuando dice que
“la caridad no es la solución de los problemas ni del primero ni del tercero ni de ningún mundo, pero por desgracia mientras no haya otra cosa, es lo único que nos queda”. Hemos empezado nombrando que yo no tengo creencia religiosa, es cierto, pero sí tengo fe en las buenas personas que me encuentro. Fe y religión se suele confundir, cuando son cosas distintas. Yo detesto según qué instituciones que han manipulado dicho concepto para su beneficio.

Si me preguntas que es Danait para mí, diré que es como una hija que no tengo, porque de momento no he decidido ser padre. Porque el orgullo de padre no es solo poner la “semillita" en el vientre de una mujer. Es un compromiso. Pero sí siento la necesidad de querer ayudar a otros, y si hay un orgullo de padre, debería ser algo como lo que tengo con el tema de Danait. Y además soy correspondido con un cariño enorme y sincero. Te dicen eso de “cuando seas padre sabrás de lo que hablo”. Eso es una hipocresía por gente que piensa que por ser padres les han dado un carnet o una licenciatura. Yo puedo saber lo que sienten los niños porque he sido niño también, y porque como docente he tenido a mi cargo muchos niños durante bastante tiempo. Veo niños que son casi “abandonados” porque no saben lo que es jugar con sus padres, que le colocan la tablet o la consola para que les dejen tranquilos y no les molesten; niños que son criados con los abuelos o que pasan horas y horas en centros y comedores escolares porque sus padres no tienen tiempo, desgastados generando dinero para pagar, quizás, cosas que no son necesarias en algunos casos. En otros, por desgracia, con los tiempos que nos ocupan, para traer el pan a casa a duras penas. Se están perdiendo la mayor riqueza que es estar con sus hijos. Algo que, por ejemplo, en Etiopía no pasa. Los padres, tíos y abuelos “viven” con sus hijos, están con ellos y es una sociedad muy hermanada, con un sentido de generosidad colectiva que para nosotros quisiéramos. Aunque también están los desalmados que tratan a la mujer como un objeto, las dejan embarazadas, y nunca más se sabe de ellos. Pero en las familias que están completas enseguida te das cuenta de que hay una energía especial. 

Dentro de unas décadas veremos el déficit que arrastrarán los hijos de nuestro sistema con carencias afectivas o de empatía.



¿Qué crees que podría significar para Danait esa fotografía, o una fotografía?

Una de las fotos que publicaré en breve es la de un hombre sosteniendo la foto con sus hijas, y es que por increíble que nos parezca, hay mucha gente que no tiene conocimiento de su propia imagen. Hemos estado en poblaciones en las que por primera vez se han visto en una foto, la que yo les he llevado impresa, o porque se han visto en la pantalla trasera de la cámara. Esa primera reacción es brutal. La he vivido en varios países.


Recuerdo cuando tenía 13 o 14 años y empezaba a revelar con químico, y la magia de empezar a ver aparecer la foto en el revelado, con sus luces y sombras en un papel baritado. Fue mágico.

Cuando veo a ese campesino corriendo por media aldea, tocando en las puertas de los vecinos para enseñarle la foto que le ha traído un extranjero, es digno de ver. Descojonado de risa, echándose las manos a la cara, como si estuviera poseído y enseñándola como si fuera su mayor tesoro. Estrecharte la mano, darte un abrazo, porque has tenido el detalle de llevarle lo que para nosotros es una impresión de unos pocos euros, pero que para él es el gesto de que “ha venido de tan lejos, se ha acordado de mi humilde persona, se ha molestado en buscarme, y me ha traído este detalle”. Que, por cierto, ¡encontrarlo me costó! Igual que a Danait. Fue muy embriagador ver a un hombre de más cuarenta años con semejante alegría. 


Danait me lo hizo pasar mal, porque estuvo 2 o 3 semanas perdida para mí, pensando que le había pasado lo peor. Ya no estaba en la casa donde yo la recordaba. Etiopía es un lugar donde de la noche a la mañana la vida y la muerte se unen de tal manera que la línea que las separa es difusa. La muerte no es noticia. Allí cae una guagua con treinta-y-pico personas por un acantilado, y eso no sale en ningún medio de comunicación. No es noticia. Es noticia el que en nuestro país Cristiano Ronaldo esté triste, pero que caiga por un acantilado un autobús con más de 30 personas, humildes, pobres de solemnidad de una remota región, eso no es noticia en ningún lado.

Con Danait me temía lo peor, porque la había visto delgada; no sabía si me contaban toda la verdad, porque a veces hay una mentira de fondo en cuanto a reconocer si son pobres o no. Cuando me dijeron aquí no vive esta niña ya, estuve dos semanas que al final me temía lo peor. Y un día enseñé la foto a unas niñas que estaban jugando en su antigua calle y me exclamaron: “¡Danait!” antes de que yo dijera su nombre. Me indicaron que estaba detrás de unas casas, y al acercarme es que no me dio tiempo ni de llamarla. Ella me reconoció y vino corriendo en una carrera de más 100 metros hasta darme un abrazo,…y eso cala, ¡claro que cala! Esas fotografías se guardan en el corazón, no en la tarjeta de memoria de la cámara.



Estás acostumbrado a mirar el mundo por un visor, desde tu lado.
Cuando estás en otros países, como los que has visitado últimamente, ¿qué crees que ve el otro lado en esa persona que está haciendo la fotografía, un extraño, un intruso?

La fotografía actualmente es muy invasiva. Y lo es porque va ligado a otro fenómeno que es el turismo de masas. Cuando tienes hasta las narices a un campesino que está arando con sus bueyes en cualquier lugar de cualquier país del mundo, en la que por tener algo medianamente atractivo en la zona, se te bajan de una guagua 200 turistas, te enchufan 200 cámaras, y se convierte en una especie de mono de feria, lo más normal que le apetezca al colega campesino es coger una piedra y liarse a pedradas con los 200. Hay que entender eso.

Lo peor es que no haya educación o empatía por parte de los 200, ni entendimiento Que se bajen creyendo que tienen todo el derecho porque alguien les ha convencido que son señoritos venidos del “primer mundo”. Que llevar una cámara o teléfono les da autoridad para hacer lo que les venga en gana. Y como no han dejado el ego, ni la prepotencia, ni la soberbia en la puerta de su casa antes de salir de viaje, van imponiéndose. ¿Es que no sabes adónde venías? ¡No has ido a un centro comercial!


Eso me llama poderosamente la atención. Así y todo hay muchos que nos respetan, que nos dejan trabajar, porque saben que vienes para contar sus realidades. Hay que fotografiar respetando la vida del otro, porque tú eres el invitado, ellos son los que te ofrecen el que puedas realizar la foto. Cuando no hay educación se va arrasando por el mundo como si todo fuera un gran centro comercial.


Nos están viendo, en muchos lugares que antes no pasaba, como dinero con patas. En vez de respetar el hecho de que el que viene de fuera no es solo un guiri que lleva dinero en el bolsillo, lo que se está consiguiendo es que los niños por la calle, en sitios donde no lo hacían antes, ahora no hacen más que pedirte dinero: ¡Hazme una foto y dame dinero! Y eso es una cadena muy perniciosa en la que nosotros somos los máximos culpables. Es una forma de prostituir. Piensan: “Si creéis tener el derecho de hacer lo que queráis por llevar una cámara, pues nosotros tenemos el derecho de poneros precio.”

El trabajo de un documentalista, de un fotógrafo comprometido con lo que hace, y que va a trabajar para favorecer realmente a ambas partes, es decir: que la vida de esas personas sea mostrada para que el “otro” mundo lo entienda y poder darle voz que de otro modo no la tendrían, se queda diluido en una especie de “todos son igual de turistas.”


¿Cómo ves la fotografía de aquí a 5 o 10 años? ¿Cambiará la percepción, o nos seguiremos engañando con da igual con lo que se haga?
Hay mucha gente que está creyendo lo contrario cuando me oye decir el discurso de si los teléfonos móviles son el demonio, que si las tablets, que si los palos de los selfies, a pesar de que los palos de los selfies se los metería por ciertas cavidades a muchos, porque la gente pasa por los lugares de una forma muy somera. Vas al Coliseo de Roma y encuentras a un autobús entero de personas sacando el palo de selfie antes de verlo, ¿por qué? Porque nos creemos que como hemos visto los grandes documentales, ya nos lo han enseñado todo antes de venir, pues antepongo el yo: “Yo en el Coliseo”; “yo en el Empire State”; “yo en las Pirámides de Egipto”… Me da igual el monumento, me la trae al pairo, lo que quiero es que se vea que yo estoy allí, y sobre todo poder compartir en ese mismo momento en cualquier red social. Y una vez hecho, hala, a seguir para otro lado. Es un micro-mundo a través de la pequeña pantalla del móvil o de la cámara. No alzan la vista para maravillarse con la visión de lo que tienen delante. Y se están perdiendo algo absolutamente primordial, que es la esencia del vivir, del sentir, del contemplar.

El dispositivo es lo de menos, lo que importa es la honestidad con la que cuentes las cosas. Y distingo entre imagen de consumo y fotografía…
La imagen de consumo es el millón de imágenes que se ha podido subir esta semana a la red. 50.000 fotos de las uñas de los pies de las jóvenes del mundo en la playa, para mí, no es un documento importante, solamente dice de una persona en un momento determinado que está pasando un buen rato, o un mal rato, etc. No es trascendental, es una imagen de consumo. Es como una hamburguesa. Da igual que la comas en Gran Canaria, porque sabes que en otro sitio, como Australia, va a saber igual, porque forma parte de la misma cadena de comida rápida. 



La fotografía debe aspirar a ser algo más: arte y conciencia. Debe tener ese punto de documento que perdura, que te hace volver una y otra vez a él para volverlo a ver, que lo miras dentro de 10 años y te sigue llamando la atención, te sigue generando las mimas emociones o incluso potencia nuevas.

Si a Sebastiao Salgado le damos una tablet o un teléfono, estoy seguro que aunque solo tuviera ese dispositivo, el talento que tiene seguiría estando visible, eso es obvio. 

Es buena la democratización de las firmas que, por ejemplo respecto de las cámaras sin espejo, están poniendo al abasto un mundo nuevo de posibilidades. Las redes sociales con el compartirlo todo a “cascoporro”, también está bien. Pero lo que debe prevalecer es, para el que quiere vivir de esto, que hay una serie de caminos a seguir, y el que no quiere vivir de esto, también tiene un camino a seguir y tiene que respetar que no todo vale, que no es lo mismo un documento de hobby, que el documento de un fotógrafo que tiene todo un mundo de trabajo detrás. 

Siempre digo a la gente que lo más difícil de hacer es plantearte una temática. Coger y decir algo desde la nada. Hay gente que presume de fotografía, y cuando te plantas delante de él y le preguntas ¿pero cuál es tu obra? ¿Llevas los últimos 4 o 5 años trabajando sobre un documento concreto? No te saben responder, o divagan. No hay ese tipo de compromiso. De discurso propio. Veo gente esporádica que pasa por los sitios someramente y quiere las cosas ya, de forma inmediata: “Mi trabajo de Roma”, ¡pero si solo has estado 2 días! Además, la imagen de consumo que he dicho, en el momento que se consume se desecha, se olvida. Le dices a la gente que haga un esfuerzo por recordar la mejor imagen de hace 3 o 4 meses, y como seguramente la imagen no valía la pena, o es una repetición de la repetición de lo que ya abunda, se quedarán con cara de poema mientras se lo preguntas; mientras, que una cierto tipo de fotografía, como la que hemos comentado del niño ahogado, sí perdura. Como tantas otras buenas. Poseen un fin.

La fotografía, para mi persona, sigue siendo un compromiso con mis ideales, y un compromiso también con una forma de ser, estar y contemplar el mundo. Que otros quieran hacerlo de otra forma más somera, es totalmente lícito y no tengo nada en contra de ello, pero cuando están los jetas caradura que te venden lo superficial como si fuera la “hostia”, es cuando empezamos a enfadarnos un poco más. Porque además entran dando codazos para ver si se ganan ciertos puestos o reconocimiento. 

Dentro de unos años, creo, que a la fotografía le va a pasar un poco como le ha pasado y le está pasado a todo esto que hablábamos de la educación y los talleres. Llegará un momento en que por saturación acabará explosionando esta burbuja. La gente cuando esté más formada y educada en este ámbito, acabará diferenciando que existen los vendedores de jarabes como en todos lados, que no tienen ni pajorera idea y que solo vinieron a lucrarse de su buena voluntad con un dinero fácil, y el que es comprometido, que sabe de lo que habla, que tiene una trayectoria por detrás, será al que se acercará la gente para querer aprender. 

Un ejemplo claro lo tengo hace unos años, dando un curso. Vinieron unos chicos que querían emular los libros de retoque fotográfico que estaban viendo por doquier. Para ellos la fotografía empezaba con ese libro y ese retoque, no se habían planteado que primero hay un fotógrafo, una cámara, un medio, una soledad y un momento a fotografiar, que eso es lo que cuenta, lo otro no es nada más que el proceso de dejar acabado el momento vivido, pero nunca sustituirlo.

Yo no puedo cambiar las vivencias de Etiopia, Polonia, Islandia o Japón por las fotos que he hecho. ¿Acaso queremos sustituir las experiencias y los lugares vividos por la captura de una foto? La foto lo que debe hacer es potenciar cuando tu narres lo que has vivido y lo que has sentido; pero sustituir lo que no ha pasado es un grave error. Cuando veo en mi ordenador las fotografías hechas, vuelvo a sentir las vivencias experimentadas. Esas fotos no van a sustituir a Danait. Lo único que hacen es que vuelva a ver a Danait, ver su sonrisa y recordar lo que vivo con ella cuando estoy allí, pero nunca me van a devolver a Danait, ni me la van a traer aquí de viaje. Es lo que hace que desee volver.



¿Cuál crees que puede ser el próximo paradigma en la fotografía?
Había algunos agoreros que decían que la fotografía podría morir por la aparición de todos estos dispositivos modernos, tales como las gafas de google, cámaras cada vez mejores en los móviles, etc. Yo creo que es todo lo contrario. En cada paso que daba la fotografía era visto por los anteriores como el fin del mundo.

¡Si precisamente cada vez que te venden un móvil nuevo o Tablet lo que más destacan es “con mejor cámara”!, incluso promocionando el tipo y calidad de la lente que lleva ese móvil.

Mientras el ser humano tenga la imperiosa necesidad de capturar lo que le sucede alrededor del mundo en el que vive, va a haber fotografía.

En el libro que llevo escribiendo largo tiempo, hago una reflexión de que la primera fotografía se hizo en las cuevas con el arte rupestre. Desde que el ser humano tuvo la imperiosa necesidad de plasmar en una piedra “aquí estoy yo”, cuando pintó una escena de caza, estaba queriendo decir a los que vendrían después, eso de “yo estuve aquí”, que prevalezca mi obra.




Los próximos años van a haber nuevos dispositivos y la fotografía va a ir a más. La democratización que sí hay ahora, antes estaba limitada a un círculo reducido de pudientes o a unos pocos que hicieron esfuerzos importantes para poder tener una cámara de carrete, te permite disponer hoy día de una cámara medianamente económica con una tecnología que cuando yo empezaba en la fotografía, si me lo llegan a decir, hubiera llorado de emoción.

Creo que al final van a desaparecer para siempre los espejos en las cámaras réflex. Creo que va a llegar la tecnología en que todo va a pasar a través de un visor electrónico, con nuevos y mejores sensores, con mejor respuesta a la luz, con menos ruido electrónico y que llegará una calidad de imagen que cualquier dispositivo, por barato que sea, va a tener algo soberbio. En tamaños menores.

Convivirán ambos mundos un buen tiempo.

Las cámaras como las Fuji, se están revelando el mercado con un mensaje claro de “hemos venido para quedarnos, hemos demostrado que los nuevos sensores son mejores, ya no hace falta espejo y pentaprisma, que a través del visor te doy todo lo que necesitas, y es más, teniendo más información de la que te daba el espejo y mostrando cómo va a quedar la foto final”.

Se impondrá el 4K, más rápido de lo que lo hizo el Full HD, y posiblemente más. Pero la fotografía no desaparecerá. Mientras tengamos inquietud y ganas de contar.

En mi caso, gracias a estas cámaras he recuperado el sabor de antaño.

Las cámaras réflex me han dado muchos buenos ratos y satisfacciones, pero son equipos pesados, con unas ópticas también más pesadas, y cuando llevabas 8 horas cargando con él, ya estabas hasta las narices y queriendo volverte, o simplemente cada cierto tiempo buscando un banco donde sentarte a descansar un rato.

Con las cámaras Fuji voy simplemente con un chaleco fotográfico en el que llevo 3 o 4 baterías, dos lentes pequeñas, un par de tarjetas y un par de cámaras colgadas. Me encuentro con gente que me dice: “ahora tengo ganas de salir con la cámara al cuello a aventurarme”. Genial. A disfrutar.

Nadie se siente intimidado por mi cámara, y dejo que los acontecimientos fluyan delante.

Si me dijeras que la cámara con la que estoy trabajando ahora mismo se hará del tamaño de la grabadora con la que estamos haciendo esta entrevista, ¡alabado sea!

No importa el medio, importa lo que cuentas, y lo que haces. Encima todo ese equipo me cabe en mis mochilas Vanguard sobradamente.



Como no te gusta hablar…, no vas a poder hablar…, y me vas a decir, sin hablar, cómo te sientes en el momento actual que estás viviendo.

(Y no pudo parar de hablar…, eso sí al final puso una cara que lo más parecido es un “ni sí, ni no, más bien lo contrario”)…






¿Qué te falta para tener el smiley?

No, no, ¡si esto es un smiley! (No lo era, -¡y lo sabes!-).

Para terminar, ¿estás buscando algo…?

No, no…, soy feliz a pequeños ratos. Hay pequeñas pinceladas de felicidad en mi vida. Como decía Marcel Proust “la vida nada más que era la búsqueda de momentos efímeros de felicidad, que es lo que te colmaba”.

Feliz, feliz…, no soy ahora mismo en casi nada. Estás cabreado con muchas cosas que pasan. Cuesta serlo si miras críticamente las cosas.

Sí que estoy feliz por lo que me pasa en mi profesión; que haya unas marcas que apuestan por ti, por lo que eres y por el compromiso que tienes. Por los logros de estos años que los he disfrutado muchísimo, y lo que queda por venir. No estoy feliz por cómo nos tratan…, y más en tu propia tierra. Está mal visto el valorar bien lo que hacen los compañeros, no vaya a ser que después hablen mejor del compañero que de mí. Es una tierra ingrata y mediocre que no hace más que mirarse el ombligo, y no se dan cuenta de cómo nos están viendo desde fuera. Aquello de la enfermedad que comentamos antes en lo político, lo veo inoculado en la gente de a pie. Son conformistas, pelean lo justo, pero envidian lo de los otros y si puede ser, se lo cargan. Hablan de cultura y se creen que eso engloba un baile de Taifas, unos carnavales, o una romería. Eso es un folclore dentro de un ámbito de lo cultural, nada más. Está bien. Pero la cultura es mucho, pero que mucho más; pero sí criticas lo más mínimo, vas listo. Es un peaje que ya pagué en su día y me importa un pito a estas alturas, porque uno ya tiene ciertas canas y los sueños se mueven en otro lado y, por suerte, las facturas las pagan gente más inteligente que lo valoran. He levantado proyectos de fotografía, de astronomía y cine de la nada, demostrándome a mí mismo que con pasión, talento y voluntad se abren puertas y se consiguen cosas. Recuerdo hace muchos años, como unos doce o trece ya, cuando entré por la puerta de un Cabildo y dije: “Creo que esta isla –Fuerteventura–, es un lugar magnífico para rodar cine de todo tipo. Me gustaría rodar un guión que tengo”. Al consejero al que se lo propuse por aquel entonces, aún recuerdo su cara y su frase: “¿Rodar, aquí?”, totalmente incrédulo. Todavía no había llegado el cine digital en serio, y la isla no era ni de lejos plató de cine ni de fotografía. Uno se paseaba con los guiones debajo del brazo de productora en productora. Que esas también son para echarles de comer a parte. Esperé unos años y las cosas fueron saliendo, de las que otros luego se nutrieron. Creo que, al ponerte una etiqueta gente que no te conoce, que no ha cruzado ni dos conversaciones de verdad contigo, acaba en eso, en una etiqueta que pervierte la posibilidad de conocimiento y acercamiento. Ves aquello de los ajustes de cuentas, como las dos Españas, que parece ser nunca se han ido. Ver languidecer el talento de muchos a manos de los desalmados privados de él, debiese ser un delito.

Estoy en un estado de una extraña mezcla de melancolía, decepción y ganas de seguir peleando por los sueños, aunque la energía no es la misma que con 25. Soy de corte más bien pesimista en tramos, pero también digo que un pesimista es un optimista que sigue luchando. Te levantas y sigues.

No hay empatía, vivimos el postureo, lo mezquino, lo hipócrita. No nos importa lo que le esté pasando al vecino de al lado, que a lo mejor se está muriendo de hambre, pero hacemos la pose de preocupación. Creemos que hemos salvado al mundo porque mandamos una caja con alimentos lanzada desde un avión donde nadie sabe dónde ha ido a parar, y en muchos casos, las cogen las mafias, ponen a todos en fila con el cazo y les cobran la ayuda.…

Vivo un mundo en el que José Luis Valdivia está demasiado implicado con la realidad que vive. La tengo tan metida dentro que, feliz no soy, pero estoy luchando, buscando el equilibrio conmigo mismo. Hace poco, el director de una gran firma con la que colaboro, me decía textualmente: “Tienes que dejar que las cosas te afecten tanto y darle vueltas y vueltas. Dejar que las etapas y periodos concluyan, porque tienes talento de sobra para proponerte lo que quieras e ir pasando páginas”. Tenía toda la razón.” Creo que espero de los demás lo que yo daría o haría por ellos.




El fotógrafo que crea que con su fotografía va a cambiar el mundo es un iluso. Ahora bien, si con tu fotografía, en un proyecto de documentación y compromiso, eres capaz de cambiar un poco el círculo a tu alrededor, y que se creen otros pequeños círculos, y con tu trabajo consigues que tengan para un año más de comida, habrá merecido la pena. Si les dices que aportando 5 euros van a parar a una niña como Danait, para que tenga para un mes de escuela, entonces podemos decir que no cambiamos el mundo, pero sí cambiamos pequeñas parcelas. Y eso es lo que me gusta. Hay que contagiar…, y eso se hace educando. Por eso me levanto, miro lo que me queda por fotografiar, por filmar y escribir, y me sacudo todo el pesimismo y a los estúpidos que topas en la vida para dar lo mejor. Ahora me ilusiona el libro, el festival de fotografía en Soria, montar el documental y un rodaje para el año que viene. No sería justo quejarme, quizás ese sea mi momento efímero de felicidad.


Muchas gracias por esta entrevista, amigo Juan. Hasta la próxima. 



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Fueron dos horas de conversación muy amena y dinámica, dejando patente que las cosas se pueden decir tal cual, sin tapujos, y siempre respetando al prójimo. Eso sí, respetar implica decir la verdad, guste o no. El buen humor, siempre tiene cabida.

Creo que queda muy claro, no solo por lo expuesto, sino con la forma de hacerlo, que los Ideales no son una pastilla que se compra en la farmacia, sino que, como dice José Luis, se adquieren con educación y formación.

Si desnutrimos el pilar de la educación, por ende los Ideales se contagiarán y acabarán convirtiéndose en meros caprichos sin fundamento.

Cada vez estoy más convencido de que la Fotografía debería formar parte del plan educativo de nuestros hijos, como herramienta para sintetizar, para observar y, por supuesto, para saber contar y aprender. No hace falta tener una gran cámara para ello. De hecho, creo que se puede empezar sin cámara alguna, pero sí aprendiendo las nociones que convierten la fotografía en arte y en medio de expresión, con todo lo abstracto que pueda llegar a ser.

Mi agradecimiento a José Luis por ser como es, por compartir lo que es y por permitirnos conocer el mundo a través de su Mirada y su Fotografía, ayudándonos a no hacer interpretaciones parciales, sino tal cual él las ha visto.

Egoístamente te pido que sigas siendo esa clase de “pesimista”, y que nos dejes conocer a todas las Danait que encuentres en tu camino. Ellas te lo agradecerán, nosotros también, y los que vienen detrás empezando en esto de la fotografía (me incluyo) tendrán un referente no contaminado al que aferrarse cuando quieran descubrir la esencia de la fotografía, y lo que es más importante, las historias que le dan vida.




JSR-N/15

viernes, 1 de abril de 2016

Salario Emocional



Salario emocional, una herramienta para retener a los trabajadores


El salario emocional es una poderosa herramienta con la que fidelizar a los trabajadores de una empresa o a los miembros de un departamento, ya que se trata de una retribución que redunda en el desarrollo profesional de los recursos humanos al margen del aspecto económico.

En este ámbito entrarían las oportunidades de ascenso, reconocimiento al trabajo bien hecho, flexibilidad de horarios o, directamente, tener facilidades para conciliar la faceta profesional y la familiar.
El salario emocional es una forma de invertir en el bienestar y la motivación de los trabajadores y, a la larga, en el incremento de su productividad, además de ser una forma efectiva de evitar la fuga de talentos a la competencia. Entonces, ¿cómo se puede fidelizar recursos humanos a través del salario emocional? El coach Javier González, experto en RRHH, señala cinco aspectos valorados por los trabajadores.
1. Feedback positivo
Sobre todo después de épocas de sobreesfuerzo y cuando se ha logrado alcanzar con éxito un objetivo. Hacer bien el trabajo es la obligación del trabajador, pero los buenos resultados se tienen que comunicar y poner en valor a quienes lo han hecho posible.
2. El tiempo también es un incentivo
Al motivar con aspectos no monetarios, el tiempo es una poderosa herramienta que contribuye a aumentar el salario emocional. Si se considera que el equipo ha hecho un buen trabajo, ¿por qué no dejar que se tomen la tarde libre?
3. Espacios para el diálogo
Generar espacios para el diálogo, en los que los empleados puedan conocer abiertamente lo que se espera de ellos y fluya la crítica constructiva.
4. Horarios flexibles
Aportar por horarios que faciliten la conciliación, además de aportar un beneficio directo, genera un sistema de optimización del tiempo y de organización más eficaz. Estar más tiempo no siempre es sinónimo de trabajar más y mejor.
5. Formación in-house
Otra ventaja muy apreciada entre los trabajadores es el incentivo de la formación in-house, que les permite reciclarse, adquirir nuevas competencias profesionales y relacionarse con los compañeros en otro entorno más distendido.







http://www.eleconomista.es/emprendedores-pymes/noticias/7453429/03/16/Salario-emocional-una-herramienta-para-retener-a-los-trabajadores-con-talento.HTML






Ya no saben que inventar... para retener un trabajador es simple: paágale mas y estresale menos...