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domingo, 25 de junio de 2017

Diferentes

Ayer fui a ver a Juanillo, mi "santo Patrón". Hacía tiempo que no iba a verle.
Estaba sentado en un banco a unos 20 metros de él cuando veo que se acercan hasta el pié de su trono una pareja, asumo que matrimonio, que empujaban una silla de ruedas en la que iba un muchacho de  unos 20 años..., un muchacho diferente.
Quedaron de pié junto al trono sumidos en sus pensamientos y plegarias, y los ojos del muchacho, medio encerrados, medio abiertos, casi perdidos, luego encontrados, gobernados por movimientos espasmódicos de una mente posiblemente lúcida pero caprichosa, intentaban mantener su foco sobre la figura erguida del santo a pesar de que su cabeza se empeñaba en hacer giros y movimientos incontrolados.
El muchacho, con una voz suave, arrastrada pero clara, como si de un sueño despertara y llamando a la figura inerte que tenía delante para que le prestara atención, en un tono justo de casi súplica dice ¡San Juan!
Transcurridos tres segundos que parecieron horas, y al no obtener respuesta, con la misma cadencia de voz,  misma intensidad y con la misma suavidad pero reclamando más la atención de su hasta ahora impasible interlocutor dice: ¡oye!
Era una llamada de atención, un "¡oye, que tengo que decirte algo!", y el silencio cobró más importancia aún.
Transncurridos unos segundos interminables, mientras su cabeza inquieta seguía haciendo movimientos aleatorios, impredecibles, y sus ojos intentaban mantener la vista en algún sitio que posiblemente ninguno de los presentes seríamos capaces de ver, su voz, esta vez rendida, en tono más bajo, construyendo una súplica en toda regla, dio forma a un ¡perdóname!

Sus padres, de forma instintiva, se limitaron a apoyar sus manos en su hombro a modo de ¡estamos aquí!, ¡estamos contigo!.

Fue lo único que dijo. Su repertorio fue ese. De su boca no salió ni una palabra más en todo el tiempo que estuvieron en el recinto. 

Su ultima palabra fue una losa que hizo callar cualquier pensamiento que pudiera estar formándose en ese momento en cualquiera de los presentes.
"San Juan"..., ¡oye!..., perdóname. 
Cuatro palabras, tres pensamientos. ¡Todo un mundo de sentimientos!.
¡Qué podía estar pasando por esa cabecita para llegar a expresar tanto contenido con tan pocas palabras! 
¿De qué tenía que pedir perdón?
Es algo que todavía hoy sigo pensando, y no consigo en mi mente, supuestamente lúcida, encontrar una respuesta que me satisfaga o que, al menos, me de una razón para entenderlo.
Era una persona diferente, aunque, sinceramente, ya no sé si él es el diferente, o los diferentes somos todos los demás.

Pd:  De muchos es sabida mi afición a la fotografía y ésta, posiblemente, es la primera de las entradas que hago sin publicar una foto hecha en el momento. Por supuesto que llevaba la cámara conmigo, pero no hice fotos. Hay momentos en los que lo que estás viendo debes beberlo en toda su intensidad por mucho que te gustaría plasmarlo en una fotografía. Lo lamento por los puristas que dicen que esos momentos no se pueden dejar escapar. Bueno, la diferencia también está en la forma de entender el respeto.