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lunes, 4 de marzo de 2019

Te y Chocolate



Los mejores regalos te los da la propia vida, simplemente por estar en ella y atreverte a vivirla.
Ayer dos personas a las que desde ya quiero, (y es que se dejan querer), me hicieron un regalo de esos que no esperas.
No es un regalo material, sino un regalo de los que te alimentan el alma y se te quedan en tu colección de momentos para toda la vida.
Me regalaron una tarde llena de complicidad, de risas, de miedos, de juegos, de descubrimientos, y de muchos silencios escritos con palabras que salían a borbotones de sus miradas, las mismas miradas que por momentos se colapsaban por contener sus emociones y que finalmente se rendían ante lo evidente de sus sentimientos.

Si las miradas pudieran traducirse, les aseguro que hubo momentos en que estaban escribiendo un libro entero.
Eran miradas que nadaban en un mar de sentimientos, a veces contenidos, a veces naufragados, pero siempre deseados.
Eran miradas que se cruzaban y se atraían. Pero también hubieron hermosas miradas aisladas que ninguno veía del otro por no estar en su campo de visión y que tampoco necesitaban diccionario para traducirse. Simplemente era un regalo ver lo maravilloso de una persona proyectando su felicidad hacia otra, cuando ésta no la veía.

Cuando la tarde llegaba al final y el sol ya se acostaba, por muy oscuro que pareciera, en ellos seguía habiendo luz, no necesitaban más.

A ellos les estaré infinitamente agradecido por permitirme ser un intruso durante una tarde de su mundo particular, un mundo que creo han construido con mucha disciplina, con mucha exigencia, la misma que posiblemente les haya endurecido en cuerpo y alma, pero gracias a la cual han descubierto que la fuerza no está reñida con la pasión, la disciplina no está reñida con la ilusión y que el músculo más fuerte que tenemos siempre será el corazón. Ese corazón que a veces utilizamos para proyectar toda nuestra energía y romper de un puñetazo un bloque, pero que al mismo tiempo es capaz de dosificarla para sostener suavemente una pompa de jabón, acariciar con delicadeza la cara de quien quieres o, simplemente abrazarla para sentirla cerca y poder susurrarle algo al oído antes de compartir con ella un beso.

En un momento de la tarde me vino a la mente un texto que escribí, hace ya algún tiempo, sobre algo que ví en un banco del paseo de Taliarte mientras caminaba:


Es un banco creado sobre dos pilastras de hormigón embellecido con piedras, y cuyo asiento, brazos y espaldar están hechos de vigas de madera tratados con alguna pintura protectora (o no) de color verdoso (o al menos antes lo era).
El banco en sí muestra signos de la guerra que la interperie y los aires de marisma vienen librando contra cualquier elemento puesto por el hombre. Esa pintura otrora verde aparece desgarrada y, en algunos casos, mutilada, pero, aún así, le sigue dando cierto aire de elegancia.
Y como si se agarrara con todas sus fuerzas al componente natural de la madera, evitando caer vencido en esa guerra a todas luces perdida, vi una inscripción que no me dejó indiferente:


"Ni toda la vida,
 ni toda el agua del mar
 podrá explicar lo que tú me haces sentir.
27-10-2012 I+T (y un corazoncito)".
Y la imaginación, que es muy traicionera, empezó a elucubrar.




A veces hay cosas que no se pueden explicar con palabras, pero sin embargo una sola mirada basta para entenderlo.
Esas dos grandes personas, esos dos grandes  corazones que me regalaron la maravillosa tarde de ayer, podrían ser perfectamente "I" y "T".

O casi mejor, voy a llamarles Té y Chocolate..., ellos saben por qué.


JSR - 04/03/2019