No te lo pierdas

sábado, 17 de noviembre de 2012

Capitulo 6 - Crear, Creer...

Estoy riendo… y, de repente, abro los ojos.
Solo veo una incipiente claridad sobre una pared. Después de un instante de incertidumbre reconozco que es el techo de mi habitación.
Giro bruscamente la cabeza y tomo consciencia de que estoy acostado en mi cama, … solo. Las luces de un nuevo día quieren conquistar la penumbra de la habitación, y eso me produce una inesperada e irreconocible sensación de desasosiego y frustración.
Acabo de despertarme…, y un sobresalto se apodera de mí. .¿Un sueño?. ¡No!, ¡No,!, ¡No puede ser!
La cruda realidad ha caído sobre mí con toda su fuerza y me ha abofeteado con la mayor de sus verdades, devolviéndome a un presente que se me antoja vengativo.
No puedo creer que esté saliendo de un sueño. Me incorporo en la cama, doy un vistazo agitado a mi alrededor y vuelvo a tomar conciencia de donde dejé la última vez mi realidad.
Si. Ha sido un sueño. La sentencia es brutal y tajante: Es viernes, y acabo de regresar a un presente que se sitúa casi 2 semanas atrás en mis sueños. Nunca he experimentado una sensación de angustia como la que me aprisiona.
Me paso las manos por los ojos en un último intento desesperado de volver a despertar y seguir donde había dejado la que ahora parece mi otra realidad, pero no surte efecto: sigo en este presente ladrón que parece reírse de mi imaginación.
Me dejo caer en la cama y cruzo los brazos sobre mis ojos como si quisiera negar mi propia realidad. Una noria de fotogramas de ese tiempo imaginario se dan prisa por aparecer en la ventana trasera de mis ojos como cual película de cine mudo. Y a medida que pasan, la angustia crece y provoca que se aceleren mis pulsaciones como si quisiera ganar alguna guerra a mi cuerpo.
No es justo, no es justo…, ese es el cartel que intermitentemente aparece por las esquinas de mi subconsciente.
Poco a poco consigo contener esa agitación sobrevenida, esa tempestad emocional y calmar las fuerzas que luchan contra mi fuero físico y mental. Es curioso como un mundo puede parecer real y ser fruto de tus sueños hasta hacerte dudar de en qué lado estás. Pero caigo en la cuenta de que no todo en el sueño que acabo de interrumpir era imaginario. Su principal protagonista es real, aunque, para mi desgracia, ella no sabe el protagonismo que ha tenido.
El pensar esto me calma aún más. Eso quiere decir que a lo mejor no todo se ha esfumado. Un resquicio de ilusión queda, una posibilidad minúscula existe, de que en algún momento ese protagonismo sea consciente y correspondido por su parte. Y a eso me aferro.
En este momento me viene a la mente una frase de Carl Jung, un reconocido psicólogo y psiquiatra suizo que hizo grandes aportaciones al análisis de la actividad onírica, al estudio de los sueños y a lo que se dio en llamar la "psicología profunda", que dice: "Hasta que no hagas consciente tu inconsciente, éste gobernará tu vida y le llamarás destino".
Me niego a no ser capaz de gobernar mi destino. Me niego a perder las emociones y sensaciones que he vivido en mi sueño. La intensidad de los mismos y la realidad vivida creo que son razones más que suficientes para luchar por ellas y por Ella. Y por una vez creo que voy a hacer todo lo posible e imposible para que mi destino sea consciente y no dejado a un azar traicionero.
Con esa convicción me levanto, abro la ventana, me emborracho llenando mis pulmones con una gran bocanada de aire fresco de la mañana, y mirando al exterior digo para mis adentros: "Buenos días Mundo". Los recuerdos del sueño van dejando paso a una inusitada alegría y ganas por comenzar este nuevo día, con el firme propósito de ser yo mismo quien escriba este capítulo de mi vida, y los que le sigan, dando cabida en ellos a todos los protagonistas con los que quiero compartirla, y con alguien en particular en un papel destacado, bajo un argumento que, parcialmente, se ha dibujado de forma imaginaria en un sueño que ya ha pasado, pero que, seguro, seguirá inspirándome.
El día ha empezado con un gran sobresalto y una desilusión. ¡Hay que cambiarlo!
 
Hoy tengo reunión a las 9 con Alberto y Pablo, los socios de Inversiones Atlántico, para el análisis y estudio de la información a discutir en los consejos de administración de dos de las empresas en las que participan activamente y avanzar en otro proyecto de inversión. Casualidad o no, mi protagonista trabaja ahí.
Inversiones Atlántico tiene sus oficinas en una segunda planta de un edificio del casco antiguo de Las Palmas, situado en una de las calles paralelas a Triana más hacia el lado puerto. Es una oficina encantadora, decorada con buen gusto, nada exagerado, pero si alegre. Entro en la recepción de Inversiones Atlántico un poco antes de las nueve, nunca me ha gustado llegar justo o retrasado. Saludo a Laura, que atiende la recepción y hace labores de soporte para otras áreas, y, aunque he insistido en que no es necesario porque ya me conozco las instalaciones perfectamente, muy amablemente me acompaña hacia la sala de reuniones. A continuación de la recepción hay un pasillo en forma de L delimitado a un lado por una pared adornada con fotografías y al otro lado una zona diáfana donde se ubican varias mesas de trabajo y muebles auxiliares a modo de bordes limítrofes. Veo a Elena en su mesa. Los conozco a todos, porque ya son bastantes veces las que he venido. Doy los buenos días a  los que se encuentran en esa zona a medida que avanzo siguiendo a Laura, y no puedo evitar fijar la vista finalmente en Elena, situada cerca del vértice de la imaginaria L. Levanta su mirada, me mira, se sonríe, y me saluda con un "buenos días" encantador, al que respondo nuevamente con un "buenos días Elena", ahora más jovial, divertido y alegre si cabe.
Sé muy poco sobre ella, que vive relativamente cerca del trabajo, que está separada, que tiene una niña pequeña y poco más. Lo que sí sé es que siento una atracción irresistible hacia ella desde que la conocí y que forma parte de mis pensamientos de una forma muy frecuente. Y ahora, esos sentimientos han quedado plasmados en un sueño que algún día confío hacer realidad.
La sala de reuniones está al final del pasillo, le doy las gracias a Laura y coloco mi portátil y mis documentos en el lado en el que siempre me siento, en una de las esquinas de la mesa alargada, dejando los otros dos lados para Alberto y Pablo que cerrarán el extremo de la mesa conmigo.
Mientras los espero, me asomo a la puerta, y deambulo un poco por el pasillo, acercándome hacia donde se encuentra Elena. Le hago un saludo algo más cordial intentando que sea extensivo a los demás, y, durante un corto tiempo bromeamos entre todos sobre temas nada importantes pero sí alegres, especialmente el "por fin es viernes" y algunos planes que van a hacer el fin de semana. Elena no parece tener ningún plan en particular, o al menos no lo ha dicho.
"Hola Iván, qué tal", me saludan Pablo y Alberto, que se aproximan por el otro extremo del pasillo. Nos saludamos efusivamente. - Hasta luego -, le digo a Elena y sus compañeras, y me dirijo con ellos a la sala de reuniones. La puerta se cierra, y empieza nuestra maratoniana jornada de análisis y decisiones.
Damos por terminada la reunión muy cerca de las 2 de la tarde, y después de una corta pero distendida conversación con intercambio de comentarios totalmente ajenos al trabajo, finalmente nos despedimos hasta el Lunes, para continuar con el repaso de otros temas..
Salgo de la sala de reuniones y al pasar por donde está Elena, en ese preciso instante ella se está incorporando al pasillo, cargando con su bolso, lista para marcharse, y casi chocamos. Me detengo bruscamente a tiempo y me rio, mientras a ella se le escapa un ¡Ay! ¡perdón! Que me ha sonado divertido.
Tú primero, por favor – le digo.
Gracias – es su sonriente respuesta – ¡si casi te doy un golpe!.
Tranquila, no ha pasado nada – y nos dirigimos a la salida.
Nos despedimos de Laura, y ya fuera del vestíbulo, y sin "acuerdo" previo, bajamos tranquilamente las dos plantas por las escaleras estableciendo una conversación nada trascendental de cómo ha ido el día y de que ahora toca descansar.
Al llegar a la calle no puedo resistir la tentación que llevo reprimiendo desde que nos tropezamos en el pasillo, y me lanzo a la conquista de mi sueño.
¿Para dónde vas? – le pregunto.
Hacia el otro extremo de Triana – me dice algo sorprendida, o no.
Y sin pensarlo mucho le digo - ¿Me permites que te acompañe? –.
No consigo detectar si la expresión de su cara es de sorpresa o alegría, y finalmente me responde -Si, claro, ¡si quieres! –. Una fanfarria suena en mi interior, pero pronto la reprimo. Tranquilo, poco a poco.
Pues vamos – e iniciamos la marcha caminando por la acera, de una forma tranquila, sin prisas, y continuando la conversación que iniciamos en las escaleras.
No hay muchos transeúntes, por lo que el caminar se hace agradable y podemos mantener cierta conversación sin tener que preocuparnos demasiado por esquivar a otros peatones que se nos crucen.
Llevamos caminando, o más bien paseando, en la dirección que marca Elena unos 10 minutos y no quiero que acabe. Acabamos de iniciar una charla sobre hobbies y tiempo libre. Acabo de saber que le gusta caminar y que le encanta hacerlo sin rumbo fijo, sino guiándose por la apetencia del momento, lo cual hace que me guste aún más.
Oye Elena, creo que voy a quedarme por Triana a comer, y… me gustaría que me acompañaras, si no tienes algún compromiso o algo mejor que hacer, claro – Las palabras me salen de una forma espontánea. No sé si ha sonado convincente, pero es una petición desesperada por retenerla algún tiempo más, y de pronto me viene a la mente un pasaje algo parecido de mis sueños. Además, sé que tiene una hija pequeña, que se llama Ana, y mi temor es que tenga que marcharse por tener que recogerla o alguna otra causa.
Bueno -  me responde -, en principio no tengo ningún compromiso inmediato hasta las 4 que llega Ana.- se hace un corto silencio como si sopesara posibilidades – así que, vale, te acepto la invitación.
Una tremenda traca estalla en mi interior, y mi cara me traiciona, dejando ver la alegría que esa decisión me causa.
¿Te apetece algo en particular? – le pregunto.
No, nada especial. – me responde.
Me paro – Podemos ir al Gambrinus, al McCarthy o acercarnos a algún sitio de Vegueta si quieres -.
El McCarthy está bien, y está cerca ¿te parece? – me dice.
Perfecto, vamos allá – y haciéndole una seña galante de "ella primero", reanudamos la marcha hacia el nuevo rumbo establecido.
Camina a mi lado, o yo camino al suyo, y no dejo de mirarla y admirarla. Me roba los sentidos cada vez que la miro. Todavía recuerdo la impresión que me causó cuando la vi por primera vez, en la empresa. No estaba en su mesa el primer día que crucé el pasillo, así que no la ví. Entró más tarde en la sala de reuniones a traernos unos documentos que Pablo había pedido y mi alma se congeló al verla. Sus ojazos me secuestraron de por vida. Tanto que instintivamente me levanté y para disimular, aunque de una forma muy torpe, hice como que iba a bordear la mesa para salir, pero de nada sirvió. Me quedé quieto al lado de la mesa mirándola mientras le entregaba los documentos a Pablo. Y el muy sinvergüenza, que se dio cuenta, aprovechó para decirme "oye Iván, ven – haciéndome un gesto de que me acercara más – te presento a Elena, una de nuestras colaboradoras. Elena, te presento a Iván. A partir de ahora lo verás más por aquí, ya que va a ayudarnos con algunas cosas". Me acerqué a la vez que Pablo se levantaba y se colocaba detrás mío como si quisiera evitar que me alejara. Saludé a Elena estrechándole la mano y dándole un beso cortés en la mejilla. Encantado Elena, le dije, pero no soy capaz de recordar si me contestó algo, aunque creo que sí, porque si ya venía congelado, en ese momento me derritió del todo. Estaba preciosa, y sus ojos seguían hablando por ella. También recuerdo las bromas y comentarios burlones que a partir de entonces tanto Pablo como Alberto han sacado a mi costa. Y también es cierto que a partir de ese día, cada vez que voy a Inversiones Atlántico, tengo un aliciente más.
¿En qué piensas? – la pregunta de Elena me saca de mis pensamientos.
¡Eh!.. ¡ah! disculpa…, mi mente me ha jugado una trastada. – le digo algo consternado.
Debe ser alegre porque estabas sonriendo – me dice sonriendo a su vez.
Pues sí, alegre y algo embarazosa. – le digo. Elena se queda mirando sin comprender – Acabo de acordarme de cuando nos presentaron y lo imbécil que debí parecer – digo finalmente.
Su sonrisa se hace más pronunciada – bueno, a mí también me pareció algo extraña. ¡Pensé que tenía algo en la cara!, porque no me quitabas la vista de ella. Cuando salí le pregunté a mi compañera si tenía algo, y cuando le expliqué por qué lo decía, se echó a reír, y no quiero decirte lo que me dijo.
¿Qué te dijo?  - le pregunto como si esperara algo muy extraño.
No, no…, es una tontería – dice, y noto que sus mejillas adquieren un precioso color rosado.
Venga, dime que te dijo. No creo que sea una barbaridad – le digo sonriendo e intentando quitar importancia al tema.
Me dijo que "Cupido tiene muchas formas de manifestarse" – y sonríe más fuertemente.
También sonrío y permanezco unos segundos en silencio, bueno, permanecemos unos segundos en silencio.
He de confesar – ahora la miro, hablo de forma pausada, y aunque mantengo una ligera sonrisa en la cara, intento que no parezca burlona – que cuando te vi no puede dejar de mirarte. Tus ojos me cautivaron y todavía me cautivan…, es más, me gusta que lo hagan. Y por otro lado, me agrada la idea de que tu amiga tenga razón.
Me mira. Sus mejillas siguen sonrojadas, aunque creo que las mías también, y me dice – Gracias, es todo un cumplido.
La verdad tiene eso, no la puedes eludir, y es aplastante como ella sola – le digo. Ella me mira y vuelve a sonreir.
En ese momento estamos llegando al McCarthy. Entramos y preferimos sentarnos en una mesa de una esquina cerca de la salida, donde hay bastante claridad. Nos toman la comanda y continuamos hablando. Me sorprendo por lo bien que me siento. Miro a Elena y parece relajada y alegre.
Tienes unos ojos preciosos Elena – le digo – Bueno, no es que sea eso solo…, o sea, no quiero decir que no tengas nada más precioso… solo que los tienes preciosos…, - y agachando la cabeza a la vez que hago un gesto de desaprobación y pongo las manos apoyadas en la mesa termino – ¡cállate Iván que te estás luciendo!.
Reímos. Elena va a decir algo y le hago un gesto con la mano como que me deje continuar. - Bueno, igual me vas a matar, o me vas a mandar a freir puñetas…, tendrías todo el derecho del mundo, pero, es que, ¡de verdad!, eres preciosa, y tus ojos transmiten algo que me llega hasta el alma.
 
Gracias otra vez. – lo dice en voz baja- No es para tanto.
Lo siento, pero te digo lo que pienso, y es verdad – me quedo mirándola mientras ella ha bajado su mirada.
¿Te incomodo? – le pregunto.
No, no, es solo que es algo que no esperaba. – Me mira – Es casi una declaración.
Bueno, realmente lo es, aunque creo que he hecho el tonto. Espero que no pienses nada raro de mí.
No, no,  tranquilo. No tengo por qué pensar nada raro. Está bien. – me dice.
Y como si fuera una súplica encubierta le pregunto - Entonces ¿te sigue apeteciendo comer conmigo?
Si, claro ¿por qué no? – Su respuesta ha sonado sincera y no de cortesía, lo cual me tranquiliza.
No sabes lo que me alegra el oírte decir eso. El poder estar así, aquí…, ahora…, contigo. Estoy muy a gusto – le digo.
Yo también – me dice. Nos miramos durante un instante, que queda interrumpido cuando se acerca el camarero con nuestra comida.
¿Tienes planes para esta tarde? – le pregunto después de que el camarero haya dejado los platos y se ha marchado.
Nada en particular. Después de que llegue Ana, ya veré.
¿Te apetece dar un paseo esta tarde? Podríamos caminar por la avenida marítima hasta el muelle, tomar algo, comer golosinas, disfrutar de la compañía… Bueno a lo mejor ese paseo es mucho para Ana. Lo haríamos más corto o hacia otro sitio, no importa.
Te agradezco que hayas tenido en cuenta a Ana. Pero ella se va a las 5 con su padre porque está con él este fin de semana. – se hace un momento de silencio - ¿Y tú no tenías planes? – me pregunta.
Ahora sí los tengo. Lo que te acabo de proponer. Simplemente pasar la tarde contigo – me quedo esperando un segundo - ¿vendrías?.
Me gusta la idea. Vale, iremos a pasear esta tarde – es su respuesta, y me reconforta.
¡Bien! – se me escapa la exclamación a modo de victoria.
¿qué pasa? – pregunta divertida
Nada, nada, que me veía recogiendo calabazas y ahora tengo una posibilidad de pasar una tarde en tu compañía. Eso no tiene precio. – digo quitando importancia.
Terminamos de comer, salimos a la calle y continuamos caminando durante unos minutos más. Subimos por calle perpendicular a Triana y un momento después Elena se para frente a un portal.
He llegado – dice, mientras señala hacia el portal.
He disfrutado mucho de la comida con tu compañía Elena. – le digo.
Yo también – me responde.
¿Te parece bien que venga a buscarte sobre las … cinco o cinco y media? – le pregunto.
¡Vale! – me dice sonriendo.
Perfecto…, ¿me dices tú número? – y sonrío pícaramente mientras saco mi móvil.
Ja, ja,… - suelta una carcajada. – dame, dame – me dice mientras extiende su mano para coger mi móvil. Se lo doy y ella marca un número. Cuando el suyo suena, cuelga la llamada y me dice – Ya lo tienes.
Me quedo asombrado, vuelve a mi mente una escena muy parecida de aquel sueño traicionero que se esfumó esta mañana, lo cual me deja por un momento perplejo, pero a la vez esperanzado.
Gracias – le digo – te llamaré cuando llegue.
Vale. Hasta después – abre el portal y desaparece detrás de la puerta mientras sigue riendo.
Me ha contagiado. Y también estoy riendo. Pero ahora solo quiero llegar a casa, cambiarme y ponerme más cómodo para volver a buscarla.
 
Vamos paseando por la avenida marítima, cerca del muelle deportivo. Hablando de todo un poco, riendo, comiendo golosinas…, compartiendo un tiempo precioso. A medida que caminamos, nuestros mundos se acercan y todo lo que nos envuelve se hace cada vez más familiar, empezamos a compartir cosas, vivencias, puntos de vista…, eso que al final podría llamarse la fuente de la complicidad.
¿En que ocupas tu tiempo tiempo libre ahora Iván? – me pregunta Elena mientras observamos el horizonte hacia los diques del puerto, sobre un mar de mástiles de los barcos atracados en el muelle deportivo.
Ahora persigo un sueño – y la miro -. Sí, desde "hoy" puedo decir que persigo un sueño, y haré todo lo que esté en mi mano y más por conseguirlo. No lo quiero dejar escapar. Es demasiado valioso para perderlo.
¿Y lo estás consiguiendo? – pregunta intrigada.
Si, creo que sí. Al menos en lo que percibo creo que voy por el buen camino.
¿Y puedo saber cuál es ese sueño? – vuelve a preguntarme.
Me quedo un momento en silencio y después le digo – Uno de mis mayores y más fuertes principios es el de la sinceridad. Y ahora me encuentro con que quiero decirte de qué se trata el sueño, pero a la vez tengo miedo de que al hacerlo, el sueño se esfume.
Pero ¿por qué tiene que esfumarse si me lo dices? – dice un tanto desorientada.
Porque tú formas parte de él. – Al decir esto, sus ojos se abren de par en par dejándome ver la inmensidad de su interior - A lo mejor piensas que soy un loco o chiflado y decides no querer saber más de mi a partir de ahora, con lo cual, y aunque yo quiera hacer todo lo posible por conseguirlo, si la protagonista no quiere, no hay sueño y por tanto, no habrá realidad, porque mi objetivo es al final convertir ese sueño en realidad.
Suena muy bonito. – Dice bajando la cabeza.
Es precioso, te juro que lo es. – le digo mientras la observo y ella vuelve a levantar las dos joyas de sus ojos.
Y ¿qué puedo hacer yo para ayudarte a conseguir tu sueño? – me pregunta finalmente.
Simplemente ser tú, y dejar que te conozca algo más. Por mi parte yo también dejaré que me conozcas – le digo.
Ella sonríe  - no parece difícil  - dice.
No lo parece, pero puede serlo. – Seguimos caminando.
¿Te asusta lo que te he dicho? – pregunto un tanto preocupado.
No me asusta.., me intriga. – afirma mientras camina.
Elena – me paro, ella se para y se gira para mirarme -, lo que estoy queriendo decirte es que quisiera conocerte. Me gustaría que me dejaras conocerte más, en todos los aspectos. Aunque pueda parecerte raro, por favor, no tengas miedo de mí. Me gustaría compartir mi tiempo contigo, y si decides que soy digno que compartas el tuyo conmigo, seré el hombre más feliz de la tierra.
¿Me estas pidiendo una cita? – pregunta mirándome.
Te estoy pidiendo que salgas conmigo como principio de ese sueño que persigo. – pasa un instante - ¿qué me dices?.
Bueno, ya estoy en una salida contigo ¿no? – me responde algo irónica.
¿Eso es un sí o un no? – pregunto riendo.
De momento tómatelo como un sí – me dice sonriente.
Mi cuerpo se estremece, mi corazón se acelara - ¿Me dejas que lo celebre? – le pregunto.
¿cómo? – dice sorprendida.
Déjame que te abrace – le digo abriendo los brazos.
¿eh?
Por favor – le suplico.
Elena se encoje de hombros, me acerco un poco y la abrazo fuertemente. Para mi alegría veo que el abrazo es correspondido.
Mientras la tengo abrazada le susurro a su oído – me acabas de emborrachar de felicidad, y has hecho que mi sueño empiece con un escalón de realidad. ¡Gracias preciosa!.
Nos separamos, aunque la mantengo cogida por sus brazos. Nuestros ojos se cruzan y se funden, y permanecemos así durante un buen tiempo, ajenos a lo que pasa a nuestro alrededor. – Te prometo que removeré cielo y tierra para que seas feliz, y para compartir esa felicidad contigo. Confía en mi, y si alguna vez tienes alguna duda de lo que soy o lo que hago, por favor, dímelo enseguida. Esto va de conocernos y de compartir, con todo lo fácil y difícil que pueda resultar.
Elena asiente con la cabeza, y la vuelvo a abrazar momentáneamente. Le paso el brazo por su hombro y ella el suyo por mi espalda, y plantando cara a la brisa que nos rodea, seguimos caminando, ahora más juntos, hacia el principio de un sueño al que la realidad ya empieza asomarse.
 
 
 
 
EPILOGO
 
Ya han pasado un par de semanas desde aquél paseo inolvidable por la Avenida Marítima, cuando confesé a Elena que quería perseguir un sueño para hacerlo realidad. Un sueño en el que ella tenía mucho que ver.
Hoy el día nos ha regalado un atardecer hermoso de tonos anaranjados que ilumina todos los rincones que alcanza la vista. Estoy sentado en la terraza de casa jugando con Ana. Elena hace un buen rato que está leyendo un manuscrito que le he dejado para leer, después de que comimos.
En ese momento Elena aparece y se dirige hacia donde estoy. Tiene los ojos llorosos y lleva en una mano el manuscrito y con la otra tiene cogido el colgante que días atrás le regalé con una foto suya y de Ana, y con una llave pequeña, igual a la que yo llevo colgada a mi cuello.
Se acerca, suelta el manuscrito en la mesita, se sienta a mi lado, me abraza y se funde en un beso apasionado que me recorre toda el alma. Nos separamos, le acaricio la cara, secándole las lágrimas que han caído del manantial de sus ojos, esos mismos ojos que tanto me apasionan.
¿qué pasa? – le pregunto.
Y apartando un sollozo me dice muy despacio - Acabo de comprender, y ver, el sentido completo de aquello que me dijiste la primera tarde que salimos. Me siento mimada, alabada…, querida, y no sabes cuánto feliz me has hecho. Has perseguido un sueño y creo que lo has conseguido, porque, por si no te lo he dicho, creo que eres lo mejor que me podía haber pasado. Estoy cautiva de tu amor, y nada me haría mas feliz, que poder ser la compañera del viaje de tu vida. Te quiero Iván, con toda mi alma.
Te quiero Elena, te quiero desde que te vi, y no creo que pueda tener mejor compañera de viaje.
Y como aire con aire, agua con agua, nuestros labios se vuelven a encontrar fundiéndose en un apasionado beso que no hace más que sentenciar que el sueño ya es realidad, y que con un manto anaranjado como telón de fondo, comienza el viaje de nuestra vida.

domingo, 28 de octubre de 2012

Capítulo 5 - Luces

Son las siete y cuarto de la mañana de un Domingo que parece despertarse claro y tranquilo.

Es curioso lo caprichosa y sorprendente que es la vida. En un rango bastante corto de tiempo pasas de una situación aséptica, a querer explorar un montón de cosas que vas descubriendo y te van haciendo descubrir. Y eso te llena, te motiva y te alimenta aún más tus ganas de aprender, conocer…, de amar.

Me he despertado bastante temprano, para mi sorpresa, posiblemente por la ebullición de sensaciones en mi cabeza, pero no me siento cansado. Diría más bien que ansioso. Estoy sentado en la terraza con la cámara montada sobre el trípode y enfocando hacia la zona del muelle de Taliarte por donde sobre las 8:05 saldrá el sol (si las predicciones no me engañan), y llevo bastante rato haciendo moviola con todas las vivencias de ayer.

Fue un día especial. Llegaron cerca del mediodía, para convertir el día en algo muy original por no decir irrepetible, donde reinó la alegría y la tranquilidad, y por encima de todo ello la necesidad de compartir y conocer.

Después de enseñarles la casa y de estar un momento asomados en la avenida, a propuesta insistente de Ana nos dispusimos a bajar a la playa. Fuimos a Melenara paseando por la avenida y estuvimos aproximadamente 2 horas.  En ese tiempo  hicimos charla distendida, ayudamos a Ana a hacer un agujero en la arena con sus utensilios playeros y a preparar bolas de arena, bromeamos y, cómo no, nos bañamos. Yo disfrutaba de la compañía de todos, en especial de Elena.

Elena estaba radiante, alegre…, estaba preciosa. Lástima que no llevaba la cámara, hubieran salido algunas fotos de premio. Posiblemente uno de los mejores momentos fue la primera entrada de Elena al agua, alentada por todos y con Ana amenazándola con mojarla. Cuando estaba con el agua a la altura de los muslos no me pude resistir, y a una seña todos levantamos una llamarada de agua que la empapó y solo le quedó por solución tirarse al líquido elemento. Por supuesto que me echó la culpa, fue a por mí para hacerme probar lo mismo y recibí algún que otro golpe vengativo, pero nada grave, sino divertido. Ella seguía estando preciosa. El brillo del agua sobre su piel y su pelo mojado hacía destacar aún más su belleza natural, esa belleza que me cautivó desde el primer día que la ví.

A la vuelta de la playa encendí la barbacoa que está en el patio y al rato estábamos David y yo turnándonos para dar vueltas a los solomillos de pollo con salsa de miel y a unas chuletas previamente adobadas con mojo rojo mientras seguíamos hablando de forma distendida de cómo arreglar el mundo, el nuestro y el de los demás, y Ana escuchaba a la vez que se metía en su mundo portátil de juegos. Unas papitas arrugadas, un poco de queso tierno pasado por la plancha con conserva y mermelada y algunos frutos secos acompañaron a dar buena cuenta del festín, que estuvo regado con una botella de vino Viña Frontera semiseco. Para terminar, una tarta de chocolate negro, trufa y naranja para dejar buen sabor de boca.

La sobremesa se extendió bastante, pero no nos percatamos del paso del tiempo. Por la tarde y una vez que Ana se recuperó de un corto sueño bajamos a los riscos. Llevé una caña de pescar pequeña que tenía en el garaje y nos pusimos cerca de la orilla de uno de los riscos. Enseñé a Ana a tirar la caña suavemente bajo la atenta y vigilante mirada de su madre que estaba sentada a nuestro lado. David y Maite estaban algo más atrás tumbados sobre unas plataformas de madera a modo de solárium. Ese fue otro de los momentos mágicos. La niña completamente expectante y ávida de ver si cogía algún pescado, llenándose de todo lo que acontecía y que era nuevo para ella, Elena atendiendo sus preguntas y rebosante de tranquilidad, y yo, pues disfrutando el momento. Solo cogió un pescado pequeño. La convencí para que cuando nos fuéramos lo devolviera al mar y accedió sin rechistar. Lo pusimos en su cubo de playa con agua y estuvo el resto de la tarde vigilándolo y jugando con él.

Cuando la tarde empezaba a marcharse volvimos a la casa. Un tiempo para tomar ducha rápida después de convencerles de que no era molestia, y salimos a pasear.

Nos dirigimos en dirección a La Garita por el paseo marítimo. Ana llevaba su patineta y una mochila a cuestas con una muñeca, y por donde pasaba radiaba inocencia. A un lado Maite y David, y al otro Elena y yo. A mitad de camino, cuando nos acercamos hasta una torreta a modo de mirador que hay antes de llegar a Playa del Hombre y estábamos en silencio observando desde su borde la inmensidad del horizonte, me quedé mirando a Elena y sin apartar la vista, como en un gesto de solicitud implícita de aprobación, le cogí la mano, suplicando a mi subconsciente que no la rechazara. La cerró sobre la mía y sonrió. Le devolví la sonrisa y respiré hondamente para mis adentros. Levanté las manos unidas y le di un beso en el dorso de la suya. Maite y David se dieron cuenta, capté una sonrisa y una seña entre ellos, y después cuando proseguimos el camino, Maite le preguntó riendo a Elena que si tenía miedo de perderse, y ante la cara extrañada de Elena le señaló nuestras manos unidas, a lo que Elena le respondió con un "cállate" entre risas. Más adelante, cuando estábamos en el Bufadero, y mientras David y yo nos acercamos con Ana hasta la zona segura más próxima a este capricho de la naturaleza para que pudiera ver los "bufidos" del agua al pasar por las columnas de roca, vi como Maite y Elena, que se habían quedado algo más atrás, se abrazaban, y no sé por qué, pero me llegó al alma.

Poco después, casi llegando a La Garita, y en un momento en que David estaba jugueteando con Ana, y Elena se adelantó por una de esas llamadas cautivadoras de la pequeña, Maite se me acercó, me cogió por el brazo e inició un diálogo conmigo:

"Tengo que darte las gracias".

Me quedé totalmente extrañado de la afirmación y pregunté - ¿por qué?.

Has conseguido en una semana lo que yo no he conseguido en casi 3 años: que Elena recupere la sonrisa, y eso no tiene precio -.

No tiene importancia – le dije -, si Elena perdió la sonrisa, el logro de recuperarla es de ella por darse cuenta de que siempre hay algo que puede vencer la tristeza y que realmente el día a día es un regalo.

Su respuesta fue tajante – Si no te hubieras cruzado en su camino no lo hubiera conseguido, de eso estoy segura, ¡la has conquistado! -.

Tras un momento de perplejidad por su respuesta, solté un lacónico "no sé, no sé…, no tengo tan claro que la haya conquistado, ¡ojalá!".

Y sonriendo sentenció – ¡ya te digo yo que la has conquistado! -, lo cual me dejó una sonrisa en mi cara que casi da la vuelta por detrás de las orejas. Retomamos la caminata para alcanzar al resto que iba por delante, eso sí, con el corazón un pelín más acelerado.

Picamos algo ligero en una terraza de La Garita y regresamos ya bien de noche. Ana se rindió y la cargué en brazos durante el último cuarto del trayecto en el que permaneció dormida totalmente ajena a lo que le rodeaba.

Al llegar a casa, y dado que era bien tarde, les propuse que si no tenían un plan mejor, se quedaran a dormir y así pasar el Domingo juntos otra vez. Había habitaciones suficientes y no era un problema. Pero Maite y David tenían compromiso al día siguiente temprano y preferían salir desde su casa para no retrasarse. Volví a lanzarme a la piscina y le dije a Elena que si quería se quedara. Y después de sobrepasar los obstáculos previos de que no venían preparados, que no tenía ropa de la niña, etc., y con la ayuda de Maite, finalmente accedió. Maite y David quedaron en que con mucho gusto volverían el Domingo por la tarde a "levantarnos el café", como reza el dicho.

Le cedí a Elena mi habitación para que durmiera con la niña y estuviera más cómoda. Yo me quedaría en otra contigua. Ana ya hacía tiempo que se había abandonado a sus sueños y Elena la arropó en la cama. Después estuvimos bastante tiempo sentados en el patio con la tele encendida como excusa, pero compartiendo pareceres y comentando cómo habían sido los distintos momentos del día. Uno al lado del otro, viendo pasar el tiempo y construyendo lazos de unión. Y cuando los primeros síntomas de cansancio le empezaron a aparecer, le propuse a Elena que se fuera a descansar.

Un buenas noches muy lento, dos pares de ojos mirándose, una caricia en la cara, un beso en la mejilla, un ¡hasta mañana!, y dos manos cogidas que casi se niegan a separarse. Esa fue nuestra temporal despedida. Minutos más tarde estaba recostado en la cama con las luces apagadas y la mirada al cielo recordando los acontecimientos del día, pero no sé hasta dónde llegué, porque  solo soy consciente de que me desperté ya de mañana.

Y aquí estoy, reviviendo esos momentos irrepetibles y deseando que Elena se despierte. Las palabras de Maite de ayer me aceleran el pulso cuando pienso en ella.

El horizonte está empezando a mostrar un leve color naranja, síntoma de que el sol se despereza y de que pronto asomará por su ventana para darnos los buenos días.

¡Buenos días! – una voz somnolienta llega hasta mis oídos, miro a un lado y la veo, en el umbral de la puerta, con los ojos medio cerrados, cubierta con un albornoz mío y asomando por encima una de mis camisetas. ¡Dios, qué guapa está recién levantada! Tan absorto estaba mirando el horizonte que no me percaté de que se asomaba. Su mera visión ya da aliciente al nuevo día.

¡Buenos días! – me acerco y le doy un beso en la mejilla y le cojo las manos – Ven, siéntate aquí.

¿Con estas pintas? – fue su respuesta.

Estas preciosa  - y la llevo hasta donde estaba sentado a un lado de la terraza, justo detrás de donde está colocado el trípode. Hago que se siente a mi lado, le acerco una silla de la terraza para que ponga los pies en alto y la acurruco entre mis brazos, como si estuviera protegiendo algo frágil e indefenso.

¿Estás bien? – asiente con la cabeza y me mira.

¿Has dormido bien?

Si, -dice bajito.

Me alegro. ¿no has extrañado la cama, el lugar?

No. He dormido bien. Me costó un poquito conciliar el sueño, supongo que por la "novedad", pero he dormido de un tirón hasta ahora que me he levantado.

¿Y Ana?

Creo que no se ha movido en toda la noche, al menos no la he sentido, porque me hubiera despertado. La verdad es que la pobre estaba cansada. He dejado la puerta algo abierta por si se despierta y se extraña. No va a saber dónde está, creo. - parece que ahora se da cuenta de la presencia del trípode y me pregunta - ¿qué haces?

Estoy esperando a que salga el sol, para captar sus primeros rayos y el nuevo juego de luces que nos traiga. Aunque sé que estabas cansada, estaba cruzando los dedos para que te despertaras y poder compartir contigo este trocito de maravilla. Las fotos puedan quedar muy bien, pero no es lo mismo vivirlo en directo, y si es en buena compañía, mejor todavía.

Nos quedamos un rato en silencio, ella acurrucada contra mí, yo abrazándola con fuerza. El sol ya despunta, una mancha naranja se asoma por el horizonte cautelosamente como si no quisiera que la descubrieran, pero a la vez llena de energía para el nuevo día. Nos miramos y nuestros ojos se aferran uno al otro para no perderse de vista.  ¡Cuánta belleza puede verse a través de sus ojos!. Parece que estoy gravitando, y lentamente, muy lentamente, acerco mis labios hasta los suyos a la vez que le acaricio su mejilla con mi mano. Los labios no se resisten y cuando la distancia entre ellos se hace nula, y sin perder la serenidad, se unen como agua con agua, aire con aire. Lo saboreamos en toda su amplitud, repitiendo una y otra vez el mismo gesto, separando los labios y volviéndolos a juntar como si de dos imanes se tratara que se niegan a separar. Es la sensación más embriagadora que jamás podría imaginar y ahora es real. No me cansaría de beber de sus labios. Abro los ojos y los míos vuelven a cruzarse con los suyos que también se abren en ese mismo instante, para volverse a cerrar en un nuevo y prolongado beso. ¡nuestro primer beso!.

Vuelvo a abrir los ojos y nos quedamos mirándonos con nuestras frentes apoyadas una en la otra. Noto que mis ojos están empapados.

¿Estás llorando? – me dice como en un susurro.

Es un extraño efecto que produces en mí. Me llenas de Felicidad, y emborrachas mis ojos... Tú tampoco te quedas atrás – le digo también muy bajito.

Un nuevo y prolongado beso ahoga nuestros pensamientos y al separarnos el abrazo se convierte en fuerza de atracción mutua como si quisiéramos fundirnos en uno solo.

¿Te das cuenta? – le digo.

¿de qué?

Que el sol ha bendecido nuestro primer beso: ¡esto tiene que ser bueno! – y le señalo el sol, que ya se encuentra completamente fuera del agua, con cierta altura como si quisiera vernos desde una mejor posición.

Sonríe y se incorpora sin separarse de mí, y con los ojos completamente iluminados por el reflejo de las luces naranjas sobre las tenues lágrimas que todavía se asoman a sus párpados afirma – pues sí, tiene que ser bueno – y lentamente vuelve a acurrucarse.

Mil sensaciones recorren mi alma, todas ellas agradables. Es como si se hubieran liberado multitud de temores y se hubieran alejado a toda prisa, dejando una sensación de calma y serenidad inimaginables. Creo que el paraíso ha abierto una puerta por este lado de la isla.

Me pasaría todo el día así, contigo – digo finalmente-. Y tras un momento de silencio, como si se hubiera acordado de algo exclama - ¿y las fotos?

¿Qué mejor foto quiero que la que ahora tengo delante de mis ojos? – y le doy otro beso, totalmente correspondido. Me separo, nos miramos… – ¿te haces una foto conmigo? – y se encoje de hombros.

Me levanto, rápidamente reparametrizo la cámara, enfoco hacia donde quiero que nos coloquemos, y cuando está lista le tiendo la mano y la llevo al otro extremo de la cámara, de forma que el sol, ascendiendo, quede o bien detrás o a un lado nuestro. Nos sentamos. Llevo en la mano un disparador remoto, y lo voy accionando a discreción mientras hablamos o posamos, agachándonos un poco, levantándonos algo más, mirando para un lado, apoyados en el borde de la terraza mirando al mar o, posiblemente la mejor, colocado detrás de Elena, abrazándola y mirando al mar con la cámara a nuestra espalda, mientras el sol nos llena por completo. La suelto un momento, coloco el trípode al otro extremo, ahora frente a nosotros, reviso los parámetros, me vuelvo a colocar junto a Elena y repito un par de fotos.

Dejo de pulsar el mando y nos quedamos así, abrazados y mirando al mar, durante un buen rato. Después, Elena gira sobre sí, quedando frente a mí, me abraza y apoya su cabeza en mi pecho. La  abrazo fuertemente, volviéndonos a quedar así de ausentes otro rato. Le beso el pelo, gira su cabeza para mirarme y nos fundimos en otro beso. Vuelve a apoyar la cabeza en mi pecho.

Tengo miedo – dice.

La abrazo más fuerte  - ¿De qué? – le digo. Y se produce un silencio.

De esto. No sé si estoy imaginándome cosas y tengo miedo de que no sea lo que me estoy imaginando – su voz está temblorosa.

Nos sentamos, y la mantengo acurrucada. Creo que necesita más que nunca sentirse protegida - ¿Qué es lo que te imaginas o, mejor dicho, qué es lo que quieres que sea?-.

Después de un corto silencio y empieza a desahogarse - Me gusta estar contigo, me gusta sentir lo que siento cuando estoy contigo, aunque a veces yo misma me he puesto obstáculos. Estos últimos días he vuelto a tener sensaciones y emociones que me han hecho ver las cosas, incluso las cotidianas, de otra manera. Pero me da miedo lo rápido que ha sido. Y tengo miedo de que sea pasajero, de que todo sea una ilusión momentánea y de que al final… se acabe.

Elena, - le levanto ligeramente su cara – no tengas miedo de mi. No tengas miedo de lo que vives. Solo disfrútalo. Sé que posiblemente haya muchas cosas que te condicionan en cuanto a verme de una forma u otra. Tendrás muchos miedos ocultos a que yo te engañe, pero solo te pido que compartas conmigo todos estos momentos, que los disfrutes, que me conozcas. Sométeme a todas las pruebas que quieras, que en cada una de ellas voy a ser como soy. No tengo dos caras, solo una, que sinceramente y de corazón, espero que te guste. Si en algún momento ves algo en mí que no te gusta, por favor, dímelo. No tengo la sabiduría absoluta y también necesito aprender. Tampoco sé si voy muy deprisa o no. Solo sé que no quiero dejar pasar esto. Te he encontrado y me aferro a ti como a un salvavidas, no quiero perderte, y eso te incluye con todas las dudas que puedas tener. Te podría decir mil cosas que desde ya quisiera que hiciéramos juntos, pero voy a dejar que sea el tiempo el que nos permita hacerlas. Solo dame eso, tiempo, y date tú misma tiempo, para que puedas corroborar lo que ves.

¿Y si al final …? – comienza a preguntar

Ssssss – le pongo un dedo en sus labios -  El final será el que tenga que ser. Y dependerá de nosotros. Una flor no crece si no se riega, pero independientemente de que se riegue, habrá días cálidos y días menos cálidos, incluso días fríos. Lo bonito del verdadero compartir está en darse cuenta de que esos días existen, y no pretender mirar para otro lado, porque es la única forma de entenderlos, e incluso de disfrutarlos. Si un día llueve no tengo por qué quedarme en casa. Si quiero pasear paseo. Lo único que necesito es ir convenientemente preparado para afrontar las inclemencias. Cada día tiene su belleza. ¡eso es lo que cuenta!, No creemos paradigmas nosotros mismos. En nuestra vida también habrá días fríos, pero en nuestra mano estará el hacer lo necesario para no enfrentarnos por ello, sino el buscar la forma en que podamos sacarle partido y disfrutarlo, siempre bajo el respeto y la sinceridad.

Se hace el silencio, parece como si estuviera reprocesando mis palabras. Prosigo:

Quiero que formes parte de mi vida, y me gustaría formar parte de la tuya. Pero es tu decisión. Yo solo insistiré, e intentaré convencerte, solo con mi forma de ser, de que no te voy a hacer daño. Soy lo que soy, y creo que ya me conoces algo, bueno, creo que más que algo. Solo espero que poco a poco te vayas tú misma quitando las dudas que puedas tener – Elena asiente, me acerco y le doy un beso, y después le quito con un dedo una lágrima traicionera que se desliza por su mejilla. Me giro un poco y levantándola ligeramente le digo – Espérame un segundo – y me adentro en la casa. Voy al despacho, cojo de un cajón de la mesa una bolsita de tela aterciopelada de color marrón con una cinta dorada, en forma de pasador a modo de cierre, anudada en su extremo y regreso donde Elena.

Me siento junto a ella, ligeramente de frente, me quedo mirándola unos segundos y no puedo evitar soltar un "¡dios que preciosa eres!. Elena sonríe, y me pasa una mano por mi cara, como si estuviera adormilada.

Toma – le digo -, esto es para ti. Lo tenía guardado para dártelo y creo que ahora es buen momento.

¿Qué es? – me dice.

Ábrelo y verás. No es nada del otro mundo, pero para mí significa mucho.

Elena tira de la cinta dorada hasta abrir la bolsa, la gira y deja caer sobre la palma de su mano su contenido. Dos llaves pequeñas, de unos 2 centímetros, doradas, con diseño de llave antigua, engarzada cada una en una argolla individual y unidas las dos por un cordoncito de tela dorado. - ¡que bonitas!, exclama, y se queda mirándolas.

Hace unos días te pregunté que si habías cerrado la puerta de tu corazón a los hombres y me dijiste que sí, o que eso creías. Pues bien, una de estas llaves es la llave de tu corazón. Me gustaría que la guardases…, y si en algún momento me consideras merecedor de poder entrar en él…, sin trabas…, ese día me gustaría que me la dieras. De momento seguiré tocando a su puerta cada vez que te vea. – me doy cuenta de que tiene esos grandes y hermosos ojos completamente iluminados y brillantes. Se pasa el dorso de su mano por el borde de uno de los ojos primero y después por el otro.

¿Y la otra? – pregunta casi sin salirle las palabras.

La otra es la llave de mi corazón. Esa ya te la entrego de forma incondicional. Mi corazón ya es tuyo, siéntete libre de andar por él. Y cuídamelo.

Un par de sollozos se escapan de su interior y sin soltar las llaves de su mano, me abraza y se acurruca. Intento transmitirle calma dándole suaves caricias por sus brazos y por su cara. Al tiempo, se incorpora, se quita el colgante que lleva puesto con la foto suya y de Ana,  me lo pone delante como para que lo coja y me dice ¿me ayudas?. Sujeto los extremos de su colgante mientras ella desata el pequeño nudo del cordel dorado que mantiene juntas las dos llaves y, después, las hace pasar  una a una por un extremo del colgante. Vuelo a tomar los dos extremos y se lo vuelvo a cerrar sobre su cuello. Se inclina hacia mí, recostada sobre mi pecho y acariciando suavemente las tres piezas que ahora conforman el colgante.

No sé lo que pasa por su cabeza. Solo sé que deseo con toda mi alma que pronto ahuyente los temores que acechan su puerta. Quiero que forme parte de mi vida pero no puedo obligarla a ello, necesito que sea ella la que dé el paso, porque eso significará que lo hace convencida. En mi mano estará el hacerle ver que puede darlo, y que es un paso seguro.

¿En qué piensas? – digo cuando ha transcurrido un rato. Mueve negativamente la cabeza.

¿Hay algo que te preocupe? – Vuelve a mover negativamente la cabeza.

¿Estás enfadada conmigo?

Se incorpora un poco a la vez que dice como si estuviera pidiendo perdón - ¡Noo! ¿parezco enfadada?

No – la tranquilizo. – es solo que "daría otro penique" por tus pensamientos.

No puedo estar enfadada – me dice -. ¿Cómo voy a estarlo? Siempre que estoy contigo no haces más que tener detalles conmigo, me tranquilizas, es como si encontrara la paz y las cosas fueran de otra forma. Pero tengo la impresión de que no te correspondo y no quiero que pienses mal de mi.

¿Y por qué voy a pensar mal de ti? – pregunto. – Me has dado mucho más de lo que imaginas, lo que ocurre es que no te das cuenta. ¿Sabes lo que significa para mí, por ejemplo, el estar así contigo ahora? ¿El poder compartir contigo el amanecer de hoy?, ¿el poder tenerte abrazada y hablar sinceramente de sentimientos? Eso es conocernos, eso es compartir. Me correspondes y mucho. Deja que tú misma vayas dándote cuenta de las cosas y te garantizo que reconocerás el momento en que te sentirás liberada y tus miedos ya no estén. Mi misión será, entre otras cosas, ayudarte a que puedas echarlos lo antes posible..., ¿vale?

Ella asiente a la vez que dice ¡vale!.

Y poniendo cara de súplica le digo - ¿me das un besito?

Me echa sus brazos al cuello y me rindo ante el beso apasionado de la que ya es dueña de mi corazón.

¿Mamiii? – una voz desperezándose con dos ojos casi cerrados sobre un cuerpito que diría sonámbulo cubierto por una manta pequeña toda enrebujada suena suavemente asomada al umbral de la puerta de la terraza.

Estoy aquí mi vida.. – le responde Elena levantándose de mi lado y dirigiéndose hacia ella. La abraza fuertemente a la vez que le da un gran beso en la cara. – buenos días…, ¿estás bien?.

La niña asiente con la cabeza a la vez que dice muy bajito y entrecortadamente – te llamé…, pero no contestabas.

Perdona mi cielo, no te oí. Estaba aquí afuera con Iván para no hacerte ruido y que pudieras descansar – la niña vuelve a asentir y mira con un ojo cerrado, a modo de protección por el brillo de la mañana, por detrás de Elena, hacia donde yo estoy. Elena la coge en brazos y se sienta nuevamente a mi lado, dejándola a ella en medio.

Buenos días princesa  - le digo, tocándole con un dedo la nariz. - ¿has dormido bien?

Ana asiente con la cabeza primero, y después suelta un – Si – casi imperceptible.

¿Me dejas que te de un beso de buenos días? – Asiente. Me inclino y le doy un beso en la carita a la vez que le repito – Buenos días -.

¿Y me dejas que le de un beso de buenos días a mami? – Le pregunto.

Ya mami te lo dio – dice ella como sorprendida. Elena y yo nos miramos, sorprendidos y conteniendo la risa.

Si, - prosigo - pero me gustaría darle yo uno ahora que ya te levantaste. ¿puedo? – un Sí corto, totalmente inocente, simpático y permisivo sale de sus labios.

Me acerco a Elena por encima de Ana que queda algo más baja por estar acurrucada. Elena se acerca también y nuestros labios se unen en un beso intenso de complicidad y felicidad. La miro a esos ojos preciosos que tiene, y acariciándole la cara le digo – ¡Buenos días, preciosa!.

Ana ríe…, y los dos nos abalanzamos sobre ella haciéndole cosquillas…

 

 

martes, 16 de octubre de 2012

Capítulo 4 - Confidencias

Holaaa, ¡qué sorpresa más agradable!. – Es lo que digo cuando respondo la llamada que acaba de entrar en mi móvil, y no puedo negar que me encanta oír su voz.

Hola. Te dije que te llamaba y lo he hecho. Yo también cumplo mis promesas – me dice.

Nunca lo he dudado señorita. ¿Cómo llevas el día?

Bien, bien. Intentando aprovecharlo – es su respuesta.

Así me gusta. Los días son para aprovecharlos, sea como sea. – le digo.

Si, lo sé. ¿estás trabajando? –

Si. Haciendo algo por el país… - digo en tono gracioso.

¡Ah!, vale… - su respuesta suena apagada.

¿Por qué lo dices? – me apresuro a decirle, a lo que me responde – No, nada, nada…- pero no me suena convincente.

Venga ya, ¿sombras de nuevo? – le digo en tono desafiante – algo ibas a decirme, así que… - y me quedo esperando.

No…, es que…, estoy en el parque con Ana…, todavía voy a estar un rato más…, y…, era solo por si querías y te apetecía venir…, pero no pasa nada. – me dice como si tuviera vergüenza de decirlo.

Una de las ventajas de ser tu propio jefe es que puedes organizar el tiempo a tu manera y decidir lo que es prioritario en cada momento. Y como la proposición que me haces me encanta, voy a dar por finalizada mi jornada laboral de hoy y me acerco. ¿Dónde estás? – lo he dicho de una forma que suene tranquilizadora.

En los juegos del parque de San Telmo  - me dice.

Vale, pues en un momento estoy por ahí. Hasta ahora. – oigo otro "hasta ahora" y colgamos.

 

Al salir de las escaleras del aparcamiento del Parque de San Telmo me giro hacia la zona en la que están los juegos y después de un momento, la veo. Está de pié junto a la valla que bordea el recinto de juego. Me acerco. Mientras lo hago observo que está atenta a las evoluciones de una preciosa niña de pelo castaño, vestida con camiseta blanca y pantys de color gris que está sentada en un balancín riendo y meciéndose adelante y atrás. Al llegar a su altura, un par de pasos por detrás, me quedo quieto durante un momento observándolas. Levanta la cara como para mirar el entorno y al girarse un poco, me ve. Se sorprende y ríe a la vez - ¡hola! ¿qué haces? – me pregunta.

Solo observaba un cuadro perfecto – le digo a la vez que elimino los dos pasos que nos separan. – Hola – le doy dos besos en la mejilla - ¿todo bien?.

Si, si. – pasan dos segundos  -  ¡ah!  y gracias otra vez – me da otro beso en la mejilla y cuando le pongo cara de incomprensión me dice – por el detalle de esta mañana.

Te mereces eso y más. Tú lo has dicho, es solo un detalle.

Sí, pero es muy bonito – y se gira para ver a la niña, que la está llamando.

Mami, ¿puedo ir al barco? – le pregunta la niña.

Sí, pero un ratito, y tienes que tener cuidado que los niños son más grandes, ¿vale? – Y al momento nos vemos siguiendo su estela que ha cruzado al recinto de al lado donde una construcción a modo de barco pirata deja pasar por sus entresijos una infinidad de chiquillerío que no se cansa de correr a su alrededor, subir por infinidad de cuerdas, escalones, barras de deslizamiento o simular batallas invisibles.

La niña se dirige a la parte de abajo, a una especie de cuadrado donde hay una barras con ruedas que giran y se desplazan y otras con tacos de madera que forman una especie de puzle entrelazado.

Nos sentamos en un muro con forma de banco continuo que limita parcialmente el recinto.

En un momento la niña se acerca a pedir agua, y mientras Elena  saca de una mochila pequeña una botella para dársela, la niña le pregunta disimulando exageradamente como para que yo no la oiga – Mami, ¿quién es ese señor? – a lo que Elena le responde – Cariño, es un amigo. Se llama Iván – la niña empieza a beber de la botella mientras me mira con la cara algo agitada por sus carreras – Iván, mira, te presento a Ana – dice Elena.

Hola Ana como estás – y le tiendo la mano como para saludarla. Cuando hace que me va a saludar me inclino cual príncipe y dándole un beso en el dorso de su mano le digo – Encantado de saludarla señorita, ¿o debería llamarla princesa? – y recibo por respuesta una risita que contagia. Manteniéndome inclinado hacia ella le digo - ¿me das un beso, hermosa princesa? – a lo que se acerca riéndose, me da un beso en la mejilla, y acto seguido sale corriendo hacia los juegos.

No sé qué tengo que asusto a las mujeres de esta familia…, - digo todavía inclinado, y Elena se ríe. Me incorporo y mirándola le digo – es preciosa, como su madre.

Durante un tiempo permanecemos callados, simplemente mirando las evoluciones de la niña. Elena parece relajada, o al menos todo lo que puede estarlo a la vez que vigila a su pequeña, la cual, preocupada solo por su mundo de juego y fantasía, disfruta de su divertimento.

Te estás aburriendo – dice Elena en un momento, a modo de afirmación categórica, y sin quitar ojo a la pequeña.

En absoluto. ¿En qué te basas para decirlo? – le pregunto.

En que estás aquí, sentado en un parque infantil, sin hacer nada…, y posiblemente podrías estar haciendo mil cosas mejores. – me dice finalmente.

¿Para ti estar sentada en un parque infantil, sin hacer nada, viendo a tu hija divertirse es aburrido? Porque la impresión que tengo es que no, con toda la carga de "obligación" y responsabilidad que el hacerlo pueda suponer. – le indico.

Para mí no es aburrido, pero tú si te aburres, o a lo mejor estás por obligación – dice en un tono que noto algo nervioso.

Mira Elena, te recuerdo que fui yo quien te pedí que alguna vez me dejaras compartir estos momentos. Y te vuelvo a repetir que cuando te digo las cosas lo hago con toda la sinceridad que tengo. Nunca he hecho las cosas para "quedar bien", sino porque realmente me apetece hacerlo, y sin esperar nada a cambio. Cada cual tendrá sus prioridades y tendrá sus gustos construidos de una forma u otra, y los míos creo que los tengo claros. Aunque tú te empeñes en pensar que me estoy aburriendo, no te imaginas lo a gusto que estoy simplemente viéndolas a ustedes dos. Y lo alegre que estoy de que me hayas invitado a venir. Pero si te resulta incómodo o no te apetece que este aquí, dímelo que me voy. No quiero que te sientas "obligada" como tú dices, para nada. Debes hacer las cosas porque te apetezca. – y espero a ver su reacción.

De verdad que me apetece que estés, pero…, es que me resulta extraño que quieras pasar tu tiempo así. – me tranquilizo, porque al menos no veo crispación ni dudas en su reacción.

Ya te lo dije, esto va de compartir, y me encanta hacerlo contigo…, y con tu pequeña, si ella me dejara, claro. – y la señalo – ¿no te encanta ver como disfruta?.

La verdad que sí. No me canso de mirarla. – me afirma.

Dejamos pasar otro momento en que solo la algarabía de los chiquillos jugando se interpone entre nosotros.

Ana se acerca y Elena le pregunta si quiere merendar - ¿podemos ir al Macdonald? – le termina diciendo la pequeña con una cara mezcla de alegría y súplica. Después de unos segundos, mientras Elena le recoloca su pelo y su ropa le dice – … pero compramos el happy-meal y te lo comes paseando ¿vale? - ¡Vale!, ha sido la respuesta de la pequeña. Elena me mira y me dice- ¿nos acompañas? – a lo que le respondo – si no me lo llegas a pedir tú, te lo hubiera pedido yo. Y nos disponemos a marcharnos.

¡Oh!, pero a lo mejor tú quieres tomar algo en MacDonald – me dice de repente como dándose cuenta de algo – yo es que odio comer con el bullicio del local de aquí – y la tranquilizo diciéndole que tampoco entra en mis gustos hacerlo.

El McDonald está según salimos del parque cruzando  hacia la calle de Triana y no tardamos en llegar. Momentos después vamos por esa calle detrás de una pequeñaja que va dando saltitos y comiéndose unos nuggets  mientras su madre le mantiene la cajita del "happy-meal" con el juguete de turno, un muñeco-artefacto que no consigo ubicar..

¿Cuánto tiempo hace que estás sola con Ana? – le pregunto.

Desde que tiene año y medio – y hace una pausa mientras mira a la niña como si una tonelada de recuerdos le vinieran encima.

¿Y la relación con su padre? – vuelvo a preguntar.

Bien. Al menos es lo que yo veo por lo que hablo con ella y lo que me cuenta. Ella solo ve que pasa un tiempo con uno y con otro. A veces preguntaba que por qué no íbamos juntos a algún sitio, y la verdad es que era muy duro intentar darle cualquier justificación. Después de un tiempo dejó de preguntarlo. El padre y yo hablamos poco, lo justo para intercambiar consultas. Nos llevamos bien, no ha sido una separación muy traumática, al menos de cara a la niña, pero… - un silencio mientras creo que ordena sus ideas – al final es una persona que elude sus responsabilidades, aunque mientras está con ella no lo da a entender.

Camino a su lado, en plan discreto, dejando que aproveche el momento para que se desahogue o exteriorice sus pensamientos, si quiere. Y parece que sí…

El que Ana naciera, para mí fue un regalo del cielo, pero para su padre parece que fue un obstáculo. No digo que no la quisiera, sino que prefería hacer otras cosas a estar con ella. Eso y que parece que a partir de entonces no encontraba conmigo lo que quería y prefirió seguir buscando… - lo dice mientras hace un gesto de encogerse de hombros – sinceramente espero que lo encuentre, pero que no afecte a la relación con su hija. Ya le cuesta bastante quedarse con ella los fines de semana alternos, porque por las tardes es muy rara la vez que llama para decir si se la puede llevar. De hecho este fin de semana Ana está conmigo, el viernes es su cumpleaños y el padre me ha pedido de recogerla él en el cole y llevármela a casa, porque después tiene "no sé qué compromiso". – y recalca esto último con cierto sarcasmo – ¡Como si su hija cumpliera todos los días! Es lo de siempre.

Es triste – le digo – que no tengas el apoyo incondicional de alguien que es tan importante en la vida de la pequeña. Sé que fuera del agua se nada muy bien, pero no alcanzo a entender que alguien se desentienda de algo tan precioso como puede ser un hijo, o que lo vea como un obstáculo en su vida.

Yo tampoco lo entiendo – me dice -, pero prefiero no remover y no enfrentarme porque eso significaría problemas añadidos para Ana, y la pobre no tiene culpa…

No, no tiene – afirmo -…., ¿y tú como lo has llevado?

¿Yo? – me pregunta como si le preguntara por algo extraño -, pues tirando. Un día tu pareja te dice que no está a gusto con lo que hace, que no es lo que había pensado para su vida y que necesita cambiar, buscar lo que le falta, y ser independiente ¿Cómo se te quedaría el cuerpo?  - ….. – No sé el tiempo que tardé en reaccionar. Siempre pensé que los problemas previos eran agobios momentáneos por los caprichos que tenía y porque de alguna forma quería eludir responsabilidades. Pero de ahí a que te dijera, de ahora para después, que "me voy porque no me gusta lo que hago o esto no es lo que quiero", hay un abismo. Durante el proceso de separación cedí en todo lo que pude, de forma que hubiera la menor discusión posible, excepto en aquello que entendía podía afectar al bienestar de Ana. Posiblemente quedé como una tonta, pero antepuse a Ana por encima de todo. A partir de entonces me refugié en ella, y con ella. Y sola he continuado, intentado que le afecte lo menos posible. Bueno, sola y con la ayuda de Maite, que ha sido mi paño de lágrimas y mi apoyo desde el primer momento. Nunca le agradeceré el tiempo que me ha dedicado desde entonces y el que me haya aguantado.

Bueno – le interrumpo –, no conozco muchos pormenores pero te puedo asegurar dos cosas. La primera, que estás haciendo un gran trabajo, contigo y con tu hija. Y si no, fíjate en ella. Está alegre y disfruta con su madre, sus miradas son de adoración pura. El no sucumbir ante este tipo de adversidad ya es mérito más que suficiente para sentirte triunfadora. Y segundo, tu hermana está muy orgullosa de ti. Y si no lo ves, es que todavía te estás examinando a ti misma, cuando en realidad ese examen no es para ti.

Me da mucha pena que no pueda tener a su padre día a día.  – me dice como en una lamentación.

Qué prefieres – le digo a modo de encuesta -, ¿un padre a diario pero invisible, o una madre volcada en su hija y que intenta suplir de todas las formas que conoce e inventa esa carencia?.

Prefiero un padre "visible" y que le dé cariño a su hija. – responde tajantemente.

Desgraciadamente, cuando algo no se tiene no se puede valorar. Y creo que Ana lo que sí valora es a su madre, la que ha estado con ella todo este tiempo. Ella tiene a su padre, pero lo tiene a ratos y para ratos buenos, supongo, con lo cual, no está echando en falta nada. Lo único es que tendrás que vigilar y prestar especial atención en que él no le permita a Ana aquellas cosas que tú no le has permitido, porque entonces te estaría generando un problema.

Esa parte creo que la tengo controlada – me dice con cierta satisfacción – aunque algo me ha costado. Es posible que alguna cosa le permita, porque me doy cuenta, pero son cosas menores. Dentro de lo poco que hablamos, lo que sí le dejo claro son las costumbres que tiene y los valores que le estoy inculcando, y no permito que él quiera cambiarlos. Si en su momento eludió sus responsabilidades, no puede interferir en las mías, y, de momento, no lo hace.

Pues entonces, no te preocupes – le digo -. Sigue haciéndolo como hasta ahora y tú misma te darás cuenta con el tiempo del gran trabajo que estás haciendo – le señalo con las dos manos a Ana, que sigue delante, jugando a algún baile imaginario y dando buena cuenta del final de su bolsa de papas fritas.

¿Puedo ser egoísta? – le pregunto, y me mira como desconcertada. - ¿Has tapiado la parte de tu corazón destinada a los hombres?.

Si – me responde, aunque no ha sonado tajante -, … o al menos eso creía.

¿Significa eso que puede existir la "posibilidad" – y recalco esta palabra - de que no me veas como un capullo irresponsable? – le pregunto.

Hasta ahora no me has dado motivos – me dice, aunque sigo captando que hay temores escondidos en sus palabras.

¡Bien, entonces tengo alguna posibilidad! – lo digo como si hubiera alcanzado la cima de la mayor de las montañas.

Me mira, nos miramos; …sonreímos.

Soy muy persistente – le advierto – y no me rindo fácilmente.

Ya me he dado cuenta – me advierte.

Espero que no sea un problema… - digo como a regañadientes.

Mientras exista respeto no tiene por qué serlo – dice finalmente.

Seguimos caminando a pasos lentos, sin quitar la vista de la niña que va a nuestro lado a ratos, delante a otros, y totalmente ajenos a la gente que pasa. De hecho creo que ni nos hemos dado cuenta de que hay gente, estamos aislados en un mundo particular que ocupa nuestras prioridades y pensamientos desde hace un rato. Ana le reclama a su madre una muñeca que había estado "olvidada" mientras ella comía y vuelve a sus juegos a la vez que sigue caminando, pero ahora cogiéndole la mano a Elena y haciendo como que está paseando a su "pequeña".

Elena la mira y se ríe. Se nota que se regocija de las ocurrencias de su hija a la vez que cada uno de esos instantes son una recarga de alegría en su vida.

¿Cambiarías eso por algo? – le pregunto, y cuando me mira le indico a su hija.

No – me dice mientras vuelve a girar su cabeza hacia la niña y sus ojos se le iluminan por completo.

Entonces ahí tienes la prueba de que lo estás haciendo bien. No te atormentes – le digo-.

Doy un paso grande y rápido y me planto delante de las dos, lo que las obliga a pararse – Ana, ¿quieres darle un besito a tu mami? – y la niña mira primero a Elena y luego a mí como diciendo "¿tu eres idiota? Claro que quiero". – Vengan aquí – y me dirijo a uno de los bancos de Triana que está vacío – me siguen como diciendo ¡qué va  a hacer este loco! – Ana súbete aquí – y le señalo el banco. La niña acelera sus pasos y al llegar al banco, la ayudo a subir - ¡Graciaaaas!  - le digo cuando se queda apoyada sobre el respaldo del banco. Le hago señas a Elena de que se ponga detrás del banco a la altura de la niña, y cuando están preparadas les digo – Ana, cuando te avise, le das un abrazo y un beso muy fuerte a tu mami ¿vale? – y ella, sonriendo asiente con una sonrisa que enseña todos los dientes que no tiene – me alejo un poco, saco el móvil, lo pongo en modo cámara y digo ¿preparada? – vuelve a asentir. La cara de Elena no puede ocultar su alegría - ¡cuando quieras! – y la niña se avalancha al cuello de su madre y le da un beso fuertísimo. Elena no puede resistirse, y mientras la felicidad se apodera de ella le devuelve dos besos tamaño XL a la vez que la aprieta fuertemente con un abrazo que desprende amor por todos lados. La niña ríe, la madre también. Durante todo ese tiempo he hecho un par de instantáneas, cada cual mejor. La niña se vuelve y me mira como esperando aprobación a su hazaña - ¡Perfecto Ana! – y al momento se sienta y se baja del banco a la vez que dice - ¡yo quiero verla, yo quiero verla!  - me acerco, y procurando que la madre no lo vea, le enseño las fotos tomadas - ¡déjame verlas a mí también! – dice Elena, a lo que le replico – No, son de Ana y mías. Si quieres verlas tienes que pedirle permiso a Ana – y le hago un guiño a la niña que sonríe como si estuviera participando en uno de sus juegos. – Ana, por favor déjame verla – le dice a la niña poniendo cara de tristeza – la niña me mira - ¿se la enseñamos? – le digo,  y un Siiii rotundo sale de su boquita. Mira a su madre como diciéndole "¿ves que yo te dejo?" – Gracias mi cielo – es lo que sale de la boca de su madre y después de darle un beso mira las fotos que le estoy enseñando en la pantalla del móvil - ¡ay que linda es! – es la exclamación que se le escapa - ¡qué lindas! Querrás decir, y no las fotos – le corrijo, y sonríe.

Pásamelas por favor – me pide

No sé, no sé…, - digo algo indiferente.

¡Por favor! – implora

Pero ya estaba escribiéndole un mensaje: "Este es Tu Tesoro. Acuérdate de ella siempre que creas que las fuerzas te flaquean, y acuérdate de ella también cuando estés feliz. (Y si puedes, acuérdate un poquito de quien las hizo)". Pulso enviar y guardo el móvil - ¡ya está!. – dos pitidos suenan en el móvil de Elena, lo mira y poco después me sonríe a la vez que dice - ¡Gracias!, lo intentaré…

Seguimos caminando…

Y tú ¿Cómo estás? – me pregunta.

¡Muy bien!, ¿no se nota?.– respondo – Hace un día estupendo, de hecho todos los días son estupendos, estoy en una excelente compañía disfrutando de un agradable paseo, tengo salud, trabajo,…. ¿qué más puedo pedir?.

¿Has…estado casado alguna vez? -  me pregunta, pero lo hace sin mirarme, como si tuviera miedo de hacerlo. Adivino que quiere saber cosas de mí, así que me dispongo a atender su petición.

No. Hace ya bastante tiempo creía que iba camino de ello pero se frustró. Al parecer entendí señales equívocas, y la palabra "compromiso" no existía, o se borró, en el diccionario de sentimientos de la otra persona. No le guardo rencor por ello, aunque me costó encontrarle respuesta al por qué. Al parecer era buen compañero para momentos sueltos, más o menos prolongados, pero no para el viaje de su vida. Y yo precisamente lo que siempre buscaré es una compañera para el viaje de mi vida. Al final fue una prueba fehaciente de dos caras de una misma moneda, y la segunda no era ni sincera ni consecuente con la primera. Lo que más me molestó fue precisamente eso, el que jugara con la sinceridad como si de un juguete se tratara, cuando para mí es un pilar en la relación de dos personas.

Posiblemente sea un bicho raro y tengo asumido que no todo el mundo quiere continuar el viaje de su vida con un bicho raro. Y por otro lado, pienso que ya hay bastantes complicaciones impuestas en la vida real como para, encima, creárselas uno mismo, por lo que lo que intento es disfrutar la vida conforme a mis principios y en la medida de lo posible confiar en que, algún día, alguien quiera compartir la suya conmigo. Siempre digo que mi filosofía es muy simple y barata, pero real. Sin embargo, hay gente que se empeña en buscar dobles y triples significados a lo que digo, pienso o hago, cuando la realidad es una sola. Si digo o pienso que algo es blanco, es porque realmente lo veo blanco, no blanco roto o blanco crudo, solo blanco (que por cierto, nunca entenderé la diferencia entre crudo y roto). Pero, como digo, siempre habrá quien que se empeñe en ver tonalidades.

Elena, soy lo que ves. No hay envoltorios, ni siquiera chaleco protector, aunque eso a veces me hace pasar malos momentos, pero no me importa, siempre se aprende – le digo finalmente mirándola. Ella asiente.

¿Hay algo en especial que quieras saber o que te preocupe sobre mi? – le pregunto.

Niega con la cabeza y después de un momento me pregunta - ¿tienes hermanos o hermanas?

Un hermano, mayor que yo. Nos llevamos muy bien aunque cada uno haciendo su vida, pero sabemos que estamos ahí, el uno para el otro, sin tener que pedirlo. Es algo que vas formando con el tiempo y al final forma parte de tu propia personalidad. A mis padres los perdí tiempo atrás, …y vivo solo, intentando disfrutar de cada momento, porque, por si no te has dado cuenta, cada momento es irrepetible y es un desperdicio dejarlo pasar sin disfrutarlo.

Y bueno, pues…, me gusta la fotografía, no sé si lo has notado, me gusta salir en bici, caminar, oir música, pero no toda clase de música aunque igual te sorprende algunos estilos o armonías que pueden llegar a gustarme, en cualquier caso, nada de estridencias, ruidos raros o "pumba-pumba". Supongo que ya sabes básicamente a qué me dedico por lo que me has visto en tu empresa, me gusta lo que hago y lo intento hacer bien. Aunque puedas pensar lo contrario soy muy tímido, y hay situaciones que me suponen un esfuerzo que nadie se imagina. No llevo bien los bullicios, pero no quiere decir que los rechace, no fumo, y no bebo salvo una copa de vino en muy contadas ocasiones. Y como ya te dije, soy lo que ves.

Sin darnos cuenta estamos llegando al portal de Elena. La niña se adelanta unos pasos en una carrera improvisada para llegar primero y la alcanzamos corriendo, pero reconociéndole su victoria.

Me ha encantado el paseo, y no sabes cuánto me ha alegrado el que me llamaras – le digo finalmente a Elena.

A mí también me ha encantado. Ahora toca empezar a preparar el día de mañana con esta pequeñaja  - y señala a la niña que está abrazada a su cintura mirándola con cara de ganadora.

¿Lo has pasado bien? – Le pregunto a Ana.

Si – asiente con la cabeza.

Me inclino hacia ella y le digo - Así me gusta. Ahora a hacerle caso a mami, un bañito, comer algo y a dormir para mañana poder levantarse con ganas y descubrir lo que nos trae el nuevo día, porque, por si no lo sabes, cada día es como un cartero misterioso e invisible que nos deja un paquete nuevo de regalo en nuestra puerta, y hay que irlo abriendo poquito a poco. Nunca hay dos paquetes iguales, siempre hay algo nuevo que ocurre y que los diferencia, y lo importante y divertido es averiguarlo – la niña me mira con los mismos ojos de su madre completamente agrandados -, y la próxima vez que nos veamos si quieres me cuentas que es lo que te trajo ese cartero invisible el día de mañana, ¿vale? – y la niña asiente, como si estuviera jugando a un juego nuevo.

Y si quieres, tú también me lo puedes contar – le digo a Elena incorporándome, a lo que ella asiente consciente de que la pequeña también la mira esperando a ver si participa en el juego – vale, te lo contaremos.

Mañana tengo que ir a media mañana a Fuerteventura, y volveré en el vuelo de las 8, si no se retrasa. ¿Te puedo llamar? – le digo

Claro – me responde – Igual te llamo yo también - me dice desafiante.

Me darías una inmensa alegría – le digo sonriente y aceptando el reto.

Ana, ¿quieres invitar a Iván a tu cumple? – la niña asiente -, pues anda díselo.

Y con una voz tímida y entrecortada, la cara alegre y casi escondiéndose en Elena me dice – Que el viernes es mi cumple – mira a su madre y luego a mi–… y que si quieres venir.

¿El viernes es tu cumple? – digo poniendo cara de asombro, y cuando la niña asiente riéndose continúo - ¿y cuántos años cumples? – a lo que ella orgullosa, dice mostrando cuatro dedos de sus manos, no sin antes cerciorarse de que enseñaba cuatro y no más - ¡cuatro! – y mostrándole nuevamente cara de asombro le digo - ¡dios mio, cuatro años!, ¡te estás haciendo toda una princesa!, pues…, con mucho gusto acepto tu invitación y vendré, si tu quieres, claro – e inmediatamente mueve su cabeza asintiendo repetidas veces – vale, pues entonces hasta el viernes. Que descanses y que tengas felices sueños – la niña se acerca me inclino nuevamente y me da un beso en la cara que a su vez le devuelvo mientras le acaricio su cabecita.

Miro a Elena y le digo – y a ti también, que descanses y que tengas felices sueños – le acabo de coger la mano, y para mi agrado, no la ha rechazado. – Buenas noches.

Buenas noches – me dice. Nos quedamos un instante uno frente al otro. Le doy un beso en su mejilla al que me corresponde con otro – Gracias por venir.

Te lo dije. Para mí es un placer y un motivo de alegría – le digo mientras le beso y acaricio el dorso de su mano. Ella se da un beso en las yemas de los dedos de su mano, y me los pone en mis labios. Le cojo su mano y la mantengo un momento ahí, contra mis labios.

Buenas noches – le digo al final y al soltarle su mano, le acaricio con el dorso de la mía su cara.

Las dos princesas se adentran el portal, y poco a poco desaparecen después de un agitar de manos a modo de despedida. Me doy la vuelta, miro al cielo, lleno de aire los pulmones, y con un caminar distendido y ligero, inicio el regreso a mi refugio.

 

Son casi las  10 de la noche. Hace un rato que he llegado de Fuerteventura, y no tengo ganas sino de "botarme" y refrescarme. Después  de darme una ducha me siento al fresco de la terraza con la intención de relajar los músculos un rato a la luz de la luna llena, que brilla imponente esta noche, y beneficiarme de la brisa que ahora corre después de un día bastante intenso en reuniones y presentaciones.

Estoy pensando en llamar a Elena cuando suena el teléfono, es ella.

Hola – saludo con tono que demuestra satisfacción

Hola – corresponde al otro lado - ¿Qué tal por Fuerteventura?

Bien, intenso, apretado, caluroso…, y en definitiva ahora algo cansado. ¿y tú? ¿qué tal el día?

Normal, controlable – dice de forma indiferente.

¿Y la pequeña? – le digo interesándome por la princesita.

Ya está dormidita y descansa. Aunque le ha costado un poco quedarse dormida. La tensión del día de mañana puede más que su sueño. – me dice -. Por cierto, hoy me ha dicho que ya sabía lo que había de nuevo en el "paquete de hoy" y que cuando te viera te lo iba a contar, y me ha sorprendido.

Bueno, eso quiere decir que ha entendido lo que quise decirle y que es muy lista. Y tú, ¿ya sabes qué es lo que te ha traído de nuevo este día? – le pregunto.

Pues no te lo creerás, pero cuando Ana me lo dijo me acordé de que también te dirigías a mí, y me dio que pensar…, y es cierto, siempre hay algo nuevo.

Yo no digo mentiras – le afirmo - ¿Y qué es lo que te trajo de nuevo?

Pues un nuevo día con mi hija, nuevas sonrisas, creo que incluso algo de relax por cómo me han ido las cosas o al menos por como las he visto…, no me puedo quejar – su tono de voz ha sonado como sorprendido.

No sabes cuánto me alegro. Ya verás que día a día te darás cuenta de cuántas cosas nuevas te rodean y que la inmensa mayoría son para sentirse mejor.

¿Vas a venir mañana? – me pregunta.

Por supuesto. Nunca rechazaría la invitación de tu princesita. Pero si no quieres que me quede no hay problema, entro, saludo y me voy. – intento que suene serio.

No seas tonto. ¡Claro que te puedes quedar!. Además, hasta yo estoy intrigada por lo que Ana te vaya a contar.

Entonces me quedaré. ¿A qué hora quieres que vaya? No quisiera ser un estorbo, pero si quieres que te ayude en algo, dímelo.

No te preocupes, ya está más o menos organizado. El padre la traerá sobre las cuatro y media y pensábamos hacerle la merienda sobre las 5 más o menos. Solo estaremos Maite, David, una sobrina de David y dos niñas de su cole que viven en el mismo edificio. Y tú, claro. Lo que ella quiere es una tarde algo diferente y partir la tarta.

Bien, pues sobre las cinco estaré ahí.

Y así seguimos hablando durante bastante tiempo, hasta que notamos que las nubes del cansancio se rinden a las tropas del sueño y nos despedimos hasta el día siguiente… que se supone también traerá cosas nuevas.

 

Faltan quince minutos para las cinco cuando Maite me abre la puerta, y después de saludarla. dejo una caja envuelta en papel de regalo que traigo conmigo en la misma entrada, y me acompaña hasta el salón donde cuatro niñas juegan en el suelo con lo que deben ser los regalos de Ana: 2 muñecas con su ropa y una especie de pupitre móvil para pintar, con colores, moldes de dibujo y láminas de papel. Me quedo mirándolas y de pronto Ana se da cuenta de que estoy, levanta su cara toda sonriente. Me acerco a ella - ¡Felicidades Ana! – y me agacho para darle un beso – ¡Ya eres una princesa de 4 años!¡Qué bien!- Ella ríe. Me incorporo y doy la vuelta para saludar a las otras niñas. Después tiendo la mano a David. Nos saludamos efusivamente e intercambiamos un par de comentarios nada trascendentales. Elena aparece con una bandeja de sándwiches cortados en triángulos pequeños y otra con galletas de distintos tipos. La ayudo con una de las bandejas y después nos saludamos con dos besos en las mejillas. Parece alegre, pero noto que algo no va bien. Está algo tensa.

Se retira otra vez con la intención de traer refrescos y me ofrezco a ayudarla. Solo es una excusa para intentar averiguar qué le pasa.

Al llegar a la cocina le digo en voz suave y baja - ¿Estás bien?

No – es su tajante respuesta.

¿Qué ha pasado? – le digo suavemente.

¿Te puedes creer que el impresentable de su padre la ha recogido en el colegio la ha dejado en el portal y no se ha dignado subir para estar un rato en el cumple de su hija? ¡ha llamado al interfono para que bajara alguien a recogerla porque tenía que irse! Y encima, ¡ni siquiera le ha traído un detalle a su hija!, le ha dicho que en otro momento se lo daba. ¡Imbécil!. – ha explotado.

La atraigo hacia mí, y la abrazo suavemente a la vez que le digo – sé que es difícil lo que te voy a decir, pero ¡olvídalo!, Por favor, no dejes que su estupidez te eche por tierra el rato que vas a pasar con Ana. ¡El se lo pierde!, y eso es lo que al final tienes que pensar e incluso, si me apuras hasta hacérselo ver a Ana en plan juego.

¡Pero es su hija, por Dios!. – exclama con sensación de impotencia.

Te repito. ¡El-se-lo-pierde!. Deberías estar ahora disfrutando de este momento y estás dejando que un capullo integral te lo amargue. No dejes que gobierne tu tiempo de esta forma. – le agarro la mejilla y se la levanto para que me mire.- ¿Vale?

Se queda un momento pensativa, y después de soltar un gruñido a modo de escape de presión, asiente con la cabeza a la vez que dice – si es que tienes razón, pero…

No hay peros. Ahí fuera hay una niña que lo único que desea es pasar una tarde alegre, y aquí dentro hay una madre que va ahora mismo a hacerle el gusto a su hija, así que, cojamos los refrescos y ¡a la carga, mis valientes! – He conseguido sacarle una media sonrisa, lo cual ya es algo.

Y salimos en procesión hacia el salón.

El tiempo va pasando poco a poco, entre conversaciones entrecortadas, preguntas y respuestas con las niñas, comentarios sobre esto o aquello, risas…, alegría.

Me he traído la cámara, y después de pedirle permiso a Elena, he estado haciendo fotos, unas veces intencionadas y otras robadas.

¿Partimos la tarta? – Grita Elena.

Siiiiiiiii – y un grito ensordecedor se acampa en el salón haciendo que todo el mundo se levante. Al momento aparece Elena con una tarta de turrón y chocolate (al menos eso creo), la coloca en la mesa que David ha llevado hasta el centro, y todo el mundo toma posición alrededor de ella. Elena enciende 4 velas rojas. Y a una seña, todos nos lanzamos a cantar un "cumpleaños feliz" entre risas y fiestas, mientras la protagonista se coloca muy junta a la tarta y no puede ocultar su desesperación por apagar las llamas. Con la última sílaba, se avalancha sobre ella apagándolas del primer intento junto en el momento en que el flash congela el momento para una foto. Suenan aplausos y griterío de alegría. Ana da saltitos junto a la mesa. Terminan formando un corro en el suelo y una a una van tomando la porción de tarta que les alcanzamos. Los mayores también damos cuenta de ella.

David y Maite están sentados en un sillón y Elena y yo en otro, mirándolas como hablan con esa voz inocente y sencilla que solo un niño es capaz de atesorar. Acabo de manchar la cara de Elena con un poco de tarta y cuando me mira con ganas de venganza y un trozo de tarta en uno de sus dedos dispuesta a plantármelo en la cara le agarro la mano y digo - ¡eh!, un cumpleaños no es cumpleaños si no se mancha a alguien con tarta, y no voy a marchar a Ana ¿no? – Me sigue mirando con ganas de guerra, pero termino por acercar su dedo y chupar la tarta que tenía pegada – Ummm, está muy buena – digo en plan irónico - ¡Anda ya! – es la respuesta que obtengo a la vez que separa la mano de forma brusca. Todos ríen, incluso las niñas. Hago un par de fotos más, y cuando todas han terminado su porción de tarta le hago una seña a Ana para que se acerque.

Ana, creo que detrás de la puerta hay un regalito que he traído para ti –le digo como si fuera un susurro - La niña sale corriendo a buscarlo y al momento aparece arrastrando una caja que casi es más grande que ella. Elena me dice – no tenías que traerle nada – a lo que le respondo – Lo sé, pero me apetecía. ¿a quién no le gusta tener regalos en su cumpleaños?.

La niña se apresura a romper el papel por todos lados, y cuando se deja ver su contenido todos exclaman ¡una patineta!. Se queda mirándola, con la cara completamente excitada y esperando que alguien le diga qué hacer. Todas las niñas se han puesto a su lado. Elena coge la caja, la abre y saca de su interior una patineta plegada de color plateado, con ruedas y empuñaduras en su manillar de color naranja. Despliega el brazo plegado que forma su manillar y con un "click" queda montada – Ven Ana sube – le dice a la niña que se acerca y sigue fielmente las instrucciones que le da su madre haciendo un primer intento de avanzar que no resulta exitoso – despacio, Ana, no tengas prisa – le dice Elena mientras la aguanta. Lo vuelve a intentar y entonces empieza avanzar poco a poco, dando la vuelta alrededor de la mesa. Las niñas gritan de alegría, y Ana tiene una sonrisa pintada de oreja a oreja.

Ana dale las gracias a Iván – le dice Elena. La niña se baja, se acerca y tímidamente me da un "gracias" cautivador. – No tienes por qué darlas preciosa – le respondo. – Ah, tengo otra cosa aquí que también es para ti, pero tengo que decirte primero un secreto. Ven un momento – me levanto y le hago señas para que me siga. Tanto Elena como los demás me miran perplejos. Solo quiero alejarme lo suficiente como para que no me oigan lo que le voy a decir. Cuando estoy al otro lado del salón, casi en el pasillo de la entrada, me agacho. Tengo a Ana expectante a mi lado. Abro la mano y le enseño una cajita pequeña y cuadrada que he cogido del bolso de la cámara justo antes de levantarme - Ana, aquí hay dos regalitos. Los dos son iguales y son para ti. Pero me gustaría que uno de ellos se lo regalaras a tu mami – La niña asiente. Le acerco la mano y le abro la cajita – En ese momento gritan del salón – "Secretos en reunión es de mala educación" – me incorporo, y les increpo – "Y para el que se quiere enterar, falta de urbanidad" – Me rio, y vuelvo a fijar la atención en Ana, que sigue expectante. Saco de la caja una medalla dorada en forma cuadrada, que tiene grabada una de las fotos hechas en el banco dándole un abrazo y un beso a su mami - ¿te acuerdas? – le digo. La cara de la niña se ilumina y dice bajito  - si, si soy yo con mami – se la doy y la coge como si fuera un tesoro - ¿te la pongo? – y cuando me asiente, se la coloco en su cuello. Sigue mirando la imagen. - ¿te gusta? – me responde afirmativamente – a mí también me gusta – le digo. – Mira, aquí hay otra igual ¿ves?..., ¿quieres regalársela a mami? – Si, si… - dice totalmente excitada. – Vale, pues entonces vamos a hacer esto………..

¡Mami, Mami! – grita Ana – ¡cierra los ojos!.

¿Para qué? – dice extrañada Elena.

¡Mami!, que tienes que cerrar los ojos…- la niña la reprende.

Vale, vale…, ya los tengo cerrados.

Y con una sonrisa pillina, se acerca rápidamente a su madre, hace por subirse a su regazo, pero de frente a ella. Maite la ayuda, yo me he quedado algo más atrás. Cuando está finalmente sentada en la falda de Elena de frente a ella, coge la otra medalla, se la coloca a Elena en el cuello y cuando termina dice - ¡ya está!. Esta es para ti. Elena abre los ojos, palpa lo que Ana le ha colgado y lo mira. Tres fotos han captado la secuencia. Se queda por un momento mirándola y finalmente abraza a la niña con los ojos cerrados. Cuando los abre, sigue abrazada a la niña y me mira. Sus ojos están brillantes y empapados en lágrimas. – Gracias pequeña, gracias pequeña, …., te quiero mucho, mucho, mucho.- la sigue abrazando con fuerza - yo tengo una igual – le dice la pequeña, y se la enseña a Elena cuando se separa.- Es preciosa cariño –

Déjame verla Ana – le dice Maite – y la niña se baja y corre al otro sillón para enseñarla.

Me acerco y me siento al lado de Elena.  Me mira y me dice – Gracias – lentamente mientras tiene cogida la medalla en su mano. Le cojo la medalla de su mano, le enseño el lado donde está la foto, y a continuación la giro por el otro lado y se la dejo delante de sus ojos. Ella la coge y ve que tiene algo grabado. Lo lee. "El verdadero tesoro no es el que más vale, sino el que más quieres" y la fecha de hoy. Me mira con los ojos todavía brillantes e inesperadamente me abraza y me da un beso en la mejilla mientras oigo otro "gracias". En ese momento se oyen unos aplausos y un "bieeennnn" multitudinario al otro lado.

 

No se si he estado en una nube desde ese momento, pero el tiempo ha pasado muy deprisa, y ahora que las niñas ya se han ido, toca retirada. Maite también se van. Ana se nota que está cansada y está recostada en la falda de Elena.

¿Por qué no se vienen mañana y pasan el día en casa? Prepararé algo de barbacoa y pasaremos un buen rato – les propongo.

Se miran. Maite y David se encogen de hombros – por nosotros no hay problema -… Vale – dice finalmente Elena - ¿qué llevamos? –

Nada, es solo pasar el día – le respondo – Lo único, lleven bañador por si el día está bueno y vamos a la playa o a los riscos.

¿Puedo llevar la patineta? – pregunta Ana.

Por supuesto  - le digo, - y daremos un paseo por la avenida para que puedas usarla. ¿Vengo a buscarlos? – pregunto.

No, no es necesario, - dice David. Nosotros las recogemos a ella y vamos. Pero tienes que decirme dónde es -.

¿Sabes llegar hasta el muelle de Taliarte? – David asiente- Pues cuando vayas a llegar a la última rotonda me llamas y salgo a encontrarlos, es justo al lado – todos están conformes.

Bien, pues entonces hasta mañana. Adiós Ana, espero que hayas pasado un buen día. – le doy un beso a la niña. Me despido de Maite y de David. Elena me acompaña a la puerta. Ya en el zaguán, le tomo las manos, le doy un beso en la mejilla y me despido – Hasta mañana. Que descanses -.

Gracias por venir y por alegrarle la tarde a Ana – me dice, y me planta un beso fugaz y diminuto en los labios que me coge totalmente por sorpresa. Me quedo mirándola en lo que ella se retira hacia adentro.

Eso se llama jugar con ventaja y a traición – le digo riéndome -. Tú si que me has alegrado el día. – Elena ríe – Hasta mañana – decimos mutuamente, y me voy saboreando la sensación que me ha dejado en los labios.