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domingo, 28 de octubre de 2012

Capítulo 5 - Luces

Son las siete y cuarto de la mañana de un Domingo que parece despertarse claro y tranquilo.

Es curioso lo caprichosa y sorprendente que es la vida. En un rango bastante corto de tiempo pasas de una situación aséptica, a querer explorar un montón de cosas que vas descubriendo y te van haciendo descubrir. Y eso te llena, te motiva y te alimenta aún más tus ganas de aprender, conocer…, de amar.

Me he despertado bastante temprano, para mi sorpresa, posiblemente por la ebullición de sensaciones en mi cabeza, pero no me siento cansado. Diría más bien que ansioso. Estoy sentado en la terraza con la cámara montada sobre el trípode y enfocando hacia la zona del muelle de Taliarte por donde sobre las 8:05 saldrá el sol (si las predicciones no me engañan), y llevo bastante rato haciendo moviola con todas las vivencias de ayer.

Fue un día especial. Llegaron cerca del mediodía, para convertir el día en algo muy original por no decir irrepetible, donde reinó la alegría y la tranquilidad, y por encima de todo ello la necesidad de compartir y conocer.

Después de enseñarles la casa y de estar un momento asomados en la avenida, a propuesta insistente de Ana nos dispusimos a bajar a la playa. Fuimos a Melenara paseando por la avenida y estuvimos aproximadamente 2 horas.  En ese tiempo  hicimos charla distendida, ayudamos a Ana a hacer un agujero en la arena con sus utensilios playeros y a preparar bolas de arena, bromeamos y, cómo no, nos bañamos. Yo disfrutaba de la compañía de todos, en especial de Elena.

Elena estaba radiante, alegre…, estaba preciosa. Lástima que no llevaba la cámara, hubieran salido algunas fotos de premio. Posiblemente uno de los mejores momentos fue la primera entrada de Elena al agua, alentada por todos y con Ana amenazándola con mojarla. Cuando estaba con el agua a la altura de los muslos no me pude resistir, y a una seña todos levantamos una llamarada de agua que la empapó y solo le quedó por solución tirarse al líquido elemento. Por supuesto que me echó la culpa, fue a por mí para hacerme probar lo mismo y recibí algún que otro golpe vengativo, pero nada grave, sino divertido. Ella seguía estando preciosa. El brillo del agua sobre su piel y su pelo mojado hacía destacar aún más su belleza natural, esa belleza que me cautivó desde el primer día que la ví.

A la vuelta de la playa encendí la barbacoa que está en el patio y al rato estábamos David y yo turnándonos para dar vueltas a los solomillos de pollo con salsa de miel y a unas chuletas previamente adobadas con mojo rojo mientras seguíamos hablando de forma distendida de cómo arreglar el mundo, el nuestro y el de los demás, y Ana escuchaba a la vez que se metía en su mundo portátil de juegos. Unas papitas arrugadas, un poco de queso tierno pasado por la plancha con conserva y mermelada y algunos frutos secos acompañaron a dar buena cuenta del festín, que estuvo regado con una botella de vino Viña Frontera semiseco. Para terminar, una tarta de chocolate negro, trufa y naranja para dejar buen sabor de boca.

La sobremesa se extendió bastante, pero no nos percatamos del paso del tiempo. Por la tarde y una vez que Ana se recuperó de un corto sueño bajamos a los riscos. Llevé una caña de pescar pequeña que tenía en el garaje y nos pusimos cerca de la orilla de uno de los riscos. Enseñé a Ana a tirar la caña suavemente bajo la atenta y vigilante mirada de su madre que estaba sentada a nuestro lado. David y Maite estaban algo más atrás tumbados sobre unas plataformas de madera a modo de solárium. Ese fue otro de los momentos mágicos. La niña completamente expectante y ávida de ver si cogía algún pescado, llenándose de todo lo que acontecía y que era nuevo para ella, Elena atendiendo sus preguntas y rebosante de tranquilidad, y yo, pues disfrutando el momento. Solo cogió un pescado pequeño. La convencí para que cuando nos fuéramos lo devolviera al mar y accedió sin rechistar. Lo pusimos en su cubo de playa con agua y estuvo el resto de la tarde vigilándolo y jugando con él.

Cuando la tarde empezaba a marcharse volvimos a la casa. Un tiempo para tomar ducha rápida después de convencerles de que no era molestia, y salimos a pasear.

Nos dirigimos en dirección a La Garita por el paseo marítimo. Ana llevaba su patineta y una mochila a cuestas con una muñeca, y por donde pasaba radiaba inocencia. A un lado Maite y David, y al otro Elena y yo. A mitad de camino, cuando nos acercamos hasta una torreta a modo de mirador que hay antes de llegar a Playa del Hombre y estábamos en silencio observando desde su borde la inmensidad del horizonte, me quedé mirando a Elena y sin apartar la vista, como en un gesto de solicitud implícita de aprobación, le cogí la mano, suplicando a mi subconsciente que no la rechazara. La cerró sobre la mía y sonrió. Le devolví la sonrisa y respiré hondamente para mis adentros. Levanté las manos unidas y le di un beso en el dorso de la suya. Maite y David se dieron cuenta, capté una sonrisa y una seña entre ellos, y después cuando proseguimos el camino, Maite le preguntó riendo a Elena que si tenía miedo de perderse, y ante la cara extrañada de Elena le señaló nuestras manos unidas, a lo que Elena le respondió con un "cállate" entre risas. Más adelante, cuando estábamos en el Bufadero, y mientras David y yo nos acercamos con Ana hasta la zona segura más próxima a este capricho de la naturaleza para que pudiera ver los "bufidos" del agua al pasar por las columnas de roca, vi como Maite y Elena, que se habían quedado algo más atrás, se abrazaban, y no sé por qué, pero me llegó al alma.

Poco después, casi llegando a La Garita, y en un momento en que David estaba jugueteando con Ana, y Elena se adelantó por una de esas llamadas cautivadoras de la pequeña, Maite se me acercó, me cogió por el brazo e inició un diálogo conmigo:

"Tengo que darte las gracias".

Me quedé totalmente extrañado de la afirmación y pregunté - ¿por qué?.

Has conseguido en una semana lo que yo no he conseguido en casi 3 años: que Elena recupere la sonrisa, y eso no tiene precio -.

No tiene importancia – le dije -, si Elena perdió la sonrisa, el logro de recuperarla es de ella por darse cuenta de que siempre hay algo que puede vencer la tristeza y que realmente el día a día es un regalo.

Su respuesta fue tajante – Si no te hubieras cruzado en su camino no lo hubiera conseguido, de eso estoy segura, ¡la has conquistado! -.

Tras un momento de perplejidad por su respuesta, solté un lacónico "no sé, no sé…, no tengo tan claro que la haya conquistado, ¡ojalá!".

Y sonriendo sentenció – ¡ya te digo yo que la has conquistado! -, lo cual me dejó una sonrisa en mi cara que casi da la vuelta por detrás de las orejas. Retomamos la caminata para alcanzar al resto que iba por delante, eso sí, con el corazón un pelín más acelerado.

Picamos algo ligero en una terraza de La Garita y regresamos ya bien de noche. Ana se rindió y la cargué en brazos durante el último cuarto del trayecto en el que permaneció dormida totalmente ajena a lo que le rodeaba.

Al llegar a casa, y dado que era bien tarde, les propuse que si no tenían un plan mejor, se quedaran a dormir y así pasar el Domingo juntos otra vez. Había habitaciones suficientes y no era un problema. Pero Maite y David tenían compromiso al día siguiente temprano y preferían salir desde su casa para no retrasarse. Volví a lanzarme a la piscina y le dije a Elena que si quería se quedara. Y después de sobrepasar los obstáculos previos de que no venían preparados, que no tenía ropa de la niña, etc., y con la ayuda de Maite, finalmente accedió. Maite y David quedaron en que con mucho gusto volverían el Domingo por la tarde a "levantarnos el café", como reza el dicho.

Le cedí a Elena mi habitación para que durmiera con la niña y estuviera más cómoda. Yo me quedaría en otra contigua. Ana ya hacía tiempo que se había abandonado a sus sueños y Elena la arropó en la cama. Después estuvimos bastante tiempo sentados en el patio con la tele encendida como excusa, pero compartiendo pareceres y comentando cómo habían sido los distintos momentos del día. Uno al lado del otro, viendo pasar el tiempo y construyendo lazos de unión. Y cuando los primeros síntomas de cansancio le empezaron a aparecer, le propuse a Elena que se fuera a descansar.

Un buenas noches muy lento, dos pares de ojos mirándose, una caricia en la cara, un beso en la mejilla, un ¡hasta mañana!, y dos manos cogidas que casi se niegan a separarse. Esa fue nuestra temporal despedida. Minutos más tarde estaba recostado en la cama con las luces apagadas y la mirada al cielo recordando los acontecimientos del día, pero no sé hasta dónde llegué, porque  solo soy consciente de que me desperté ya de mañana.

Y aquí estoy, reviviendo esos momentos irrepetibles y deseando que Elena se despierte. Las palabras de Maite de ayer me aceleran el pulso cuando pienso en ella.

El horizonte está empezando a mostrar un leve color naranja, síntoma de que el sol se despereza y de que pronto asomará por su ventana para darnos los buenos días.

¡Buenos días! – una voz somnolienta llega hasta mis oídos, miro a un lado y la veo, en el umbral de la puerta, con los ojos medio cerrados, cubierta con un albornoz mío y asomando por encima una de mis camisetas. ¡Dios, qué guapa está recién levantada! Tan absorto estaba mirando el horizonte que no me percaté de que se asomaba. Su mera visión ya da aliciente al nuevo día.

¡Buenos días! – me acerco y le doy un beso en la mejilla y le cojo las manos – Ven, siéntate aquí.

¿Con estas pintas? – fue su respuesta.

Estas preciosa  - y la llevo hasta donde estaba sentado a un lado de la terraza, justo detrás de donde está colocado el trípode. Hago que se siente a mi lado, le acerco una silla de la terraza para que ponga los pies en alto y la acurruco entre mis brazos, como si estuviera protegiendo algo frágil e indefenso.

¿Estás bien? – asiente con la cabeza y me mira.

¿Has dormido bien?

Si, -dice bajito.

Me alegro. ¿no has extrañado la cama, el lugar?

No. He dormido bien. Me costó un poquito conciliar el sueño, supongo que por la "novedad", pero he dormido de un tirón hasta ahora que me he levantado.

¿Y Ana?

Creo que no se ha movido en toda la noche, al menos no la he sentido, porque me hubiera despertado. La verdad es que la pobre estaba cansada. He dejado la puerta algo abierta por si se despierta y se extraña. No va a saber dónde está, creo. - parece que ahora se da cuenta de la presencia del trípode y me pregunta - ¿qué haces?

Estoy esperando a que salga el sol, para captar sus primeros rayos y el nuevo juego de luces que nos traiga. Aunque sé que estabas cansada, estaba cruzando los dedos para que te despertaras y poder compartir contigo este trocito de maravilla. Las fotos puedan quedar muy bien, pero no es lo mismo vivirlo en directo, y si es en buena compañía, mejor todavía.

Nos quedamos un rato en silencio, ella acurrucada contra mí, yo abrazándola con fuerza. El sol ya despunta, una mancha naranja se asoma por el horizonte cautelosamente como si no quisiera que la descubrieran, pero a la vez llena de energía para el nuevo día. Nos miramos y nuestros ojos se aferran uno al otro para no perderse de vista.  ¡Cuánta belleza puede verse a través de sus ojos!. Parece que estoy gravitando, y lentamente, muy lentamente, acerco mis labios hasta los suyos a la vez que le acaricio su mejilla con mi mano. Los labios no se resisten y cuando la distancia entre ellos se hace nula, y sin perder la serenidad, se unen como agua con agua, aire con aire. Lo saboreamos en toda su amplitud, repitiendo una y otra vez el mismo gesto, separando los labios y volviéndolos a juntar como si de dos imanes se tratara que se niegan a separar. Es la sensación más embriagadora que jamás podría imaginar y ahora es real. No me cansaría de beber de sus labios. Abro los ojos y los míos vuelven a cruzarse con los suyos que también se abren en ese mismo instante, para volverse a cerrar en un nuevo y prolongado beso. ¡nuestro primer beso!.

Vuelvo a abrir los ojos y nos quedamos mirándonos con nuestras frentes apoyadas una en la otra. Noto que mis ojos están empapados.

¿Estás llorando? – me dice como en un susurro.

Es un extraño efecto que produces en mí. Me llenas de Felicidad, y emborrachas mis ojos... Tú tampoco te quedas atrás – le digo también muy bajito.

Un nuevo y prolongado beso ahoga nuestros pensamientos y al separarnos el abrazo se convierte en fuerza de atracción mutua como si quisiéramos fundirnos en uno solo.

¿Te das cuenta? – le digo.

¿de qué?

Que el sol ha bendecido nuestro primer beso: ¡esto tiene que ser bueno! – y le señalo el sol, que ya se encuentra completamente fuera del agua, con cierta altura como si quisiera vernos desde una mejor posición.

Sonríe y se incorpora sin separarse de mí, y con los ojos completamente iluminados por el reflejo de las luces naranjas sobre las tenues lágrimas que todavía se asoman a sus párpados afirma – pues sí, tiene que ser bueno – y lentamente vuelve a acurrucarse.

Mil sensaciones recorren mi alma, todas ellas agradables. Es como si se hubieran liberado multitud de temores y se hubieran alejado a toda prisa, dejando una sensación de calma y serenidad inimaginables. Creo que el paraíso ha abierto una puerta por este lado de la isla.

Me pasaría todo el día así, contigo – digo finalmente-. Y tras un momento de silencio, como si se hubiera acordado de algo exclama - ¿y las fotos?

¿Qué mejor foto quiero que la que ahora tengo delante de mis ojos? – y le doy otro beso, totalmente correspondido. Me separo, nos miramos… – ¿te haces una foto conmigo? – y se encoje de hombros.

Me levanto, rápidamente reparametrizo la cámara, enfoco hacia donde quiero que nos coloquemos, y cuando está lista le tiendo la mano y la llevo al otro extremo de la cámara, de forma que el sol, ascendiendo, quede o bien detrás o a un lado nuestro. Nos sentamos. Llevo en la mano un disparador remoto, y lo voy accionando a discreción mientras hablamos o posamos, agachándonos un poco, levantándonos algo más, mirando para un lado, apoyados en el borde de la terraza mirando al mar o, posiblemente la mejor, colocado detrás de Elena, abrazándola y mirando al mar con la cámara a nuestra espalda, mientras el sol nos llena por completo. La suelto un momento, coloco el trípode al otro extremo, ahora frente a nosotros, reviso los parámetros, me vuelvo a colocar junto a Elena y repito un par de fotos.

Dejo de pulsar el mando y nos quedamos así, abrazados y mirando al mar, durante un buen rato. Después, Elena gira sobre sí, quedando frente a mí, me abraza y apoya su cabeza en mi pecho. La  abrazo fuertemente, volviéndonos a quedar así de ausentes otro rato. Le beso el pelo, gira su cabeza para mirarme y nos fundimos en otro beso. Vuelve a apoyar la cabeza en mi pecho.

Tengo miedo – dice.

La abrazo más fuerte  - ¿De qué? – le digo. Y se produce un silencio.

De esto. No sé si estoy imaginándome cosas y tengo miedo de que no sea lo que me estoy imaginando – su voz está temblorosa.

Nos sentamos, y la mantengo acurrucada. Creo que necesita más que nunca sentirse protegida - ¿Qué es lo que te imaginas o, mejor dicho, qué es lo que quieres que sea?-.

Después de un corto silencio y empieza a desahogarse - Me gusta estar contigo, me gusta sentir lo que siento cuando estoy contigo, aunque a veces yo misma me he puesto obstáculos. Estos últimos días he vuelto a tener sensaciones y emociones que me han hecho ver las cosas, incluso las cotidianas, de otra manera. Pero me da miedo lo rápido que ha sido. Y tengo miedo de que sea pasajero, de que todo sea una ilusión momentánea y de que al final… se acabe.

Elena, - le levanto ligeramente su cara – no tengas miedo de mi. No tengas miedo de lo que vives. Solo disfrútalo. Sé que posiblemente haya muchas cosas que te condicionan en cuanto a verme de una forma u otra. Tendrás muchos miedos ocultos a que yo te engañe, pero solo te pido que compartas conmigo todos estos momentos, que los disfrutes, que me conozcas. Sométeme a todas las pruebas que quieras, que en cada una de ellas voy a ser como soy. No tengo dos caras, solo una, que sinceramente y de corazón, espero que te guste. Si en algún momento ves algo en mí que no te gusta, por favor, dímelo. No tengo la sabiduría absoluta y también necesito aprender. Tampoco sé si voy muy deprisa o no. Solo sé que no quiero dejar pasar esto. Te he encontrado y me aferro a ti como a un salvavidas, no quiero perderte, y eso te incluye con todas las dudas que puedas tener. Te podría decir mil cosas que desde ya quisiera que hiciéramos juntos, pero voy a dejar que sea el tiempo el que nos permita hacerlas. Solo dame eso, tiempo, y date tú misma tiempo, para que puedas corroborar lo que ves.

¿Y si al final …? – comienza a preguntar

Ssssss – le pongo un dedo en sus labios -  El final será el que tenga que ser. Y dependerá de nosotros. Una flor no crece si no se riega, pero independientemente de que se riegue, habrá días cálidos y días menos cálidos, incluso días fríos. Lo bonito del verdadero compartir está en darse cuenta de que esos días existen, y no pretender mirar para otro lado, porque es la única forma de entenderlos, e incluso de disfrutarlos. Si un día llueve no tengo por qué quedarme en casa. Si quiero pasear paseo. Lo único que necesito es ir convenientemente preparado para afrontar las inclemencias. Cada día tiene su belleza. ¡eso es lo que cuenta!, No creemos paradigmas nosotros mismos. En nuestra vida también habrá días fríos, pero en nuestra mano estará el hacer lo necesario para no enfrentarnos por ello, sino el buscar la forma en que podamos sacarle partido y disfrutarlo, siempre bajo el respeto y la sinceridad.

Se hace el silencio, parece como si estuviera reprocesando mis palabras. Prosigo:

Quiero que formes parte de mi vida, y me gustaría formar parte de la tuya. Pero es tu decisión. Yo solo insistiré, e intentaré convencerte, solo con mi forma de ser, de que no te voy a hacer daño. Soy lo que soy, y creo que ya me conoces algo, bueno, creo que más que algo. Solo espero que poco a poco te vayas tú misma quitando las dudas que puedas tener – Elena asiente, me acerco y le doy un beso, y después le quito con un dedo una lágrima traicionera que se desliza por su mejilla. Me giro un poco y levantándola ligeramente le digo – Espérame un segundo – y me adentro en la casa. Voy al despacho, cojo de un cajón de la mesa una bolsita de tela aterciopelada de color marrón con una cinta dorada, en forma de pasador a modo de cierre, anudada en su extremo y regreso donde Elena.

Me siento junto a ella, ligeramente de frente, me quedo mirándola unos segundos y no puedo evitar soltar un "¡dios que preciosa eres!. Elena sonríe, y me pasa una mano por mi cara, como si estuviera adormilada.

Toma – le digo -, esto es para ti. Lo tenía guardado para dártelo y creo que ahora es buen momento.

¿Qué es? – me dice.

Ábrelo y verás. No es nada del otro mundo, pero para mí significa mucho.

Elena tira de la cinta dorada hasta abrir la bolsa, la gira y deja caer sobre la palma de su mano su contenido. Dos llaves pequeñas, de unos 2 centímetros, doradas, con diseño de llave antigua, engarzada cada una en una argolla individual y unidas las dos por un cordoncito de tela dorado. - ¡que bonitas!, exclama, y se queda mirándolas.

Hace unos días te pregunté que si habías cerrado la puerta de tu corazón a los hombres y me dijiste que sí, o que eso creías. Pues bien, una de estas llaves es la llave de tu corazón. Me gustaría que la guardases…, y si en algún momento me consideras merecedor de poder entrar en él…, sin trabas…, ese día me gustaría que me la dieras. De momento seguiré tocando a su puerta cada vez que te vea. – me doy cuenta de que tiene esos grandes y hermosos ojos completamente iluminados y brillantes. Se pasa el dorso de su mano por el borde de uno de los ojos primero y después por el otro.

¿Y la otra? – pregunta casi sin salirle las palabras.

La otra es la llave de mi corazón. Esa ya te la entrego de forma incondicional. Mi corazón ya es tuyo, siéntete libre de andar por él. Y cuídamelo.

Un par de sollozos se escapan de su interior y sin soltar las llaves de su mano, me abraza y se acurruca. Intento transmitirle calma dándole suaves caricias por sus brazos y por su cara. Al tiempo, se incorpora, se quita el colgante que lleva puesto con la foto suya y de Ana,  me lo pone delante como para que lo coja y me dice ¿me ayudas?. Sujeto los extremos de su colgante mientras ella desata el pequeño nudo del cordel dorado que mantiene juntas las dos llaves y, después, las hace pasar  una a una por un extremo del colgante. Vuelo a tomar los dos extremos y se lo vuelvo a cerrar sobre su cuello. Se inclina hacia mí, recostada sobre mi pecho y acariciando suavemente las tres piezas que ahora conforman el colgante.

No sé lo que pasa por su cabeza. Solo sé que deseo con toda mi alma que pronto ahuyente los temores que acechan su puerta. Quiero que forme parte de mi vida pero no puedo obligarla a ello, necesito que sea ella la que dé el paso, porque eso significará que lo hace convencida. En mi mano estará el hacerle ver que puede darlo, y que es un paso seguro.

¿En qué piensas? – digo cuando ha transcurrido un rato. Mueve negativamente la cabeza.

¿Hay algo que te preocupe? – Vuelve a mover negativamente la cabeza.

¿Estás enfadada conmigo?

Se incorpora un poco a la vez que dice como si estuviera pidiendo perdón - ¡Noo! ¿parezco enfadada?

No – la tranquilizo. – es solo que "daría otro penique" por tus pensamientos.

No puedo estar enfadada – me dice -. ¿Cómo voy a estarlo? Siempre que estoy contigo no haces más que tener detalles conmigo, me tranquilizas, es como si encontrara la paz y las cosas fueran de otra forma. Pero tengo la impresión de que no te correspondo y no quiero que pienses mal de mi.

¿Y por qué voy a pensar mal de ti? – pregunto. – Me has dado mucho más de lo que imaginas, lo que ocurre es que no te das cuenta. ¿Sabes lo que significa para mí, por ejemplo, el estar así contigo ahora? ¿El poder compartir contigo el amanecer de hoy?, ¿el poder tenerte abrazada y hablar sinceramente de sentimientos? Eso es conocernos, eso es compartir. Me correspondes y mucho. Deja que tú misma vayas dándote cuenta de las cosas y te garantizo que reconocerás el momento en que te sentirás liberada y tus miedos ya no estén. Mi misión será, entre otras cosas, ayudarte a que puedas echarlos lo antes posible..., ¿vale?

Ella asiente a la vez que dice ¡vale!.

Y poniendo cara de súplica le digo - ¿me das un besito?

Me echa sus brazos al cuello y me rindo ante el beso apasionado de la que ya es dueña de mi corazón.

¿Mamiii? – una voz desperezándose con dos ojos casi cerrados sobre un cuerpito que diría sonámbulo cubierto por una manta pequeña toda enrebujada suena suavemente asomada al umbral de la puerta de la terraza.

Estoy aquí mi vida.. – le responde Elena levantándose de mi lado y dirigiéndose hacia ella. La abraza fuertemente a la vez que le da un gran beso en la cara. – buenos días…, ¿estás bien?.

La niña asiente con la cabeza a la vez que dice muy bajito y entrecortadamente – te llamé…, pero no contestabas.

Perdona mi cielo, no te oí. Estaba aquí afuera con Iván para no hacerte ruido y que pudieras descansar – la niña vuelve a asentir y mira con un ojo cerrado, a modo de protección por el brillo de la mañana, por detrás de Elena, hacia donde yo estoy. Elena la coge en brazos y se sienta nuevamente a mi lado, dejándola a ella en medio.

Buenos días princesa  - le digo, tocándole con un dedo la nariz. - ¿has dormido bien?

Ana asiente con la cabeza primero, y después suelta un – Si – casi imperceptible.

¿Me dejas que te de un beso de buenos días? – Asiente. Me inclino y le doy un beso en la carita a la vez que le repito – Buenos días -.

¿Y me dejas que le de un beso de buenos días a mami? – Le pregunto.

Ya mami te lo dio – dice ella como sorprendida. Elena y yo nos miramos, sorprendidos y conteniendo la risa.

Si, - prosigo - pero me gustaría darle yo uno ahora que ya te levantaste. ¿puedo? – un Sí corto, totalmente inocente, simpático y permisivo sale de sus labios.

Me acerco a Elena por encima de Ana que queda algo más baja por estar acurrucada. Elena se acerca también y nuestros labios se unen en un beso intenso de complicidad y felicidad. La miro a esos ojos preciosos que tiene, y acariciándole la cara le digo – ¡Buenos días, preciosa!.

Ana ríe…, y los dos nos abalanzamos sobre ella haciéndole cosquillas…

 

 

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