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viernes, 5 de octubre de 2012

Capitulo 3 - Sombras

"El fin de semana fue perfecto. Vamos a ver cómo se presenta esta semana".
Es el pensamiento que llevo en la cabeza mientras camino hacia mi despacho. Tengo un día de los que llamo "de codos". Un proyecto que me han encomendado necesita que lo "destripe" a conciencia, y me llevará un par de días hacer el primer diagnóstico y establecer unas primeras pautas para reconducirlo.
"Quiero pasar por un Fotoprix para hacer un encargo con un par de fotos de Elena que he copiado en un pen-drive: tendré que buscar hueco. Probablemente coma algo ligero y en el mismo despacho para adelantar todo lo que pueda e intentar terminar no muy tarde". … – Las ideas se siguen colocando en mi mente como buscando el mejor sitio posible…
Una vez en el despacho, intento concentrarme. Me quedo un momento mirando por la ventana hacia el mar… y transcurridos unos minutos ¡manos a la obra!. Cálculos, más recálculos, interpretaciones, conclusiones, cuadros etc…, y entre números, letras y un hilvanado de conjeturas, la mañana ha pasado volando y llegó la hora de comer algo. Los días siguen estando buenos, así que decido prepararme una ensalada bien "acrecentada" y enriquecida con condumio extra y tomármela en la terraza.
Vivo en una casa antigua de una sola planta, bastante amplia, comprada y restaurada hace 4 años y que considero una de las mejores inversiones que he hecho, no tanto por su valor, sino por las posibilidades que tiene y lo que me permite disfrutar. Tiene 4 habitaciones espaciosas, una de ellas convertida en despacho, salón, cocina amplia, 2 baños, un patio interior, una antigua despensa que se reconvirtió en un pequeño estudio fotográfico y una terraza. A un costado, cerca de la entrada principal, hay habilitado un garaje como para dos coches. Está ubicada junto al paseo marítimo de Taliarte, y justo en ese lado es en el que está la terraza. Es bastante amplia también y está cubierta por una techumbre imitando un patio canario, que se apoya al frente en cinco balaustres de madera restaurados que a su vez descansan sobre un muro de aproximadamente 1,20 m. Hacia la mitad tiene una puerta-cancela que da acceso directo al paseo a través de un parterre exterior de 1 metro de fondo, lo que me permite poder disfrutar de las vistas del mar mientras estoy sentado. Es uno de los espacios de la casa de los que estoy más contento. Ya sea verano o invierno, estar sentado en dicha terraza, mirando al mar, leyendo un libro, o, simplemente, manteniendo una charla, son de esos momentos que "no tienen precio". Así que ahora le voy a dar uno de los usos que más me gusta, disfrutar de un almuerzo ligero al aire libre pero a cubierto del sol.
Son las 2 y media de la tarde cuando acabo el festín. Me quedo un rato más disfrutando de las vistas sin levantarme de la mesa, que se encuentra a uno de los lados de la terraza. E inevitablemente la imagen de Elena vuelve a aflorar en mi mente. Estará trabajando todavía, pienso. Cojo el móvil y le escribo un mensaje.
Hola. Todavía tengo resaca de nuestra cita de ayer, y no quiero que se me quite. Espero que estés teniendo un buen día. – pulso enviar, y me quedo impaciente esperando a ver si hay respuesta. Pero no llega. No llega.
He recogido la mesa, he lavado todos los enseres que he usado en la comida y he vuelto por un momento a la terraza. Saco otra vez el móvil y lo miro, pero sigue en silencio. Ya es hora de volver a la faena, así que entro en el despacho y me dispongo a continuar con mis diatribas. Bip-bip, el móvil suena, lo cojo y miro impaciente. Sí, es de ella.
No es bueno estar con resaca, produce dolor de cabeza. Y ya sabes, hoy es lunes – es lo que aparece en su mensaje.
Si, es lunes para todos. ¿te puedo ver hoy? – le respondo.
Pasa un tiempo y aparece otra respuesta – No sé. Mis días son algo complicados.
¿Y llamarte? – le escribo.
Veré si puedo buscar un hueco en cualquier momento y te aviso – me responde.
Vale. Esperaré… - le escribo finalmente. Y me quedo mirando la pantalla pensativo y algo preocupado. Serán imaginaciones mías, pero me ha parecido distante. Igual la estoy presionando demasiado.
Quiero apartar esos pensamientos, así que vuelvo a la faena.

Ha pasado un día. Y aunque he intentado no pensar en ello, desde que ayer se cruzaran los mensajes, pensamientos de preocupación me han estado asaltando y martilleando la cabeza. Y ahora, ya casi tarde-noche, estoy nuevamente sentado en la terraza algo meditabundo. No he querido en todo este tiempo insistir, pero necesito poder erradicar esos malos pensamientos, o, al menos, afrontarlos con conocimiento de causa, así que aunque pueda parecerle mal, la llamo.
Después de 5 tonos de llamada - ¿si? – No es Elena.
Hola, soy Iván…, quería hablar con Elena si es posible. – digo.
Hola Iván, soy Maite.- me responde.
Ah! Hola Maite, ¿qué tal estás? – digo, mientras una extraña de sensación entre incertidumbre y preocupación me aborda.
Bien, bien, ¿y tú?  - oigo al otro lado.
Bien también. ¿está Elena? – le pregunto intentando acelerar el tiempo.
Sí…, pero…, ahora no puede ponerse, por eso lo he cogido yo – y su tono de voz suena  como a excusa, por lo que vuelvo a la carga.
Pero, ¿está bien? – mi voz suena casi a exigencia, por lo que intento bajar el tono y que parezca más tranquilo.
Si, si, es que ahora mismo no puede ponerse. No te preocupes, hablo con ella y… - se produce un silencio como si estuviera sopesando posibilidades – mira, mejor…, llámala en 5 minutos que ya me encargo de que pueda cogerlo. – suena mejor.
Vale, la llamo en 5 minutos. Gracias Maite – de nada, me responde – hasta luego – hasta luego y cuelga.
Me he quedado intrigado. Es raro que no haya encontrado ni un hueco para hablar aunque sea 1 minuto,  y la expresión "…ya me encargo de que pueda cogerlo" ha sonado casi como una amenaza.
Posiblemente han sido los 5 minutos más largos que hayan existido. Pero puntualmente tan pronto el último segundo se va indicándome que ya han pasado, la vuelvo a llamar. Quinto tono…
Hola - ¡ay esa vocesita!
¡Hola! …¿estás bien? – pregunto.
Si, si. –responde.
¿seguro? – insisto.
Si, si. ¿y tú como estás? – cambia de tema.
Bien…, bueno, no del todo. Me he quedado bastante fuera de juego desde nuestros mensajes de ayer, y al ver que hoy el tiempo se marchaba sin saber nada de ti empecé a preocuparme. – consigo decir intentando que suene tranquilo.
¿Pero por qué te preocupas? – me dice como si se estuviera riendo de mi – no tienes por qué.
Bueno, digamos que soy así. 2 días casi sin saber de ti después de 2 días que para mí fueron un lujo, suena a vacío. Y empezaba a pensar si es que te has cansado de mí, o si realmente soy un estorbo. – le respondo con aire un tanto serio.
No, por favor. No es nada de eso. Es que… – se ha hace un pequeño silencio – ya te dije que mis tardes entre semana son bastante complicadas. Ayer terminé rendida y me pareció demasiado tarde, y hoy, pues voy por el mismo camino.
¿Te puedo ayudar en algo? En serio, dime si necesitas cualquier tipo de ayuda que nada me agradaría más que ayudarte. – y espero su respuesta.
No…, no…, no te preocupes.- me lo dice una voz triste…, y empiezo a preocuparme.
Elena, por favor. No sé qué es lo que pasa, pero sé que algo te inquieta o te incomoda. Y si en mi mano está el ayudarte a evitarlo, por favor, dímelo – intento que mi voz suene calmada y tranquilizadora.
Gracias. De verdad. Pero no creo que puedas hacer nada.., lo siento pero te tengo que dejar – y su voz empieza a sonar quebrada.
No te vayas así por favor, sé que no estás bien y me siento impotente porque quiero ayudarte y no sé cómo hacerlo – intento que permanezca al otro lado.
Es que me tengo que ir. Ya… nos vemos, hasta luego… - y consigo oír un sollozo en el momento en que cuelga.
Elena….. – es inútil, ya ha colgado.
No puedo permanecer impasible. Necesito saber qué es lo que pasa. Vuelvo a marcar.
Y después de bastantes tonos de llamada, responden. Adivino que es Maite.
Hola Maite. Perdona que moleste, pero, por favor, me gustaría saber si Elena está bien. Me ha dejado preocupado… - y espero su reacción.
Hola Iván. Tranquilo. Digamos que no es uno de sus mejores momentos y que tiene que organizarse un poco, pero supongo que todo llegará – me dice como si quisiera trasladarme tranquilidad pero a la vez con un tono de cierta incredulidad.
No sé. Me he quedado con bastante mal sabor de boca y me gustaría pasar a verla y hablar con ella. No sé qué es lo que le preocupa ni tampoco sé si puedo hacer algo por ayudarla, pero al menos intentar tranquilizarla. ¿Crees que sería posible? –le pregunto.
Pues … - se hace el silencio como si estuviera meditando mi petición – mira, no creo que le haga mal, al contrario – termina diciendo.
Entonces ¿puedo ir? – la pregunta me ha salido como si fuera un niño pidiéndole permiso a sus padres.
Te espero. ¿Sabes el piso que es? – me pregunta, y cuando le respondo negativamente, continua - 2º A. toca el interfono y yo te abro.
Vale. Estoy en un momento. Gracias Maite. Nos vemos ahora – nos despedimos y cuelgo.
No soy consciente del tiempo que he tardado en llegar, pero creo que ha sido bastante poco. Voy subiendo las escaleras por no esperar el ascensor y al asomar al descansillo del segundo piso veo a Maite en una puerta. Sonrío, me acerco, ahora más despacio, y la saludo con un beso en la mejilla. - Pasa – me dice - .
La entrada es bastante acogedora, sencilla pero muy acogedora. Pasamos por un pequeño pasillo hacia el salón y cuando nos acercamos Maite dice – ¡Elena, tienes visita!.
Cuando asomo la veo sentada, medio acurrucada en un sofá,  y se queda atónita.
Hola – digo, simplemente.
Hola, ¿qué.., qué haces aquí? – sus ojos siguen siendo hermosos, pero están repentinamente dilatados.
Vine a verte – digo intentando parecer alegre.
Pero… - Maite la interrumpe, y le comenta que ella me había dicho que podía venir si quería, al tiempo que se excusa diciendo que si la necesitamos estará en la cocina.
¿Estás enfadada? – pregunto como si estuviera pidiendo perdón por algo.
No – es su respuesta, pero ha sonado tajante.
¿Me puedo sentar a tu lado? – le pregunto cuando veo que el silencio se iba a apoderar del momento. Está nerviosa, lo noto.
Si. – lo dice ahora más suavemente, y retira un cojín como para que me siente. Lo hago y me quedo mirándola. Sus ojos están fijados al otro lado, no sé si en la televisión o intentando escapar por alguna rendija.
Dame tu mano por favor – le pido.
¿Para qué? – me pregunta desafiante.
No te la voy a quitar. – le doy por respuesta.
Tiendo mi mano, haciéndole señas de que me de una de las suyas, y al rato cede y pone su mano junto con la mía. La cojo con mis dos manos, y sin decir nada, empiezo a masajearle la palma, el dorso, los nudillos y la muñeca. Noto que la mano se le va relajando. Su cara ahora está tensa, pero intuyo que no por enfado, sino por alguna extraña pelea que está librando consigo misma. Sus ojos están enrojecidos, por lo que adivino que después del sollozo que oí cuando hablamos por teléfono vinieron las lágrimas.
¿Qué te pasa Elena? – le digo con voz suave.
¡Que la vida es una mierda¡ - exclama de forma tajante.
No. La vida no es una mierda. Aunque a veces nosotros mismos nos empeñamos en sembrarla de eso. Yo formo parte de eso que llaman vida, y no me considero para nada una mierda – y me quedo mirándola.
No lo decía por ti.- se recoloca en el sofá, ahora más derecha y algo inclinada hacia mí. No le he soltado la mano, por lo que se recuesta sobre sus rodillas.
Hum, esa pose me recuerda una imagen tuya que tengo grabada del sábado en la playa. – le digo sonriendo, y milagrosamente veo que un intento de sonrisa aparece aunque solo fugazmente en la comisura de sus labios.
¿Qué es lo que te preocupa?. – le insisto, mientras sigo masajeando su mano.
Estoy hecha un lío. Mi vida no es que fuera de rosas. Pero era una especie de caos controlado. Y ahora… - se calla -.
Ahora ¿qué? – le pregunto, manteniendo un tono de voz suave.
Ahora…, ahora vuelvo a..., experimentar cosas. Cosas que me había propuesto desterrar…, y…, no sé si quiero desterrarlas. Tengo obligaciones que no puedo ni quiero eludir y tengo miedo de que me pueda afectar. Es lo último que quisiera porque es lo único que tengo. – se calla.
Entiendo…, y yo soy el causante, al menos en parte si no en todo, de que lo que tu llamas "caos" se haya descontrolado. – me mira con cierto asombro -.
Se ríe - No quiero que pienses eso. – dice – lo que ocurre es que no quiero que algunas cosas que son muy importantes para mí dejen de serlo.
Por mucho que yo quiera ser algo importante en tu vida, y te juro por lo que quieras que ahora mismo no hay nada que me haría más feliz, no quiero que cambies la percepción que hasta ahora has tenido de las cosas. Solo que me gustaría formar parte de tu vida y que me hicieras un huequito en ella para irnos conociendo. Te vuelvo a decir que en todo en lo que te pueda ayudar lo haré, eso al final también es un grado de compromiso. Recuerda lo que te dije ayer. – sus ojos me siguen mirando. Su cara parece que se relaja por momentos.
Mira Elena, si algo he aprendido en mi vida es que si de verdad deseas algo debes hacer todo lo posible por conseguirlo. A veces los obstáculos no son más que escalones a los que hay que subirse para tener una visión mejor de las cosas. – le sigo acariciando la mano – Permíteme que comparta tu tiempo con el mío. Y si hay algo que tú consideras muy pero que muy importante, te garantizo que no voy a ser yo quien te lo ponga en peligro.
Pasa un momento y luego se levanta del sofá, sin soltarse de mis manos, y me dice – ven.
Me levanto y la sigo intrigado, Nos adentramos pasillo adentro, pasamos por delante de la cocina y veo de pasada a Maite apoyada en la encimera de la cocina con una taza entre las manos. Nos paramos junto a una puerta casi al final del pasillo. Elena la abre muy despacio pero no del todo y, sin soltarme la mano, me dice – esto es lo que marca mi vida ahora mismo y es lo más importante para mí.- Me hace un hueco y me asomo: Una preciosa niñita duerme placenteramente. Una emoción muy fuerte llega a mis ojos, y a la vez noto que apreto inconscientemente la mano de Elena. Me giro hacia ella y me quedo frente a frente, con lo que creo que es una sonrisa en mi cara y mirándola a los ojos. Sus ojos están expectantes, muy brillantes, casi nadando en lágrimas que no terminan de lanzarse a sus mejillas y creo que los míos se van a contagiar. La rodeo con el otro brazo por la espalda y la atraigo para refugiarla en un abrazo. Suelto la otra mano y la abrazo más fuerte. Necesito apaciguar sus temores, necesito que se sienta segura. Ahora creo que entiendo de qué tiene miedo. Noto que empieza a sollozar, por lo que suelto una mano y cierro suavemente la puerta para volver a abrazarla nuevamente. Sus sollozos ya no son contenidos, rompe a llorar casi silenciosamente… Y así nos quedamos un momento. Solo sé que necesito devolverle la tranquilidad.
La intento llevar hacia el salón, y al pasar por la cocina, Maite se asoma y se abraza a ella. Me aparto, mientras le dice – ay Elena, Elena. Tranquilízate, pequeña, todo saldrá bien -. Cuando se separan, me hace una seña y me acerco para acompañarla. Nos sentamos nuevamente en el sofá. La mantengo abrazada y con su cabeza apoyada en mi hombro, y mientras se seca las últimas lágrimas con el puño de su blusa, su respiración se va acompasando y relajando poco a poco. Después de un tiempo, al que no soy capaz de establecer medida, y que me ha parecido eterno, levanta lentamente su cara y me mira por un instante, para  inmediatamente, y como si se hubiera acordado de algo que no hubiera hecho, pasarse el antebrazo por su cara y exclamar – ¡Dios, debo tener una pinta de piltrafa! –.
Pues es una piltrafa preciosa – afirmo. Ella se queda pensativa como intentando recomponer su mirada, a la vez que imaginariamente intenta arreglar su cara a toda prisa.
¿De qué tienes miedo Elena? – le pregunto finalmente, a la vez que le acaricio el brazo por donde la tengo abrazada intentando transmitirle serenidad y tranquilidad. – No creo que me equivoque si imagino que esa cosita preciosa que he visto en la habitación es tu hija, y creo que tienes toda la razón del mundo de decir que es lo que te marca tu vida y que es lo más importante para ti. Pero estoy perdido, porque no soy capaz de ver algo que para ti parece que es evidente. Lo que sí quiero que tengas claro es que jamás se me ocurriría pretender anteponerme a "tu" vida o a "su" vida, y que cuando te pedí que me permitieras conocerte y compartir mi vida, lo dije con todo lo que ello signifique.
Elena hace un gesto como de asentimiento, se recoloca y me hace girar para quedar frente a frente, y con la voz todavía algo temblorosa me dice:
Ana es lo más bonito que me ha pasado en la vida. Fue el fruto de algo que pensé que iba a ser para siempre, pero parece ser que la "otra" persona no pensaba lo mismo. No quiero que sienta ningún vacío en su vidita, y es por eso por lo que cualquier momento que tengo lo quiero pasar con ella. Necesito pasarlo con ella. Que se sienta arropada y querida. No tiene culpa de los errores que han cometido sus padres. – hace un silencio y me mira como esperando alguna reacción, y continua – Ahora te he conocido y…, no quiero que eso altere lo que hago…, el tiempo que paso con ella. El pasado fin de semana he estado alegre por mí misma, he revivido cosas que me había obligado a olvidar y el hecho de que ella estuviera ese fin de semana con su padre me hizo sentir peor después, simplemente por pensar que me estaba anteponiendo a sus necesidades. Maite me dice que hay tiempo para todo, pero la impresión que tengo es que voy a defraudar a mi pequeña, y eso es lo último que quiero. Estoy hecha un lío – y se tapa la cara con las dos manos en forma de puños.
Tienes razón – le digo, a la vez que le separo las manos de su cara y se la levanto ligeramente -. Probablemente necesitas pasar todo el tiempo posible con ella, y ella también. Tu hija te necesita, eso es indiscutible. Pero coincidirás conmigo en que al final tienes tiempo para ti y tiempo para ella. No creo que debas castigarte si el fin de semana te divertiste o lo pasaste bien. Era tu tiempo e hiciste el mejor uso de él que pudiste…, y espero haber contribuido en algo a que lo hayas pasado bien. Ahora que está contigo, es su tiempo el que importa y debes estar con ella. Pero comparto la opinión de tu hermana: hay tiempo para todo. No quiero, ni voy a interferir, en lo que quieras hacer con Ana, en el tiempo que quieras pasar con ella. Pero sí me gustaría que pensaras si en algún momento, cuando estés pasando ese tiempo con ella, me dejarías, simplemente, estar presente. El cuándo y el dónde, lo pones tú. Y mientras eso llegue, permíteme que, por ejemplo, cuando la acuestes te pueda llamar, o pasar a verte 5 minutos. Ya con eso para mí sería más que suficiente.
¡Pero no te dije nada! – me dice -. Tenía que habértelo dicho, y así podías haber elegido seguir tu camino. Ahora has visto que tengo una hija, a la que adoro,  por la que haría cualquier cosa y que está por encima de cualquier cosa, y no quiero que te sientas obligado a nada. Es mi problema, no el tuyo.
Por favor, no digas que tu hija es un problema – le digo de forma tajante -. Te lo acabo de decir: me gustaría que en algún momento me dejaras estar contigo cuando estés con ella. Te soy sincero de la misma forma que te digo que me gustaría que contaras conmigo para lo que puedas necesitar. No es justo agobiarse por algo que puede tener solución de forma fácil, y creo que cuando se trata del bienestar de una hija, hay que ser egoísta.
Asiente con la cabeza. Ahora los puños los tiene en su boca como intentando impedir que algo salga de ella. La vuelvo a abrazar y la noto algo más relajada.
¿Cuántos años tiene? – intento cambiar de tema -.
Casi cuatro. Los cumple el viernes. – me dice con orgullo.
Eso es lo que quiero ver en tu cara – le digo haciendo un ademán de ¡por fin!.
¿El qué? – me dice como sobresaltada.
Brillo. En tu cara y en tus ojos. Y debes luchar porque ese brillo no se apague nunca – le digo mientras le señalo con el dedo índice a su cara. - No tienes por qué hacerlo por ti, pero sí por ella ¿vale?. – y vuelve a asentir-.
Nos quedamos un momento sin decir nada, solo con las manos cogidas. Noto que está más tranquila, aunque he de decir que todavía tengo miedo. Miedo a que, finalmente, prefiera no saber nada de mí.
¿Estás mejor? – pregunto tímidamente.
Afirma con su cabeza, con movimientos repetitivos y casi rápidos.
¿Quieres que haga algo?¿quieres tomar algo?
No…,
Y al momento aparece Maite con una taza humeante. Debe ser alguna infusión – tómate esto Eli – y después de una negativa inicial desganada, acepta tomárselo. - ¿quieres una infusión Iván, o un té, algo? – a lo que le doy las gracias pero rechazo la invitación. Mira a Elena - ¿estás mejor? – se miran, Elena le dice que sí, y se cruzan una sonrisa de agradecimiento y reproche a la vez – ay, ay, ay…- termina diciendo Maite, a la vez que se retira.
Estoy sonriente, contagiado por el comentario de Maite. Elena me mira, y seriamente me dice: ¡no te rias!.
No me rio – le respondo. Pero sigo riéndome, y consigo dibujarle también una sonrisa en su cara mientras bebe de la taza que ahora tiene  agarrada con las dos manos. Me quedo mirándola con mi cabeza apoyada en mi mano y con el codo reposando en el espaldar del sofá, ligeramente de lado.
Cuando termina el último sorbo le digo - Ya es tarde, creo que el final del día ha sido algo agitado y tienes que descansar – así que, señorita, le ruego por favor que encierre sus temores, y después de darle un beso de buenas noches a su preciosa hija, se acueste pensando en la mejor de las sonrisas que le has visto. Y si me lo permites, mañana te llamo ¿vale?
Te pareces a mi hermana dando órdenes – dice.
Bueno, si son como la que le he dado señorita, comparto su interés. ¡Arriba! – me levanto y le tiendo las manos para ayudarla a levantarse. Cuando lo hace, me acerco más y la abrazo - ¿vas a hacerme caso y vas a hacer lo que acabo de decirte?-.
Si, vale…. – le oigo decir simulando resignación.
¿Y puedo llamarte mañana? – …
Si, vale… - repite el gesto.
Te tomo la palabra – le doy un beso en su pelo y me separo -. Pues bien señorita, muy a mi pesar, debo decirle adiós. – le paso la mano por su mejilla – Hasta mañana. - y me dispongo a salir.
¡Hasta luego Maite! – digo en voz alta. Maite sale de la cocina y se acerca sonriente.
Hasta luego Iván, y gracias por venir – me da un beso en la mejilla.
Ha sido un placer -  me vuelvo para Elena - , de verdad.
Tú también debes irte Maite – le dice Elena.
Ahora mismo, ya David está abajo – le responde, y se retira.
Gracias – le digo a Elena.
¿Por qué? – pregunta sorprendida.
Por no patearme cuando vine. Creo que estuviste a punto. – observo que sonríe.
Dale un beso a tu pequeña de mi parte. Hasta mañana. Te llamo yo, "no sea que se te olvide" – le digo recalcando las últimas palabras.
No seas malo. No se me va a olvidar. – Se acerca y me da un beso en la mejilla, y yo le devuelvo otro en el otro lado – Hasta mañana – le digo, y me alejo hacia las escaleras. Sigue de pie en la puerta, y cuando voy a perderla de vista, le lanzo otro beso, que a su vez me devuelve, y que me acompaña mientras bajo…
Al llegar al hall del portal, veo que Maite también ha bajado las escaleras y me alcanza. La espero y le abro la puerta. Al salir me agarra por el brazo, me dice – Gracias por venir Iván-  y me da un abrazo que me coge por sorpresa – Creo que ha sido la mejor medicina que podía tomar, y confío que le haga efecto, de verdad –.
Bueno, nunca me han comparado con una medicina, pero si es para lo que es, no me importaría que tuviera una sobredosis – y reímos.- Un coche se aproxima, hace una seña con las luces y Maite termina de bajar los escalones hacia la calle –Hasta luego – me dice a la vez que sube al coche. Veo a David al volante y le hago un gesto con la mano mientras también les digo "hasta luego".
Empiezo a caminar en dirección a donde he aparcado el coche, y los momentos pasados en las últimas dos horas vuelven a proyectarse en mi mente.
No será fácil que Elena erradique esos miedos internos que tiene, pero confío en poder ayudarla, aunque lleve tiempo. Mañana ya me pondré a ello. Ahora ya es tarde, y prefiero quedarme con su última imagen más relajada.

8:30 de la mañana. Llevo un rato ya trabajando en el despacho. Le envío un mensaje: "Mua, mua. Buenos días, preciosa. ¿has dormido bien?".
Un momento después, obtengo su respuesta: "Mua, mua. Buenos días caballero. Sí, he dormido bien. Anoche tuve una visita inesperada que me ayudó".
¿Debo estar celoso? – le escribo.
Pues a lo mejor – me responde.
Bien, entonces, lo tendremos que aclarar. Ahora a trabajar. Y recuerda, te llamaré…  tengo tu permiso - pulso enviar.
Hasta después – es su respuesta. Bueno, al menos veo que no descarta que la llame.
En ese momento, marco su número.- ¿si?- es su voz algo extrañada al otro lado.
"Mua, mua. Buenos días, preciosa. ¿has dormido bien?". – le repito lo mismo que había pasado en el mensaje. Y oigo su risa comedida al otro lado.
Pues sí. Como te dije alguien vino a verme ayer y me dijo algo que me ayudó a dormir – me dice en tono muy divertido.
Ya, ya…, tendremos que hablar sobre esa visita, pero ahora toca trabajar, así que deje de hacer el ganso señorita y póngase a producir – ha sonado como a una alegre reprimenda – y recuerde que podré llamarla más adelante.
Si, si…, usted llame, que ya veré yo si lo cojo – y ríe. Al menos sé que no lo dice en serio.
Más le vale. Hasta luego – termino.
Hasta luego – y cuelga.
Me quedo pensando un rato, mirando por la ventana. Y entonces decido hacer algo…

11:40 de la mañana.
Buenos días, por favor, ¿la señorita Elena Martín? – y después de recibir las indicaciones de la recepcionista, el mensajero se dirige a la segunda mesa de la sala contigua.
¿La señorita Elena Martín? – pregunta.
Sí, soy yo.
Una entrega personal. – el mensajero le tiende un paquete grande y a la vez le da un talonario de albaranes para recoger su firma. Le da una copia y se va – hasta luego, buenos días.
Hasta luego – le responde mientras mira perpleja el paquete en forma rectangular y de tamaño un tanto "no habitual", que le ha dejado.
Abre el envoltorio exterior para dejar ver una caja de color verde con una cinta dorada que la cruza y envuelve por todos los costados, acabando en un lazo.
¿Y eso? - Preguntan casi al unísono sus dos compañeras que al ver el paquete se han acercado.- Ay, ay, ay, que Elena tiene un admirador, ¡se admiten apuestas!. – y se colocan a su alrededor – venga, venga, ábrelo ya -.
Deshace el lazo, quita la tapa y aparece un sobre color granate unido por una esquina con cinta adhesiva a algo que ocupa toda la caja, de forma rectangular  y que está envuelto en papel de muchos colorines.
Abre el sobre y lee para sí una nota que dice:
"No tengo un celular con diamantes
de muchos kilates pa' impresionar,
pero tengo una buena conversación
con la que te enamoro más y más.

No tengo ropa de Versace
ni musculatura dura pa' enseñar,
pero tengo un par de brazos desnudos
que muy fuerte te van a abrazar.

No soy como Mariah Carey
con un jacuzzi lleno de agua Evian,
pero tengo una chocita en la playa
pa' que te bañes con agüita de mar.

Hablar vale más que un iphone,
y más cuando alguien te quiere escuchar.

Mi compromiso vale más que el anillo,
no hay palabras si no hay corazón.
El silencio vale mas que un grito
cuando el grito no es por amor.

Tu mirada vale más que el oro
y enseñarte vale más que un tabú.
Y aunque pueda tenerlo todo, todo,
nunca hay nada si me faltas tú".

Estos son fragmentos de la letra de una canción que podría expresar sencillamente lo que me gustaría que supieras y pensaras de mí ahora mismo.

Me encantaría en algún momento poder gritar al aire el título de esta canción.
Con toda mi devoción, Iván.


¡Qué!, ¡qué! – le gritan sus compañeras cuando ven que ha terminado de leer. Una de ellas intenta quitarle la nota, pero no lo consigue.- ¡Ajá!…., ¡pero si estás emocionada!. ¿es de quien imaginamos? – le preguntan.
Hace un gesto de asentimiento, completamente sonrojada y se quita tímidamente las lágrimas que han conseguido rebasar el límite de sus párpados. Una de sus compañeras le acerca un kleenex y la abraza. Una vez repuesta, se dispone a abrir el paquete.
Al hacerlo aparece un lienzo de 40x50 con la reproducción de la fotografía hecha en Maspalomas en la que aparece en tres momentos distintos jugueteando en el agua. En una esquina, una nota que dice:
Quiero compartir contigo uno de los momentos más bonitos y naturales que tengo grabados en mi mente. Fíjate que no había luz, solo sombras, y, sin embargo, relucías y estabas feliz. En la vida real también puede ser así.
Las lágrimas vuelven a saltar de sus ojos. Las dos compañeras la abrazan y le hacen muestras de cariño. Las tres miran el lienzo.

11:45 pasadas. Estoy sentado mirando una copia de la foto que le he enviado a Elena.
Suena mi teléfono. Lo cojo. Es ella.
Hola – digo al descolgar.
¡Es precioosoo! – exclama con una voz muy dulce.
Me alegro enooormemente de que te haya gustado – le digo.
Me encanta. ¿cómo se te ocurren estas cosas?.
No se me ocurren, es lo que pienso, y las digo. – le respondo.
¿Cómo se llama la canción? – me pregunta como si hubiera cometido un delito.
Yo tengo tu amor – le digo, y se hace el silencio.
Me gusta – termina diciendo.
A mí también – le ratifico.
Te llamo a la tarde ¿vale?. – me dice.
Vale, hasta después. Mua, mua. – le digo.
Hasta después.  – Un beso se oye al otro lado.
Y colgamos.

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