No te lo pierdas

viernes, 28 de septiembre de 2012

Capítulo 2 - Pétalos al viento

Estoy recostado en la silla mirando la pantalla del ordenador mientras la impresora se esfuerza por pintar una imagen. Estoy completamente cautivado por la foto que ahora mismo se muestra: Elena tapándose la cara con sus manos mientras sus ojos intentan escaparse entre sus dedos para ver.

Son casi las 2 de la mañana. Hace un buen rato que llegué, pero no pude resistirme a un impulso irrefrenable para ver las fotos que le hice. Y me puse a ello. Ya las he volcado en el ordenador y las he estado revisando todas, pero esta foto…, tiene algo especial.

La impresora expulsa la hoja de papel fotográfico que ha estado garabateando, la cojo y me quedo mirando: ¡preciosa!.

Una extraña sensación de alegría y júbilo me invade. Apago la impresora y el ordenador y decido irme a descansar. No sé si dormiré, porque hay muchas sensaciones, muchas imágenes que se agolpan en mi mente pugnando por sobrepasar la fina línea de mi subconsciente y ser protagonista de mis pensamientos. Enredado en esa sensación, dejo que mi mente los decore mientras cierro los ojos para tener una mejor visión, o, simplemente, intentar dormir.

Abro los ojos. Es de día, la luz del sol está entrando por la ventana de mi habitación. Me desperezo y miro el reloj: las ocho, ¡buena hora!.

El día está claro, sin apenas nubes, y el sol irradia alegría. La misma que siento desde que me he levantado. Una continuidad de la euforia que me acompañó en mis sueños.

Sus ojos me siguen mirando. Una sensación de impaciencia me embarga, y sé qué es lo que lo causa. No sé si llamarla. Igual me precipito y vuelvo a los días nublados. Pero también es cierto que no quiero que esta oportunidad que se me ha presentado como regalo del cielo, pase indiferente.

Cábalas y más cábalas que no conducen a nada, cuando la realidad es que me encantaría verla…, aunque deje el momento a su elección.

Decido mandarle un mensaje. Así, si está dormida aún, no la despertaré.

Cojo el móvil y escribo: Buenos días. Espero que hayas dormido bien. Ayer fue un gran día, al menos para mi. Y me encantaría verte de nuevo…  - pulso enviar y suelto el móvil sobre la mesa como si hubiera hecho una travesura.

No tenía planes para este Domingo, y mira por donde, nada más que pensar en que a lo mejor la veo otra vez me completa el día. Es curioso cómo cambian las cosas cuando algo o alguien te hace recuperar la luz que se te había apagado o que no eras capaz de ver. Y cómo los sueños pueden hacerse realidad, pero tienes que perseguirlos.

Bip-bip. Miro la pantalla del móvil. Un mensaje ha entrado. Y como si me hubieran descubierto por alguna fechoría, cojo el móvil y abro el mensaje. ¡es de Elena!

Buenos días. He dormido muy bien y la tarde de ayer me encantó – aparece escrito en la pantalla.

¡oh, oh! No dice nada de vernos – me quedo apesadumbrado.

Bip-bip. - Otro mensaje, también de Elena. Lo abro – ¿me estás pidiendo una cita?

¡fuegos artificiales! … ¿o está jugando?

Cojo el móvil y marco su número.

Hola – responde,  y esa vocecita penetra hasta lo más profundo de mi mente.

Hola. ¡Si!. – consigo decir.

¡Qué!

Que Sí. Que te estoy pidiendo una cita. – suena una risa al otro lado, que también me hace sonreir. – Ya veo que al menos le alegro el día señorita, lo cual me complace enormemente.  Qué, ¿le parece divertida mi proposición?

No, no.. bueno sí. Es la forma en que lo has dicho – responde.

¡Ah! ¿Y la respuesta es…? – digo.

Bueno…, podría ser. – dice con tono divertido.

En ese caso señorita, le comunico que aceptaré gustoso las condiciones para que "pueda ser" – le digo también en tono divertido.

Ríe al otro lado del teléfono – ¿cualquier condición?.

Es un riesgo que  asumo. Creo que el verla nuevamente compensará cualquiera que pueda imponerme. Solo dígame cuándo y dónde.

Esto es casi como una cita a ciegas… ¡vale!..., Pues digamos a las once y dónde mismo me dejaste ayer – dice finalmente – Y la condición te la digo más tarde. ¡ah! Eso sí. Aparca en algún lugar y nos vemos en la entrada.

¡A sus órdenes señorita.! – exclamo. – Allí estaré. Ya estoy impaciente.

Pues, hasta luego entonces, caballero.

Hasta ahora… - y cuelgo.

¡Faltan 2 horas todavía!, y rápidamente, como si ello hiciera que el tiempo fuera más deprisa, empiezo a prepararme para salir.

 

Hace media hora que llegué, y estoy apoyado en un borde de una especie de escaparate sobresaliente justo al lado del portal. El día sigue espléndido, y aunque intento distraerme con el escaso movimiento que hay en la calle, un reloj invisible machaquea mi cabeza, a la  vez que experimento sobresaltos cada vez que se ha abierto el portal, para comprobar que no era ella. Como ahora: el portal se abre,… ¡sí, es ella¡. ¡Está radiante! Su pelo rizado brillante como recién lavado recogido de igual forma que ayer y viste una camiseta manga hueco de color blanco con una cara de una chica pintada en blanco y negro por delante, pantalones vaqueros clásicos tipo pitillo, zapatillas de sport, también blancas, y lleva colgado un bolso bandolera de piel, de color negro y gris. Me alegro de haberme puesto vaqueros y zapatillas de sport también.

¡Hola!  - dice.

¡Hola! – digo.

Y dos besos en la mejilla se intercambian. Me separo un poco, mirándola y digo: ¡estás preciosa!

Gracias. ¿vamos? – dice, como si tuviera prisa.

Le hago un gesto galante a la vez que asiento y digo:- vamos.- Estamos bastante cerca de Triana, y vamos caminando hacia allí, entre bromas. Al llegar a la calle peatonal le digo, ¿Qué te apetece hacer?

¿Esto era una cita a ciegas, no? – me contesta.- Así que vamos a convertirla en una cita a ciegas – y sin mediar palabra saca un pañuelo de su bolso y riendo me dice – quítate las gafas -. Sorprendido hago lo que me dice, y veo como extiende el pañuelo, me lo pone en los ojos y lo ata suavemente por detrás. No la veo, pero oigo su risita y no puedo evitar reírme.

¡Vaya, vaya! – digo – ya veo que va a ser una cita de castigo. No sé que habré hecho para merecer esto.

Dijiste que asumías cualquier condición y solo te voy a poner dos.

¿dos? ¿y cual es la otra?

La otra es que tengo que estar en casa a las siete o siete y media como mucho – y lo dice con un tono que no adivino si es serio o indiferente.

Esa, si no puedo hacer nada para evitarlo, creo que la podré soportar –le digo-, pero esta… Además, si no veo me voy a pegar un leñazo en cualquier momento, y se convertiría en una cita  de centro de salud…, y esa no mola.

Se ríe - Tranquilo, no te preocupes, que estás muy guapo en plan gallinita ciega.

Tampoco puedo evitar reírme. -¿guapo? Más bien idiotizado. ¿y ahora qué?- Exclamo con los brazos extendidos como mostrando impotencia.

Vamos a pasear. – me dice.

Me quedo un rato con una sonrisa incrédula plantada en la cara, y al final, encojo mi brazo izquierdo solicitándole que pase su mano por él. Cuando noto que lo ha hecho, acerco más el brazo a mi cuerpo a la vez que le digo: bien, soy todo suyo señorita…

Y los dos reímos a carcajadas a la  vez que reanudamos la marcha.

Sé que vamos en dirección a Vegueta. Y agudizo todo lo  que soy capaz mis sentidos para intentar captar al máximo las sensaciones. Oigo gente pasar, conversaciones que se acercan y se van, incluso algún comentario sobre qué me pasa o por qué llevo un pañuelo en la cara, pero todo ello sin dejar de sentir su brazo sobre el mío e intentar adivinar mentalmente por donde vamos.

Por mis cálculos hemos subido hasta la Plaza de las Ranas, y estamos cruzando por el paso de peatones en dirección a La Catedral. Ya en el otro lado, seguimos hablando, gastándome bromas sobre lo que veo y lo que no, lo patoso que puedo resultar, y sobre lo que parecemos de esta guisa. Giramos a la izquierda, y se nota que hay más tránsito de gente, el bullicio se acrecienta, con lo cual adivino que estamos llegando al mercadillo de las flores y artesanía de Vegueta. Y nos metemos de lleno. Noto que me agarra el brazo algo más fuerte, puesto que con el gentío tiene que guiarme algo más firme para no toparme con todos los transeúntes.

Voy intentando adivinar de qué son los puestos por los que pasamos, para lo cual en ocasiones me da pistas, algunas claras y otras completamente rocambolescas, simplemente por despistar y ponerme a prueba. No obstante, creo que, salvo algún traspiés que otro (no sé si forzado o intencionado), voy saliendo más o menos airoso de la experiencia.

Me llegan olores que abren el apetito. Estamos ante un puesto de panes y dulces. Se para y pide a una dependienta que le ponga "dos de estos" y "unos cuantos de aquellos". Adivino que está haciendo señas de complicidad a la dependienta, porque comparten risita. Me quedo parado a su lado todo el tiempo, haciendo muecas y carantoñas. Ya que no puedo ver, al menos que no parezca un pasmarote.

¡Abre la boca! -  me dice.

¿eh? –respondo.

Abre la boca. Confía en mí .

No se, no se…. – digo, pero abro la boca, e inmediatamente noto que me ha plantado una milhoja de merengue.

A ver si eres capaz de comértela sin mancharte – me dice mientras ríe.

Me palpo la boca para detectar la forma y tamaño de la milhoja. La cojo, y sin despegarla de la boca, empiezo a chuparla para que el merengue no se me caiga. ¡Debo ser la atracción del lugar! – digo intentando parecer muy serio  - ¡señores, busquen la cámara oculta! – grito, y como respuesta noto un apretón fuerte en el brazo - ¡ay! , ¡y encima me maltratan! – consigo decir, mientras me hago a un lado, no sin antes golpearme contra un viandante, lo que me obliga a quedarme quieto y pedir disculpas sin saber a quién. Me agarra nuevamente del brazo y continuamos caminando, entre risas, mientras acabo con el merengue y me dispongo a comerme las dos placas de hojaldre que han quedado.

Una vez que he acabado, me repaso la boca con la lengua, me chupo escandalosamente los dedos, y con una exclamación de satisfacción me planto y le pregunto - ¿sería usted tan amable señorita de indicarme si tengo manchada la boca?- y oigo un  - ¡bueeeeno! Hay que limpiar aquí, - y noto que me restriega con fuerza con una servilleta de papel en el lado derecho de la cara – y aquí – y otro restregón en el lado contrario – y aquí -, un restregón más en la barbilla – y aquí – otro restregón en el labio superior – y aquíiiiii – y termina metiéndome la servilleta en la boca mientras ríe con más fuerza.

Estoooo, bien. ¿ha acabado usted de humillarme en público? – le digo con la servilleta todavía en la boca – porque si no es así, siga limpiando, no se corte. Total, un restregón más o restregón menos no se va a notar. -Su risa se incrementa a la vez que me quita la servilleta de la boca. Vale, vale, dice finalmente y después de pasarme otra servilleta, ahora más suavemente por los labios, me vuelve a agarrar del brazo para continuar la marcha.

¿quieres un bollo de anís? – me pregunta. A lo que le respondo - ¿sistema tradicional o por encaje a presión?. Ríe con fuerza y me responde – no, no, tradicional…, toma. 

Vale, pero me lo colocas tú en la boca. Y cuando lo hace aprieto firmemente los labios, con lo cual consigo pillarle los dedos por un instante, y cuando los suelto le digo – perdón, pensé que era parte del bollo, es que como no veo – y río. Ella también lo hace.

 

Continuamos andando, si a esto se le puede llamar andar. Después de un tiempo, sé que estamos ante un puesto de flores. Los aromas que respiro así lo delatan. Noto que Elena está callada, y me tira un poco del brazo, pero no lo suficiente como para que nos movamos, por lo que sé que está observando alguna planta. ¿Hay rosas? –le pregunto.

Si. – me responde.

Esto es un castigo – le digo en un tono tranquilo. Y a continuación levanto la mano como si estuviera llamando a alguien del puesto a la vez que digo – ¿por favor? – a lo que una voz femenina me responde – dígame caballero, ¿le puedo ayudar en algo?.

Si, por favor – noto que Elena me está mirando -. Tengo que comentarle una cosa, pero tengo un problema y es que se tiene que acercar para que se lo pueda decir al oído porque esta señorita que me acompaña no puede oírlo y, como habrá podido comprobar, tengo un castigo en los ojos que me impide ver lo que tiene en su puesto. – estoy casi seguro de que Elena sonríe pero a la vez está perpleja.

Sí, como no – la voz ahora es más alegre y casi divertida – usted dirá – y se me acerca poniéndose en medio de ambos.

¡Eh! ¿qué estás tramando? – dice Elena.

Nada en absoluto. Tengo que usar los medios de que dispongo ya que tengo algunos que han sido inutilizados al menos momentáneamente – le espeto – Señora, por favor – dirigiéndome a la mujer del puesto – ¿sería usted tan amable de asegurarse de que la señorita no se acerque demasiado mientras le hago la consulta?.

¡faltaría más! – esto va bien. Se ha unido al juego. – dígame – y se acerca a mi cara… En voz baja le susurro unas instrucciones y después de un par de monosílabos afirmativos y negativos que corroboraban o no sobre lo que le decía, exclama - ¡perfecto! ¡como no! – y noto que se adentra en el puesto.

Pues nada, hasta luego – le digo. Y dirigiéndome a Elena le comento – cuando quieras podemos continuar – creo que se ha quedado intrigada.

Eh, ah, ¿y ya está? ¿Qué le has dicho?– dice.

Solo he aclarado algunas dudas sobre plantas, nada más. – e intento parecer serio.

Venga ya…, ¿qué le has dicho?  - se ha puesto enfrente mío.

Le he hecho algunas preguntas sobre flores. – recalco -. Fíjate, yo que no veo no me preocupo, y tú que has tenido los ojos abiertos todo el rato te estás preocupando.

Y yo voy y me lo creo – dice en tono sarcástico.- eso es… - ¿abusar? – le termino yo la frase – no creo que estés en disposición de hablar de abuso…¡ja!¡ja! – y noto que aunque riéndose se resigna. -  le tiendo el brazo nuevamente. Se engancha y volvemos a caminar.

Han pasado unos cuantos minutos y estamos en otro puesto más adelante, en esta ocasión me está describiendo lo que hay en él: objetos de artesanía, calados, tapetes, manteles, etc.

¡Caballero, caballero! – oigo la voz femenina de antes que se acerca. Nos paramos. Yo me giro un poco a la vez que Elena – Señorita, un encargo para usted-. En mi mente dibujo la escena pero no consigo captar la reacción de Elena, que finalmente exclama - ¡qué bonito! ¿seguro que es para mí? – a lo que le digo – No podría ser para nadie más – dirijo mi hipotética mirada hacia donde supongo que está la señora y le digo - ¿pudo ser? – a lo que me responde – creo que si, y espero no haberme equivocado –. Si a la señorita le gusta es que hemos acertado – termino por decir. Tiendo la mano a la cartera la abro y me pongo entre Elena y la señora – lo que hablamos – le digo, a lo que ella me responde – pero le sobra… - y haciendo un gesto de tranquilidad le digo - no se preocupe, considérelo costes de complicidad, … y muchas gracias – la señora se retira muy agradecida y deseándonos toda clase de suertes.

Me giro hacia Elena y le pregunto - ¿te gusta?

¡Es precioso! – su voz denota emoción.

Bueno no sé exactamente qué flores te gustan, así que me he arriesgado.

Es precioso, ¿lo quieres ver? – me dice como si fuera una súplica.

No. Las promesas hay que cumplirlas. Además…,imagino que debe ser un ramo con 15 rosas rojas distribuidas circularmente, sobresaliendo de un "manto" de rosas blancas,  adornado en su parte superior por 3 rosas anaranjadas, toda la base del ramo y su contorno cubierta con musgo del que sobresale una orquídea blanca y roja, y alrededor algo de lluvia. Es un ramo y es un pensamiento. Es una manera de representar las sensaciones que me acompañan cuando estoy contigo. Espero que te haya gustado.

Es precioso. Me gusta mucho – y me da un beso en la mejilla que no esperaba – Se acabó la cita a ciegas – y tira del pañuelo quitándomelo.

Cierro los ojos un momento porque la luz repentina me escandila, me coloco las gafas en lo que recupero la visión, y, cuando lo hago, la veo enfrente mío, totalmente risueña, con la cabeza ladeada y el ramo cogido con las dos manos a modo de abrazo. Es una de esas imágenes que no se me borrarán nunca de mi archivo mental. Termino por decirle – Pues sí, captó lo que le dije. Pero debo añadir que a belleza no te gana.-

Le ofrezco mi brazo nuevamente y se engancha con un gesto alegre, para volver a unir sus manos sobre el ramo. Y así caminamos entre puestos, cruzando miradas de vez en cuando y hablando en silencio, como si no quisiéramos que el tiempo pasara.

¿Comemos? – le digo, y asiente con la cabeza y su cara sonriente.

Hemos entrado en un restaurante ubicado en una casa señorial, con un gran patio central en el que se distribuyen varias mesas. Estamos sentados en una de ellas cerca de una de las esquinas. Ya hemos pedido algunas cosas para picar, y el ramo comparte mesa con nosotros. Elena no para de mirarlo de vez en cuando y de acariciar alguna flor como si temiera que se descolocara.

En un momento de la conversación me dice – Antes dijiste que era un ramo y un pensamiento. ¿cuál es el pensamiento?

Bueno – le digo – es solo intentar plasmar con flores esas sensaciones que tengo cuando me acompañas o lo que me gustaría que vieras. Un mensaje silencioso de cómo te veo. Igual te suena ridículo, pero hay muchas maneras de decirlo sin palabras. El problema es que a veces no consigues decir todo lo que querías, pero ese es el riesgo que corres. Ese y que guste.

Me ha encantado, así que por ese lado ya puedes estar tranquilo. Pero me gustaría saber qué es lo que querías decir – y me mira de una forma entre divertida e intrigada.

Inclinándome un poco sobre la mesa hacia ella, y mirándola, le hablo de forma suave y pausada: Las rosas rojas son el lenguaje internacional del amor, de la pasión. Y las blancas de la pureza, de unidad. Se supone que cuando se combinan las dos lo que se transmite es una "mezcla" de sentimientos hacia la persona que las recibe, un sentimiento de unión. Por otro lado, las rosas naranjas no son un capricho. Están puestas para representar entusiasmo, el sentimiento de que algo está floreciendo. La lluvia alrededor indica frescura. La que tú tienes y que me haces sentir cuando estoy contigo. La orquídea en el centro te representa a ti. Una orquídea representa belleza, dulzura, sentimientos puros y sublimes, y quien la regala quiere expresar adoración. Además, como ves, es roja y blanca. Y por último, el musgo no es solo relleno. Se dice que un ramo cubierto de musgo representa una confesión de amor.

Termino mi explicación y le tengo cogida una de sus manos con las mías. Me mira con sus ojos completamente iluminados y brillantes. Creo que debo tener algo atascado en la garganta, pero intento que la voz no se me quiebre cuando le digo – He encontrado un tesoro, y no quiero perderlo. Llámame cursi si quieres, pero es lo que pienso. El que se cumpliera mi deseo de encontrarme contigo ya fue uno de los mayores premios en mi vida, pero que, además, me hagas sentir lo que siento no tiene precio. Tienes todo el derecho del mundo a mandarme a paseo. Lo último que quisiera es ser un intruso en tu vida, algo que te molesta. Lo entenderé… - y en ese momento me pone los dedos de su otra mano en mis labios como para que no hable más.

Baja la mano y la coloca sobre las mías y me dice – Estoy muy a gusto contigo. Y es lo más bonito y sincero que me han dicho en la vida. Mi deseo ahora mismo sería corresponderte. Pero hay muchas cosas que no sabes de mi.

Déjame conocerlas. No tengo prisa. – le interrumpo. – Mi ofrecimiento no es otro que el velar por ti si me lo permites. Y por supuesto compartir, aprender y conocer, siempre desde la sinceridad. Yo te he expresado lo que siento. Y tú también lo estás haciendo en definitiva. ¡Déjame conocerte! Yo dejaré que me conozcas… – y en un tono más risueño digo – de hecho ya estás conociendo que soy un romántico…, ¡de todo tiene que haber en la viña del señor!

Sonríe y le digo - Quiero ver esa carita siempre alegre y si me dejas, haré todo lo posible para que así sea. – Ahora soy yo el que le pone dos dedos en sus labios a la vez que le digo – No digas nada. Ya habrá tiempo.

Asiente. Justo a tiempo porque llega el camarero con nuestra comanda. Nos recolocamos y nos disponemos a dar cuenta de ella.

 

Ya es media tarde y después de una comida amena y una sobremesa distendida, vamos de regreso por las calles de Vegueta. Elena lleva el ramo con mucho cuidado acurrucado en un brazo, como presumiendo, y su cara se muestra relajada.

¿te puedo hacer una pregunta? – me dice de pronto.

¡Claro! – le respondo – Siempre.

Antes dijiste que "se te había cumplido el deseo de encontrarte conmigo". ¿es eso verdad?

Si – le respondo con total seguridad.

¿Y cuando pediste ese deseo? – me pregunta.

El viernes. – le digo. Se para y se queda mirándome como esperando más. – Y a la vez que vuelvo a caminar lentamente le digo - Mira, la primera vez que nos vimos fue en tu trabajo…, bueno, yo te vi, no se si en ese momento tú me viste. Después nos hemos visto y saludado algunas veces más cuando he ido a tu empresa. Y también nos hemos cruzado un par de veces en la calle, cerca de tu trabajo. – me sonrío y le digo - He de decir que en alguna ocasión he vuelto a pasar por donde nos habíamos cruzado, a horas y días similares, con la esperanza de que, a lo mejor, nos volvíamos a encontrar. Y así hasta ahora. No me atrevía a decirte nada, y menos en tu trabajo, aunque creo que a veces se  me veía el "plumero" – ella se sonríe -.Y bueno, el viernes a mediodía coincidimos saliendo de tu oficina y no fui capaz de entablar una conversación decente contigo, cosa de lo que me lamenté profundamente. No fui capaz de invitarte a tomar algo o simplemente acompañarte a donde fuera…, y cuando nos separamos me quedé mirándote mientras te alejabas, con una sensación de frustración insoportable. Fue entonces cuando mi corazón escribió en mi mente un deseo sincero, inocente y espontáneo de que el azar por una vez jugara a mi favor, y que de alguna forma tuviera el valor para, al menos, hablarte. Así que imagínate la sorpresa que me llevé ayer cuando nos encontramos. No sabía qué pasaría después, pero sí tenía seguro de que el deseo se había cumplido, y no me podía permitir el lujo de dejar pasar el momento.

Elena asiente sonriente, como si fuera atando cabos. – En la oficina algunas compañeras me decían que "alguien" estaba por mí, porque cada vez que venías pasabas y saludabas.

La educación no puede perderse nunca – le digo.

Ya, ya,… - dice sin perder la sonrisa.

¿Y qué pensabas cuando te lo decían? – le pregunto.

No me desagradaba la idea – afirma. Y también he de confesarte que el viernes a la salida pensé que te ibas a ofrecer para acompañarme un rato. Me extrañó que no lo hicieras, y más me extrañó cuando, después de separarnos, me di cuenta de que te habías quedado parado mirándome. Al final pensé ¡otra vez será!... y vaya si fue.

Bueno, ya me vas conociendo. No soy precisamente indeciso, pero en tu caso, me habías desarmado por completo – le digo -. Y tenía un gran temor: que me mandaras a la porra.

¡Vete a la porra! – me dice entre risas.

Me paro en seco, y pongo cara muy seria. - ¡que es broma! – termina diciendo.

Y después de soltar una exhalación exagerada, a modo de alivio, continuamos caminando.

Al final acabamos sentados en un banco de Triana, frente a Guirlache, comiendo golosinas y viendo pasar a la gente, mientras seguíamos compartiendo instantes…

¡Me tengo que ir! – dice en un momento, como queriendo evitarlo.

¿No puedes quedarte algo más? – le pregunto en tono triste.

No. - Y medio sonriendo me dice – recuerda que era la otra condición.

Ya. – le digo con cara de apesadumbrado – Pues si no hay remedio…

A mí también me gustaría seguir más tiempo, pero de verdad que no puedo – dice mientras se levanta.

Caminamos todo lo despacio que podemos hacia su casa, hasta que finalmente llegamos. Estamos delante del portal, uno frente al otro, mientras Elena busca sus llaves en el bolso, cuando las encuentra me mira y me dice – He pasado un día maravilloso. Gracias, y gracias por tus pensamientos – lo dice mientras mira el ramo.

Sé que mañana ya toca trabajar, pero me gustaría poder verte algún día… o todos. – le digo mientras le tengo cogida una mano.

A mi también me gustaría, pero entre semana los días son muy complicados para mí – me dice.

¿Al menos te puedo llamar? – le digo intentando buscar alguna manera de mantener el contacto diario con ella.

Podemos intentarlo. Me tengo que ir – y se dispone a abrir el portal. Cuando lo tiene abierto, se gira, toma del ramo una rosa roja, una rosa blanca y una rosa naranja y me las da. Las cojo mientras los ojos se me iluminan y en ese momento me dice – … un sentimiento de unión y algo que está floreciendo, ¿no fue eso lo que dijiste? – Yo asiento mientras la miro totalmente embelesado. Ella sonríe. Se acerca, y me da un beso en la mejilla.

Se gira y entra en el portal haciendo un gesto de adiós con una mano.

¡Un momento! – le grito. Ella se vuelve y se acerca. Y en ese momento me inclino hacia adelante y le doy un beso fugaz en sus labios, e inmediatamente me separo y cierro la puerta diciendo ¡hasta mañana!. Me mira perpleja. Yo me quedo al otro lado del portal como si estuviera protegiéndome de algo a la vez que le estoy diciendo adiós con la mano. Entonces dibuja una amplia sonrisa en su cara, me dice adiós también con una mano, se abraza fuertemente al ramo, y se adentran los dos en el pasillo del portal mientras a ratos mira hacia atrás. En uno de esos momentos hago un gesto de coger mi corazón, besarlo y lanzárselo a través del cristal del portal como quien lanza una paloma mensajera al aire. Ella se para, hace como que lo coge al vuelo y se lo pone junto al ramo. Y desaparece….

No hay comentarios:

Publicar un comentario