Cuando estudiamos geografía, nos hablan de las
grandes montañas y cordilleras que están en el planeta Tierra, sembradas por
muchos sitios, casi siempre de difícil acceso: la cordillera de Los Andes, la
cordillera del Himalaya, los Pirineos.
Hay Cordilleras que pasan desapercibidas, pero
que están ahí, y son tan intensas o más que las que tienen fama y renombre. Y
lo son precisamente por lo que encierran y por lo que te muestran una vez que
te acercas a ellas. Pero claro, para conocerlas hay que acercarse a ellas.
Hoy quiero compartir con ustedes mi expedición
a la Cordillera Javital. Una cordillera que me llamó la atención hace ya
bastantes años y que he tenido la suerte de visitar de la mano de un guía de
lujo y, para mí, uno de los grandes en eso que llaman alpinismo: Javi Cruz.
Iniciamos la ascensión un viernes del mes de Julio,
aunque, es cierto Javi, la subida había empezado varios días (meses incluso) atrás
con los preparativos. Subimos, y cuando llegamos a la altura de la cota del
piso 23, paramos y, alejados del borde y refugiados en una esquina acogedora,
iniciamos nuestra particular conversación para que Javi me fuera instruyendo en
esa preciosa y vital cordillera que tenía ante mis ojos. Yo preguntaba, Javi me
respondía…, y me enseñaba.
Bueno, he de confesarles que en realidad viví
tres conversaciones. Si, tres. Tres
conversaciones a la vez, cada cual más interesante e intensa, y que unidas las
tres tenían una fuerza y un mensaje brutal:
-
La
primera, con sus palabras. Esas palabras que siempre con un tono ajustado,
tranquilizador, sereno y firme saltaban al aire y me impregnaban de esa parte
de su conocimiento que creo debería empeñarse en mostrar más y potenciar de
forma docente.
-
La
segunda con sus manos. Esas manos que en tantas ocasiones se habrán aferrado a
tantas y tantas paredes, que habrán acariciado tantas montañas, que habrán
sujetado a más de un compañero, que habrán limpiado lágrimas en sus ojos, y
que, también, habrán sido alzadas en señal de júbilo, o que habrán cerrado en un
ferviente abrazo a cualquiera de sus compañeros, estaban delante mío
mostrándome infinidad de cosas, marcando al intensidad de lo vivido, e
invitándome a adentrarme aún más en la experiencia.
-
La
tercera con sus ojos. Esos mismos ojos que han grabado momentos de muy diversa
índole, que han derramado lágrimas de tristeza, impotencia y también alegría,
pero que sobre todo son una inmensa ventana a su caudal de sabiduría, me
transportaban en cada momento a vivir, no me atrevo a decir que con la misma
intensidad pero si con gran parte de ella, cada uno de los pasajes que me
enseñaba, como si allí mismo estuviera.
No quería perderme en ningún momento nada de
ninguna de las tres conversaciones. Era un lujo.
Cuando hablas con Javi no te cuenta las cosas
recordando…, sino que te toma de la mano, viaja
a ese momento y te lo cuenta contigo allí. ¡Grande, Grande!
Sentados, relajados, con cierta complicidad…,
así me enseño la Cordillera Javital.
Cuando
rellenas un impreso en el que tienes que poner la profesión, ¿qué pones?
¿Mi profesión?, Administrativo, que es de lo
que vivo.
El tema
del alpinismo, ¿es vocación, profesión?
Siempre ha sido vocación y lo sigue siendo. Lo
que pasa es que estamos en un punto en que puede llegar a convertirse en profesión.
Si te digo la verdad, el miedo no es dejar de
tener una nómina fija, sino perder esa vocación al convertirlo en profesión. El
vivirlo con la pasión con que lo vivo. Puede ser que el necesitar pagar una
hipoteca a final de mes haga que lo vea de otra manera y que pierda esa
vocación,
He rechazado ir a montañas porque no me ha
apetecido. Si necesitara vivir de eso seguramente habría casos que no
rechazaría.
¿Cómo te
nace esto del alpinismo?
Nace realmente porque mis padres, cuando tenía
8 años, me mandaron 15 días a un campamento en Tamadaba. Yo por aquel entonces
había noches en que todavía me “meaba” en la cama y me fui con mucha vergüenza
a ese campamento. Allí descubrí esas tardes de colores impresionantes en el
Pinar de Tamadaba, esos mares de nubes, ese olor a pinocha caliente, ese aire
de naturaleza y cambios de temperatura y humedad, y creo que de ahí salió la
afición a la montaña. A eso le sumamos que los mayores de la Cruz Roja, que
eran los dirigentes de aquel campamento, hicieron una demostración de un rápel
en unas piedras, una pequeña escalada…, y claro, solo era para mayores, yo
tenía 8 años y para mí era inviable.
Ya después con 14 o 15 años en el barrio donde
yo vivía abrieron un local de la OJE y para atraer chiquillos impartían varias
actividades, entre las que estaban un cursillo de iniciación a la escalada. Ahí
fue donde rápidamente me metí, buscando aquello que tenía aparcado y empecé. Continué,
crecí y cuando llegué a un punto en que ya no tenía nada que aprender, seguí
por mi cuenta aprendiendo, porque nunca dejas de aprender.
Me fui a formar a la Federación de Montañismo,
hice algunos cursos más, salí a la península y conocí gente, probé diferentes
modalidades, ya que aquí es solo escalada en roca, como por ejemplo, nieve, hielo,
ascensos a alta montaña, esquí, etc., que me fueron cautivando cada vez más y
abriendo las fronteras.
Y justo este año, ya han pasado 30 años.
¿Recuerdas
la que consideras tu primera escalada?
Sin duda: Quintanilla.
Yendo para San Andrés, en unas paredes que hay
a la izquierda de la carretera. A finales del 86 más o menos, 10 metritos, una
cosa pequeña, pero para mi fue inolvidable.
¿Qué es
lo que buscas cuando subes?
… ¡que busco!..., diría que no busco nada.
Mira, hace pocos meses estuve en unas jornadas
de convivencia sobre meditación. Había oído hablar mucho de eso pero no sabía
lo que era. Al final vi que de lo que trata la meditación es simplemente de
aislarte, no pensar, no juzgar, no buscar, quedarte en blanco el máximo tiempo
posible y haciendo lo que sea, como si es fregando un plato, solo tratando de
hacer que la mente no actúe y no piense. Ahí descubrí que lo que hago escalando
o subiendo montañas es precisamente “meditar”, porque como estás tan centrado
en lo que estás haciendo, hay momentos en los que no existe absolutamente nada
alrededor, ni siquiera un pensamiento.
Diría que no busco nada, solo ese momento de no
hacer absolutamente nada…, debe ser meditación. Que solo exista justo lo que tú
estás haciendo en ese momento, porque te apetece y voluntariamente.
O igual busco demasiado, no lo sé.
Cuando
estás ascendiendo ¿eres consciente de lo que es la montaña en sí o solo
percibes el trozo por el que te estás moviendo?
Es un total, es un global.
Recuerdo cuando empecé a descubrir la alta
montaña, yo tenía la fiebre de subir montañas, solo veía montañas, cumbres,
subir, escalar, y nada más.
Pero con los años te das cuenta de que es tan o
más importante el trayecto hasta llegar a la cumbre que el llegar en si. Tanto
que hoy en día el subir a una montaña se ha convertido en una excusa para vivir
todo el camino, y ese camino empieza desde que lo piensas, hasta que le vas
dando forma, buscas financiación, le pones fecha, llegas, logística, traslado,
fusión con gente del lugar, etc.
Por suerte o por desgracia las montañas más
grandes y más bonitas están en cordilleras que suelen estar en países más
desfavorecidos, donde las clases culturales son muy bajas, los tipos de cultura
son muy diferentes a la nuestra y eso hace que lo enriquezca mucho más, para mí
por lo menos. El fusionarte con ellos y vivir el respeto con el que ellos viven
la montaña, como la tratan y tú sumarte a eso, ser parte del entorno, hace que
todo eso forma parte de la ascensión.
Para mí es un todo, desde la idea o el sueño, hasta
que despiertas de él y ya lo has convertido en realidad. No es solo un trozo de
terreno.
En momentos puntuales de mucha tensión o
concentración, por los peligros objetivos que no dependen de ti, que sabes que
están ahí y que pueden acechar, pues hace que requiera una concentración tal
que puede hacer que no exista sino solo eso.
¿Y una
vez que llegas arriba, qué...?
El llegar arriba a mi me da mucho respeto,
porque empieza lo verdaderamente peligroso, la bajada. En la bajada es donde se
matan casi todos lo que lo han hecho, es donde se relaja todo el mundo, donde
aparentemente tu ego se ha saciado, donde teóricamente has conseguido tu
objetivo, pero no es más que la mitad del camino. Hasta que no llegas de
regreso a la base no ha acabado la ascensión. Y como esa es justamente la
mitad, durante los días, semanas o meses incluso que dura el ascenso, estoy tan
concentrado en no olvidarme del descenso que eso no me permite disfrutar 100%
de ese momento de cumbre, y ojalá nunca me lo permita, porque el disfrutarlo
plenamente quiere decir que estás relajado del todo. Siempre hay que tener un
poquito de prudencia y estar en guardia porque queda todavía la mitad. Yo diría
que siempre he disfrutado más de una cumbre después de bajar que arriba mismo.
Siempre.
Y ojalá siga así.
¿La
montaña habla o la montaña calla?
La montaña habla,
muchísimo, muchísimo.
¿Qué dice la montaña? ¿Te habla cuando subes, te habla
cuando bajas, te habla antes, te habla después...?
La montaña siempre habla
pero nunca sabes cuando ni como, hasta que te das cuenta de que ha hablado.
A veces has tomado la
senda o el camino y has hecho caso a lo que te ha hablado o dictado. Pero otras
sé, por experiencia propia y vivido de cerca, que te das cuenta tarde. El darte
cuenta tarde de las normas que dicta la montaña, o de las palabras que ha
dicho, hace que cometas errores y pueda
costar la vida misma. Es una de las cartas del juego.
… Siempre habla.
Fíjate, está muy
estandarizada, incluso entre gente muy famosa e importante en el mundo de la
montaña, una palabra que es “atacar” a la cumbre: “Esta noche atacamos a la cumbre”. Odio esa palabra. Siempre la he
odiado, pero jamás me he atrevido a corregírsela a nadie, y máxime siendo gente
tan grande a la que se la he oído, incluso maestros míos.
¿Atacar una montaña?,
¿cómo vamos nosotros a atacar a nadie?, y menos a un Coloso como este, que
puede tener vida propia. Me resulta muy chocante, pero se usa tanto…
Incluso existen “mochilas
de ataque”, que no se si es un término que viene de alguna época militar o
qué. Esa simple palabra, aunque sea con buenas intenciones, me parece una falta
de respeto total hacia la montaña. Es un ente propio y ahí solo somos motas de
polvo. Prefiero verlo desde el lado de los asiáticos o budistas. Para ellos las
montañas grandes son las moradas de sus Dioses y ellos hacen las famosas “Puyas”, que son unas celebraciones
antes de hacer el ascenso a una montaña, como para pedir permiso a las fuerzas
naturales de esa montaña para adentrarse en ella, que te deje encaramar en lo más
alto unos minutos y te deje volver. Requiere muchísima humildad bajo mi punto
de vista.
Yo hablo muchísimas veces
con la montaña. Sobre todo cuando pasan cosas que no entiendes, como que se te
mate un compañero y se quede ahí para siempre. Le pregunto el por qué…
¿Qué es lo último que te ha dicho una montaña?
Pues fue reciente.
En Bolivia hay una montaña
a la que fui por tercera vez, con la que tengo una historia de amor un poco
compleja, y que hasta ahora nunca me había permitido ascender a lo más alto,
siendo una montaña aparentemente sencilla y de pocos peligros naturales. Hasta
ahora siempre me había rechazado.
Esta vez, digamos que
quiso volver a resistirse pero fue benévola conmigo, y del grupo que íbamos me
permitió a mí solo subir hasta la cumbre. Cuando estaba saboreando todos esos
años que llevaba ahí pendientes nos pegó una sacudida nueva, nos arrebató un
compañero y, antes de marcharnos de la montaña nos dio otra sacudida más en la
que dijo, “cuidadito que aquí estoy yo:
te vas, pero no te va a costar tan “barato” como pensabas”. Volvió a tener
la hostilidad o la dureza que yo le había visto en otras ocasiones, me arrebató
un compañero del que yo era responsable, y me tuvo un día entero pasándolo muy
mal. Eso me impidió que saboreara la cumbre cuando bajé como suele pasar en
otras ocasiones.
Yo lo veo así. Las
montañas son elementos con entidad propia, con su propio espíritu y su propia
fuerza, sus propias leyes, y a eso nos tenemos que adaptar con muchísima
humildad.
Lo último que me dijo una
montaña, esa montaña precisamente, fue: “no
te olvides de lo pequeño y frágil que eres, y del medio en el que te estás
moviendo”.
Mira, esto no lo he
hablado con nadie, pero he llegado a pensar que esa montaña que me conoce
tanto, más que yo a ella, igual llegó a notar que había perdido cierto grado de
humildad respecto a cómo yo suelo vivir la montaña, con el tema mediático en el
que me he metido últimamente de periódicos, y demás. A lo mejor este tema me ha
hecho perder algo de humildad y me dio una sacudida como diciendo, “no te despistes que por ahí no es tu
camino”. Yo quiero verlo así.
¿Qué significó el Cho-Oyu para ti?
Ooohhh!..., ¡El Cho-Oyu! …
Fue un antes y un después.
Dejando a un lado lo que
significó a nivel mediático, primera montaña de 8.000 conquistada por canarios,
único 8.000 a día de hoy a la que ha subido un canario, lo han intentado como
10 0 12 canarios más, a esa y otras montañas pero nadie ha conseguido todavía
cumbre lo cual refuerza la dureza de aquella expedición, te llena de orgullo y
todo, pero, lejos de eso, fue lo que marcó el que hoy en día me esté pensando
el vivir de la montaña, el profesionalizarla.
Más que una montaña fue
una situación en la que me vi envuelto y en la que jamás me hubiera planteado.
Eso era algo que veía en
el programa de “al filo de lo imposible”, algo que veía en la gente de élite,
algo muy lejano…, y, de repente, me vi ahí.
Fui uno de los elegidos
para ir junto con gente de “al filo de lo imposible”: Juanito Oiarzábal, Juan
Vallejo…, leyendas vamos.
Encima la gente había
apostado por ti, por lo que tenías que dar todo y más de lo que podías para
tratar de cumplir el objetivo, si no lo hubiéramos afrontado así, tanto el otro
compañero como yo nos hubiéramos ido antes.
Lo pasamos muy mal, no
estábamos acostumbrados a tanta altura, nos costaba mucho la aclimatación, y
recuerdo de decirle en un campamento 2 a 7.000 metros al compañero, “mira vamos a subir como sea para no venir
nunca más a estas alturas”. Y 2 años después estábamos en otra montaña, y
luego otra, y otra…
A nivel personal aquello
me cambió la percepción de la vida: no conocía Asia, no conocía el Himalaya, no
conocía en nada el budismo, y por supuesto no conocía la fuerza que tiene esa
cordillera, es algo descomunal. Creo que quitando los océanos es la mayor creación
de la naturaleza. Estar ahí, en un entorno que adoras, mirando arriba y viendo
esas aristas finas recortadas en el cielo…, se me quedó muy marcado.
Es más, te puedo decir que
un detalle que se me quedó grabado fue la intensidad del azul del cielo del
Himalaya. ¡Indescriptible!. No sabía que pudiera ver un cielo tan azul, tan
intenso, tan puro. Físicamente lo entiendes, pero es un color que jamás lo
imaginas ni lo ves. Y la noche lo mismo, hay tantas estrellas que está todo
iluminado aunque no haya luna.
Posiblemente cambió mi
vida. Estás casi fuera de la atmósfera. Es mundo mineral puro y duro. Encima el
caso mío fue bestial porque, el compañero chicharrero iba un poquito más
adelantado que yo, Juanito Oiarzábal iba por delante, Edurne Pasabán, que en
aquella época era una más que se unió a nosotros (era su tercer 8.000 pero que
no era muy conocida), toda esa gente llegó a la cumbre y se volvieron. Juanito perdió
la voz a causa del tremendo frío, era el encargado de comunicar con la emisora
al campo base y desde ahí a Canarias en directo desde la cumbre, pero perdió la
voz.
El compañero emprendió el
descenso con Juanito, y yo tuve la suerte y fortuna de estar absolutamente solo
en esa cumbre de 8.000 metros media hora, viendo que no había nada más por
encima de ti, y ellos ya descendiendo.
Esa media hora ha sido la
media hora más intensa de mi vida, sin duda. No había nada. Comuniqué con el campo
base y con Canarias. Me sentí super bien.
Me pasa eso siempre,
parece que todo el desgaste de la subida te llena de nuevas energías que hace
que estés bien en ese momento, sin perder la concentración de la bajada. Fue un
regalo de la Diosa Turquesa, que es como se llama al Cho-Oyu en tibetano (en
sánscrito concretamente).
Volver aquí después de
haber convivido con aquella gente durante 2 meses, haber arriesgado la vida
intentando conseguir un sueño que se traduce en media hora en una cumbre
inhóspita, parece que no tiene ningún sentido, y te hace volver a tu realidad,
a tu rutina. Te hace dudar de qué es lo que tiene sentido, si esto o aquello.
Te aporta tanto: una serie
de valores que se han perdido en esta sociedad, valores con los que intento
educar a los chiquillos míos y que yo encuentro allí ya sea con la convivencia
de tus compañeros que sabes que darían la vida por ti y tu por ellos, por la
convivencia con la gente de esas culturas y esos pueblos. Después venimos aquí
y vemos como nos quejamos por absolutamente todo, como morimos de infarto, como
te saltas un stop y te van a matar, cosas tan sin sentido al lado de aquello,
que te cambia la vida.
A mí el Cho-Oyu me cambió
la vida, ¡claro que si!
Cuando estás arriba en qué piensas, si es que piensas en
algo.
Esa es la eterna pregunta
que te hacen en todos lados, ¿qué haces?, ¿Qué sientes? Ya te digo que hay tal
concentración, sobre todo en las últimas jornadas en la que estás intentando
llegar a la cumbre que creo que no te deja pensar en nada más, casi ni
disfrutar.
Como te he dicho antes,
siempre lo disfruto después de bajar, incluso bastante tiempo después. Pero en
el momento, desde aquí sería fácil decir que piensas en los compañeros que han
muerto en otras montañas y de los que has aprendido, en la familia que tan
alejada está, en tus chiquillos, gente.., pero en especial yo creo que si no vas
solo, que no suele ser mi caso, la explosión inicial es compartirlo con quien
lo ha sufrido, o vivido. Yo lo vivo con la gente a la que llevo a cumbres más
pequeñas y veo que lo que ellos experimentan en esas pequeñas montañas es lo
mismo que yo he experimentado en otras más grandes. Sus propios compañeros
pasan a ser sus familia, sus hermanos, parte de ellos mismos. Llegar después de
tantas jornadas, con momentos de presión, de tensión, de dificultades, etc.
Al llegar hay tanta
explosión que con quien tienes al lado es con quien te abrazas, hinchas a
llorar y sale todo. No te paras a analizar mucho: queda la bajada.
Por eso me encanta llevar
gente y ver como viven esa misma sensación en una montaña aunque sea pequeña.
Esto es como todo. Necesitamos contar, y sacar afuera las experiencias duras
que vives, tanto buenas como malas, y la montaña es una de ellas. Si eres capaz
de transmitirle como tú lo vives y lo ves en ellos, eso es gratificante a más
no poder.
¿Qué hechas en falta cuando estás arriba, si es que
hechas en falta algo?
A veces, y depende del
momento de la vida, a ciertas personas. En unas épocas a unas, en otras, a
otras. Especialmente gente con la que he vivido situaciones similares, y que
sabes que te entienden.
Otras veces, quizás las
comodidades. Te preguntas por qué sigues haciendo eso con todas las
incomodidades que conlleva. Pero también es cierto que cuando llegas a tu
rutina estás deseando volver allá.
La montaña es un terreno
muy duro en el que estás de prestado, nos empeñamos en estar ahí, pero no cabe
duda que cada segundo que estés ahí te estás muriendo, tus células se están
jodiendo, tu organismo se está perjudicando, no te estás hidratando bien, te estás
desgastando muchísimo y eso hace que te vayas consumiendo y que la vida se te apague.
En todo ese proceso echas de menos ciertas comodidades rutinarias. Estar mes y
medio durmiendo sobre el hielo, comiendo mal, pasando frío y viento, no todo el
mundo lo aguanta. Psicológicamente es duro. He visto expediciones formadas por
gente muy “fortachona” marcharse a la mitad. Psicológicamente no aguantan la
situación. Son luchas internas que vas a tener durante toda la expedición.
Tienes momentos maravillosos, de convivencia, de paisajes, etc., pero hay
muchos otros muy duros, incluso fisiológicamente. El salir a orinar es toda una
odisea, te cuesta la vida misma.
Pero vamos, que lo que
compensa todo eso es la vuelta a las comodidades nuestras y el valorar lo que
tenemos, que no le damos absolutamente nada de valor, siempre estamos
lamentándonos, llorando por insignificancias, poniéndonos zancadillas.
Es como salir, coger aire,
y volver.
Tengo el privilegio de por
lo menos cada año, salirme de ahí, ver el mundo y las cosas desde el otro lado,
y después volver.
En tu vida normal, ¿qué hechas en falta?
En muchísimos momentos…, muchísimos
momentos…, cada vez más, creo, hecho en falta el escandaloso silencio que allí
experimento y que puedes llegar a sentir. El escucharte a ti mismo, porque eres
capaz de escucharte por dentro, te oyes tus propios latidos. Ese silencio tan
abrumador, aquí a veces se hecha en falta y llego a necesitarlo de vez en
cuando.
Incluso cuando voy con
grupos, los “acuesto a todos” y me marcho fuera del refugio un poco, para
aislarme un momento y tener un ratito para mí solo, aunque sea corto, pero
intenso.
¿Tu vida en sí es una montaña?
Yo diría que más que una
montaña es una pequeña cordillera.
Tiene muchas montañas,
muchas puntas. A veces estás ascendiendo, otras te toca descender. Estás
continuamente subiendo y bajando. Eso hace que sea bastante predecible porque
siempre que estás subiendo sabes que tarde o temprano acabará la subida y
empezará la bajada. Y cuando estás bajando, lo mismo, al final del valle habrá
una subida.
Una cordillera ni más
fácil, ni más difícil, ni más interesante que la de cualquier otra persona, en
todos los sentidos, personal, profesional, anímico, etc.
Hay gente que la llama
noria, pero yo creo que es más adecuado llamarle cordillera.
¿A quien te encantaría llevarte a una montaña?
Muy sencillo. A los dos
chiquillos míos.
Los llevo a la montaña a
nivel pequeño. Los he llevado al Pirineo, a los Alpes, a cordilleras bonitas.
Pero sí es cierto que me gustaría llevarlos a una alta montaña, y sobre todo en
un país remoto.
De momento me conformo con
Marruecos que estoy a punto de llevarlos, posiblemente esta Navidad, y vivir
una experiencia desde el inicio, con la convivencia de las culturas de allí,
con el compartir el esfuerzo que supone subir a una montaña. Me encantaría
hacerlo y estoy seguro que lo haré. Pero lo haré de manera individual: primero
con uno y después con otro.
Me gustaría vivirlo de
manera exclusiva con ellos. Para guía tienen a su padre, sin porteadores, al estilo de antes,
pionero y aventurero, en el que tienes que preparártelo todo, y ascender a la
montaña de la manera más limpia posible adecuado a sus edades y su experiencia,
con la montaña adecuada para ello.
Ellos tienen una
personalidad muy particular, y me gustaría estar aprendiendo al 100% de cada
segundo de esa experiencia sin que el que esté el otro te requiera ni un ápice
de atención. Simplemente buscaría el que algún día supieran por qué su padre se
dedicó a las montañas, y por qué la vivía de la manera en que lo hace. Que lo
experimenten, porque no es fácil. Es muy bonito que te vitoreen, que te
feliciten, que te entreguen la medalla de oro al mérito deportivo de tu ciudad
y que te den mil reconocimientos, pero ese tipo de gente en la vida va a
comprender lo que realmente sientes.
Cada cual lo vive de una
manera distinta. Yo puedo tratar de explicarte como lo vivo, pero el que mis
hijos sean capaces de al menos una vez en su vida experimentar lo que siente su
padre, pues sería el mayor de los premios que podría experimentar en esta vida.
¿A quien no te llevarías a la montaña?
… Pues no me llevaría a
una persona superficial que lo que trate de hacer en esa experiencia sea
satisfacer su ego y sacar la foto para poner en su cabecera de despacho o lo
que sea.
Esto para mi es una forma
de vida aunque lo han encasillado como deporte de riesgo, y muchos lo ven como
competición. De esa forma no me gustaría compartir esas vivencias con nadie.
Tengo un problema y es
que, me guste o no me guste admitirlo, en la montaña con quien va conmigo y soy
responsable soy un dictador, y como tal dictador quiero que vivan como yo lo
vivo, y si tengo que tomar esta o aquella decisión la voy a tomar, esté al lado
quien esté. Si encima veo que estamos en ondas completamente diferentes podría
haber un conflicto del que no tengo necesidad alguna y no me gustaría
participar.
No estoy ahora mismo para
llevar gente de esa manera, Ya hay otros que lo hacen. De ahí el miedo de
profesionalizar esta actividad, por tener que tragar por ello.
Pero siendo algo más
concreto, no llevaría, por ejemplo, a mi madre. No lo haría nunca.
Ahora que tengo hijos me
da miedo que se dediquen a esto porque se lo que es y no me imagino como lo podría
vivir desde aquí, desde la barrera. Mi madre con los años más o menos entiende
y sabe de qué va el tema, pero nunca lo ha vivido. Hay cosas que se le evitan
contar, aunque siempre hay preocupaciones, pero el vivirlo allí y ver que la
línea es tan delgada que como pises fuera puedes pasar por sitios complicados
que te la juegas, es otra cosa. He intentado que siga siendo lo máximo de
ignorante posible.
Si a mí como padre me
costaría vivir eso, el que se te vaya un hijo de expedición sabiendo al 100% lo
que se vive allí, me imagino que para una madre tiene que ser el doble de duro
y angustioso.
Por eso nunca la llevaría.
Ahora ya es tarde, pero en cualquier caso nunca la llevaría.
Sin embargo a mis hijos
sí, porque me imagino que cuando ellos puedan entender y vivir una experiencia
como esta, yo estaré un poco en “las últimas” en este mundillo o disfrutándolo
de otra manera, ya sea enseñando o transmitiendo lo que he vivido, por lo que
sabiendo de que va el tema, sería otra cosa. Yo de jovencillo y de inexperto
corrí muchos peligros que te hacen pensar que hoy en día estás aquí de
prestado.
¿Qué es lo que nunca dejas atrás cuando vas de
expedición, qué es lo que siempre llevas contigo?
Una bolsita de tela en la
mochila. Siempre. Nunca me ha dejado de acompañar en un compartimento de la
mochila que no se ve, junto con una manta térmica que siempre llevo.
Esa bolsita contiene un
montón de amuletos. La mayoría de religión católica: la virgen del Carmen, la
virgen del Pino (la de mi barrio donde me he criado), la virgen de Candelaria,
un escapulario, una especie de cartulina con dos imágenes y una oración, etc...
Cosas que me han dado
gente importante en mi vida, mi abuela que ya no existe, una tía monja que
tengo, mi propia madre, gente que te ha dado algo en algún momento. En fin,
llevo un equipillo bueno ahí.
Y aunque la verdad es que
soy creyente de una parte de cada una de las religiones, simbólicamente los
llevo por la fuerza que le da a cada uno de esos amuletos el sentimiento de
quien te lo ha dado y como te lo ha dado, pues hace que me ayude muchísimo. Eso
siempre, siempre, siempre me acompaña.
La bolsita se ha ido
enriqueciendo con el tiempo, pero no la abro nunca. Hace años que no se lo que
hay dentro, recuerdo esas cosas. Incluso creo que hay una piedra pequeñita.
También hay un hilo rojo que bendijo un Lama la primera vez que fui a Nepal, un
hilo que nos colgó al cuello y que era para que, precisamente, los Dioses del
Cho-Oyu nos protegieran. Al terminar la expedición lo guardé en esa bolsita, y
ahí debe estar.
¿Cuál ha sido la escalada más difícil de tu vida, y no
estoy hablando de una montaña?
…, la que estoy acabando
justamente ahora.
Hace un año que me separé
y no pensé que fuese tan complicado. Es cierto que pasado el tiempo ha sido
para mejor, y si lo llego a saber lo hubiera hecho antes, pero ha sido un
proceso duro en el que nunca te haces a la idea que vas a estar, y en este caso
tuvo que llegar, después de veinte y tantos años.
Ahora miras para atrás y
te das cuenta de que en el proceso decías que estábamos tirando 20 años a la
mierda. Eso te preguntabas al principio, pero después de pasarlo miras atrás y
te dices que en verdad no has tirado 20 años a la mierda. Quizás habré tirado
los 2 o 3 últimos, el resto no. En ese tiempo nació lo que más quiero en este
mundo, me formé como persona, me decidí a andar por un camino y no por
cualquier otro de tantos que hay y creo que lo que soy ha sido fruto de todo
eso. Entiendo que no he tirado nada a la basura y entiendo que la otra persona
tampoco.
No tenía ningún sentido el
mantener eso el resto de la vida porque hay que saber cuándo se acaba un ciclo.
A veces te empeñas en seguir por comodidad, porque somos animales de costumbres,
por miedos, etc., y al final pasa lo que pasa. Todo eso ha hecho que para mi haya
sido la montaña más difícil a la que me he enfrentado.
De hecho creo que la
montaña me ha ayudado en todo el proceso, porque te hace adquirir mucha calma,
mucha paciencia, esperar a las cosas, etc. A mi me ayudó sin duda a llevar esta
escalada un poquito mejor de lo que la hubiera llevado en otras circunstancias.
Como todo también tiene su
lado bueno.
Eres un privilegiado. Has estado en el año 5.523 y has
vuelto. ¿Cómo se vive en el año 5.523?
Estuve en el año 5515, y
he vuelto en el año 5523.
Eso es una pasada. Es una
sensación que no esperaba vivir y que me la ha regalado la montaña. Si no me
hubiese dedicado a la montaña posiblemente nunca hubiera partido el año con esa
cultura Aimara, esa cultura del altiplano Andino, tan milenaria y que tan poco
valoramos al igual que otras tantas nosotros
los “primermundistas”, entre los que me incluyo,…
…(¿Qué es un primermundista?
Todo aquel que piensa que
por delante de su civilización o su cultura no hay absolutamente nada)…,
Cuando vas y te mezclas
con estas culturas pre-Incaicas, los Aimara, los Quechuas, y ves que llevan
contando los años desde hace 5.523, te choca un poco.
¡Vamos a ver! Si yo que me
creo el de más adelante de la fila estoy en el 2015, ¿cómo es que estos tíos
llevan contando tres mil y pico años más?, es decir, ¡empezaron a contar tres mil
y pico años antes que yo! Esas son cosas que te hacen pensar un poco, bajar la
cabeza y coger un poquito más de esa humildad que nos hace perder nuestra
actualidad, nuestra sociedad y nuestra manera de ver el mundo desde el ombligo.
Estar con ellos,
fusionarte con esas culturas, “allá donde fueres haz lo que vieres”. Me encanta
estar con ellos, comer como ellos, vivir como ellos, en cualquier tipo de
cultura, y en este caso el poder celebrar una salida y una entrada de año de su
calendario solar (los Aimara son los hijos del sol), el poder vivirlo con el
fervor que lo viven ellos, te da una sensación extraña de decir “soy un
privilegiado”, estoy entrando en un año que nunca viviré, que mi cultura, mi
sociedad, mi entorno o mi generación nunca vivirán. Es una especie de viaje al
futuro y regreso al pasado. Es anecdótico, pero me siento privilegiado. Y eso
también me lo ha dado la montaña.
La montaña te da tantas
cosas…, vives tantas situaciones, ilógicas o surrealistas incluso, que ya eso
hace que pocas cosas te sorprendan, como por ejemplo, que hace unos años me viera
en Bolivia, a los dos días de llegar, a 5.300 metros de altitud, sin mi
organismo estar aclimatado, y jugando un partido de fútbol con el presidente de
Bolivia, Evo Morales, y con la selección nacional de fútbol de Bolivia. ¡Y yo fui
para escalar una montaña!
Eso es lo que hace que
esto no sea un deporte. El deporte está reglado. El fútbol…, el fútbol tiene
unas rayas blancas de las que no te puedes salir y unas normas que si incumples
te castigan o te sancionan y ya está. Dura el tiempo que dura y ya está. Cuando
acabas te duchas y te vas a tu casa. Es algo totalmente predecible.
La montaña por suerte no
tiene reglas salvo las que tú te quieras poner y eso hace que se vivan este
tipo de situaciones, así que, como comprenderás, yo no lo puedo encasillar en
la palabra deporte, y menos en deporte de riesgo. Riesgo corremos desde el día
en que nacimos, o desde que salimos a la calle. Estar en esta vida ya de por sí
es un riesgo.
Una sorpresa:
La vida. ¡Una pura caja de
sorpresas!
El darme cuenta de lo
impredecible de la vida. Soy una persona que ha tendido siempre a tenerlo todo
más o menos controlado y dejar pocas cosas al azar. Me he dado cuenta de lo
equivocado que estaba y, además, de que por mucho que lo quieras tener
controlado, la vida te sigue dando sorpresas. Llega un punto en que lo
entiendes, te dejas llevar y lo agradeces.
Para mí una sorpresa es
haberme dado cuenta de lo sorpresiva que es la vida. Y si no, como ejemplo, el
año pasado yo pensaba vivir toda la vida como estaba en aquél momento, y un año
después estoy en una situación completamente distinta, en otro estado civil.
Fíjate que sorpresa.
El verte con una persona
ciega subiendo una montaña es una sorpresa que nunca me hubiera imaginado.
También hay sorpresas negativas, pero la inmensa mayoría son positivas.
Una decepción:
…, …, …, yo mismo. Yo me
he decepcionado a mi mismo. ¿Por qué?, porque con los años, no se si te vas
haciendo viejo o adquiriendo vivencias por ahí fuera muy diferentes a lo
conocido o mamado, y te das cuenta de que siempre he juzgado y encasillado
absolutamente a todo mi entorno, y he sido capaz de achacar a otras personas
algo negativo cuando he sido yo mismo quien ha decidido juzgar y esperar algo
que la otra persona no ha cumplido. Como no ha cumplido mis expectativas o mis
juicios, encima eres capaz de decir que no es buena.
Por eso es por lo que digo
que he sido mi propia decepción.
Soy justamente juez y
parte de esas decepciones. No tengo ningún derecho de juzgar ni de esperar
absolutamente nada de nadie. La decepción es conmigo, sin duda.
Un recuerdo:
Pues una noche del mes de
Julio con Iván Berdeja, el compañero con el que estaba. La noche más dura, más
difícil y más complicada que he pasado en una montaña, dentro de una tienda en
una ladera de hielo en la que cavamos una plataforma pequeñita para montarla, y
en la que se desató un temporal bestial en la montaña más alta de Bolivia: el
Sajama.
Esa noche tan larga, tan
intensa, y tan dura la tengo grabada con muchísimo cariño, precisamente por lo
dura que fue. Al final no nos pasó absolutamente nada. A la mañana calmó el
viento y pudimos subir a la cumbre más alta de ese país, su país. Este hombre
vivió una experiencia muy intensa y muy dura, y este hombre para mí era un
sabio de la vida, un tipo que conocí en las montañas, del que me hice
prácticamente hermano, y uno de los más sabios que me he encontrado en este
planeta. Ese hombre pocos años después, murió
en la montaña guiando a unos clientes italianos. Esa vivencia, a pesar de la
dureza, la recuerdo con mucho cariño, muy marcada: por quien estaba, por cómo
la vivimos, por la soledad de esa montaña, porque era su ilusión, por haberlo
podido compartir con él.
Esa noche es un gran
recuerdo.
Es verdad eso que dicen que el Piolet se puede llevar de
cualquier manera menos como dice en los manuales.
No lo había escuchado,
pero es cierto, ahora que lo dices, que tengo manía por llevarlo de una manera
distinta a como dicen los manuales.
Yo enseño a llevarlo como
dicen los manuales, pero también es cierto que justo a continuación le digo a
todo el mundo cómo lo llevo yo y doy mi razonamiento.
Aunque no lo había
escuchado, tiene que tener algo de cierto.
Verdaderamente que es una
incomodidad llevarlo como dicen los manuales.
¿Como dicen los manuales?.
Con la palma de la mano en
la pala, el dedo índice en el pico, abrazando un poco el piolet en la cruceta y
con la punta siempre de cara a la pendiente, con lo cual si estás subiendo va
de cara a la ladera, y si vas bajando, de cara al vacío.
¿Cómo lo lleva Javi?
Javi lo lleva siempre con
el pico hacia atrás, esté en ladera, en pendiente, en subida o bajada. Es más
cómodo de apoyarte, y además, lo que a mi me da más confianza es que donde
tienes más posibilidades de usarlo es en la bajada. Si vas subiendo y te caes,
te vas de boca y ahí te quedas, es relativamente fácil detenerte. Pero si te
caes bajando y estás de cara al vacío, caes de boca y es cuando es muy fácil
que continúes rodando o patinando, y si llevas el piolet como dicen los manuales, en el momento en que te caes tienes
que hacer un giro para darle la vuelta al pico, y yo, al tenerlo ya girado,
solo tengo que clavarlo como mismo ya lo tienes. Yo lo veo más seguro, pero
como titulado tengo la obligación de enseñarlo como dice la UIAA (Unión Internacional
de Asociaciones de Alpinistas) que es la que marca un poco las tendencias
docentes de esta materia.
¿Existe un afán para coleccionar picos? ¿No es un mundo
para vivirlo simplemente por el pacer de subir?
Yo creo que todo el mundo
empieza así, por disfrutar. Pero como en todo, cuando hay dinero por medio, hay
gente que se acaba pudriendo en este sentido. Cuando entran los patrocinadores,
todo se confunde un poco y llegas a faltar a tus propios principios. Tanto es
así, que hay gente que llega a falsear las cumbres, a no llegar a una cumbre
porque hay niebla o lo que sea y, ¡venga
como hay niebla, buscamos una zona parecida, despejada o una ante cima, y aquí
mismo nos sacamos la foto y decimos que estamos en la cumbre!
Hay quien falsea y engaña
las cumbres. Para mi te estás engañando a ti mismo, y no le veo ningún sentido.
He ido para vivir todo el
camino. Si me falta 100 metros me da igual, el camino que he hecho es el mismo,
el que yo he querido vivir, desde que lo soñé hasta que lo llevé a cabo. ¿Qué
me faltaron 100 metros? Pues que bien. Ya te dije que en mi caso subir a la
cumbre es la excusa para hacer todo el camino. Ahora en el Parinacota, esta
última montaña a la que fui con patrocinadores para llevar al Trota, tuve que
tomar la decisión de que no se subía a la cumbre. No llegaron todos. Y fíjate
si eso influye que yendo con un grupo de amigos quizás no lo hubiera hecho,
pero ya que estaba la prensa por medio, todo el mundo siguiéndonos, y que no arriesgué en seguridad, opté por una
decisión que posiblemente en otro momento no lo hubiera hecho así. En el punto
en que mis compañeros no siguieron más, faltaban como 200 metros de desnivel para
llegar a la cumbre, estábamos más o menos cerca, hice mis cálculos…, a ellos
les podía costar unas dos horas y media, tiempo de oro que no teníamos ya, y
tomé la decisión de dejarlos parados esperando, y yo subir rápido con la
bandera de GC, sacar la foto arriba para cumplir un poco con las expectativas de
los patrocinadores y volver. Cierto que valoré todo y no corrí ni hice que mis
compañeros corrieran ningún riesgo extra. A mí me costó tres cuartos de hora
frente a las dos horas y media de la otra opción. Bajé rápido, y en cuestión de
una hora ya estábamos regresando. Como esto era un trabajo de equipo, lo que
cuenta es que todos trabajamos para conseguirlo aunque al final solo llegara
uno. El objetivo se cumplió, aunque lo ideal hubiera sido llegar con el
Trota.
Y eso que estamos hablando
de pequeños patrocinadores. Cuando hablamos de patrocinios gordos, gente que se
está disputando por países ser por ejemplo la primera mujer en el mundo, o el
primer español, o el primer alemán…, etc., en conseguir los 14 ocho miles del planeta,
suele haber mucho dinero por medio, pesa mucho más y hace que a veces cometas
imprudencias, que te saltes tus principios.
Y después hay otro tipo de
gente, gente que no tiene principios y vienen de otros mundos de competición.
Hay carreras de montaña y corredores que ahora están intentando batir records
de ver quien es el que sube más rápido al Aconcagua, por ejemplo. Están en el
alpinismo por competición y no por el espíritu de aquellos montañeros de antaño
que lo hacían por buscar una ruta determinada o simplemente disfrutar del
ascenso, con mucha humildad. Hay gente que no tiene esos valores, y gente que
los pierde por el camino.
Afortunadamente hay muchas
montañas en este planeta, si quieres te vas a cualquiera de las otras y te
alejas de esas masificaciones que se están dando en algunas: Everest, Aconcagua,
Montblanc, etc.
En tus viajes te gusta hacer fotografías a la gente que
te encuentras. ¿Qué es lo que buscas o qué es lo que te dicen esas fotografías
cuando te las traes?
Me encantan las miradas de
las personas, sobre todo de los niños, esas miradas inocentes que hay en esas
culturas, llenas de vida y, a la vez,
llenas de dureza, porque han nacido en un mundo durísimo. Cuando veo eso
irremediablemente lo comparo con mis hijos. Doy gracias a quien sea, Dios, Buda
o como lo quieras llamar, de que vean la suerte que han tenido de nacer aquí y
no allí. Eso me llama mucho la atención. Esos niños que viven a 4.400 metros de
altitud, que van descalzos a la escuela por caminos de tierra, que pasan muchas
veces puentes tibetanos de barrancos infernales, con una mochililla con sus escasos
libros, o en un carro por un cable, nevando, lloviendo, con calor abrasador,
que andan kilómetros para ir a una escuela hecha de chapas de lata, sin
pupitres, en el suelo, y encima ves la ilusión con la que lo viven. Son miradas
que te dan lecciones.
Y ya no te digo los
mayores. A mi me ha pasado que te abren la puerta de su casa, que no es más que
un habitáculo, uno solo, donde está absolutamente todo, la cocina y el espacio
para dormir, y te hacen pasar, te hacen partícipe de todo lo de ellos. Igual solo
hay 3 manzanas encima de una mesita hecha de piedra. Recuerdo precisamente ese
detalle. Una pareja de gente mayor, pastores tibetanos de Yaks, en una carpa
típica, gente nómada que todavía hay en el planeta y que van moviéndose en
función de los pastos. Estas personas tenían 3 manzanas. Ellos eran dos,
conmigo tres. Y nos comimos una manzana cada uno. Sin entender el idioma te
hacían comprender que eso es lo que había, lo compartíamos, y tan felices.
Mañana ya veremos lo que comeremos, el mañana no existe todavía, es un futuro
lejano para ellos. Cuando ves esas cosas y te pones a planificar a 30 años de
hipoteca, 5 de deuda del coche, etc., a hacer futuros tan inciertos y tan
lejanos, ¡alucinas!. Para esa gente mañana ya es futuro lejano. No se preocupan
de absolutamente nada más, y son capaces en ese preciso momento de hasta ser
felices y disfrutar de lo que tienen, no de lo que le va a faltar mañana. Eso
te da unas curas de humildad bestiales, y te hacen ver lo equivocado que estás
a veces en el planteamiento que te haces de las cosas. Te sorprende esa humildad
y la manera tan realista de ver la vida. Tú tienes que saber que tienes un
amigo y a lo mejor mañana le da un infarto, sin padecer en absoluto, y ya no va
a estar más aquí.
Nosotros nos llenamos la
boca de decir “yo vivo al día”, pero
para nada. Ellos sí que viven al día. Estamos viviendo en una realidad y nos
creamos una seguridad que realmente no existe.
Si Javi fuera una montaña, ¿cuál sería?
Buena pregunta.
…, …, …, …, en momentos
atrás estoy totalmente seguro que te diría que el Roque Nublo. Hoy me apetece
más decirte que el Parinacota.
6.342 metros en los Andes
de Bolivia, apartado de las cordilleras. Normalmente las montañas están en
cordilleras, continuadas unas de otras, pero ésta está totalmente aislada. Hay
varias que lo están, que salen del altiplano. Es una montaña aparentemente
benévola, sencilla, sin grandes peligros objetivos, no tiene glaciares en los
que te puedas caer en sus grietas, zonas que acumulen nieve y que escupan
avalanchas que te puedan matar, aparentemente digo, sencilla, con un cráter
dentro todavía muy caliente.
Pero es una montaña con la
que tengo una historia de amor muy larga, de muchos años, que siempre se me ha
resistido y que a pesar de su apariencia benévola y sencilla me ha hecho
emplearme a fondo, sacar grados de humildad que desconocía, y es una montaña
que me ha exigido muchísimo, muchísimo, muchísimo…, se ha hecho valer, se ha
sacudido cuando se ha tenido que sacudir, que ha permitido que yo suba a gente
allí, pero que yo no llegue a la cumbre, siempre se me ha resistido, y que
ahora, en esta última vez me dio ese regalo, impensable en el modelo de
expedición en el que iba, de poderme estar en una cumbre muy alta, en los Andes,
en una tarde espectacular, totalmente solo.
Y ese regalo de 15
minutitos de poder verla por dentro, de hablar, y mirar enfrente el Sajama
donde había vivido aquella experiencia con Iván, en el invierno andino, fue
algo mágico.
Lo que pasa es que en la
bajada, yo era el hombre más feliz del mundo, y nos dio una sacudida buena,
tanto que me robó un compañero, me lo retuvo en sus entrañas toda una noche y
toda la mañana siguiente y me lo hizo pasar muy mal. Me hizo pensar lo peor,
que se había matado, me hizo emplearme a fondo y llorar mucho, odiar por
momentos la montaña, sacar lo peor de mí en un momento dado. Pero después de
pasado esto me hizo ver que ese regalo que me había dado tenía su precio, que
lo tenía que pagar bien caro, y no era otra cosa que para saborearlo más, para eso
que te decía al principio: yo creo que fue un sacudida para decirme “¡cuidado no pierdas tu norte, ese con el que siempre has venido”.
¿Fue dictatorial contigo igual que tú lo eres con tus
alumnos?
Sin duda, sin duda…., y
tanto.
Por eso es una cura de
humildad bestial que me hacía falta y que me la merecía. Estoy super-agradecido
a esa montaña.
Te iba a decir que es
parte de mí, pero para nada. Yo soy parte de esa montaña ya para toda la vida,
sin duda.
(Si todavía no saben dónde
está la Cordillera Javital, no la busquen en los mapas: la han tenido delante
de sus ojos en las últimas 7.847 palabras).
Llegados a este punto,
después de saborear el ratito que estuvimos en la cumbre de un pico cualquiera
de la Cordillera Javital, y siguiendo con la otra mitad de la expedición, como
bien dice el Maestro, iniciamos el descenso a nuestro valle particular de rutinas,
pero, al menos en mi caso, indiscutiblemente con una mochila más llena, justo
de esas cosas que no te importaría cargar toda la vida, esas cosas importantes
dotadas de fuerte energía e impulso para seguir actuando sin perder el tan
necesario manto de la humildad.
Javi, tú dices que llevas una bolsita con tus recuerdos…, yo me he
dado cuenta de que posiblemente también
lleve otra bolsita conmigo, con todas esas enseñanzas y vivencias compartidas a
lo largo de mi experiencia. Desde hoy aloja una vivencia más, una riqueza más: el
inolvidable viaje al que me has llevado con tus palabras, con tus manos, con
tus ojos…, con tu aprendizaje Vital.
Mientras “bajábamos”, cuando comentábamos
aspectos de la charla me dijiste: “yo necesito compartir mis cosas, mis
experiencias, con alguien y esto es una ocasión perfecta para ello”.
Creo sinceramente que el hacerlo te enriquece
aún más. Y los que tengan el placer de oírlo, te lo agradecerán.
Mi más profundo agradecimiento por ello, amigo.
Cuando vuelvas al Parinacota,
dale un abrazo de mi parte. Llegar es solo la excusa.
JSR-Julio 2015