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lunes, 4 de abril de 2011

Reacciones

Lo que empezaba siendo un almuerzo tranquilo, tardó un segundo en convertirse en un revuelto de sensaciones nada agradable.

Telde, Día veraniego, terraza vistas al mar, decibelios normales de conversaciones de los distintos comensales junto con sonido ambiente propio de zona playera. Nada anormal.

De repente, ¡eh, eh, eh, eh,!, y lo único que consigo ver es un grupo de jóvenes maduritos con actitud amenazante queriéndose enfrentar a alguien que portaba el soporte de un parasol con ademanes de defenderse golpeando a sus oponentes, más otros que en un momento sujetaron a este último para intentar deshacer el tumulto y se lo llevan calmándolo en dirección contraria.

¿La razón del por qué? Solo ellos lo sabrán.

La tensión vuelve a registrar un salto abismal cuando el grupo de jóvenes citados, regresan portando botellas e inician actitud desafiante contra alguien difuso. Difuso porque en su imaginación asociaban a su oponente con  alguien en el interior de la terraza en la que nos encontrábamos.

Nuevamente ¡eh, eh, eh!; ¡que aquí no es!..., ¡es el de al lado!, y el grupo cambia de rumbo hacia otra terraza contigua. Menos de diez segundos y regresan (incluso portaban una señal de tráfico enterita a modo de bate) volviendo a desafiar a grito pelado a ese alguien difuso no identificado. Ya la terraza estaba casi toda en pié a modo de ¿a dónde vas chaval, no te equivoques?. Ante ello, terminaron por dirigirse hacia la otra terraza que quedaba, a la vez que desde la terraza en la que estábamos ya estaban llamando a la policía. Lo último que vi fue una silla lanzada por el grupo desafiante sobre las mesas de esa otra terraza, ocupada por gente que lo único que intentaba era pasar un rato agradable.

 

Mi atención ya se encontraba desviada atraída por la colección de reacciones que empiezaba a ver y percibir:

-          La primera reacción absurda, la ya descrita anteriormente: ¡eh, eh, eh!; ¡que aquí no es!..., ¡es el de al lado! Vamos, que a mí no me mates, mata a otro.

-          La segunda reacción absurda, cuando ante esta petición, los "amenazantes" piden disculpas ¡perdón! ¡perdón! ¡perdón!, pero al instante salen corriendo como energúmenos hacia la otra terraza.

-          Mi hija de 10 años, pidiéndonos a gritos que nos fuéramos, temblando como un flan, porque no entendía por qué las personas hacen eso… (esta posiblemente sea la reacción más lógica), y que muy a duras penas reaccionaba a todos los argumentos que podíamos facilitarle para calmarla y hacerle entender la situación (de supuestos adultos).

-          Gente anónima que hasta ese momento estaban en la playa, se acercan a la avenida y toman posesión de los muros, bancos y huecos existentes, a modo de grada, para presenciar la sesión de tarde. El espectáculo acababa de empezar: oye, ¿qué pasó?. ; no sé, una pelea..; ¡ah! Vale. Y se quedan para ver.

-          Alguien que sale del interior de una terraza para unirse al público diciendo ¿hay sangre?. ¡qué animal! Ya había encontrado un entretenimiento a su aburrida vida. ¡como si no hubiera cosas con las que llenar el tiempo de una forma más sana y provechosa!

-          Un comensal tertuliano de una mesa contigua con síndrome de chulito sabelotodo: ¡esto solo pasa en Telde!. ¡Claro, es que él vive en una burbuja paraíso!.

-          La policía llegó en menos de cinco minutos, pero hubo más de un intransigente que aunó gritos diciendo ¡ahora llegan, a buena hora y con sol! Es curioso, supongo que lo dirán porque ellos en sus respectivos trabajos están siempre dónde y cuándo se les necesita. Es más, seguro que en sus trabajos tienen el don de poder estar en más de un sitio a la vez. ¡qué suerte!.

-          Lo más curioso: cada vez que aparecía por la terraza alguien nuevo, alguno le preguntaba qué había pasado, y todas las versiones dadas eran distintas: que sin un infarto por amenaza, que si se habían ido sin pagar, que si tal, que si cual,…, ¿estaría yo en otro sitio y lo habría soñado?

-          Y la última. Los espectadores de gradas, aguantaron hasta que la policía se fue. Eso sí murmullando ¡bah! No pasó nada… Se les fastidió el espectáculo. Lo que finalmente fue un éxito, porque no llegó a más, parece que no es del agrado de los viandantes. ¡Qué triste!

 

En fin, que para que se monte un circo no son imprescindibles los payasos. Ya encontramos bastantes en nuestro deambular cotidiano, junto con doctores de la nada y catedráticos de la interpretación que crean cruzada sobre todo aquello que vean les puede ayudar a engrandecer su ego o sentirse protagonistas.

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