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miércoles, 28 de septiembre de 2011

Trabajar

Trabajar, trabajar poco, trabajar mucho, ¡no trabajar!, diferentes puntos de vista para un mismo hecho.

De la misma forma que se dice que quien tiene un amigo tiene un tesoro, hoy en día quien tiene un trabajo tiene una mina, que producirá más o menos, pero mina al fin y al cabo.

 

Siempre han existido discusiones en relación con los distintos calificativos que pueden valer para medir el trabajo: su dureza, las distintas formas de hacerlo o afrontarlo, las diferencias en criterios de remuneración, la variopinta interpretación de la dedicación, y como no, la percepción personal de importancia que cada cual tiene sobre el suyo.

Lo normal era que las discrepancias existieran entre distintos "gremios" o grandes niveles de agrupaciones profesionales. Aquello de "médicos, arquitectos, ingenieros y abogados" son los que mejor lo ganan, con lo que todo el mundo quería tener un hijo en dicho gremio. Después estaban los gremios especiales, tipo pilotos, estibadores, etc., con supuesta poca dedicación y mucha rentabilidad. Y alrededor de todos ellos estaban los llamados funcionarios (los del "puesto seguro" de por vida, cosa que nunca entenderé), el más alto rango de los puestos deseados, fuera cual fuere su dedicación.

Pero he aquí que cuando tormentas estrepitosas y de gran calado sacuden toda la vida económica, a todos esos gremios que antes eran vistos de forma global, le salen conspiradores en su propio fuero. Ahora hay reojo entre los propios médicos, entre los propios abogados, y, ¡cómo no!, entre los propios funcionarios. Si antes todos tan contentos porque con serlo era suficiente, ahora ya no basta. Ahora se comparan escalafones, niveles, tiempo de dedicación, horas trabajadas, "beneficios adicionales", etc.

 

En estos últimos días se ha abierto un debate cuasi público sobre la dedicación de los maestros (o profesores, que los hay que se molestan si no se les llama así). Y miren ustedes por donde, ahora se están cuestionando que esos "maestros" tienen muchas vacaciones, que trabajan pocas horas, y lo que es peor, que la calidad de la enseñanza no mejora ni en sueños.

No sé de qué se extrañan. Tiempo atrás se quería que los hijos fueran "maestros", porque "vivían bien", daba igual qué es lo que hiciera. Entonces coincidirán conmigo en que si no se antepone la "profesionalidad" y la "calidad" para el desempeño de cualquier trabajo, unido a una justa medida de recompensa, no nos podemos quejar después del resultado obtenido.

Ahora no es demasiado tarde para corregirlo, simplemente tarde, pero hay que poner remedio. El remedio empieza por la concienciación, algo que a todos nos cuesta pero con lo que debemos comprometernos.

 

He visto médicos malos, que ni te miran a la cara cuando vas a su consulta por necesidad, pero también he visto médicos buenos, vocacionales, que se toman cada caso con la profesionalidad que requiere para dar una solución.

He visto abogados buenos, que intentan hacer su trabajo desde la perspectiva de defender a un tercero (ya no entro si culpable o no), sin elucubraciones o "tejemanejes", y también he visto abogados que se venden por tres duros.

Pero también he visto maestros que disfrutan enseñando (y con los que se aprende sin problemas, solo los lógicos de su materia), y profesores que solo son eso, casi meros lectores de un libro que no transmiten conocimiento sino pena o desidia.

El que un trabajo no me guste no debe implicar que lo haga mal. Pero desgraciadamente, hay muchos que no lo ven así, y siempre está la excusa de echarle la culpa a otro (normalmente el gobierno u otra institución). Ese es el principal cambio a realizar.

 

Las comparaciones son odiosas, dicen. Más que odiosas, creo que son frustrantes.

 

1 comentario:

  1. La de maestro es una de las profesiones más abnegadas que hay, sobre todo ahora con los recortes, los profesores siempre intentan que la destrucción sistemática de la educación pública que se está llevando a cabo en este país no afecte a la educación de los alumnos.

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