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miércoles, 18 de junio de 2014

¡Miguel está contento!

Miguel es un niño de 7 años. Vive con sus padres en un 4º piso de un bloque de viviendas "sociales" (qué ironía,  justo la descripción de lo que no son) abandonadas a la interperie de la desidia.
En su casa no se sabe si podrán comer algo mañana. Hoy escaparán con un apaño que su madre ha hecho con lo que ha podido conseguir de algunas vecinas, y harán lo posible para que algo dure hasta la noche.
Ya se ha acostumbrado a ese malestar, esa tirantez de estómago que según sus padres es producto del "crecimiento" y que se le pasará…, aunque él no sabe cuándo.
Apenas tiene algún juguete. Su mayor distracción es pasarse horas y horas mirando por el ruinoso balcón de su casa lo que pasa en la calle, porque a veces ni fuerzas tiene para bajar las escaleras, pensando que después hay que subirlas. Tiempo atrás ni se lo pensaba.
Mira al mundo desde unos ojos transparentes intentando buscar y encontrar esa cosa que todos dicen que conocen como "crisis", y que es la culpable del mal humor de sus padres en muchas ocasiones, pero que él es incapaz de distinguir en su corta realidad. Si un día la viera "la reviento a patadas", ha dicho en más de una ocasión mientras otea el mundo que pasa invisible ante sus ojos apostado en el balcón como si de un francotirador en plena guerra se tratara.
En su mente inocente las carambolas de los mayores quedan fuera. No sabe de mangoneos, de estafas, de fraudes, de globalización, de etiquetas partidistas, de coyunturas ni de discursos baratos y enrocados. Pero sí sabe de "cambullo", porque para él es lo más natural. Se lo ha oído decir a su padre cuando consigue traer algo de dinero a casa con el que tirar un día o dos. Piensa que eso del "cambullo" debe ser como un trabajo porque para su familia es bueno y les permite tener dinero con el que comprar cosas, aunque sean muy pocas y se acaben antes que pronto.
¡Pero Miguel está contento!
¡Hoy podrá ver el partido de fútbol en casa!
Un acontecimiento histórico que permanecerá en su mente grabado con un nivel de importancia incluso mayor la que tuvo la abolición de la esclavitud o el descubrimiento de la penicilina. Triste. Cierto.

Parece que a su padre se le ha dado bien el cambullo hoy, porque ha llegado hace poco con un televisor y le ha entregado una bandera grande con dos bandas horizontales de color rojo a los lados,  una amarilla en el centro, y con un dibujo un tanto raro en medio.
Miguel corre al balcón con la bandera, la engancha como puede en una esquina y se queda un rato viendo cómo baila con el viento,  y mirando a ratos hacia el mundo exterior de su bunker particular orgulloso de que con esa artillería "¡que intente asomarse ahora la crisis!".
Su padre está hablando, a ratos y distante, con su madre de no se qué "necesidades prioritarias" mientras coloca la tele en el suelo del salón y busca donde enchufarla canturreando un "oeeeh…"  continuado.
¡Miguel! ¡Hoy podemos ver el partido de España! ¡Vamos a darle una lección a esos mamones del contrario!.
¡Qué bueno!, piensa Miguel. ¡Mi padre está contento!. A lo mejor ya encontró a la crisis esa y la pateó bien lejos.

En su mente inocente, las carambolas de los mayores siguen quedando fuera. Su mundo es más simple: "La alegría no quita el hambre".
¿Podrá ver Miguel otro partido de fútbol dentro de un año? ¿Está en su mano el que pueda verlo?
Fin de la cita.

Reflexionando…
Cualquier acto es bueno si ayuda a que un niño no sufra, en cualquiera de sus variantes.
Pero ese acto debe tener coherencia y continuidad. Debe originarse en la lógica pura y en la necesidad de cada uno de nosotros, y no en expectativas de un tercero que ni por lo más mínimo tiene interés en nuestro porvenir, ni en el de nuestros hijos, salvo que de eso dependa su propio provecho.
Estamos hablando de sentimiento mediático incrustado con campañas de patriotismo barato. No confundamos patriotismo con marketing interesado. Y no olvidemos que esos por los que todos parecen que se alegran cuando ganan un partido de fútbol, ya sean jugadores o séquito de todas clases, viven ajenos a nuestros problemas, no les interesa lo más mínimo, y si llegara el caso de que lo supieran, se alejarían de nosotros como si tuviéramos la peste.
La táctica de distracción funciona. Los borreguitos siguen haciéndoles caso a los payasos y bufones de la carpa del fútbol "nacional" y alimentando sus "egos millonarios" aunque sea a costa de privar de un bocadillo decente o de un vaso de leche caliente a un pequeño que no comprende la ingeniería política de conveniencia. Esa misma ingeniería que hace que una entidad privada se beneficie de una imagen pública y de fondos "colaterales" de unas arcas nacionales maltrechas por otros tantos payasos de otro circo vinculado, y sin tener que pagar por ello.
La táctica de distracción funciona.
El fútbol no crea progreso, salvo el de unos cuantos. Es más, es un agujero de despilfarro.
Los valores personales se han ido al traste. Se cambia bienestar de futuro por diversión para ya,  y al precio que sea.
Se decía que la dignidad es lo último que se pierde. Ahora mismo, creo que más de uno perdería su dignidad a favor de ese dichoso fútbol, aunque con ello arrastrara a sus seres (en otro momento) queridos.
Pero ¡no importa!. ¡España juega!.
¿y…?

5 comentarios:

  1. Magnífico relato que expone con crudeza lo que está ocurriendo y que al parecer muchos ignoran a pesar de que en ello les va la vida. Un aplauso, amigo.

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  2. JUan, no conocía tu blog. Estas cosas se dicen bien altas para que tod@s podamos estar pendientes de tus publicaciones. Magnífico post.
    Besitos

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  3. Gracias a ambos por pasar y leerlo.

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  4. Como no podía ser de otra manera, perfectamente escrito y explicado. No estoy conforme con todo lo dicho, pero no dejas de tener mucha razón.
    Siempre da gusto leer lo que escribes. ;)

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    Respuestas
    1. La riqueza del crecimiento está en la confrontación de opiniones, y en la gran virtud que tiene el ser humano de poder razonar y aprender de sus propios errores.
      Por eso siempre estoy abierto a oir opiniones distintas porque no me considero en posesión de la verdad absoluta. Si así fuera, sería muy aburrido.
      Gracias Carlos.

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