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viernes, 26 de septiembre de 2014

Jugar a la Vida

¡Holaaaa ¡
Me llamo Juanito. ¿Y tú?.
Soy un niño algo crecidito, y vivo dentro de un envoltorio que se me está estropeando un poquito con los años, aunque todavía aguantará guerra.
¿Saben?, ¡acabo de venir de un campamento de verano!. Y estoy raro, porque por un lado estoy triste y por otro tengo muchas más ganas de jugar, y jugar…, más y más, y compartir con más niños los juegos que he aprendido. ¡Son divertidos y hacen que te sientas bien, contento!. Bueno, la verdad es que lo que de verdad hacía que te sintieras bien era jugarlos con mis amiguitos del campamento. ¡Echo de menos a mis amiguitos!. Y también a las dos monitoras del campamento. ¡A la vigilante no!.
La vida es divertida, y quiero estar divirtiéndome siempre, por eso, cuando llegué al campamento estaba ansioso. Quería aprender juegos nuevos para poder divertirme más. Recuerdo que  pasé por una puerta que tenía un letrero encima con cinco letras que no entendía lo que significaban, y si las leía de corrido sonaba igual que cuando llevas las zapatillas mojadas, llenas de agua, y pisas en el suelo, je, je., ¡a estos mayores no hay quien les entienda!, fue lo que pensé.
Y empezaron las actividades, una detrás de otra, siempre activos.., y fui conociendo a mis amiguitos, a todos. No había grupos. Había un solo grupo, y eso me gustaba. Me sigue gustando ahora que ya ha acabado.
¿Saben? ¡en un campamento se hacen cosas muy chachis!.
Teníamos dos monitoras, Graciela y Ana. Son distintas. Son buenas.
Nunca nos castigaron y siempre dejaban que les contáramos nuestras preocupaciones. Graciela es muy tranquila, y nos enseñó a relajarnos, ¡contábamos las respiraciones!,  y a convertirnos en anclas. Era simpático. También divertido.
Ana era distinta. ¡Nos traía chuches! ¡y no paraba! Después de un par de días con ella me venía a la cabeza algo que alguien en mi familia me decía desde hace tiempo: ¡leña al mono que es de goma!.
Cada vez que nos tocaba actividades con ella es como si nos invitara a vivir a unos cuantos metros sobre el suelo, pero sin perderlo de vista. Si alguno de nosotros le decía que quería jugar a tirarse por el acantilado ella era de las que decía ¡vamos allá, que yo voy contigo donde sea! Y se ponía en marcha. Todos la seguíamos. Durante el trayecto nos preguntaba cosas, y esas preguntas nos hacían pensar y que nos hiciéramos preguntas entre nosotros. Cuando llegábamos al acantilado ya no queríamos saltar. Ya no era divertido. Lo divertido era precisamente todo lo que habíamos preguntado y respondido por el camino.
A veces una de las monitoras pedía que uno de nosotros se sentara en una silla, y los demás nos poníamos a hacerle preguntas sobre lo que quería ser, hacer o conseguir. Y era bueno.
Una vez hicimos de mudos. Teníamos que ponernos en una fila ordenándonos de menor a mayor según el mes y día de nacimiento de cada uno, pero no podíamos hablar a ninguno de los otros. ¡qué divertido! Hablar no hablamos. Reir sí que nos reímos. ¿Divertirnos? ¡claro que si! Y terminamos perfectamente colocaditos.
Otra vez hicimos un juego de teatro. Unos cuantos nos apartamos y Ana, una de las monitoras, formó grupos que interpretaran varias escenas de teatro. Nos iba llamando a los que estábamos apartados y a cada uno nos asignaba uno de esos grupos, que se ponían enseguida a actuar, y nosotros teníamos que llegar a formar parte de la historia como si fuéramos los salvadores. Cuando Ana me hizo entrar, en el grupo en el que me tenía que poner solo hablaba una de las niñas (se llama Eliana), ¡y no paraba de gritar! ¡incluso a mi! ¿si yo no le había hecho nada? Pero era un juego, así que…, ¡a jugar!.., y eso hicimos.

Y mis amiguitos. ¡Ay mis amiguitos! Tengo 22 amiguitos nuevos. No es que se parezcan mucho a mí, pero todos hemos jugado y son muy buenos. Llegó un momento en que cuando alguno faltaba se le echaba mucho de menos. Faltaba su hueco, y era como si el juego sería distinto si hubieran estado. Y era verdad.
Me gustaría presentárselos, porque ¡son la leche! (¡ay!, espero que ningún adulto se enfade conmigo por usar esa palabra.., pero es que es así). Voy a presentárselos como si estuviéramos en una actividad del campamento, y ellos respondieran así, sin más:.
Imaginemos que el ejercicio que nos ponen dice así: "Tu amigo Pepito viene donde tú estás y te dice que no sabe qué hacer, si jugar al futbol o al parchís, y te pide que le ayudes a averiguarlo. ¿Qué harías?"
-       Mónica: Es que…, ¡Ay, no se! .., igual lo invitaría a comer pipas.
-       Elian: ¿pero sabe jugar a los dos, no?
-       Ana María: Pues yo…, me lo llevaría a la casa…, y pasaría la tarde con él hablándole y preguntándole cosas para que sacara para afuera todo eso que no le deja saber…
-       Eliana: ¡ese muchacho tiene que tener un problema!
-       Yaiza: Es que los niños siempre tienen ganas de jugar, a lo mejor empezando a jugar a uno de los dos juegos el mismo tomaría la decisión.
-       Iban: Y por qué futbol o parchis. ¿No puede ser otro juego?
-       Adolfo: ¡déjamelo un rato que tú verás si juega o no juega!
-       Rosa: Yo es que tengo un problema con el fútbol…
-       Dibla: Tenemos que ser solidarios y posiblemente dar el primer paso nosotros.
-       Naiana: Pues habrá que preguntarle cosas sobre los dos juegos ¿no?
-       Tania: A lo mejor es una excusa para poder jugar a otra cosa.
-       Vanesa: Je, je, habría que averiguar si realmente quiere jugar.
-       Roberto: Desde el punto de vista de que es un niño y de que lo normal es que los niños juegan, yo le diría que cerrara los ojos para que visualizara un momento ambos juegos, … y yo aprovecharía para llevarme el balón.
-       Sara: Si es mi amigo y lo conozco, seguro que sé que es lo que le gusta más, y eso le propondría.
-       Nico: ¡Estamos tontos o que!, un niño nunca va a dudar. ¡Jugaría al fútbol!.
-       José Juan: Seño, es que si pensamos en el abanico de alternativas que… ¿Cuál era la pregunta?
-       Yenny: seguramente miraríamos qué posibilidades tiene de jugar a uno o a otro juego en este momento.
-       Dafne: Yo le diría que recordara momentos en que ha jugado a ambas cosas y que se decida por el juego con los recuerdos más bonitos y agradables.
-       Yalia: Está claro que jugar va a jugar. Habrá que ver si tiene los elementos para hacerlo antes de nada.
-       MariTere: Es que cada juego necesita un grupo de jugadores. Seguramente empezaría por ver cuánta gente hay para jugar.
-       Elsa: para empezar no deberíamos predisponernos si a nosotros nos gusta un juego más que otro, porque al final se trata de que él decida.
-       Desy: ¡vamos a terminar traumatizando al chiquillo! Si no sabe a qué jugar pues le proponemos otra cosa y que deje de rallarse la cabeza.
¡Esos son mis amigos! ¿A que son lindos?
Algunos de ellos tuvieron que irse del campamento antes de tiempo, pero han seguido presentes, como Adolfo, que se pasa el día pintando la cara a las mujeres sin que ellas se enfaden;  o Dibla que se fue a jugar a otra isla, afortunados sus nuevos compañeros de juego; o Yalia, que lleva dentro de ella desde hace muchos años un Lobo que no hace más que molestarla, pero al que ella siempre gana (¡eres mi heroína Yalia!).
Hay cosas que siempre formarán parte de la foto que llevo de cada uno, como la sonrisa eterna de Elsa, el aura que rodea a Ana María, el desparpajo gesticular de Mónica, la pose de galán de Roberto, el punto crítico de Eliana, los cuestionamientos de Elian, el hablar pausado de José Juan, el carisma de Dafne, la esceptitud de Nico, la frescura de MariTere, la cara pillina de Sara (Perla), el lado "salvaje de la vida" que se empeña Desy en mostrar, aunque yo no lo vea por ningún lado, la cara de "buena" de Yenny, el punto de rapero sofocado de Iban, la seriedad aparente de Tania, la personalidad desapercibida de Naiana, los miedos de Rosa, la inquietud de Yaiza, o la fuerza incrédula de Vanessa.
Todos esos tesoros me llevo. Todos esos tesoros guardaré.
Ayer acabó el campamento y nos despedimos. ¿Saben lo mejor? Que no fue un adiós. Que aunque era el fin del campamento, era el comienzo de 24 campamentos nuevos, totalmente enlazados entre sí, porque vamos a seguir jugando.
Cuando ayer salía del campamento volví a pasar por la misma puerta por la que entré el primer día y miré para donde estaba el cartelito con aquellas cinco letras (COACH). Ahora entendía su significado. Es un estilo de entender y proponer la vida, una forma de "Jugar a la Vida", el juego más divertido que jamás se haya inventado y al que a partir de hoy siempre les invitaré a jugar.
Esto no ha hecho más que empezar.

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