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martes, 10 de septiembre de 2013

I + T




Caminaba por el paseo marítimo que va desde Melenara hasta La Garita, uno de mis sitios favoritos para, simplemente, caminar. Era media mañana y una ligera brisa con ciertos tintes marinos amenizaba el trayecto. No era la primera vez que lo hacía, pero, también es cierto que cada vez que lo hago siempre tiene algo distinto.

En uno de los tramos del paseo, después de pasar la zona llamada "Castellanos", muy apreciada por pescadores de caña para apostarse a disfrutar de su pasión, con el faro de Taliarte más atrás,  y bordeando por lo alto una pequeña cala de piedras, el trayecto tiene un casi imperceptible ascenso hacia el lado noreste de la cala para posteriormente seguir su trazado con un giro a la izquierda.

Allí, justo en ese giro, y sobre el borde del paseo hay apostado un banco mirando al mar. A modo de pasarela abierta y directa al infinito horizonte, observando la inmensidad del manto marino que se despliega ante él, invita a todo el que pasa a compartir con él la vista que la naturaleza, con sus caprichos y sabiduría, nos regala en este punto de la costa. Un respiro para el caminante, un regalo para los ojos y un tranquilizante para el alma.

Es un banco creado sobre dos pilastras de hormigón embellecido con piedras, y cuyo asiento, brazos y espaldar están hechos de vigas de madera tratados con alguna pintura protectora (o no) de color verdoso (o al menos antes lo era).

El banco en sí muestra signos de la guerra que la interperie y los aires de marisma vienen librando contra cualquier elemento puesto por el hombre. Esa pintura otrora verde aparece desgarrada y, en algunos casos, mutilada, pero, aún así, le sigue dando cierto aire de elegancia.

Y como si se agarrara con todas sus fuerzas al componente natural de la madera, evitando caer vencido en esa guerra a todas luces perdida, vi una inscripción que no me dejó indiferente:

"Ni toda la vida,

 ni toda el agua del mar

 podrá explicar lo que tú me haces sentir.

27-10-2012 I+T (y un corazoncito)".

 

Y la imaginación, que es muy traicionera, empezó a elucubrar.

¿Qué situación daría lugar a que un pensamiento tan fuerte como ese acabara transcrito a un trozo de madera de ese banco? Supongo que nos imaginamos a alguna pareja (seguro que la mayoría pensaría en jóvenes) sentada en el banco, abrazados, y uno de ellos que, después de declarar su amor a su media naranja, dejó constancia del momento reproduciendo posiblemente parte de su declaración sobre el improvisado pergamino de madera.

Pero, ¿y si no hubiera ocurrido así?, ¿nos llegaríamos a plantear en situaciones como esta cualquier otra variante distinta de aquella que  posiblemente más nos interese o guste?

¿No serían dos ancianos? ¿Serían dos chicos? ¿O dos chicas? ¿Importa la edad? Tendemos a ver las cosas siempre desde nuestros condicionantes, desde nuestro lado del prisma que forma nuestra existencia y viciados por nuestras propias preferencias, sin tener en cuenta que hay más lados que aportan otras perspectivas.

Me permito la licencia de pensar en otra historia:

Alguien, solo, que se sienta en el banco después de haber estado caminando ausente y posiblemente sin ser consciente del trayecto andado ni del tiempo empleado. Que se sienta y deja que el mar en su inmensidad le llene los ojos haciéndole rebosar lágrimas de impotencia. Impotencia por un amor no alcanzado o dado por perdido. Alguien que sufre o llora por no poder hacer cumplir su sueño con aquella persona a la que ama en el anonimato, y que, por las circunstancias que sean, se ahoga en sus penas antes que desafiar al puñetero destino e intentar alcanzar aquello que quiere, simplemente por no buscar la respuesta sino acomodarse con una fabricada de conveniencia con la excusa de no hacer daño al otro, o aquello de "es difícil de entender", "no funcionaría" o "es imposible".

Pues sí, ni toda una vida, ni toda el agua del mar podrá explicar lo que esa persona de la que está enamorada le hace sentir.

La expresión es la misma. Pero depende de nosotros que el significado sea uno u otro, lo que me lleva a pensar que si la vida es una frase, la entonación sería nuestro destino, y decírselo a alguien, lo que le da sentido.

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