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martes, 21 de julio de 2015

Más que "Dance".




Julio 2015. Cita obligada y deseada: La escuela de danza Rubén T presenta su espectáculo de final de curso DANCE.
Este año tiene un aliciente más, y es que puedo hacer fotos durante el espectáculo.

La función empezaba a las 20:30 pero llego con bastante antelación para, simplemente, hacer algo que me encanta: observar los preparativos y los instantes previos al comienzo.
Y fue entonces cuando vi “el otro baile”, el “otro espectáculo”. De igual riqueza que el que conscientemente han estado preparando durante todo el año.

Aunque no lo parezca, en el backstage había otra coreografía, quizás con unas líneas maestras ya dictadas, pero con una ejecución totalmente espontánea y firme.
Un grupo haciendo los últimos ensayos en el escenario, sin música, solo con el acompañamiento de su preparación, parando y reanudando en este o aquel punto sin que ello supusiera una pérdida de la sincronía y de la visión de conjunto. Matices y detalles para hacerlo mejor.
Pequeños grupos en los distintos camerinos ya maquillándose, sin perder el buen humor, con buena camaradería y que, al darse cuenta de que una cámara las estaba apuntando, sonreían o, simplemente, seguían haciéndolo.
Bailarinas ejerciendo de maquilladoras improvisadas, con buen talante y mejor predisposición, que iban perfilando y matizando el estilismo de todas las demás en un perfecto orden. Nada dejado al azar.
Un batallón de pequeñas bailarinas que apenas levantaban un metro del suelo y que entraban con una sonrisa en la cara que iluminaba la ya de por sí iluminada zona de preparación. Todas risueñas, todas deseosas de mostrar ya lo que han estado aprendiendo. Y que, por supuesto, también reclamaban su espacio de convertirse en pequeñas mujercitas con un toque aquí y otro allá de un ligero maquillaje.
Hileras de atrezzo y vestuario que en un perfecto orden iba cobrando vida a medida que envolvían a las distintas bailarinas.
Todo en sí formaba una gran coreografía. Todo en sí formaba parte de ese otro espectáculo, el que no se ve.

A una llamada del “jefe”, todos suben al escenario. Es el momento de repasar instrucciones, y es curioso, porque se hace sin que sean órdenes, simplemente se comenta la evolución, se intercambian opiniones, se matizan algunas cosas, pero siempre en absoluta y respetuosa camaradería.
Estoy a un lado mirando la estampa. Hay una instantánea a contraluz en la que todos están mirando para Rubén mientras él hace los últimos comentarios. Es mágico: dentro de la responsabilidad que supone mostrar un espectáculo ante un público, se respira armonía, se respira seguridad. No hay nervios. Si los había, hace tiempo que fueron vencidos por la Ilusión.



A menos de media hora de comenzar el espectáculo todos se retiran para terminar de prepararse y se hace el vacío en el escenario.
En ese momento me quedo al fondo del escenario, casi en el centro y tengo una visión de toda la sala un tanto peculiar: Está totalmente vacía. 500 butacas completamente vacías y en penumbra que, observadas desde el escenario, imponen. Esas butacas hay que llenarlas de encanto, de deseos, de alegrías, de satisfacción y, cómo no, de magníficos recuerdos, esos que después y siempre nos acompañarán.
El escenario será el manantial de todas esas sensaciones, que deberán salir con mucha fuerza y energía para llegar hasta la más recóndita y resistente butaca, empapándola. No es tarea fácil, pero lo que he visto hasta ahora me da la certeza de que lo conseguirán.

Desde el patio de butacas todavía vacío, el escenario, también vacío, se ve imponente. Dentro de un momento, dará cabida a una infinidad de coreografías, y seguirá siendo imponente, pero lo que verdaderamente importará es lo que pase en su interior. Al fin y al cabo, es solo una caja de juegos.

En los últimos momentos previos a que se abran las puertas, y envuelto por el silencio, hay una figura dando vueltas por el escenario, solo, en penumbras. Repasa lo que ha visto, lo que ha hecho, lo que ha dicho. Repasa también lo que quiere decir. Es una particular coreografía que, sin darse cuenta, está ejecutando para sí mismo, al son de un vals de responsabilidad que suena pero que nadie oye. Al final, hace mutis por el foro…, y se cierra el telón.

Se abren las puertas y un goteo incesante de personas toman posesión de la sala. Si miras sus caras hay expectación. También ilusión. Diría que he visto más nervios en la sala que entre bastidores. Curioso, lo normal hubiera sido al revés.

Las luces se apagan, el telón se abre, sobre un fondo perfectamente iluminado de rojo las primeras bailarinas comienzan a deleitarnos con sus movimientos y el Burlesque nos invita a disfrutar de lo que, como si de una crisálida se tratara, desde este preciso instante está dejando de ser un sueño para convertirse en una realidad. Una nueva realidad. Comenzaba “Dance”.

Particularmente no me defraudó. Al contrario, me dejó más de lo que he estado viendo y viviendo cada año. Una escenografía e iluminación cuidada, una música más que acertada, una coreografía perfecta,  una ejecución impecable…, y un mensaje en cada una.

Eso significa que lo que se siembra con dedicación, crece con fuerza, y nunca se olvida.

Al mirar el espectáculo a través del visor de una cámara fotográfica, te concentras en el espacio que te deja ver, y lo limitas aún más a lo que realmente quieres ver. Eso te permite fijar la atención en algo muy concreto y seleccionar lo que quieres mostrar.
En mi caso particular, eso hizo que me fijara en las caras de l@s bailarines.
Desde los más pequeños que bailaban como un juego profesional, hasta los más grandes con su evolución más precisa, todos mostraban satisfacción, alegría. ¡se estaban divirtiendo! Y eso se contagia. Ese es el verdadero manantial que con un caudal inagotable de diversión salió del escenario y bañó sin remedio a todos los presentes.

Cuando el baile se hace con profesionalidad, con dedicación, comprometiéndote con lo que estás haciendo y queriendo transmitir el mensaje de lo que música y movimiento (o solo movimiento) significa, para que, sin palabras, se entienda, adquiere rango de Arte.
Y cuando ese Arte consigues hacerlo como una diversión, haciendo partícipe de ella a quien lo está viendo, se consigue algo maravilloso: traspasar la barrera sensorial de cada uno y sentirte invitado a que participes en ese arte.

Todas las coreografías que inundaron la sala estaban llenas de disciplina, de Arte, de complicidad con el público. Burlesque, clásico, contemporáneo, Hip-hop, …, nombres distintos para un mismo resultado: Satisfacción.

Al final el teatro se quedó vacío y a oscuras. Pero no en balde.
500 personas se llevaron otras tantas experiencias emotivas y sensoriales con una sonrisa en la boca y el recuerdo de hora y media en la que solo importaba lo que pasaba en aquel ya no tan imponente escenario.

Estas cosas son las que hacen que, dentro de poco o mucho tiempo, cuando esas 500 personas vean alguna imagen del espectáculo, vean en casa a su hija o hijo bailar, pasen por delante del teatro, o, simplemente, oigan la palabra “baile”, hora y media de preciosos recuerdos y diversión retornarán en pocos segundos a sus mentes y volverán a aflorar los mismos sentimientos que entonces vivieron, porque nunca les habrán abandonado.

¿Acaso eso no es también un espectáculo?.





JSR- Julio/2015

4 comentarios:

  1. Debió ser maravilloso según tan bien relatas. Gracias por compartir esta experiencia. :)

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    1. Afortunadamente siempre ha sido así Javier. Gracias a ti por pasar y leerlo.

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  2. He tenido la suerte de vivir esa magnífica experiencia que relatas, Juan, a lo largo de años de colaborar con el Ateneo Municipal de Santa Lucía.
    Pero más aún cuando era mi hija la que se encontraba entre las bailarinas.
    Has hecho un excelente retrato de las emociones de esos momentos, tanto en texto como en fotos.
    Gracias por compartirlo.

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    1. Gracias Manolo. Sé de lo que hablas. Un trocito mío también estaba ahí.

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