Julio 2015. Cita obligada y deseada: La escuela de danza Rubén T presenta su espectáculo de final de curso DANCE.
Este año tiene un aliciente más, y es que
puedo hacer fotos durante el espectáculo.
La función empezaba a las 20:30 pero llego
con bastante antelación para, simplemente, hacer algo que me encanta: observar
los preparativos y los instantes previos al comienzo.
Y fue entonces cuando vi “el otro baile”, el
“otro espectáculo”. De igual riqueza que el que conscientemente han estado
preparando durante todo el año.
Aunque no lo parezca, en el backstage había
otra coreografía, quizás con unas líneas maestras ya dictadas, pero con una
ejecución totalmente espontánea y firme.
Un grupo haciendo los últimos ensayos en el
escenario, sin música, solo con el acompañamiento de su preparación, parando y
reanudando en este o aquel punto sin que ello supusiera una pérdida de la sincronía
y de la visión de conjunto. Matices y detalles para hacerlo mejor.
Pequeños grupos en los distintos camerinos ya
maquillándose, sin perder el buen humor, con buena camaradería y que, al darse
cuenta de que una cámara las estaba apuntando, sonreían o, simplemente, seguían
haciéndolo.
Bailarinas ejerciendo de maquilladoras
improvisadas, con buen talante y mejor predisposición, que iban perfilando y
matizando el estilismo de todas las demás en un perfecto orden. Nada dejado al
azar.
Un batallón de pequeñas bailarinas que apenas
levantaban un metro del suelo y que entraban con una sonrisa en la cara que
iluminaba la ya de por sí iluminada zona de preparación. Todas risueñas, todas
deseosas de mostrar ya lo que han estado aprendiendo. Y que, por supuesto,
también reclamaban su espacio de convertirse en pequeñas mujercitas con un
toque aquí y otro allá de un ligero maquillaje.
Hileras de atrezzo y vestuario que en un
perfecto orden iba cobrando vida a medida que envolvían a las distintas
bailarinas.
Todo en sí formaba una gran coreografía. Todo
en sí formaba parte de ese otro espectáculo, el que no se ve.
A una llamada del “jefe”, todos suben al
escenario. Es el momento de repasar instrucciones, y es curioso, porque se hace
sin que sean órdenes, simplemente se comenta la evolución, se intercambian
opiniones, se matizan algunas cosas, pero siempre en absoluta y respetuosa
camaradería.
Estoy a un lado mirando la estampa. Hay una
instantánea a contraluz en la que todos están mirando para Rubén mientras él
hace los últimos comentarios. Es mágico: dentro de la responsabilidad que
supone mostrar un espectáculo ante un público, se respira armonía, se respira
seguridad. No hay nervios. Si los había, hace tiempo que fueron vencidos por la
Ilusión.
A menos de media hora de comenzar el
espectáculo todos se retiran para terminar de prepararse y se hace el vacío en
el escenario.
En ese momento me quedo al fondo del
escenario, casi en el centro y tengo una visión de toda la sala un tanto
peculiar: Está totalmente vacía. 500 butacas completamente vacías y en penumbra
que, observadas desde el escenario, imponen. Esas butacas hay que llenarlas de
encanto, de deseos, de alegrías, de satisfacción y, cómo no, de magníficos recuerdos,
esos que después y siempre nos acompañarán.
El escenario será el manantial de todas esas
sensaciones, que deberán salir con mucha fuerza y energía para llegar hasta la
más recóndita y resistente butaca, empapándola. No es tarea fácil, pero lo que
he visto hasta ahora me da la certeza de que lo conseguirán.
Desde el patio de butacas todavía vacío, el
escenario, también vacío, se ve imponente. Dentro de un momento, dará cabida a
una infinidad de coreografías, y seguirá siendo imponente, pero lo que
verdaderamente importará es lo que pase en su interior. Al fin y al cabo, es
solo una caja de juegos.
En los últimos momentos previos a que se
abran las puertas, y envuelto por el silencio, hay una figura dando vueltas por
el escenario, solo, en penumbras. Repasa lo que ha visto, lo que ha hecho, lo
que ha dicho. Repasa también lo que quiere decir. Es una particular coreografía
que, sin darse cuenta, está ejecutando para sí mismo, al son de un vals de
responsabilidad que suena pero que nadie oye. Al final, hace mutis por el foro…,
y se cierra el telón.
Se abren las puertas y un goteo incesante de
personas toman posesión de la sala. Si miras sus caras hay expectación. También
ilusión. Diría que he visto más nervios en la sala que entre bastidores.
Curioso, lo normal hubiera sido al revés.
Las luces se apagan, el telón se abre, sobre
un fondo perfectamente iluminado de rojo las primeras bailarinas comienzan a
deleitarnos con sus movimientos y el Burlesque nos invita a disfrutar de lo
que, como si de una crisálida se tratara, desde este preciso instante está
dejando de ser un sueño para convertirse en una realidad. Una nueva realidad. Comenzaba
“Dance”.
Particularmente no me defraudó. Al contrario,
me dejó más de lo que he estado viendo y viviendo cada año. Una escenografía e
iluminación cuidada, una música más que acertada, una coreografía
perfecta, una ejecución impecable…, y un
mensaje en cada una.
Eso significa que lo que se siembra con
dedicación, crece con fuerza, y nunca se olvida.
Al mirar el espectáculo a través del visor de
una cámara fotográfica, te concentras en el espacio que te deja ver, y lo
limitas aún más a lo que realmente quieres ver. Eso te permite fijar la
atención en algo muy concreto y seleccionar lo que quieres mostrar.
En mi caso particular, eso hizo que me fijara
en las caras de l@s bailarines.
Desde los más pequeños que bailaban como un
juego profesional, hasta los más grandes con su evolución más precisa, todos
mostraban satisfacción, alegría. ¡se estaban divirtiendo! Y eso se contagia.
Ese es el verdadero manantial que con un caudal inagotable de diversión salió
del escenario y bañó sin remedio a todos los presentes.
Cuando el baile se hace con profesionalidad,
con dedicación, comprometiéndote con lo que estás haciendo y queriendo
transmitir el mensaje de lo que música y movimiento (o solo movimiento) significa,
para que, sin palabras, se entienda, adquiere rango de Arte.
Y cuando ese Arte consigues hacerlo como una
diversión, haciendo partícipe de ella a quien lo está viendo, se consigue algo maravilloso:
traspasar la barrera sensorial de cada uno y sentirte invitado a que participes
en ese arte.
Todas las coreografías que inundaron la sala
estaban llenas de disciplina, de Arte, de complicidad con el público.
Burlesque, clásico, contemporáneo, Hip-hop, …, nombres distintos para un mismo
resultado: Satisfacción.
Al final el teatro se quedó vacío y a
oscuras. Pero no en balde.
500 personas se llevaron otras tantas
experiencias emotivas y sensoriales con una sonrisa en la boca y el recuerdo de
hora y media en la que solo importaba lo que pasaba en aquel ya no tan
imponente escenario.
Estas cosas son las que hacen que, dentro de
poco o mucho tiempo, cuando esas 500 personas vean alguna imagen del
espectáculo, vean en casa a su hija o hijo bailar, pasen por delante del
teatro, o, simplemente, oigan la palabra “baile”, hora y media de preciosos
recuerdos y diversión retornarán en pocos segundos a sus mentes y volverán a
aflorar los mismos sentimientos que entonces vivieron, porque nunca les habrán abandonado.
¿Acaso eso no es también un espectáculo?.
JSR- Julio/2015
Debió ser maravilloso según tan bien relatas. Gracias por compartir esta experiencia. :)
ResponderEliminarAfortunadamente siempre ha sido así Javier. Gracias a ti por pasar y leerlo.
EliminarHe tenido la suerte de vivir esa magnífica experiencia que relatas, Juan, a lo largo de años de colaborar con el Ateneo Municipal de Santa Lucía.
ResponderEliminarPero más aún cuando era mi hija la que se encontraba entre las bailarinas.
Has hecho un excelente retrato de las emociones de esos momentos, tanto en texto como en fotos.
Gracias por compartirlo.
Gracias Manolo. Sé de lo que hablas. Un trocito mío también estaba ahí.
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