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viernes, 10 de julio de 2015

SENSACIONES - Capítulo III: Cautivo


CAUTIVO


La dureza del sol a esta hora lo compensa una brisa que no opone resistencia a mi avance, resbala por mi cara y esquiva mi casco mientras asciendo a golpe de pedal las últimas rampas antes de llegar al cruce de Temisas. Llegado arriba, un ligero cambio de piñón, un sorbo de agua del bidón y prosigo la marcha intentando no reducir la cadencia de pedaleo hasta el casco de Agüimes, giro a la izquierda con un pequeño tramo de descenso para enfilar posteriormente el ascenso hacia Ingenio, con curvas y medias rampas, a un ritmo constante mientras suena en el auricular una selección de música cardio.

Absorto en la carretera y en el sonido de fondo de la música pronto estoy dejando atrás el enclave de Cuatro Puertas, giro a la izquierda en la intersección con la carretera de El Goro, descenso rápido hasta el vértice del barranco de Silva, y un nuevo ascenso, esta vez casi impulsado, hasta alcanzar la parte alta y empezar a recorrer los tramos de rectas y curvas que finalmente me dejan entrando a Telde por Lomo Cementerio y La Barranquera. Una pequeña frenada en la rotonda de Las Lavanderas para dejar paso a los coches que circulan por ella, un cambio forzado de piñón, y me dirijo ya libremente por la circunvalación que bordea Telde en su lado este, en todo su recorrido, hasta el centro del barrio de San Juan, giro de 360 grados en la rotonda de El Cubillo y deshago unos 300 metros para, cuando llego a la altura del parque urbano de San Juan, desviarme y tomar un último trecho. Aflojo el ritmo al doblar la rotonda de El Pebetero y poco después llego a la parte alta del parque, justo a la altura de la entrada de los garajes del edificio Torres Florido. Llego a casa. Fin de la salida.

40 minutos después estoy asomado al ventanal de mi salón, observando las vistas que tengo del parque de San Juan, justo delante, y de la costa allá a lo lejos, todo lo recuperado que se puede estar después de no haber dormido mucho y de haberse castigado en horas cercanas al mediodía con una salida en bici. En cualquier caso, me ha sentado de maravilla. Estoy completamente despejado y ávido de hacer cosas. Me voy dentro de 3 días y tengo por primera vez la extraña sensación de que voy a dejar mucho atrás.

Después de comer, un repaso al correo, Facebook y a algunas páginas que sigo, especialmente de noticias. Vuelvo a repasar la lista de las cosas que me tengo que llevar para nuevamente comprobar que todo está controlado. Chequeo la maleta que ya está casi preparada en una de las habitaciones y, con la satisfacción de saber que no hay nada crítico pendiente, me propongo a ver alguna película de las que pongan en la televisión, posiblemente con la excusa de dar alguna cabezadita entre medias.

Casi dos horas y algunas cabezadas después, ya no le estoy prestando atención a la televisión. Tengo el móvil en la mano y estoy embelesado, más bien hipnotizado, viendo la última foto hecha con Isa anoche. Estaba preciosa, radiante, y sus ojos completamente cautivadores.

Voy al último mensaje de Whatsapp enviado esta madrugada, y en la parte superior leo: “ultima vez hoy, a las 17:32”. Bien, parece que ya está activa.

Una sensación de alegría me inunda. Y sin pensarlo dos veces, le escribo:

  • Hola. ¿Cómo estás? ¿has descansado?

“..escribiendo… en línea… escribiendo”,  y poco después

  • Holaaa!.. Sip, algo. Tu hs dscansdo?
  • Si, algo. ¿Te apetece paseo+helado/chuches+peli?
  • …pseo no se xq mñna tbjo, pero peli-hdo a lo mjr si.
  • ¡Odio el Whatsapp!, ¿te puedo llamar?
  • “2 emoticonos de guiño”.

La llamo y dos tonos después, su voz suena al otro lado.

  • ¡Hola!. ¿qué te pasa con el whatsapp?
  • Que no se por qué se comen las letras cuando escriben. Cuando hablamos eso no se hace.
  • Ja, ja, ja,  ¡qué fino oye!
  • No se trata de finuras, sino de que tienes que estar descifrando, y es frio.
  • Y entonces por qué lo usas.
  • Yo no me como las palabras. Y lo uso porque para quedar o para contactar con gente a la vez que esté en varios sitios puede ser útil y es rápido. Pero no considero que deba ser un sustitutivo de la charla en sí. Si no nos convertiremos en individuos asociales y solitarios. Eso no me gusta.
  • Vale, vale… - su voz hace ademán de tranquilizadora.
  • Entonces, ¿te apetece ir a ver una peli y tomar un helado o viceversa?
  • Hombre, ver un helado y comerme una peli no me apetece, pero lo contrario seguramente que sí. – y se queda esperando.
  • ¡Ñosssss! ¡Toma ya! ..., sin tregua ¡eh!….- se que se está riendo al otro lado -, estooo, a ver, ¿te-apetece-ir-a-tomarnos-un-helado-y-después-ver-una-película-en-el-cine, o bien ver-una-película-en-el-cine-y-después-tomarnos-un-helado? – lo he dicho pausadamente, subiendo la entonación a modo “aclaratorio” y enfatizando la interrogación al final. Me quedo esperando.
  • ¡Vaaale! – fue su respuesta con tono más que jovial.
  • Bien. ¿Te recojo sobre las seis?
  • Bien. Hasta luego…
  • Hasta ahora.

Llego casi a las 6 en punto,  y aparco en un hueco que hay 2 coches por detrás de su portal. La llamo y me dice que baja enseguida.

Unos minutos después sale por el portal. Hermosa, alegre, con vestimenta muy juvenil: pantalones negros ajustados y a media cadera, con una blusa también de color negro que imagino es de manga corta porque va cubierta con una chaqueta corta  de color azul claro con las mangas del revés, un cinturón estrecho del mismo color de la chaqueta que le marca perfectamente la cadera y unos zapatos de tacón corrido también azules. Maquillada lo justo, pero con esa línea de rímel que resalta aún más si cabe sus hermosos ojos, melena suelta y en la mano lleva el móvil y una cartera pequeña. Saluda a alguien que hay en una ventana superior, y muy ágilmente baja de la acera y se sube al coche.

  • Hola – le digo
  • Hola
  • Ya lo eres, pero…,  estás muuuy guapa.
  • ¡Ay, muchas gracias! – dice con una sonrisa y girando su cabeza a modo de airear escandalosamente su melena.
  • Vamos allá. – pongo en marcha el coche y salgo del hueco en el que estoy aparcado.
  • Ya tengo para rato, me dice, mirando para atrás.
  • ¿Qué pasa? – y aflojo la marcha del coche.
  • Mi vecina. Mañana seré comidilla – “A Isabelita la vinieron ayer a buscar…” – dice haciendo una imitación como de una cotilla quisquillosa.
  • Paro el coche y le pregunto mientras miro por el retrovisor – ¿quién es, la que está asomada a la ventana?
  • Esa misma. – me dice, y como ve que empiezo a dar marcha atrás – pero ¿qué haces?
  • Tú verás.

Paro el coche justo delante de la ventana, me asomo por la ventanilla del coche y sacando la mano saludo a la persona que está asomada a la vez que, con el suficiente tono para que pueda oírme, le digo: “¡Hasta luego!”. Me rio, y continuo de nuevo la marcha.

  • ¿Pero tú estás loco? – mientras me golpea en el hombreo - Mañana me van a crucificar a preguntas.
  • Bueno, si van a hablar, que hablen con propiedad – y reímos, a la vez que avanzamos y perdemos de vista su calle para tomar la rotonda en dirección Las Palmas.

Decidimos ir al centro comercial Las Terrazas, ya que es el que está más cerca. Cuando llegamos subimos primero a la planta donde está el cine para ver las películas que hay en cartelera y comprar ya las entradas. Habíamos coincidido en ver una que fuera divertida, cómica. Pero al llegar, nuestras caras se quedan indiferentes. Aparentemente no hay ninguna que nos llame la atención, y después de darle unas cuantas vueltas, le propongo cambiar de planes

  • ¿Vamos al karting, nos echamos una carrerita y después nos tomamos el helado?
  • Aja…, con que tienes ganas de pelea ¿eh? Venga, se dijo. Vamos, que vas a estar todo el rato comiendo rueda -  y se ríe...
  • ¿estás muy segura eh?
  • No lo sabes bien, venga vamos, vamos… - y se adelanta dándose la vuelta y desafiándome a que la siga.

Pues sí, estuve todo el rato comiendo rueda. Y no lo hice a posta, aunque tampoco es que hiciera demasiado por pasarla. Me gustaba verla evolucionando por la pista, haciéndome frenadas de vez en cuando para que yo tuviera que aflojar, y acelerando bruscamente para intentar perderme de vista.

Por supuesto que cuando terminamos, tuve que aguantar estoicamente toda clase de comentarios y afirmaciones de una “ganadora”. En cualquier caso fue divertido.

Nos pedimos unos vasitos de helado, y nos los fuimos tomando mientras dábamos un paseo caminando por el pasillo circular del centro. Fue un paseo más que agradable, comentarios divertidos, intercambio de opiniones sobre este o aquel tema que cada uno fuera sacando, alguna pregunta sobre gustos, aficiones, pero al final, mucha complicidad.

Las nueve de la noche estaban bastante pasadas cuando llegamos nuevamente a su portal. Nos despedimos…

  • Pues nada, ¡mañana a trabajar! – su voz suena a resignación
  • Sí, pero tranquilo, que pronto llegará el viernes.
  • Sí, a unos cuantos miles de kilómetros de aquí, y no tengo tan claro que vaya a tener fin-de-semana como tal.
  • ¡Ay! Es verdad, que te vas el jueves ¿no?
  • Si.
  • Bueno, estarás conociendo algo nuevo, que dentro de lo malo, puede ser un aliciente.
  • Si, si,…, hay que buscarle algún lado bueno que si no…, ¿puedo verte mañana?
  • Uy…, se está repitiendo usted, señor.
  • Mientras sea para eso me convertiría en un disco rayado…. ¿qué me dices?
  • Estaría bien. Nos llamamos ¿vale?
  • Aggg…. Eso suena a “anda ya pesao”.
  • Que no, que no. ¡vale, te llamo yo!
  • Perfecto. Esperaré ansiosamente tu llamada. – y después de un pensamiento de un segundo – ¡Aunque igual para fastidiarme me llamas un minuto antes de que acabe el día!
  • ¡Qué malo!, - y se ríe.- ¿tan mala impresión tienes de mi?
  • En absoluto. Tengo una gran impresión de ti. ¡Pero a los hechos me remito!
  • Ya verás que no soy tan mala.
  • Me alegro que así sea.
  • Buenas noches.
  • Buenas noches, que descanses, y, no te olvides, hasta mañana.
  • Si, si…, hasta mañana.

Se baja del coche, lo bordea, me hace un gesto con la mano y entra en el portal. Con su imagen todavía pululando por mis neuronas, inicio el regreso a casa.


¡Un sobresalto me despierta!, ¡el teléfono está sonando! Instintivamente, como si fuera a prevenir una emergencia, lanzo la mano a la mesa de noche, cojo el teléfono, lo activo y sin mirar quien llama respondo:

  • ¡Si!
  • Hola. – es la voz de Isa, y suena tranquila -.
  • ¿Isa?, ¿qué te pasa? – miro la pantalla del móvil, son las 00:05 y una lucecita con forma de diablilla se me enciende en mi cabeza.
  • No. Nada. Que te llamo ahora y así no tienes que esperar mi llamada durante todo el día – se que está sonriendo y aguantando por no soltar una carcajada.
  • ¡Qué gamberra eres! – ahora sí que ríe a carcajadas, y no puedo contagiarme -. ¡Qué fuerte!, o no te has acostado, o te has programado para despertarte a esta hora solo con el fin de llamarme, o mejor dicho, despertarme. ¡Mira que hay gente retorcida!
  • Ja, ja…, ¡pero si lo hacía para que no esperaras!
  • Si, si…, y yo voy y me lo creo.
  • Pues nada…, que buenas noches.
  • Buenas noches – le digo -. Te llamaré – y un “hasta luego” de niña mala suena mientras cuelga.

Suelto el teléfono en la mesa de noche, me tumbo en la cama nuevamente con una sonrisa dibujada en la cara. Y con su imagen viva en la oscuridad de la habitación me abandono a dormir.


Dado que tenía todo organizado para el viaje, los días que han pasado los he dedicado a ultimar temas del despacho con mis colaboradores para el tiempo que voy a estar fuera, y a trabajar con Jose y Nico en temas relacionados con nuestro centro, ya que en bastante tiempo no les voy a ver ni ayudar directamente.

He estado viéndome con Isa todos los días. Unas veces la he sorprendido a la salida de su trabajo. Otras hemos quedado en algún sitio, ayer incluso se unieron Jose y Carol, lo cual me alegró mucho por él. Han sido momentos muy agradables, para mí inolvidables, de esos que crees que estás soñando por haber surgido de una forma tan inesperada.

¡Y ya estamos a miércoles!

Estamos sentados en la terraza del Restaurante Venecia, en la playa de Melenara. Nico y Jose se han empeñado en que tuviéramos una cena de “despedida momentánea” como Nico la llama, con Paula, Carol, y, cómo no, Isa.

Hemos dado buena cuenta de la comida, y ahora estamos en la sobremesa, amenizada por los postres y con las ocurrencias de Nico, especialmente inspirado hoy, y creo saber por qué. No estoy precisamente hablador, tengo una sensación de desaliento encima que no me ha abandonado toda la noche. De hecho ya desde la mañana amenazaba con apoderarse de mi energía, pero de momento no he sucumbido. He disfrutado enormemente de la compañía, y el tiempo pasa sin tener noción del mismo, lo cual es buen signo.

Terminamos los postres  y aparece el camarero con seis copas y una botella de champán. Miro a Nico y me guiña un ojo. Sonreímos los dos. Todos se arremolinan al averiguar la intención de Nico.

  • Bueno – dice Nico que rápidamente coge la botella y con maestría está descorchándola mientras se pone de pie – mañana el amigo Pablo aquí presente, inicia un viajecito durante un par de meses, lo cual significa que no lo vamos a tener pegado a nuestro cogote un buen tiempo, ¡eh Jose! – y Jose asiente y sonríe - , diciéndonos que hay que hacer esto o aquello, recordándonos tareas en curso, proponiendo cosas nuevas y haciendo que nos volquemos en ellas, etcétera, etcétera. – El tapón salta a su mano, y comienza a servir las copas – Pero, posiblemente por eso y por lo buena persona que es, aunque a veces aburrido, lo vamos a echar mucho de menos – y levantando su copa – Pablito, Pablete, vuelve pronto que ya te estamos esperando, y mientras estés fuera, acuérdate de nosotros. ¡A por ellos! – y todos los demás secundan su brindis con otro “a por ellos” más escandaloso.

Nico apura su trago, deja la copa en la mesa y bordea la mesa hasta donde estoy para darme un abrazo, que agradezco hasta en las entrañas. Jose lo secunda y detrás de él un abrazo y dos besos de Paula, Carol e Isa, que al oído me susurra un “animo” mientras me pasa su mano por la espalda a modo de masaje tranquilizador.

Nos volvemos a sentar a la mesa, Isa vuelve a coger su copa y, sin decir nada hace un gesto de querer brindar conmigo. Chocamos nuestras copas y bebo un sorbo sin pestañear para no perder detalle de sus ojos, esos que no dejo de mirar y que me funden el corazón.

Tanto Nico como Jose provocan que la velada acabe relativamente pronto con la excusa de que mañana tengo que levantarme muy temprano porque el vuelo sale a las 7:00. Nos dirigimos hacia donde tenemos aparcados los coches y se apresuran a despedirse hasta mañana, ya que insisten en ir al aeropuerto. Isa y yo entramos a mi coche mientras Nico hace lo propio con Paula y Jose con Carol, en los suyos. Un saludo de manos ya desde dentro, motor en marcha y arrancamos.

  • Has estado muy callado – me dice.
  • Si, reconozco que es verdad. No he sido una compañía muy “habladora” esta noche.
  • ¿Hay algo que te preocupa?
  • No nada en particular – Isa se queda mirándome como esperando más -Más que preocuparme, me tiene un tanto descolocado, desconcertado.
  • ¿Qué es lo que te desconcierta?
  • Que es la primera vez que me da rabia tener que irme. Hasta ahora siempre he afrontado los proyectos con mucha energía y sabiendo lo que tenía por delante. Eran proyectos que quería hacer y lo hacía sin más. Ahora sigo teniendo ganas y empeño en comenzarlo y acabarlo, pero es como si lo afrontara mirando hacia atrás, con nostalgia, y sé por qué.
  • ¿Por qué?
  • Por ti – sentencio mientras la miro, y veo que sus ojos me miran con cierta sorpresa.
  • ¿por mí?
  • Por ti, si, por ti. Mira Isa, llámame iluso, pero estos últimos cuatro días para mí han sido de oro. Sin quererlo he conocido a alguien, a ti, que ni en sueños me imaginaba podría conocer. Me alegras la vida, disfruto simplemente con verte, haces que mi vida tenga más energía, más sentido si cabe. ¡Y ahora me tengo que ir! ¿por qué no te pude conocer antes?
  • Pero no te vas a ir al fin del mundo. Seguiremos en contacto, hablaremos.
  • ¿Sabes cuando a un niño le das un caramelo, le dejas que lo tenga en la boca un rato y después se lo quitas y le dices: bueno mañana te lo doy otra vez? Pues algo así me siento. No sé si es desesperación, no sé si es ansiedad, solo sé que no es justo. ¡Me gustas Isa!, ¡Me gustas un montón!, estoy perdido por tus ojos, por tu forma de ser. Hasta yo mismo me estoy asombrando.
  • Tú también me gustas Pablo, y como te dije seguiremos en contacto. Hablaremos y me contarás cosas, yo te contaré cosas, como hemos hecho hasta ahora.
  • Si, pero no te tendré cerca. Y tengo miedo. Miedo de perderte ¡con lo que me ha costado encontrarte!
  • No exageres.
  • No exagero, es lo que siento, y sería un canalla si no lo reconociera.
  • No eres un canalla, jamás pensaría eso. Además, no me voy a ir a ningún lado, seguiré por aquí. Será un paréntesis nada más. Y cuando vuelvas, pues haremos todo lo que no hemos podido hacer. – ya he llegado a su casa.
  • Se me antoja un castigo.
  • ¡Que no!, seguro. – Nos miramos - Buenas noches – suena como casi un susurro, muy tranquilizador -, nos vemos mañana.
  • Vale. Hasta mañana.
  • Oye no quiero que te vayas así, no hay razón, ¿vale?
  • Tranquila, supongo que se pasará.

Se me acerca y me da un beso en la mejilla para inmediatamente bajarse del coche, y al cruzar por delante, iluminada por las luces, agita su mano derecha a modo de saludo mientras me dedica una gran sonrisa. Poco después desaparece por el portal.

Creo que fue resignación lo que me acompañó hasta que bastante tiempo después intenté dormir algo.


6:15 de la mañana. Acabo de facturar mi equipaje y el vuelo inicia el embarque a las 6:40 según me informa el operario del mostrador de facturación. Al girarme veo algo más allá a Paula y Nico que se acercan y saludan con la mano. Recojo mi equipaje de mano y me dirijo hacia ellos. En ese momento veo llegando algo más atrás a Jose, Carol e Isa. No puedo resistir el quedarme mirándola. En eso noto un golpe en el hombro que me hace conectar de nuevo con el presente.

  • ¿Qué, nervioso? – me pregunta Nico.
  • No, no. Lo justo.
  • Entonces, ¿preocupado?
  • Psss, igual si.
  • Tranquilo, que el tiempo pasa rápido.

Los demás llegan a mi altura y los saludo. Isa me da un beso en la mejilla y me pasa su mano por mi hombro y antebrazo a modo de intentar que me relaje, la miro y entiende que se lo estoy agradeciendo. Nos quedamos un rato charlando entre todos de cosas simples y sin importancia. La excusa perfecta para que el tiempo pase sin pensar en lo que sigue, hasta que…

  • Bueno, llegó la hora. Voy a entrar que todavía tengo que pasar el arco de seguridad. ¡chicos! Pásenlo bien, y nos vemos a la vuelta. Nos llamamos.

Y voy saludando uno a uno. Primero a Paula, después a Carol, Nico, Jose, y, finalmente Isa, justo cuando los demás se hacen un paso para atrás como si hubiera sido espontáneo, cuando sé que no lo ha sido. Le doy un abrazo a Isa a la vez que nos damos un beso en le mejilla, dejo el brazo pasado por detrás de su espalda, al igual que ella conmigo. Me duele la garganta, como si no pudiera tragar.

  • Bueno pues me tengo que ir. ¡cuídate vale! Te llamaré y hablamos. – noto su brazo masajeándome la espalda muy lentamente. No dejo de mirarla a los ojos.
  • Llámame y hablamos. Cuídate tú también y, por favor, no te vayas con malas sensaciones, de verdad.
  • No me voy con malas sensaciones…, me voy algo triste. Entiéndelo. – Recojo el bolso de mano que había dejado en el suelo-.
  • Lo sé – se acerca, me da un beso rápido pero completo en la boca y me pasa su mano por mi cara. Junta los brazos y se queda mirándome. Está sonriendo mientras reacciono.
  • ¡No me hagas esto! ¡No, ahora no…! - lo digo como si hubiera sido un castigo – ¡me has matado!
  • No te he matado. Solo es para que te acuerdes de mí.
  • Es imposible que te olvide preciosa, y ahora menos – me vuelve a pasar la mano por la cara, y mientras los otros han estallado en una especie de alboroto quejica, pero irónico, por lo que acaban de presenciar, me empujan y hacen que me dirija hacia la entrada de la zona de seguridad con gritos de “¡Venga! ¡Vete ya!”.

Tras los cristales, mientras avanzo hacia el arco de seguridad con mis pertenencias ya en una bandeja, miro al exterior y allí están todos, en fila uno al lado del otro, agitando sus manos y haciendo muecas que no consigo entender. Los saludo por última vez y me quedo mirando a Isa hasta que desaparezco de su alcance. “Demasiado tiempo por delante hasta que los pueda volver a ver, hasta que la pueda volver a ver”, es el pensamiento que me aborda. Sacudo la cabeza a modo de quitármelo de encima y me dirijo directo al primer puesto de control. ¡Vamos allá!, me digo a mi mismo, mientras me resigno a cruzar al otro lado.


Fuera, todos han quedado por un momento en silencio, hasta que recuperan el presente y planean como iniciar sus tareas y obligaciones diarias. Es temprano, por lo que Jose propone desayunar en la cafetería de la zona de embarque antes de  regresar. Tras un primer cambio de impresiones sobre cómo han visto a Pablo y distintas interpretaciones de posibles reacciones, apuran su desayuno. Pasadas las 7:15 están despidiéndose. Nico y  Paula se van juntos.  Carol e Isa se van con Jose. El las ha recogido esta mañana, ahora las dejará en su trabajo y las recogerá por la tarde.

Poco después, al llegar al trabajo de ambas, Jose estaciona en un margen de la calle y antes de despedirse hace un gesto de “espera un momento” a Isa.

  • Déjamelo, “por fa” – le dice a Carol, y Carol saca de su bolso un sobre de color beige que le entrega a Jose.
  • Tengo un encargo de Pablo – dice Jose mientras se gira hacia Isa, todavía en el asiento trasero – Me ha pedido que una vez que saliera del aeropuerto te entregara este sobre – y se lo entrega. Isa está sorprendida.
  • ¡Ay Dios! – dice Isa. Carol la mira y le tiende su mano, que Isa coge. - ¡Lo voy a matar! – dice finalmente.
  • Va a ser difícil – le corrige Jose – ya está lejos.
  • No importa lo voy a matar.
  • Allá tú, yo he cumplido con el encargo. – Isa asiente con la cabeza y se queda pensativa.
  • ¡Bueno chicas! ¡a producir, venga! Después nos vemos.- está haciendo ademanes de que se bajen, como si llegaran tarde y las estuvieran esperando ya.
  • Hasta después – Carol se despide de Jose con un beso en la mejilla.
  • Hasta después. Gracias Jose – Isa se acerca y también le da un beso en la mejilla.
  • ¡Hasta luego! Echen por la sombrita y no se metan con nadie… - les grita y ríe. Ellas ríen y le saludan con la mano.

Jose observa como Carol está abrazando por la cintura a Isa mientras cruzan la calle. No puede remediar el pensar que a su amigo Pablo le ha tocado una papeleta ingrata al tener que marcharse justo en este momento.


La sede de la empresa donde trabajan Isa y Carol está formada por cuatro naves industriales enormes, y toda la parte frontal tiene la estructura de un edificio, por ser la zona dedicada a oficinas y usos comunes. El área de infraestructura y logística, donde trabaja Isa, está al comienzo de las oficinas, y la zona de Administración al final del todo.

Ya en el interior, Carol e Isa se despiden para dirigirse a sus respectivos puestos.

  • Estás bien – le pregunta Carol a Isa.
  • Si, si.
  • Si quieres que hablemos llámame en cualquier momento ¿vale?
  • Si, tranquila.
  • Te veo más tarde o cuando tú quieras.
  • Hasta luego.


Isa se dirige a su mesa de trabajo delimitada por tres paneles a modo de despacho, con un gran ventanal a su izquierda. Deja su bolso y abrigo en un perchero y se sienta en la mesa mirando el sobre que todavía lleva en la mano. Se levanta, entra en una sala de reuniones contigua, cierra la puerta, se acerca a una ventana y abre el sobre.


“Hola preciosa,

Hace cinco días creía que era feliz: He estudiado lo que me gustaba,  trabajo y me dedico a algo que me llena personal y profesionalmente, tengo pocos pero buenos amigos, algunos hobbies que me divierten y alegran aunque lamentablemente tenga poco tiempo para disfrutarlos, de vez en cuando alguna salida de fiesta, pequeños placeres como la música o la fotografía que alimentan mi creatividad, he conocido bastante mundo, …, ¿qué más podía pedir?.

Pero el Sábado pasado, esos caprichos de la vida que a veces suceden hicieron que mientras estaba sentado en una barra de una terraza con mis amigos en una de esas salidas de fiesta, dos ojos como esmeraldas, completamente alucinantes y cautivadores, anclados en una mujer hermosa, hicieron tambalear lo que hasta ahora creía que era eso, la felicidad. Esos ojos me abrieron una puerta totalmente desconocida, e iluminaron de una fuerte luz viva y clara el interior de un nuevo mundo que ante mí apareció. Un mundo que me ha creado adicción. Si. Adicción.

Al final he de darle la razón a mi médico, y sí, estoy totalmente contagiado de eso que llamaron “sobretensión cupídica”, pero estoy por decirle a mi médico que no intente curármelo, porque este estado es maravilloso.

Has creado en mí un ansia de vivir que me asombra. Un deseo de compartir del que no conocía su fuerza. A medida que pasaban los días, necesitaba beber más de tu presencia, necesitaba conocer más de ti, cualquier tiempo era poco para poder por fin verte y emborracharme en tus ojos, en tu forma de ser, en esa alegría vivaracha que desprendes. En, simplemente, estar contigo.

Lo único que desearía en estos momentos es tener muchos más días por delante para seguir embriagándome de tu presencia.

Pero los mismos caprichos de nuestra vida han hecho que solo hayan sido 4 días. Cuatro días maravillosos y a la vez fatídicos. Cuatro días en los que he subido a una montaña enorme cargándome a cada paso con más oxígeno y esperanza, y que, de pronto, me enseñan un abismo a mis pies. Cuando mejor estoy (quisiera pensar que estamos), me veo obligado a lanzarme al abismo y dejarte atrás. No te puedes ni imaginar lo que eso supone. No te puedes imaginar lo que me duele hacerlo. Incluso me he planteado el cancelar el proyecto, pero tengo que ser fiel a mis principios y a la gente que sé que depende de que el proyecto salga adelante para que algún día tengan suerte de poder subsistir o tener una vida digna. ¿Injusto? Seguramente.

Me duele irme y saber que no te voy a poder sentir cerca. Que no voy a percibir los rayos de tus ojos directamente en los míos, que no voy a sentir tu aroma, tu voz, tu respirar, tu vivir…, mi vivir.

Ayer te decía que me gustabas, pero te puedo decir que es mucho más que eso.

Y ahora, cuando leas esta carta, me encontraré bebiéndome mi frustración camino de un destino de 2 meses (con suerte) y bastante lejos de ti. No te puedo pedir nada. No soy quien para hacer peticiones sobre tu voluntad y mucho menos para pedir espera. Pero si por algún rinconcito de tu corazón hay alguna lucecita que te hace recordar lo que estos días hemos hecho y compartido, te pediría que la alimentaras. No puedo pedirte que me esperes. Solo deseo que realmente quieras hacerlo.

Por favor, no me consideres cobarde por decírtelo de esta forma. Pensé que era la mejor manera de que no fuera una petición impuesta aprovechándome de la situación, solo una sugerencia, porque soy consciente de que lo que yo pueda sentir no tiene por qué ser correspondido con la misma intensidad o ni siquiera con menos.

Espero de todo corazón hablar contigo muy pronto y poder darte todas las explicaciones y razones que quieras. Aceptaré gustoso tu decisión.

Como dice una canción de “Thalia”:

Qué será de tí,

necesito saber hoy de tu vida.

alguien que me cuente sobre tus días;

anocheció, y necesito saber.


Qué será de tí,

cambiaste sin saber toda mi vida,

motivo de una paz que ya se olvida.

No sé si gusto más de mí, o más de tí.


Ven,

que esta sed de amarte me hace bien,

yo quiero amanecer contigo amor,

te necesito para estar feliz.


Ven,

que el tiempo corre, y nos separa,

la vida nos está dejando atrás.

yo necesito saber...

...qué será...de tí


Cierra los ojos y siente este abrazo fuerte que te estoy dando, y si me dejas…, un beso.

Pablo


PD: Le he dicho a mi médico que su diagnóstico era equivocado. No tengo “sobretensión cupídica”. Directamente, estoy “enamorado”.


Isa se queda un rato más pensando en la carta. La vuelve a releer. Tiene los ojos rojos, pero sin llorar, posiblemente al límite. Respira hondo y apoya su cabeza en el cristal de la ventana mientras mira a través de ella el trajín que hay afuera, pero sin ser consciente de lo que ve.

Vuelve a releer la carta, la dobla e introduce en el sobre y agarrándola fuertemente sale de la sala hacia su despacho con paso ágil. Su cara ya no está seria. Sus ojos siguen rojos. Pero sonríe.

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