AMANECE
Nico
camina al lado de Paula, y franqueado en su extremo por Marta. No han parado de
charlar en todo momento, lo cual me alegra por él. Parece un loco, pero es muy
centrado, y a veces se aprovechan de cómo es. Hacía tiempo que no lo veía tan
animado de forma natural. No está en papel de agradar o ligón, sino tal cual
es.
Jose
marcha detrás, charla con Carol. Para mi sorpresa parecen llevarse muy bien, o
al menos parecen interesados en lo que se dicen. Y lo que más me alegra,
parecen espontáneos. No sé si se ha quitado su coraza protectora producto de su
última relación que le ha mantenido egoístamente protegido de cualquier
sentimiento externo desde hace casi un año, pero en cualquier caso, una
ventanita si ha abierto, si no estaría mezclado con los demás buscando
conversaciones comunes.
Detrás Isa
y yo. La velada hasta ahora ha sido muy agradable. La verdad es que cuando
recogía a Jose y Nico solo pensaba en pasar el expediente y regresar, pero
ahora no me lamento de cómo han sucedido las cosas. El tiempo ha pasado casi
sin percibirlo y no he sentido en ningún momento la necesidad de finalizar la
velada, lo cual también me sorprende. Más sorprendidos están Nico y Jose.
Por cierto
– le digo a Isa – cuéntame qué haces, a qué te dedicas.
Mi vida es
muy aburrida, nada comparable a lo que tú haces – me dice sonriendo.
¿Aburrida?
¿con esa carita? Seguro que no. Seguro que te las ingenias para que el
aburrimiento o la desidia aparque lejos de ti. O al menos seguro que lo
intentas. – le digo.
¡Eso sí!
Ahí te doy la razón. Pero no siempre se consigue – y hace un gesto como de
resignación.
Por
supuesto que no. Pero hay que perseguirlo. ¿Me lo vas a decir o no? – le digo
como recriminándole que no lo haga.
Vale,
vale. Trabajo en la sede central de una cadena de supermercados, en el área de
compras y almacenes. Hice Administración de Empresas, cuando terminé la carrera
entré a trabajar allí con una beca de prácticas, y después me quedé. Ya llevo
casi 5 años. Estoy bien. No es un gran puesto, pero tengo un jefe que es una
excelente persona y muy profesional, estoy bien considerada y me respetan. Y
además me permite cubrir mis necesidades y ayudar a los míos. – me mira - ¡que!
¿interesante?
Pues sí –
le respondo -. Todo aquel que está satisfecho con lo que hace, o que al menos
busca el estarlo, es digno de admiración, y siempre tendrá algo que enseñar a
los demás con total seguridad.
Visto así,
hasta parece importante – termina diciendo.
La
importancia de las cosas es relativa. Lo interesante es reconocerla. En los
proyectos en que he trabajado es tan importante el que se pelea por conseguir
fondos de organismos, bancos etc. con los que montar una nave en cualquier
sitio, como el que hace que haya comida disponible para los trabajadores que
van a montarla, o quien les prepara la comida. Todo hay que verlo como un
engranaje. La importancia tiene una única unidad de medida: la propia necesidad
mutua. Todos esos engranajes se necesitan entre sí, independientemente de que
el recorrido de cada uno sea más largo o más corto.
Isa se
queda pensativa, asintiendo a lo que acabo de decirle.
¿Y qué
haces en tu trabajo? – prosigo.
Nos
encargamos de que los suministros lleguen a los distintos supermercados y de
prever posibles faltas de mercancía, optimización del almacén, etc. A veces es
una locura, especialmente en determinadas épocas del año como antes de navidad,
pero al final es hasta divertido. Siempre les digo a mis compañeros que nuestro
trabajo es como jugar a videojuegos pero en la realidad. Si te equivocas no hay
Game Over, por lo que necesitas controlar siempre el final en todo lo posible.
No hay vencedores ni vencidos, sino metas alcanzadas. – y ríe como si acabara
de ganar una partida.
Seguro que
eres una buena líder – digo.
Intento
ser buena compañera y ayudar en lo posible – me corrige.
Eso ya es
ser líder. Otros ni lo intentarían. Trabajáis juntas – le digo señalando a
Carol que va delante.
Sí, pero
ella está en el área de administración. – y se hace el silencio.
Hemos
llegado casi sin saberlo a la esquina superior entre TAO y el Metropol. Nos
reagrupamos.
Bueno,
nosotras nos despedimos – dice Paula.
Le hago un
gesto a Nico, que él entiende perfectamente, de que si quieren las alcanzamos,
pero hace un gesto de “no importa”. Pronto veo que han llamado un taxi.
Nos
despedimos, y Nico las acompaña hasta la puerta del taxi. Se despide de Marta
con dos besos en la mejilla, y una vez que entra al taxi, intercambia con Paula
algunas palabras que a ambos parecen divertirles, y con otros dos besos en su
mejilla, se despide finalmente de ella. Le cierra la puerta, y se queda mirando
al coche mientras éste gira y traspone en la soledad de la calle.
Regresa
con nosotros, que mientras tanto apenas hemos hablado.
¿Tienen
coche? – le pregunto a Isa y Carol.
Si, si,
tranquilo – responde Carol- Está ahí en
el parking.
¡Ah,
bien!, ¡el nuestro también! – dice Jose.
Pues
vamos, en marcha – apostilla Nico.
Y haciendo
comentarios de la noche, de lo que nos hemos reído, de lo bien que nos lo hemos
pasado y más, hacemos el trayecto que nos lleva hasta donde está el cajero del
parking. Recuperamos el ticket validado y nos dirigimos una planta más abajo,
donde ellas tienen su coche. El mío está en la misma planta.
Llegamos
al coche de Carol, un Peugeot 208 de color blanco, reluciente.
Bueno
chicos, - dice Carol – ha sido un verdadero placer. Y se dispone a despedirse,
lo hace de Nico primero, después de mí y después de Jose, que la acompaña hasta
la puerta del conductor. Hablan.
Pues nada,
a ver si repetimos – Dice Isa mientras se despide de Nico, ya lo había hecho de
Jose mientras Carol se despedía de los otros. Se acerca a mi lado y me da dos
besos en la mejilla.
Oye – le
digo no muy alto -, me gustaría volver a verte.
¡Anda!,
¡mira él! – responde sonriéndose y haciendo un gesto exagerado de sorpresa
fingida, y prosigue, en tono más amortiguado, con un – cuando quieras oye.
¡Te tomo
la palabra! – le digo, y le abro la puerta del copiloto. Se introduce
grácilmente en el coche y le cierro la puerta.
Esperamos
hasta que ponen el coche en marcha y se dirigen rampa arriba hacia la salida
del aparcamiento.
Los tres
volvemos en silencio hasta dónde está mi coche. Llegamos como si de tres zombis
se tratara, callados y con gestos automatizados. Subimos. Pongo el coche en
marcha, abro la ventanilla, nos ponemos los cinturones de seguridad e iniciamos
el regreso. Salimos del parking, y ya en carretera Nico rompe el silencio - ¡ha
estado bien! ¡si, ha estado muy bien!
Pues sí,
¡ha estado muy bien! – apostilla Jose.
Nuevamente
el silencio.
He quedado
con Paula para mañana…, bueno, esta tarde – dice Nico.
Yo también
he quedado con Carol para esta tarde – continúa Jose, que va sentado en el
centro del asiento trasero. Ambos se miran sin decirse nada, y al momento
clavan sus ojos en mí.
Yo no he
quedado – les afirmo.
E
inmediatamente me llevo un golpe en la cabeza y un puñetazo en el hombro, a la
vez que suena un “¡idiota!” a dos voces.
Pero, ¿a
qué esperas tonto lava? – Increpa Nico – por una vez que estás a gusto con una
chica y ¿no quedas otra vez con ella? ¡Eso solo te puede pasar a ti!
Bueno, le
he dicho que me gustaría volver a verla, y no me ha dicho que no – lo digo como
si me justificara.
Pues a ver
qué vas a hacer – vuelve a increpar Nico. Y continuamos en silencio, cada uno
regresando a sus propios pensamientos, sueños o realidades.
Dejo a
Nico primero a las puertas de su casa, se despide con un “hablamos más tarde”.
Después sigo a dejar a Jose. - Te llamo mañana-mañana-, le digo cuando se
dispone a bajar del coche. – Vale, hablamos, que descanses– cierra la puerta, y
retomo la marcha.
Las
palabras de Isa de “cuando quieras” están ahora retumbando en mi mente,
escritas en dos ojazos muy claros. De pronto, impulsado por algo que
desconozco, decido aparcar el coche en un margen. Falta poco para las 6 de la
mañana, y han pasado unos 20 minutos desde que ellas se fueron. Cojo el móvil,
marco y espero.
¿Si? – una
voz extrañada suena al otro lado. Sonrío para mí.
Hola. Soy
Pablo – contesto.
¿Pablo,
Pablo? ¿Qué Pablo? – dice, y noto cierto aire de picaresca.
El de hace
20 minutos. El de la sobretensión cupídica según mi médico – lo digo de forma
firme, como quien da la respuesta a un examen que se sabe.
¡Aaaahh!
¡ese Pablo! ¿qué haces a estas horas? – pregunta.
Llamarte –
le respondo, tajantemente.
Ya veo.
Qué pasa, ¿te aburres y no tienes otra cosa mejor que hacer? – vuelve a sonar
una entonación burlona.
Pues no me
aburro, y sí, tengo una cosa mejor que hacer, pero para eso te llamo – mi
respuesta se cuela inesperadamente, y percibo algo de sorpresa al otro lado -
Te invito a comer churros.
¿Ahora? –
es su reacción.
¿Y por qué
no? – le digo – me dijiste que podía volver a verte cuando quisiera, y te estoy
pidiendo que si quieres comer churros. Son casi las seis ya.
Suena una
risa continua al otro lado del teléfono, que acaba con un “¡estás loco!”.
Vale, si
tú lo dices. – y con tono alegre continuo - Así seremos dos locos comiendo
churros.
¿Me llamas
loca? – suena amenazante.
Solo para
comer churros – repito.
Ja, Ja,
Ja, - su risa contagia. – Vale, pero, ¿cómo?
My fácil,
tú me dices donde vives, yo paso a
buscarte, vamos a una churrería, pedimos churros y nos lo comemos. Sencillo. –
espero su respuesta.
¡Pero yo
vivo en Telde! – su voz suena como si se hubiera dado cuenta de algún problema
importante.
Pues ¡vaya
sorpresa!, porque yo también, ¿En qué parte? – le respondo.
¡No me
digas! – dice.
¡Si te
digo! – le digo
Suena otra
risa - ¿conoces la gasolinera del cruce de Melenara? – pregunta.
Por
supuesto – le respondo.
Pues en el
edificio amarillo que está en frente de la salida de la gasolinera, pero en la
calle de atrás – fue su indicación – en el último portal.
En cinco
minutos, o menos estoy ahí. Te doy un toque al teléfono cuando llegue, ¿vale? –
y su respuesta fue ¡vale!, - Hasta ahora – me quedo mirando para el móvil,
cuelgo, pongo en marcha el coche y me dirijo ligerito hacia mi nuevo destino.
No hay
coches, así que llego en 4 minutos. Me paro delante del último portal y la
llamo con el móvil. Noto que cuelgan al otro lado, y momentos después Isa
aparece por el portal, igual de radiante y deslumbrante que durante toda la
noche. No es difícil verme, estoy parado en medio de la carretera. Se acerca y
sube al coche.
Hola – le
digo con una sonrisa en la boca.
Holaaaa –
me dice con esa sonrisa encantadora que tiene iluminada por esos ojos ladrones
que tan buena velada me han hecho pasar.
¿Tienes
hambre? – le pregunto.
Hombre,
ahora que lo dices, no me importaría comer algo. – me responde.
¿Churros,
por ejemplo? – y me quedo mirando.
Estaría
bien – lo dice haciendo un gesto de aprobación.
Pasan dos
segundos…, soltamos una carcajada, y me pongo en marcha.
Quince
minutos después estamos entrando a la Churrería Melián, posiblemente la más
antigua y curiosa de Telde (y posiblemente alrededores), se puede decir que
“con personalidad propia” por como son los que la atienden, y situada muy cerca
del ahora llamado Parque Franchy y Roca. No ha hecho ni falta pedir. La chica
al vernos entrar ya empezó con su retahíla de averiguaciones mientras hacíamos
los 5 metros que hay desde la puerta hasta la zona/comedor interior: ¿churros
para dos? ¿con chocolate? ¿café con leche? ¡chocolate!, vale, enseguida se los
llevo. A cada pregunta asentíamos o no mientras caminábamos. Nos sentamos. Una
mesa pequeña para 2, lo justo.
¿Cansada? - le pregunto.
Estoy
bien, no es que esté para correr la media maratón ahora, pero bien. Si llegas a
llamar 2 minutos más tarde, no te hubiera respondido, porque ya estaría
cayéndome en mi camita. – lo dice con una sonrisa de satisfacción.
¡Pues
menos mal que no esperé! – le digo. Me quedo mirando para ella, y se da cuenta
- ¿cómo lo haces? – le termino preguntando.
El qué –
dice desconcertada.
El
mantener siempre esa sonrisa en la cara – y apoyo los codos en la mesa
mirándola.
¡Hay que
estar siempre alegre, que las penuras vienen solas! – exclama.
Cierto,
mientras no sea un antifaz para auto engañarse – le indico.
Me mira,
como si la hubiera sorprendido, para finalmente decir – Bueno, si así fuera,
mejor que el antifaz sea alegre, porque si no….ufff – y hace un gesto como de
asombro.
Llegan
nuestros churros, con chocolate calentito. Y poco a poco vamos dando cuenta de
ellos, haciendo comentarios chistosos sobre la forma en que los comemos, sobre
si parecemos niños pequeños con las bocas embadurnadas de chocolate,…, cosas
insignificantes al fin, pero que hacen que el tiempo pase de una forma muy amena,
agradable. Los terminamos y permanecemos un rato más hablando. La churrería ya
se está llenando de madrugadores y trasnochadores con una apetencia común y el
trajín de la chica de la barra, sus comentarios y vaivenes mantienen el
ambiente con cierto aire de caos controlado.
¿nos
vamos? – me dice mirando para la zona de la barra – creo que hay gente buscando
mesa, y nosotros hemos terminado.
Vale,
vamos. – y me levanto. Nos levantamos, la dejo pasar delante y la sigo hasta la
entrada. Hago un gesto a la chica de la barra, me grita el importe y le dejo el
dinero con algo de propina y un gesto de que no espero vuelta. Suena un
“Graciasss” y continúa con su trajín.
Caminamos en dirección a donde he dejado aparcado el
coche.
Veo que
cruza los brazos, y sobre la marcha le coloco una cazadora que había traído
sobre sus hombros.
Ay,
gracias – me dice contenta. – no es que tenga frío, creo que el cambio de
temperatura de dentro fuera me ha dado provocado un escalofrío.
¿Mejor? –
le pregunto.
Si, si...
– ya se pasa.
Bien,
bien - sentencio. - ¿te apetece hacer
algo en especial?
No, no…,
dentro de poco saldrá el sol, y hay que descansar, que el trasnochar está bien,
pero hay que recuperarse. – fue su respuesta.
Si. Tienes
razón. Especialmente para los que no estamos acostumbrados a hacerlo - ella me mira. - ¡qué! ¡pues sí!, no suelo
salir de noche.
¿Y cómo es
que has aguantado hasta ahora? ¿no estás cansado? – pregunta.
Pues hasta
yo mismo estoy asombrado – exclamo - . Y no es que esté especialmente cansado.
– Se hace un pequeño silencio.
Llegamos
al coche, le abro su puerta la ayudo a subir, cierro la puerta, voy por el otro
lado, me siento, arranco el coche e iniciamos el camino hacia su casa.
¿Qué
hubieras hecho si te llego a decir que no? – Su pregunta tiene tintes de
picarona…
Pues
posiblemente insistir – y la miro. Sus ojazos me devuelven la mirada, y en ese
momento sé qué es lo que me ha mantenido despierto todo el rato.
¿Y si
siempre te hubiera dicho que no? – vuelve a insistir en su pregunta.
Puedo ser
muy persuasivo, pero posiblemente lo hubiera dejado estar. Eso sí, seguramente
negociaría para otra ocasión. – la miro y sonrío.
Pero igual
te hubiera dicho que ¡vale! aunque no tuviera intención de volver a verte – su
cara es totalmente expresiva, como si estuviera ganando una batalla.
¿Lamentas
haber venido? – le pregunto.
Eso no es
una respuesta – me dice.
Pues me
hubiera resignado…, por el momento.
¡ay
pobrecito! – y suelta una exclamación como de engañosa compasión mientras
sonríe.
Y ahora
respóndeme, ¿lamentas haber venido? – vuelvo a lanzarle la pregunta.
No sé. Si
no hubiera venido ya estaría dormidita y descansando. – su afirmación suena
como si quisiera esquivar la pregunta.
Eso no es
una respuesta. - le recrimino sonriente.
Pero por
otro lado, no hubiera comido churros…, - y se queda pensando.
Me mira.
La miro y le hago un gesto de interrogación, como que espero que dé más
detalles.
Creo que
ha estado bien, no lo lamento. – termina finalmente por decir. – ¡Me ha
gustado!, - y ríe.
Respiro
profundamente – y lo exagero, lo cual provoca que su cara se ilumine aún más
con su risa, engrandeciendo la belleza que de por sí ya tiene.
Después de
un trayecto ameno, aderezado con varios comentaros más, me estoy lamentando en
mi interior por haber llegado ya a la altura de su portal. – Hemos llegado – le
digo con resignación.
Pues sí.
Toca descansar ahora un poquito - y se
dispone a abrir la puerta.
Oye – la
interrumpo – me ha gustado mucho estar contigo, por la noche, ahora…
Ella
asiente con la cabeza – a mí también me ha gustado -.
¿Puedo
verte otra vez? – le pregunto.
Se sonríe
– ya sabes …, ¡cuando quieras! – sigue sonriendo como quien entiende que ha
ganado la batalla - ¡que descanses! – me da un beso en la mejilla, y se dispone
a bajar.
¡Qué
descanses! – le digo.
Se baja
del coche, se dirige al portal, lo abre, se introduce en el, se gira y me
saluda con la mano mientras cierra la puerta. Espero a que desaparezca en su
interior, y… ahora sí, vamos a intentar descansar un poco.
He girado
para incorporarme a la carretera general, pero siento el impulso de hacer algo
y paro el coche en el margen, en el primer hueco que veo.
Saco el
móvil. Entro en la aplicación de Whatsapp, localizo el número de Isa, y le
escribo un mensaje: dos emoticonos de “pastelitos”, un “Buenas noches, que
descanses y que tengas dulces sueños” y dos emoticonos de “besitos”. Enviar.
Me quedo
mirando la pantalla. Nada…, nada…. De pronto en la parte superior aparece el
indicativo de “escribiendo”. Vale, lo ha visto.
Al momento
llega un mensaje suyo: “Grcs”, con dos emoticonos de “aplauso” y un “Buenas
noches” con dos emoticonos de “besitos”.
Suelto el
móvil, y me reincorporo a la carretera, que aunque aún oscura me parece
completamente iluminada.
La noche
no podría haber terminado mejor. El día no puede empezar mejor.
Buen capítulo, Juan y este libro tiene muy buena pinta. Eres bueno, muy bueno. :)
ResponderEliminarMuchisimas gracias Javier.
Eliminar