No te lo pierdas

jueves, 9 de julio de 2015

SENSACIONES - Capítulo II: Amanece






AMANECE

Son las cinco de la madrugada y estamos saliendo del recinto del muelle deportivo, caminando hacia la explanada de TAO. Marta ha dicho que tenía que irse y Paula se ha brindado a marcharse con ella, a lo que todos hemos coincidido en iniciar el regreso, y de paso acompañarlas.

Nico camina al lado de Paula, y franqueado en su extremo por Marta. No han parado de charlar en todo momento, lo cual me alegra por él. Parece un loco, pero es muy centrado, y a veces se aprovechan de cómo es. Hacía tiempo que no lo veía tan animado de forma natural. No está en papel de agradar o ligón, sino tal cual es.

Jose marcha detrás, charla con Carol. Para mi sorpresa parecen llevarse muy bien, o al menos parecen interesados en lo que se dicen. Y lo que más me alegra, parecen espontáneos. No sé si se ha quitado su coraza protectora producto de su última relación que le ha mantenido egoístamente protegido de cualquier sentimiento externo desde hace casi un año, pero en cualquier caso, una ventanita si ha abierto, si no estaría mezclado con los demás buscando conversaciones comunes.

Detrás Isa y yo. La velada hasta ahora ha sido muy agradable. La verdad es que cuando recogía a Jose y Nico solo pensaba en pasar el expediente y regresar, pero ahora no me lamento de cómo han sucedido las cosas. El tiempo ha pasado casi sin percibirlo y no he sentido en ningún momento la necesidad de finalizar la velada, lo cual también me sorprende. Más sorprendidos están Nico y Jose.

Por cierto – le digo a Isa – cuéntame qué haces, a qué te dedicas.

Mi vida es muy aburrida, nada comparable a lo que tú haces – me dice sonriendo.

¿Aburrida? ¿con esa carita? Seguro que no. Seguro que te las ingenias para que el aburrimiento o la desidia aparque lejos de ti. O al menos seguro que lo intentas. – le digo.

¡Eso sí! Ahí te doy la razón. Pero no siempre se consigue – y hace un gesto como de resignación.

Por supuesto que no. Pero hay que perseguirlo. ¿Me lo vas a decir o no? – le digo como recriminándole que no lo haga.

Vale, vale. Trabajo en la sede central de una cadena de supermercados, en el área de compras y almacenes. Hice Administración de Empresas, cuando terminé la carrera entré a trabajar allí con una beca de prácticas, y después me quedé. Ya llevo casi 5 años. Estoy bien. No es un gran puesto, pero tengo un jefe que es una excelente persona y muy profesional, estoy bien considerada y me respetan. Y además me permite cubrir mis necesidades y ayudar a los míos. – me mira - ¡que! ¿interesante?

Pues sí – le respondo -. Todo aquel que está satisfecho con lo que hace, o que al menos busca el estarlo, es digno de admiración, y siempre tendrá algo que enseñar a los demás con total seguridad.

Visto así, hasta parece importante – termina diciendo.

La importancia de las cosas es relativa. Lo interesante es reconocerla. En los proyectos en que he trabajado es tan importante el que se pelea por conseguir fondos de organismos, bancos etc. con los que montar una nave en cualquier sitio, como el que hace que haya comida disponible para los trabajadores que van a montarla, o quien les prepara la comida. Todo hay que verlo como un engranaje. La importancia tiene una única unidad de medida: la propia necesidad mutua. Todos esos engranajes se necesitan entre sí, independientemente de que el recorrido de cada uno sea más largo o más corto.

Isa se queda pensativa, asintiendo a lo que acabo de decirle.

¿Y qué haces en tu trabajo? – prosigo.

Nos encargamos de que los suministros lleguen a los distintos supermercados y de prever posibles faltas de mercancía, optimización del almacén, etc. A veces es una locura, especialmente en determinadas épocas del año como antes de navidad, pero al final es hasta divertido. Siempre les digo a mis compañeros que nuestro trabajo es como jugar a videojuegos pero en la realidad. Si te equivocas no hay Game Over, por lo que necesitas controlar siempre el final en todo lo posible. No hay vencedores ni vencidos, sino metas alcanzadas. – y ríe como si acabara de ganar una partida.

Seguro que eres una buena líder – digo.

Intento ser buena compañera y ayudar en lo posible – me corrige.

Eso ya es ser líder. Otros ni lo intentarían. Trabajáis juntas – le digo señalando a Carol que va delante.

Sí, pero ella está en el área de administración. – y se hace el silencio.

Hemos llegado casi sin saberlo a la esquina superior entre TAO y el Metropol. Nos reagrupamos.

Bueno, nosotras nos despedimos – dice Paula.

Le hago un gesto a Nico, que él entiende perfectamente, de que si quieren las alcanzamos, pero hace un gesto de “no importa”. Pronto veo que han llamado un taxi.

Nos despedimos, y Nico las acompaña hasta la puerta del taxi. Se despide de Marta con dos besos en la mejilla, y una vez que entra al taxi, intercambia con Paula algunas palabras que a ambos parecen divertirles, y con otros dos besos en su mejilla, se despide finalmente de ella. Le cierra la puerta, y se queda mirando al coche mientras éste gira y traspone en la soledad de la calle.

Regresa con nosotros, que mientras tanto apenas hemos hablado.

¿Tienen coche? – le pregunto a Isa y Carol.

Si, si, tranquilo – responde Carol-  Está ahí en el parking.

¡Ah, bien!, ¡el nuestro también! – dice Jose.

Pues vamos, en marcha – apostilla Nico.

Y haciendo comentarios de la noche, de lo que nos hemos reído, de lo bien que nos lo hemos pasado y más, hacemos el trayecto que nos lleva hasta donde está el cajero del parking. Recuperamos el ticket validado y nos dirigimos una planta más abajo, donde ellas tienen su coche. El mío está en la misma planta.

Llegamos al coche de Carol, un Peugeot 208 de color blanco, reluciente.

Bueno chicos, - dice Carol – ha sido un verdadero placer. Y se dispone a despedirse, lo hace de Nico primero, después de mí y después de Jose, que la acompaña hasta la puerta del conductor. Hablan.

Pues nada, a ver si repetimos – Dice Isa mientras se despide de Nico, ya lo había hecho de Jose mientras Carol se despedía de los otros. Se acerca a mi lado y me da dos besos en la mejilla.

Oye – le digo no muy alto -, me gustaría volver a verte.

¡Anda!, ¡mira él! – responde sonriéndose y haciendo un gesto exagerado de sorpresa fingida, y prosigue, en tono más amortiguado, con un – cuando quieras oye.

¡Te tomo la palabra! – le digo, y le abro la puerta del copiloto. Se introduce grácilmente en el coche y le cierro la puerta.

Esperamos hasta que ponen el coche en marcha y se dirigen rampa arriba hacia la salida del aparcamiento.

Los tres volvemos en silencio hasta dónde está mi coche. Llegamos como si de tres zombis se tratara, callados y con gestos automatizados. Subimos. Pongo el coche en marcha, abro la ventanilla, nos ponemos los cinturones de seguridad e iniciamos el regreso. Salimos del parking, y ya en carretera Nico rompe el silencio - ¡ha estado bien! ¡si, ha estado muy bien!

Pues sí, ¡ha estado muy bien! – apostilla Jose.

Nuevamente el silencio.

He quedado con Paula para mañana…, bueno, esta tarde – dice Nico.

Yo también he quedado con Carol para esta tarde – continúa Jose, que va sentado en el centro del asiento trasero. Ambos se miran sin decirse nada, y al momento clavan sus ojos en mí.

Yo no he quedado – les afirmo.

E inmediatamente me llevo un golpe en la cabeza y un puñetazo en el hombro, a la vez que suena un “¡idiota!” a dos voces.

Pero, ¿a qué esperas tonto lava? – Increpa Nico – por una vez que estás a gusto con una chica y ¿no quedas otra vez con ella? ¡Eso solo te puede pasar a ti!

Bueno, le he dicho que me gustaría volver a verla, y no me ha dicho que no – lo digo como si me justificara.

Pues a ver qué vas a hacer – vuelve a increpar Nico. Y continuamos en silencio, cada uno regresando a sus propios pensamientos, sueños o realidades.

Dejo a Nico primero a las puertas de su casa, se despide con un “hablamos más tarde”. Después sigo a dejar a Jose. - Te llamo mañana-mañana-, le digo cuando se dispone a bajar del coche. – Vale, hablamos, que descanses– cierra la puerta, y retomo la marcha.

Las palabras de Isa de “cuando quieras” están ahora retumbando en mi mente, escritas en dos ojazos muy claros. De pronto, impulsado por algo que desconozco, decido aparcar el coche en un margen. Falta poco para las 6 de la mañana, y han pasado unos 20 minutos desde que ellas se fueron. Cojo el móvil, marco y espero.

¿Si? – una voz extrañada suena al otro lado. Sonrío para mí.

Hola. Soy Pablo – contesto.

¿Pablo, Pablo? ¿Qué Pablo? – dice, y noto cierto aire de picaresca.

El de hace 20 minutos. El de la sobretensión cupídica según mi médico – lo digo de forma firme, como quien da la respuesta a un examen que se sabe.

¡Aaaahh! ¡ese Pablo! ¿qué haces a estas horas? – pregunta.

Llamarte – le respondo, tajantemente.

Ya veo. Qué pasa, ¿te aburres y no tienes otra cosa mejor que hacer? – vuelve a sonar una entonación burlona.

Pues no me aburro, y sí, tengo una cosa mejor que hacer, pero para eso te llamo – mi respuesta se cuela inesperadamente, y percibo algo de sorpresa al otro lado - Te invito a comer churros.

¿Ahora? – es su reacción.

¿Y por qué no? – le digo – me dijiste que podía volver a verte cuando quisiera, y te estoy pidiendo que si quieres comer churros. Son casi las seis ya.

Suena una risa continua al otro lado del teléfono, que acaba con un “¡estás loco!”.

Vale, si tú lo dices. – y con tono alegre continuo - Así seremos dos locos comiendo churros.

¿Me llamas loca? – suena amenazante.

Solo para comer churros – repito.

Ja, Ja, Ja, - su risa contagia. – Vale, pero, ¿cómo?

My fácil, tú me dices donde vives,  yo paso a buscarte, vamos a una churrería, pedimos churros y nos lo comemos. Sencillo. – espero su respuesta.

¡Pero yo vivo en Telde! – su voz suena como si se hubiera dado cuenta de algún problema importante.

Pues ¡vaya sorpresa!, porque yo también, ¿En qué parte? – le respondo.

¡No me digas! – dice.

¡Si te digo! – le digo

Suena otra risa - ¿conoces la gasolinera del cruce de Melenara? – pregunta.

Por supuesto – le respondo.

Pues en el edificio amarillo que está en frente de la salida de la gasolinera, pero en la calle de atrás – fue su indicación – en el último portal.

En cinco minutos, o menos estoy ahí. Te doy un toque al teléfono cuando llegue, ¿vale? – y su respuesta fue ¡vale!, - Hasta ahora – me quedo mirando para el móvil, cuelgo, pongo en marcha el coche y me dirijo ligerito hacia mi nuevo destino.

No hay coches, así que llego en 4 minutos. Me paro delante del último portal y la llamo con el móvil. Noto que cuelgan al otro lado, y momentos después Isa aparece por el portal, igual de radiante y deslumbrante que durante toda la noche. No es difícil verme, estoy parado en medio de la carretera. Se acerca y sube al coche.

Hola – le digo con una sonrisa en la boca.

Holaaaa – me dice con esa sonrisa encantadora que tiene iluminada por esos ojos ladrones que tan buena velada me han hecho pasar.

¿Tienes hambre? – le pregunto.

Hombre, ahora que lo dices, no me importaría comer algo. – me responde.

¿Churros, por ejemplo? – y me quedo mirando.

Estaría bien – lo dice haciendo un gesto de aprobación.

Pasan dos segundos…, soltamos una carcajada, y me pongo en marcha.


Quince minutos después estamos entrando a la Churrería Melián, posiblemente la más antigua y curiosa de Telde (y posiblemente alrededores), se puede decir que “con personalidad propia” por como son los que la atienden, y situada muy cerca del ahora llamado Parque Franchy y Roca. No ha hecho ni falta pedir. La chica al vernos entrar ya empezó con su retahíla de averiguaciones mientras hacíamos los 5 metros que hay desde la puerta hasta la zona/comedor interior: ¿churros para dos? ¿con chocolate? ¿café con leche? ¡chocolate!, vale, enseguida se los llevo. A cada pregunta asentíamos o no mientras caminábamos. Nos sentamos. Una mesa pequeña para 2, lo justo.

¿Cansada?  - le pregunto.

Estoy bien, no es que esté para correr la media maratón ahora, pero bien. Si llegas a llamar 2 minutos más tarde, no te hubiera respondido, porque ya estaría cayéndome en mi camita. – lo dice con una sonrisa de satisfacción.

¡Pues menos mal que no esperé! – le digo. Me quedo mirando para ella, y se da cuenta - ¿cómo lo haces? – le termino preguntando.

El qué – dice desconcertada.

El mantener siempre esa sonrisa en la cara – y apoyo los codos en la mesa mirándola.

¡Hay que estar siempre alegre, que las penuras vienen solas! – exclama.

Cierto, mientras no sea un antifaz para auto engañarse – le indico.

Me mira, como si la hubiera sorprendido, para finalmente decir – Bueno, si así fuera, mejor que el antifaz sea alegre, porque si no….ufff – y hace un gesto como de asombro.

Llegan nuestros churros, con chocolate calentito. Y poco a poco vamos dando cuenta de ellos, haciendo comentarios chistosos sobre la forma en que los comemos, sobre si parecemos niños pequeños con las bocas embadurnadas de chocolate,…, cosas insignificantes al fin, pero que hacen que el tiempo pase de una forma muy amena, agradable. Los terminamos y permanecemos un rato más hablando. La churrería ya se está llenando de madrugadores y trasnochadores con una apetencia común y el trajín de la chica de la barra, sus comentarios y vaivenes mantienen el ambiente con cierto aire de caos controlado.

¿nos vamos? – me dice mirando para la zona de la barra – creo que hay gente buscando mesa, y nosotros hemos terminado.

Vale, vamos. – y me levanto. Nos levantamos, la dejo pasar delante y la sigo hasta la entrada. Hago un gesto a la chica de la barra, me grita el importe y le dejo el dinero con algo de propina y un gesto de que no espero vuelta. Suena un “Graciasss” y continúa con su trajín.

Caminamos  en dirección a donde he dejado aparcado el coche.

Veo que cruza los brazos, y sobre la marcha le coloco una cazadora que había traído sobre sus hombros.

Ay, gracias – me dice contenta. – no es que tenga frío, creo que el cambio de temperatura de dentro fuera me ha dado provocado un escalofrío.

¿Mejor? – le pregunto.

Si, si... – ya se pasa.

Bien, bien  - sentencio. - ¿te apetece hacer algo en especial?

No, no…, dentro de poco saldrá el sol, y hay que descansar, que el trasnochar está bien, pero hay que recuperarse. – fue su respuesta.

Si. Tienes razón. Especialmente para los que no estamos acostumbrados a hacerlo -  ella me mira. - ¡qué! ¡pues sí!, no suelo salir de noche.

¿Y cómo es que has aguantado hasta ahora? ¿no estás cansado? – pregunta.

Pues hasta yo mismo estoy asombrado – exclamo - . Y no es que esté especialmente cansado. – Se hace un pequeño silencio.

Llegamos al coche, le abro su puerta la ayudo a subir, cierro la puerta, voy por el otro lado, me siento, arranco el coche e iniciamos el camino hacia su casa.

¿Qué hubieras hecho si te llego a decir que no? – Su pregunta tiene tintes de picarona…

Pues posiblemente insistir – y la miro. Sus ojazos me devuelven la mirada, y en ese momento sé qué es lo que me ha mantenido despierto todo el rato.

¿Y si siempre te hubiera dicho que no? – vuelve a insistir en su pregunta.

Puedo ser muy persuasivo, pero posiblemente lo hubiera dejado estar. Eso sí, seguramente negociaría para otra ocasión. – la miro y sonrío.

Pero igual te hubiera dicho que ¡vale! aunque no tuviera intención de volver a verte – su cara es totalmente expresiva, como si estuviera ganando una batalla.

¿Lamentas haber venido? – le pregunto.

Eso no es una respuesta – me dice.

Pues me hubiera resignado…, por el momento.

¡ay pobrecito! – y suelta una exclamación como de engañosa compasión mientras sonríe.

Y ahora respóndeme, ¿lamentas haber venido? – vuelvo a lanzarle la pregunta.

No sé. Si no hubiera venido ya estaría dormidita y descansando. – su afirmación suena como si quisiera esquivar la pregunta.

Eso no es una respuesta. -  le recrimino sonriente.

Pero por otro lado, no hubiera comido churros…, - y se queda pensando.

Me mira. La miro y le hago un gesto de interrogación, como que espero que dé más detalles.

Creo que ha estado bien, no lo lamento. – termina finalmente por decir. – ¡Me ha gustado!, - y ríe.

Respiro profundamente – y lo exagero, lo cual provoca que su cara se ilumine aún más con su risa, engrandeciendo la belleza que de por sí ya tiene.

Después de un trayecto ameno, aderezado con varios comentaros más, me estoy lamentando en mi interior por haber llegado ya a la altura de su portal. – Hemos llegado – le digo con resignación.

Pues sí. Toca descansar ahora un poquito -  y se dispone a abrir la puerta.

Oye – la interrumpo – me ha gustado mucho estar contigo, por la noche, ahora…

Ella asiente con la cabeza – a mí también me ha gustado -.

¿Puedo verte otra vez? – le pregunto.

Se sonríe – ya sabes …, ¡cuando quieras! – sigue sonriendo como quien entiende que ha ganado la batalla - ¡que descanses! – me da un beso en la mejilla, y se dispone a bajar.

¡Qué descanses! – le digo.

Se baja del coche, se dirige al portal, lo abre, se introduce en el, se gira y me saluda con la mano mientras cierra la puerta. Espero a que desaparezca en su interior, y… ahora sí, vamos a intentar descansar un poco.

He girado para incorporarme a la carretera general, pero siento el impulso de hacer algo y paro el coche en el margen, en el primer hueco que veo.

Saco el móvil. Entro en la aplicación de Whatsapp, localizo el número de Isa, y le escribo un mensaje: dos emoticonos de “pastelitos”, un “Buenas noches, que descanses y que tengas dulces sueños” y dos emoticonos de “besitos”. Enviar.

Me quedo mirando la pantalla. Nada…, nada…. De pronto en la parte superior aparece el indicativo de “escribiendo”. Vale, lo ha visto.

Al momento llega un mensaje suyo: “Grcs”, con dos emoticonos de “aplauso” y un “Buenas noches” con dos emoticonos de “besitos”.

Suelto el móvil, y me reincorporo a la carretera, que aunque aún oscura me parece completamente iluminada.

La noche no podría haber terminado mejor. El día no puede empezar mejor.

2 comentarios:

  1. Buen capítulo, Juan y este libro tiene muy buena pinta. Eres bueno, muy bueno. :)

    ResponderEliminar